MLP: El Pigmento del Hombre Sombrío.
Primer tomo: El bosque que nunca perece.
Capítulo 1: La joven de cabellos de fuego.
Días después de la primera tragedia de Nightmare Moon.
Hay muchas maravillas que se ocultan, y muchos ojos que no han logrado apreciar la belleza de estas. Un claro ejemplo, es un bosque cuyas hojas abordan desde el amarillo solar, hasta el rojo incandescente, pasando por el naranja que representa el chisporroteo de las ascuas. En las profundidades de este, una unicornio atraviesa su interior para llegar a su destino; Un inmenso desierto al sur de las tierras equestrianas que escondía la llave del secreto que buscaba.
La unicornio era una sencilla joven, de pelaje blanquecino como la escarcha y una crin recogida en una coleta, cuyo color era de escarlata tan brillante que competía con las hojas más rojizas del lugar. Sus ojos, de un matiz miel intenso rivalizaban con las llamas de una hoguera avivada, y resplandecían entre la sombra de los árboles; mecidos por la suavidad por el viento.
Hablando de la espesura que la rodeaba, era un auténtico milagro. Digno de cualquier maravilla podría decirse. Pues incesantemente los arboles dejaban caer sus variadas hojas de colores cálidos, desde su acabado serrado, al curvado y el liso danzaban elegantemente hasta caer en la húmeda tierra que marcaba el trayecto de su camino. Casi cubierto en su entereza por los cabellos del bosque, que parecían ofrecerle su guía a unicornio como su huésped.
De piel sedosa y cascos desgastados, la unicornio era atractiva. De complexión delgada y un rostro casi inmaculado, tocado únicamente por los arduos días de viaje. Su flequillo con normalidad se le plantaba frente a los ojos y debía apartárselo. No fue diferente cuando de entre sus pertenencias decidió sacar un viejo mapa, cuyo valor para ella era más que el de una simple, pero útil herramienta de guía. Esto se podría decir por la delicadeza y sentimiento con el que tocaba dicho pergamino, el cual miró con un suspiro y una mueca decepcionada, encogiendo sus labios.
—Creo que me he perdido… —declaró con una sonrisa encubriendo una creciente preocupación. Oteó su alrededor el ejército arbóreo que la circundaba, era realmente sobrecogedor. La luz del crepúsculo se filtraba entre la espesura, como finos rayos cegadores, y el viento soplaba en las entrañas del laberinto de la naturaleza.
En medio de su ensimismamiento, algo se revolvía en su alforja de cuero, la cual colgaba a un lado de su lomo, sobre su manta de tela castaño, ligeramente raída.
—¿Eh? —entonces se abrió la tapa de esta y algo se asomó. La cabeza una criatura alada: pequeña, pico redondeado, y una alegre mirada descrita por unos ojos celestes y enormes. Era un fénix, eso se vería a leguas, con el color poco común de su plumaje, el cual en vez de tener rasgos rojo fuego, era de tono dorado. —¡Oh! ¡Goldie! ¡Deja de hurgar en mi alforja que vas a romper algo!
Este dio un graznido angelical, su llamada era una dulce melodía. Hizo caso a su aparente dueña, saliendo y mostrando su agraciada forma magistral. Sin duda gozaba de buena salud, y su juventud era más que patente, al igual que su indiscutible naturaleza traviesa. Se posó en una de las ramas delicadamente y atisbó como la poni volvía a poner el mapa dentro de sus pertenencias, describiendo una respiración estrepitosa y una mirada nerviosa, observando todas sus cosas. Finalmente, suspiró aliviada, introduciendo el mapa de nuevo donde estaba. —Vale, está todo… — Cerró la alforja, curvando ligeramente la comisura de sus labios.
Inspiró profundamente, percatándose del húmedo aroma que la tierra desprendía, o el olor herbáceo de las hojas secas que mediante su agitado baile pasaban enfrente de la unicornio. Pese a la información del mapa, estaba desconcertada, sin saber muy bien cómo continuar.
