Iván paseaba por la estepa, como siempre, buscando cualquiér cosa interesante por ella. Desde un hombre congelado, hasta un muñeco de nieve, hecho y olvidado por cualquier niño que viviera cerca. Era un día de gran vendaval, la nieve se amontonaba sobre su cejas. Entre toda la tormenta de nieve, vio una pequeña sombra aparecer delante de él. Sonrió, mientras pensaba para sí mismo "oh, algo interesante, ¿que será?". Se acercó poco a poco, y vió a un niño pequeño. Sus rasgos eran: pelo largo, moreno, con coleta, vestido de rojo, y sujetando en sus brazos un panda de peluche.

Se le veía triste, y desnutrido. Así que Iván se acercó y se arrodilló para charlar con el pequeño:

-¡Hola! Que haces en medio de esta tormenta, lindo niño?

-Y-yo... Mis padres... Ellos se fueron, ¡y no los encuentro! -lloraba a moco tendido mientras temblaba de frío-.

-¡Que mal! Pero es malo estar deambulando por aquí tú solito. Qué te parece si vamos a mi casa, a comer algo caliente, y buscamos a tus papis después? -dijo acariciándole la cabeza con una mano-.

-D-de acue-erdo! ¡Muchas gra-acias!

Ivan se sacó su propia bufanda, y la pasó alrededor del cuello del niño, mientras le preguntaba su nombre. Este respondió: "Yao". Mientras le agarraba de la mano y comenzaban a caminar por la nieve, pensó que se trataba de un muy lindo, y gracias a él averiguó su procedencia asiática. Eso le ayudaría a encontrar a sus padres, tal vez. Suponiendo que no hubieran muerto congelados en cualquier lugar de la estepa, claro está.

Cuando llegaron a su casa, el Kremlin, Yao se sorprendió de lo grande y lujosa que era. Con sus ojos abiertos como platos, recorrió palmo a palmo de la entrada principal, mientras sentía como el calor volvía a su cuerpo. Ivan, feliz de que el niño se lo pasase bien, ordenó a sus sirvientes preparar una habitación y ropa limpia para el pequeño, así como un banquete bien caliente. "Y que no falte el vodka!" insistió.

-¡¿Tú vives aquí? ¡Es genial!

-Así es, heredé este lugar de mi querido padre. ¿Y tú? ¿Como es el lugar en el que vives?

-¡Ah nosotros solíamos tener grandes mansiones y castillos como este! Pero... -bajando su mirada- nos los arrebataron.

-¿Oh, quien hizo eso? ¿Por qué lo hicieron?

-Las otras familias nos envidiaban... ¡Llegó un momento en que nos endeudamos, y ellos se unieron para quitárnoslo todo!

-¡Eso es una injusticia!

-Por eso... yo y mi familia buscábamos un nuevo hogar... y me separé de ellos por el camino -empezó a llorar-.

-Ey, no llores, todo está bien! -le abrazó-. ¡Yo te llevaré con tus padres, lo prometo!

-¿De verdad? -dijo, con ojos llenos de ilusión-.

-¡Si! ¡Y si necesitáis ayuda contra aquellos que os arrebataron todo, también podéis contar conmigo! -dijo totalmente sonriente-.

-¡GRACIAS! -le abrazó muy fuerte, mientras lloraba-

Así se inició una gran amistad entre Yao e Iván. Pasaron la noche cenando juntos, con un gran banquete consistente en todo tipo de carnes. Yao, ya con una ropa más cómoda, se fue a dormir a su habitación, totalmente agotado. Iván no tenía sueño, tal vez por el efecto del vodka, y por ello fue sigilosamente a la habitación del pequeño Yao, para verle dormir. Adoraba esos momentos en los que nadie se daba cuenta de que estaba presente en la habitación, adoraba la soledad y la oscuridad.

Se quedó totalmente dormido mientras le miraba, desde un sillón que había en dicha habitación. Al despertar, vió que el pequeño se había puesto a dormir sobre sus piernas, abrazándole. Iván decidió quedarse en esa postura un poco más, mientras la luz blanca de un día nevado penetraba por las cortinas. Quería ayudar a ese pequeño, a mantener esa sonrisa que le mostró la noche anterior, cuando hablaba totalmente feliz con él. Iba a ser un día muy largo para ellos dos.