Yao se encontraba entrenando en su templo, alejado de toda civilización en las montañas. Tras perder a Hong Kong por culpa de Inglaterra, quería volverse más fuerte, más poderoso, para hacer no solo que le devolviese a su hermano, sino también que se arrodillase ante él y pidiera clemencia por su vida. No quería decirles a ninguno de sus otros hermanos lo que pensaba hacer, no deseaba preocuparles. Era culpa suya el haber perdido la guerra, y ahora pensaba recuperar su honor él solo.
Pero se le olvidó un pequeño detalle. Por mucho que les pidiera estar solo, había alguno que no se quedaría con esa idea en la cabeza. Mientras se concentraba y meditaba, en el tejado del templo, escuchó pasos detrás suya, dirigiéndose a él rápidamente. En cuanto se giró, desenvainando al instante su sable, su hermano Yong cayó encima suya, provocando que casi se cayesen del tejado.
-¡¿Qué demonios haces aquí aru? Os dije que necesitaba estar solo.
-Ayyy da zee... Sabes que esa no es la forma de actuar, aniki.
-Cállate. Qué vas a saber, si ere mi segundo hermano más joven aru.
-Pero tienes que contar con nosotros. No puedes hacerlo tú solo da zee.
-Es mi culpa -dijo mientras se sentaba, mirando la luna que estaba sobre ellos-. Por mi culpa Hong Kong ya no está aquí.
-No lo es, aniki. Es culpa de ese cejón el que ahora estemos así.
-Pero si tan solo hubiese sido un poco más fuerte...
-¡Lo eres da zee, solo mira estos músculos!
-No son suficientes contra un gran imperio como el suyo aru... solo soy un perdedor.
-¡Tu eres también un imperio da zee! Y nos tienes a nosotros además. ¡No es tu culpa! Todos sabemos que hiciste lo posible por impedirlo. Así que deja ya de aislarte y cuenta con nosotros da zee... Después de todo también es nuestro hermanito.
-Yo...
En ese momento Yao empezó a llorar. La herida iba más allá de su orgullo como imperio, más allá de haber perdido a Hong Kong. Se suponía que él era su Aniki, el hermano mayor de la familia asiática. Y cuando llegó el momento de la verdad, el momento de defender a sus hermanos ante la invasión extranjera, no pudo hacer nada. Arthur le había derrotado, en cuerpo y alma, y ya no tenía nada más que ese odio que sentía no hacia su enemigo, sino también hacia sí mismo por ser débil. Yong, viéndole llorar, no sabía que hacer para que dejase de llorar y se animase, así que le besó sin pensarlo. No tenía ni idea de como respondería, pero creyó que así podría al menos distraerle.
Para su sorpresa, Yao se abrazó a él y le correspondió el beso, y además de manera apasionada. Sus lenguas jugaban una con la otra, acariciándose y saboreando la saliva el uno del otro. Cuando quisieron darse cuenta, estaban desnudándose mutuamente, bajo las estrellas, y lamiéndose el cuello y la piel cálida de su propio hermano. Yong siempre había soñado con algo así, pero jamás pensó que ese sueño se haría realidad.
-A-aniki... ¿estás seguro?
-Gracias... por todo... Yong...
-¿Si...?
-Te deseo... ¡Te deseo aru!
Y así, los dos hermanos se fundieron en uno solo, disfrutando de cada parte de sus cuerpos. Ambos solo deseaban satisfacer al otro, ya fuera sobando y chupando su miembro, o usando el suyo propio en el trasero del otro, mientras se agarraban fuerte del pelo y lo metían sin parar y cada vez más adentro. Sobre todo Yao, parecía haber encontrado en su hermano un "refugio", alguien en quien contar para ser totalmente feliz, no solo probando su cuerpo, ni queriendo hacerle sonreír y correrse en su propia cara, sino también alguien con el que compartiría sus más sucios y mórbidos pecados. Tal vez ya nunca más se vieran como simples hermanos, y mucho menos cuando Yong se ponía a cuatro patas para recibir el miembro de su Aniki, pero habían sobrepasado ese nivel de confianza, por uno más profundo y sincero. Se amaban. Y ese amor era el único que podía traer de vuelta a casa a Hong Kong.