Clavó su mirada en uno de los árboles que yacía a su lado, varios frutos del mismo estaban a los pies de aquel enorme gigante de cabellos cálidos.
—No puede ser… —se acercó con los ojos embobados, así como la expresión boquiabierta de su rostro, calcada a la de un joven potrillo que recibía su primer juguete. Cual dragón receloso que toma sus joyas, tomó el fruto entre sus cascos: una castaña cuyo color era característico por su tonalidad cobriza y su brillo único. —¡Es una castaña acorazada! —como una preciada muñeca, la empezó a acariciar, e incluso la mimó con su hocico, deleitándose. Era un aroma tostado y reconfortante. Su textura bien denotaba su nombre, el de una armadura, la sensación era cálida y lisa. —Es increíble… entonces, casi todos estos árboles son, ¡castaños radiantes! —exclamó impresionada, volviéndose consciente de la belleza ante sus ojos, pues dicha especie era una rareza que pocos conocían. —¡Mira Goldie! ¡Con esto podríamos hacer unos platos exquisitos! —le dijo ella con una sonrisa cálida, compartiendo el gusto del aroma con su querida mascota, quien también se deleitó en el placer, y lo mejor, es que con el aderezo de la tierra embarrada que pisaban, podría considerarse un gusto de nobles. —Decidido, voy a coger unas cuantas. Quizás pueda cocinarlas luego. —comentó frotándose el mentón, metiendo algunas de esas castañas en su alforja. Su mente en aquel preciso instante, solo podía maquinar delicias creadas en base de aquellas castañas acorazadas. Un instante después, contempló como algunas ardillas también se regocijaban cogiendo algunas de esas castañas. Se quedó con la boca abierta y los ojos agrandados, pues pocas veces tuvo la oportunidad de ver ardillas tan cerca, comparado de donde ella venia.
La pompa de su fantasía fue implacablemente deshecha ante el sonido distante de los pájaros. Intentó buscar el cielo entre las hojas, apartándose el flequillo y siendo consciente de su actual situación.
—Queriendo buscar un lugar para pasar la noche y yo quedándome embobada, pobre del que dependa de mi guía. —se reprochó asimisma, llevándose el casco a la sien. — Celestia no lo quiera. Será mejor que sigamos adelante, el sol se está poniendo. No creo que la noche nos de buenaventura…Por no mencionar los lobos o… —tragó saliva, empezando a temblar— algo peor… —el cielo naranja anunciaba la llegada de la noche.
Rauda volvió al camino, seguida del fénix que volaba discretamente cerca de ella. Cada paso por la alfombra de hojas, liberaba un crujido, y en su paso, observó una extraña flor negra, con pétalos interiores blancos y un tallo con hojas con forma hoz.
—Oh… ¿y esto? —Una vez más su mente se dejó cautivar—que flor más rara. —observó nuevamente dada su incontrolable curiosidad. —Pero es preciosa. —Su osadía la llevó a tocar los pétalos opacos. Cuando descubrió que la textura era incluso mas penetrante que la del hielo punzante, apartó el casco del susto,. en cambio la calidez de los pétalos blancos que se encuadraban en los negros, desprendían una agradable sensación. Y su olor, le hizo sentir un escalofrío. —Vaya… huele, huele como… —Súbitamente bajó la mirada, clavándola en la tierra. El brillo de sus cabellos por un mero instante parecía haberse apagado, al igual que la sonrisa en sus labios. Goldie se acercó a ella, con palpable extrañeza y preocupación. Cuando observó sus ojos, estos parecían en blanco, en un profundo trance. —Oh, Goldie… ¿Cómo es posible? —arrastró a un lado las hojas resecas que ya habían caído. La barbilla le temblaba. Levantó la cabeza, en dirección al camino, y pareció hablarle a alguien. —Es tu aroma… Siempre, cuando me hacías el desayuno, me llegaba tu aroma…¿Por qué esta flor tan negra…?—dijo, llevándose el casco al corazón, que había temblado por aquellos repentinos sentimientos. Una leve brisa la hizo salir de sí misma. Sacudió enérgicamente la cabeza, queriendo concentrarse en lo importante. —Tenemos que irnos… —Y así, volvió a emprender su marcha. Aunque, no sin antes volver su mirada a la flor, la cual parecía susurrarle sonriente, mientras que, por alguna razón, simplemente aparentaba transmitirle un frío desolador, que le llegó hasta el pecho.
