Todos sus amigos se habían ido. Naomi y Emily se habían ido de viaje y Pandora a la universidad, quedándose sin ninguna amiga. Effy estaba sola otra vez. Y fue esa soledad lo que la llevó a recaer. Pero, esta vez, cayó en un nuevo vicio: estadísticas y economía empresarial.
Fue extraño, sí, que reemplazara las imágenes sangrientas y su juego de huija por libros con porcentajes y gráficos. La más sorprendida fue su madre. Al poco tiempo, por la ridícula obsesión de Anthea por hacer que Effy la acompañara a todas partes, incluso al centro comercial que ella tanto detestaba, decidió marcharse de casa. ¿A dónde iría? No tenía idea, ni tampoco le importaba al fin del caso. Terminó por subir al primer tren que pasó, con un poco de dinero en el bolsillo y una mochila ligera con unas pocas prendas para la semana. No tenía planeado volver, pero tampoco se veía un gran futuro. En realidad, no tenía planeado nada ni veía algo más que el presente mismo. Ella era Effy, y Effy así funcionaba.
El tren paró en Londres, allí se bajó y allí se quedó.
Encontró un pequeño departamento con una fea puerta pero con una cama para pasar las noches. Agarró sus libros y siguió leyendo, tomando apuntes y pegándolos frente al escritorio. Habían pasado tres días y ella seguía sentada en el mismo lugar, sin haber dormido ni comido. ¿Quién quería comer y dormir si se tenía las matemáticas? No se hubiese parado de no ser por una llamada a su celular que lo tenía en alguna otra parte.
— Habla Effy — dijo.
— Effy, ¿en dónde estás? — le preguntó Naomi.
— En mi dormitorio — respondió ella, ausente.
— Me refiero a en qué lugar, estúpida.
— Londres.
— ¿En qué parte de Londres? — insistió la rubia.
Affy le dio la dirección del departamento, Naomi se despidió diciéndole que pronto la visitaría y le dio el saludo de Emily, y luego cortaron la comunicación.
No había pasado una semana y Effy ya tenía un trabajo. Era recepcionista en una empresa de la cual no sabía el nombre. Bueno, sí lo sabía, pero le era totalmente irrelevante y nunca le prestaba atención siquiera, al igual como ignoraba a todos sus compañeros de trabajo.
Cuando volvía de su tercer día de trabajo, con la mente volando entre dígitos que había visto en las computadoras, encontró a una Naomi morena en la puerta de su departamento, sonriendo como siempre y con el bolso colgando de su espalda.
— ¿Qué haces aquí? — dijo.
— Oh, Effy, yo también te extrañé — le replicó Naomi con sarcasmo, corriendo a abrazarla —. Me encanta tu calidez.
Ella no respondió, esperando aun su respuesta. Naomi dio un paso atrás, mirándola con cara de sé-que-me-amas.
— Pues, niña limonada, me he venido a vivir contigo.
Esta está de broma.
— Ya sabes —comenzó a explicarse—, Emily se ha ido a otro continente y yo me he quedado, ¿qué mejor que quedarme con mi Effy?
— Ni lo sueñes — respondió Effy, en un intento de dejar claro que era una pésima idea. Pasó a su lado y entró en el departamento.
Naomi, con esa timidez que tanto la caracterizaba, le siguió hasta adentro, lanzando su bolso al piso y tirándose en el sofá. Y ahí Effy lo supo.
De esta no me podré deshacer. Supongo que tendré compañía.
