A casa.
Hace ya un par de horas que el pálido y frio sol se había ocultado en el horizonte y las calles pronto se llenaban de luces terrenales por todo lugar.
Era un crudo invierno y hasta hace muy poco la lluvia había dado una tregua a los habitantes de la ciudad, mas el viento seguía reinando en el paisaje.
A esa hora de la noche, cuando el comercio comenzaba a bajar las cortinas metálicas de un arduo día y las personas abandonaban sus trabajos en busca de una taza de café caliente y una estufa, Cristina, una joven delgada y no muy alta y un niño llamado Iván, subieron rápidamente a uno de los tantos buses de locomoción colectiva que repartía a sus ocupantes por los tantos puntos de la urbe.
Se sentaron juntos, llevando varias bolsas de algún supermercado a la vez que observaban a los pasajeros y el negro paisaje exterior.
Muchas calles avanzaron y varias casas quedaron atrás.
El viaje era relativamente corto, con facilidad pudieron recorrerlo a pie, sin embargo, la noche era fría y la carga pesada.
Cristina le indico a su pequeño compañero de no más de siete años, que ya era su turno para bajar, así que, haciendo sonar el timbre del bus, este abrió sus puertas y ambos se vieron abajo.
La muchacha vio como el medio se transporte se alejaba y, en vez de sentirse tranquila por encontrarse cerca de casa, una extraña presión en su pecho se negó a dejarla en paz. Algo esta noche no marchaba bien.
El lugar en donde residían era un conjunto de departamentos repartidos en varios edificios de colores algo llamativos. A veces la joven pensaba en que así pintaban la pobreza de algunas personas, mas no se detuvo en esas cavilaciones por esta ocasión.
Caminó tomando de la mano con fuerza a Iván, quien llevaba también unas cuantas bolsas a cuestas.
Cristina estaba nerviosa, sentía que el viaje apenas estaba comenzando y no le agradaba tomar las maletas.
Continúo la marcha hasta que dobló en una esquina y halló un punto desagradable en la trama: unos cuantos postes del alumbrado público tenían sus focos rotos y, por ende, un gran sector de la calle estaba a oscuras. Y lo peor de todo, se decía, es que ese era el único camino hasta su casa.
Más fuerte apretó la mano del niño, respiró profundo y se aventuró hacia la negrura de sus pesadillas. Sabía muy bien que los focos no se rompían solos, que eran solamente la mejor forma de cubrir la avaricia y la maldad de muchos. Sabía que varios habían sufrido al encontrase solos en la oscuridad. Sabia, también, que era sólo una joven de no más de 22 años con un niño de siete caminado en la nada. Y sabía mejor que nadie, que esta noche no estaba sola.
Al avanzar unos cuantos metros, escuchó pasos a su alrededor y al cabo de unos segundos, se sintió rodeada. Ambos se detuvieron en seco cuando escucharon como una voz grave les exigía todo objeto de valor.
Iván, al darse cuenta de la situación, instintivamente se aferró a la única figura que podría defenderlo, la joven Cristina, quien no estaba segura si podría protegerse a sí misma. Retrocedieron un par de pasos, pero no hallaron más que otra figura impidiéndoles continuar.
Adelante el primer hombre seguía pidiendo las pertenencias de la joven y ella no sabía que podría hacer ante eso.
Justamente ese era el día de pago y por eso se había cerciorado de comprar toda la mercadería del mes. En esta ocasión el esfuerzo en su trabajo había dado buenos frutos y estaba muy orgullosa al respecto.
No quería desprenderse de todo, mas sabía que, de no hacerlo, tendría que pagar de otra manera. Eran tan comunes los asaltos y tanto miedo producían quienes los efectuaban, que la mayoría de la gente prefería no involucrarse en problemas ajenos para no correr el riesgo de terminar ellos, sin una moneda en los bolsillos.
En la oscuridad, entre muchos hombres, gritar ¿realmente valía la pena? Cristina sentía que no, pero tampoco quería perder.
P-por favor- susurro-. Yo no tengo tanto dinero…a-apenas me alcanza para cubrir el mes. Déjenos tranquilos, por favor.
Iván se sujetó más fuerte de la joven y está también a él.
Se quedaron un momento en silencio, pero cualquier esperanza de salvación desapareció por completo antes de ser concebida, cuando, una vez más, se les exigió cualquier objeto de valor.
Una joven y un niño, ¿qué podrían hacer?
Por favor…
El dinero- dijo secamente el hombre-, celulares, cadenas, todo, no tengo toda la noche
¡Vamos!- agregó otro
Que si no tienes nada material...- susurró otro muy cerca de la muchacha, insinuando otra clase de entrega.
Si les daba lo que querían, seguramente la dejarían ir, a salvo.
Respiró profundo y abrió la cartera que traía consigo, olvidando el trabajo y las compras, las cuentas y todo. Sólo pensó en su seguridad y especialmente, en la de Iván.
Por favor, déjennos ir. Les voy a dar todo el…el dinero que me queda.
Así me gusta- dijo el primer hombre.
Y algo más, ¿no?- pregunto otro.
Ah, bueno, eso lo veremos cuando me dé el dinero- y sin más sujetó a la joven del brazo y la jaló con fuerza para quitarle la cartera. Se la entregó, mediante el tacto, a algún compañero para que contara todo mientras el mantenía a la chica en sus manos.
¡S-suéltame!- grito por fin Cristina, pero, en cambio, la garra la apretó más fuerte.
Iván, quien estaba completamente mudo, comenzó a llorar cuando fue descubierto y separado de la chica, quien se vio, ahora sí, atrapada y sin el niño cerca. Al parecer le cubrieron la boca para que se mantuviera callado y no estorbara en su tan afanoso y esforzado trabajo.
Cristina, con todas sus fuerzas, se inclinó hacia adelante para intentar escapar, pero sólo logró provocar las risas retorcidas de su captor.
Iván, ¡ ¿dónde estás?!- gritó sin respuesta-¡ Iván!
Tiene 120 - dijo el que contaba, quien se había iluminado con la tenue luz de un teléfono celular.
Mh, bastante bien, pero con gusto a poco
Pues ya tenemos más.
No, por favor- suplicó la joven- Iván, por favor…¡déjennos ir!
Agh, ¡ya cállate!- ordenó el hombre cubriéndole la boca con su mano sudorosa.
El terror la había invadido y sólo podía suplicar sin ser oída. Lloró pensando en el pequeño, tal vez cerca, tal vez no, no podía verlo ni sentirlo. Sólo quería una luz, que alguien apareciera y terminara con la pesadilla, que la rescatara con un foco de esperanza. Pero el tiempo pasaba y sus fuerzas disminuían.
Quédate quieta o…
¿O qué?- se escuchó desde algún punto lejano y cercano al mismo tiempo-. ¿Qué vas a hacer?, ¿matarla?
¿Quién está ahí? ¡Aparece!- ordenó el hombre a la vez que todos se quedaban estáticos, incluyendo a la muchacha
Ya estoy aquí- contesto el recién llegado, cuya voz profunda parecía venir de todas direcciones, abarcando sus propias mentes - Déjenlos tranquilos ahora y desaparezcan de mi vista.