Su mirada se volvió férrea al frente, tragando saliva, y sus ojos denotando un brillo singular, ella se habló así misma:
—No dejare que te ocurra lo mismo…papá.
Y con esas palabras, continuó.
—Este bosque es enorme… Y es imposible orientarse entre esta espesura. ¡Diantres! —El distante sonido de un cuervo le hizo sobresaltarse. Su miedo estaba empezando a cobrar fuerza, así como la oscuridad que traería el techo de una noche que se cernía.
— Gold. Ven, por favor…—Extendió el casco para que se posara en ella. Al hacerlo, la joven le frotó el mentón cariñósamente. —Necesito que te alces sobre los árboles, mi fiel amigo, y mires a tu alrededor. —suspiró y tragó saliva intentando tranquilizar el acelerado pulso de su pecho. . —Si mal no recuerdo, hay unas cordilleras tras este bosque, que llevan al desierto, busca las montañas cuya rocosa faz se alzan por encima de estas copas. ¿Vale? —le inquirió acariciándolo. Respondió alegremente y alzó el vuelo más allá de los árboles de colores ígneos.
La unicornio quedó en silencio, en sintonía con el cada vez mas siniestro bosque. Se llevó el casco al pecho, y los ojos entrecerrados de un repentino cansancio. Sus mejillas se contrajeron y comenzó a andar en círculos por los nervios, quedando expuesta a un detalle. Vislumbró otra flor oscura, como la de antes. Pensó que tal vez fuera una variedad común en el bosque, aunque nunca la había visto u oído hablar de semejante ejemplar, cuyos aparentes poderes eran algo de un gran misterio.
De repente, como un espectro maligno, el silencio se rompió por un soplido. Una exhalación intensa y profunda.
La chica se sobresaltó asustada, dando un brinco. Sin mover las cejas sus ojos se abrieron completamente. Entre los troncos de los árboles, la nube de polvo que el viento levantaba y la danza de hojas, no había nada, y pese a ello, el susurro continuó, intentando envolverla.
Su respiración se hizo frenética, el terror le empezaba a llenar y retrocedió unos pasos… Entonces, volvió a oír el graznido melódico. Alegremente vio a su camarada de viaje bajar a sus cascos de nuevo, lo que le otorgó una chispa de esperanza en su mirada.
—¿Has encontrado algo? —le inquirió con un brillo en las mejillas.
El ave asintió entonando unas notas dulces.
La sonrisa de la poni se dibujó abiertamente dejando ver una hermosa mirada marcada por una luz titilante.
—Oh Gold, eso es increíble, ¿por donde?
Miró hacia un lado y luego hacia otro, miró a su dueña y con cara boba parecía que había olvidado por completo.
—Oh, por las princesas… eres un caso. —musitó tocándose la frente con el casco.
El fénix se frotó la nuca avergonzado. Iluminado repentinamente, alarmó a la equina, señalando el camino que había recordado.
—¿Por ahí?
Este asintió enérgicamente, a lo que ella suspiró tranquilamente.
—Buen chico… —le susurró efusiva, frotándole la cabeza con cariño como recompensa. —Te haré tu comida preferida, maldito bribón. —rio.
Con el rumbo esclarecido, la unicornio de ojos ígneos trotó como nunca. Ambos avanzaron por las entrañas del bosque otoñal. El viento cobraba fuerza y la luz crepuscular comenzaba a menguar, y con ello, el susurro espectral sonaba hondo…
Tras un largo rato trotando, se fue percatando de que la tierra que pisaba se volvía un tanto mas fría y húmeda al tacto, convirtiéndose en un camino cada vez más fangoso. Llegó un momento en el que se percató que sus cascos estaban completamente mojados. Miró hacia abajo y vio que abundantes charcos se estaban formando, el tacto era gélido y desagradable.
