La luz que entraba por la ventana iluminaba su cuerpo desnudo, frágil y tan blanco como la nieve. Era el cuerpo más perfecto que había visto nunca. Sin darme cuenta mis manos acariciaban lentamente su cadera y necesitaba estar cerca, más cerca.
- Buenos días – susurró justo después de sonreírme, apenas podía abrir los ojos y su rostro lucía cansado, como si hubiera estado llorando durante horas.
- Buenos días – dije, retirando la mano de su cuerpo. Una parte de mí sentía que ya no se me tenía permitido tocarla nunca más, que esa obra de arte que era su cuerpo me perteneció durante unas horas, admiré cada trozo de ella y ahora, ya no podía hacerlo más.
Me levanté de la cama y me senté junto a la ventana, encendiendo uno de los cigarrillos que dejé allí horas antes, ella comenzó a vestirse.
- Debo irme ya, muchas gracias por todo, Ken. – Dijo mientras se colocaba los zapatos con suma delicadeza. Se acercó por detrás, silenciosamente y besó una de mis mejillas. – Ya hablamos.
Cuando oí la puerta cerrarse tras de ella, me relajé. La expresión en mi rostro cambió drásticamente. ¿Qué diablos estaba haciendo? ¿En qué diablos estaba pensando? Ella era la novia de mi mejor amigo.
