Kingdom Hearts III

Kingdom Hearts III

I

El sol brillaba sobre el mar. En el muelle los ingenieros finalmente habían culminado su obra maestra: el Ulises, finalmente estaba terminado. A un lado la tripulación se encontraba lista para abordar el poderoso submarino. Un hombre grande y fuerte, junto con una bella mujer con un lunar bajo el ojo, guiaba al extraño grupo que iba en búsqueda de el imperio perdido de Platón.

- ¿En cuánto tiempo cree que lleguemos a la Atlántida, mayor Rourke? – preguntó la señorita Sinclair.

- No lo sé, Helga. Espero que menos de dos semanas.

Detrás de ellos caminaban un regordete hombre pequeño con lentes, uno alto con bigote, un hombre fornido de color, un anciano barbudo con sombrero gracioso y una joven con sombrero de ferrocarrilera.

- ¿Dónde está nuestro antropólogo? – preguntó el doctor de color. – Debería de estar aquí hacía media hora.

- No lo sé, pero si no llega pronto le daré una paliza… - respondió la joven antes de que fuera interrumpida por la llegada del esperado antropólogo, quien por cierto venía acompañado por un extraño grupo.

- Siento la demora, pero…

- ¿Quiénes son ellos? – preguntó el anciano al ver que a su lado caminaba un joven de cabellos claro con chamarra blanca, un pato con traje azul de marinero y un báculo en su mano derecha y un perro con cuerpo de humano que tenía un escudo gigante.

- Milo, tenemos prisa. Deja de jugar con vagabundos y vámonos – ordenó el mayor Rouge acercándose al resto de su tripulación.

- No son ningunos vagabundos. Me pidieron venir para…

- Encontrar el tesoro del rey Mickey – interrumpió el pato.

- Esto es una expedición seria y no voy a interrumpir el sueño de mi vida para buscar un tesoro de ficción – respondió el jefe de la expedición. – Así que más vale que se vayan o si no sufrirán las consecuencias.

- Me gustaría verlo – contestó el joven de cabello claro. El hombre de traje se acercó al muchacho con tranquilidad y lanzó un golpe a su rostro. – Aerora. - Justo cuando los nudillos estaban por impactar en la nariz del joven una burbuja morada se atravesó como escudo entre el hombre y el muchacho.

- ¿Magia? Tal vez me podrías ser útil – dijo mientras se sobaba los nudillos. - ¿Cómo te llamas?

- Ellos son Donald y Goofy – respondió señalando al pato y al perro. – Y yo me llamo Roxas.