—Que extraño, ¿porque hay tanta agua de repente?
No había tiempo para meditar sobre ello, por lo que sencillamente continuó, pero algo le llamó la atención: aquel escalofriante susurro.
Sonaba tan cerca como si realmente la exhalación estuviera al lado de sus orejas gachas. El aire se hacía más denso, más frío… las hojas de los arboles otoñales que la rodeaban parecían ir frenando su danza para mostrar su decrescendo.
En una de las pintadas de su mirada al ejército arbóreo, había un enorme roble que se hacía denotar entre sus familiares, pero cuando miró al tronco de este el corazón casi se le paró. Vio algo que jamás podía imaginar…
Las cejas a juego de sus cabellos se alzaron. Los ojos se le abrieron enteramente, y el sudor de su frente comenzó a descender como lágrimas heladas con tan solo ver aquella criatura... Todo estaba en silencio, tanto era así, que meramente escuchó la fuerza de su latido que cobraba mayor intensidad.
Su instinto le gritaba huir galopando, pero su pavor en aquel instante era demasiado grande. Un hedor a fango húmedo se hacía presente en el lugar. Estaba completamente paralizada, y tal vez, por el momento, era lo mejor no llamar su atención, pues a pesar de hallarse a escasos palmos de aquella cosa, no se había percatado. Lo único que se movía a su vista, eran las hojas danzando y formando la quebradiza alfombra.
Aquella siniestra exhalación que escuchaba en la distancia, ahora al frente suyo, era la fuente de semejante sonido.
Una criatura bípeda encharcada en un fango liso y completamente oscuro como el abismo. Raíces retorcidas emanaban de aquel pozo de penumbra líquida. La bestia era un ser escuálido, encarcelado en una helada armadura negra azabache, corroída, agrietada e infectada por las mismas flores de pétalos contrastados que la joven vio con anterioridad.
—¿Qué clase de…monstruosidad es esa?— sus pupilas se agitaban con vigor, y con absoluto sigilo, trató de echarse hacia atrás. El acorazado estaba ahí plantado, casi literalmente mirando a uno de los grandes castaños, rodeado de sus hojas.
Gold aunque permanecía al lado de su dueña, guardó silencio, pero se aventuró a acercarse a la misteriosa aparición.
—Gold… —susurró con el tono imbuido en un estremecedor terror, castañeando su mandíbula ante su espantosa sensación. . —Gold, ven aquí, ¡¿que haces?! —con extremo cuidado, avanzó tan solo un paso, crujiendo las hojas bajo sus cascos.
La criatura metálica giró lentamente su cabeza y entonces lo pudo ver: Un yelmo con la forma de la cabeza de una serpiente. Este miró hacia el fénix. El cual, le devolvió la mirada apoyado en el suelo y mirando con plena inocencia a la bestia escuálida, como si fuera cualquier conocido.
La singular presencia del ave le llamó la atención y movió con suma lentitud y pesadez, cual muerto levantado de su tumba, sus garras envueltas en afiladas manoplas. Trataba de acariciarlo. Abriendo cada uno de sus dedos, que sonaban romperse con el mínimo esfuerzo como el hielo quebrándose.
—Gold… vamos ven… —su corazón iba a estallar, carraspeaba y el sudor le chisporroteaba. Cuando observó a tan solo un palmo, el tacto del monstruo en el rostro de su querido amigo, ahí fue cuando, sin previo aviso, actuó impulsiva, imaginando la peor situación.
—¡No le toques! —gritó para apartarle, haciendo este eco hasta en los recovecos del bosque.
Como unicornio que era, su miedo no le impediría defenderse ni a los que la rodean. Intentó arrojar una esfera de fuego con su magia, pero al intentar canalizar su poder, padeció una intensa jaqueca cual aguda cuchillada perpetrando en su cabeza. Entonces, un aura negra pulcra y translúcida se manifestó en su cuerno.
No podía ejercer su magia. Un extraño poder lo impedía. Las garras de la bestia se detuvieron en seco, paralizadas ante su altiva voz.
El tiempo se había detenido. Las hojas parecían no caer más quedándose suspendidas en el aire, y los arboles ya no se mecían por el viento. La hojarasca bajo los cascos de la equina se convirtió en una alfombra de cristales de hielo y la luz del crepúsculo se había debilitado.
"Por las deidades, ¡¿qué he hecho?!" pensó en pánico, intentando volver a hacer lo mismo, y desgraciadamente con el mismo resultado. Su magia no funcionaba.
La mirada del monstruo se empezó a voltear poco a poco, hasta que al final, logró enfilar los ojos de la unicornio como dos afiladas dagas. Ahí el corazón de la pobre poni se encogió de miedo, al ser testigo de aquella cara.
El rostro de aquel esperpento no era natural; la cabeza de serpiente, era deformada, sin una clara visera, quebrada como el cristal por media cara. En el orificio, una pequeña rama negra brotaba desde una mucosa oscura que rebosaba como si babeara hambriento.
Tal era la aberración, que su mente comenzó a sacudirse de terror, y con ello, su cuerpo sufría de la misma manera con incontrolados temblores. Aquel miedo era mucho mayor del que esperaba sentir. Inconscientemente, retrocedió un paso, sin ser capaz siquiera de soslayar su mirada del vacío que se dejaba ver tras la visera del monstruo, cuya cabeza se retorció como la de un búho, resonando terroríficos crujidos y un espantoso hedor a metal.
El ave de plumas de oro llamó de nuevo la atención del caballero escuálido. Relajó sus sobresaltados hombros abultados. Sus finas extremidades como agujas se flexionaron lentamente.
Aquel era el momento. Ella solo vio una salida, sin magia y claramente inferior en físico, la situación la empujaba a cometer quizás el acto más cobarde, pero no importaba. Se arrojó hacia Gold, extendiendo sus cascos como si entre ellos un abismo les separara, para cogerle en el vuelo y galopar como nunca lo había hecho.
Al menos, esa fue su intención.
Ahogó un grito de dolor cuando tan solo en un mísero parpadeo, un dolor penetrante se clavó en sus cascos al ser sometidos a las garras del monstruo, inmovilizándola.
La poni, finalmente liberó un gritó con todas sus fuerzas, clamando auxilio con una creciente humedad en sus ojos, y un miedo que se tornaba abismal. La muerte parecía haberse disfrazado y reclamaba su vida con ahínco…
—¡Socorro! ¡Por favor! ¡Que alguien me ayude! ¡Ayúdenme!
De pronto, la bestia liberó un chirrido que la paralizó y la silenció. Dolida por el retumbante y desagradable sonido cerró los párpados y su mandíbula con una fuerza increíble; por instantes creía que su cabeza estallaría en mil pedazos.
Gold, en cambio, parecía no escuchar el estridente sonido, meramente manteniéndose en el aire. Sin embargo, se volvía consciente de la insoportable tortura a la que su dueña era sometida. Impulsado por su instinto de protección, se apegó a ella como a una lapa y le comenzó a graznar en el oído con su dulce tono, encubriéndola en sus alas como una protección divina que esperaba liberarla de todo mal…
—Gold… — La voz de la poni se redujo a un mísero susurro y atenuándose cada vez más como si se le cayera el alma, cacho a cacho. El pecho se le hinchaba débilmente. Pero entre el afilado rugido de la bestia, que se atenuaba por momentos, los dulces sonidos de su amigo cobraban fuerza y parecían estar socorriéndola, encubriendo el estridente aullido.
Con ambas de sus víctimas sometidas a su yugo, el acorazado hundió sus guanteletes en el pozo negro como el abismo, que rezumaba una gélida aura color azulina.
Comenzó a sacar el brazo de aquel charco negruzco y con ello, se desató el sonido de una espada desenvainándose. Tal y como el sonido describía, la bestia sacó un filo punzante de entre las entrañas en las que se encontraba.
La hoja era negruzca y cristalina. Tan fina como una aguja del tamaño de la equina. Carcomida por finas raíces a lo largo de su estructura.
—Gold… —le dijo entre lágrimas la joven. —vete de aquí, por favor… vamos, no lo hagas. —Por un breve instante, consiguió abrir entre medias sus ojos y vislumbró la espada en forma de una borrosa imagen.
En su cabeza resonaron dos voces de manera desordenada:
—Vamos… no puedes rendirte, confían en ti. Tienes que levantarte. Su grito no te deja. No puedes hacer magia. Tu amigo va a morir. Confían en ti. Huir es tu única opción. Muévete o te matará.
Ella respondía entre sollozos:
—No puedo moverme. Tengo mucho miedo. No quiero morir. —intentó moverse, sus patas respondían, pero su peso era demasiado. Volvió a caer derrotada. —Mamá, por favor…
Una de las voces resonó.
—Tienes que ser fuerte…Escucha el sonido de Gold. Él es tu ángel, sigue su voz, oculta la voz de esa aberración.
La mandíbula le temblaba vigorosamente, por cada segundo que pasaba, ella se volvía más débil, pero aun así, era cierto que la voz de su "ángel" resonaba con fuerza. Uso toda la fuerza de su mente para intentar esconder el grito de la muerte y usar todas sus fuerzas en luchar por eludir la muerte. Forzó sus patas, sentía el peso de casi una tonelada en su cuerpo. Gruñó rabiando del esfuerzo, flexionando más y más sus patas. El calor de su compañero le reconfortaba y le daba fuerzas.
—Sigue así. No desfallezcas, no dejes que te gane. Pon toda tu fuerza en las piernas.
Gold la abrazó con mayor fuerza, sus patas empezaban a levantarse finalmente, aunque estas se estremecían con vigor. Entrecerró los ojos.
Fue testigo, de cómo la espada se alzaba para cortarla en dos, como una ejecución. Intentó huir, realmente lo intentó con todas sus fuerzas, simplemente debía retroceder… pero sus extremidades flaquearon, al ver nuevamente el inconcebible rostro de aquel horror encarcelado en armadura. Cayó. Cuando la espada tocó el cielo, en su punto más álgido, la poni dejo escapar una última lágrima, mientras caía arrodillada, con su cuerpo aceptando el destino que tan claramente se le cernía, aquella lágrima recorrió su mejilla, en lo que iba a ser su último suspiro.
—Perdóname... — con la amargura estrujando su tono, solamente en un mero parpadeo, le vino una imagen, que silenció por completo el chillido de la muerte… la imagen de un poni semental, que representaba un profundo valor…
Cuando cerró los ojos, un simple sonido ocultó tanto la dulzura de su amigo, por quien rabiaba por que sufriría su mismo destino, como el otro estridente… esa simpleza, era el sonido del aire siendo cortado por la espada, a punto de hincarse en su cabeza, pasando por medio de su amigo, Gold…
Pero nada ocurrió.
Esperaba la hoja oscura incrustada, la sangre brotar de su cuerpo y el frío arrebatarle la vida. Sin embargo, sintió un aroma. Algo cálido. El grito cesó y los primeros dibujos que sus ojos vieron al abrirse fueron los de un enorme chispazo, causado por el choque metálico entre la espada del caballero podrido de oscuridad y una alabarda, portada por un misterioso equino, envuelto en una cristalina y lumínica armadura de plata.
—Tú…
Cayó desmayada, siendo el cierre del telón el fugaz sonido de un corte y el grito dolido del monstruo, quien aún parecía ansiar su vida. Todo cayó en la completa opacidad. Lo único que sintió, fue el suave tacto de las plumas de su amigo, y con ello antes de su letargo, liberó un suspiro de alivio…
