Bienvenuti tutti a este EruRi en tres partes que os tengo montado aquí. Estoy en medio de exámenes, así que lo único que puedo prometer (creo) es que lo voy a terminar antes del domingo. (Eh lo que hay). Espero que lo disfrutes igual que yo lo disfruto escribiendo y ya si dejas un review después de leer te doy un besito en la frente y te invito a un chupito si me cruzo contigo. Chau 3

PD: Os estaría muy agradecida si alguno encuentra el autor/a de la imagen que tengo como portada. He sido incapaz y me gustaría darle crédito. Zenk yu.

Disclaimer: Este fanfic está escrito únicamente con fines de entretenimiento. No obtengo beneficio alguno y toda su autoría pertenece a Hajime Isayama, a su equipo, a la editorial Kōdansha y a Tetsurō Araki, el director del anime.

INFORME DE LA QUINCUAGÉSIMO SÉPTIMA EXPEDICIÓN

LEGIÓN DE RECONOCIMIENTO

REGISTRO EJECUTIVO N.º 30101994

Distrito de Karanes, 1 de Julio de 850

MEMORÁNDUM PARA:

General Darius Zackley, Distrito de Stohess

REMITENTE

Comandante líder de legión Nº13, despacho en el la base militar del distrito de Karanes

Erwin Smith

PREFACIO

Con el presente memorándum yo, Erwin Smith, decimotercer comandante de la Legión de Reconocimiento, expongo las acciones tomadas y los hechos acontecidos durante la quincuagésimo séptima expedición que tuvo lugar el día 30 de mayo del año 850.

HECHOS

Aproximadamente una hora y media desde la salida del muro exterior Rose, con dirección sur y la intención de llegar al límite del antiguo distrito de Shiganshina, un titán anormal de características y habilidades inesperadas y sin precedentes nos sorprendió, introduciéndose en nuestras filas por el flanco derecho de la formación. A este singular ejemplar nos referimos – y me referiré a lo largo de este informe – como el Titán Hembra. El Titán Hembra no parecía interesado en la matanza indiscriminada y parecía tener el objetivo de avanzar hacia la posición central, lugar que ocupaba Eren Yaeger.

El mando comenzó a sospechar que el Titán Hembra podía tratarse de un ser inteligente, por lo que, a riesgo de equivocarnos, seguimos en línea recta hacia…

— Erwin. Eh, ¿sigues aún con esa mierda?

El gris es el color de la tristeza y de la suciedad. Las nubes de tormenta son grises, y las odiaba de niño; las canas son grises y las odiaba de joven; los ojos de Levi son grises y estoy enamorado de ellos y de su dueño.

Era el tercer intento de informe aquella tarde. Siempre dejaba los informes para el final, no porque fuera lo más tedioso, sino porque me obligaba a recordar lo que había pasado y me parecía bien despedir las cosas con un buen carpetazo. Firmar la carta y ponerla en manos del mensajero era como despegarse de los recuerdos de dolor, de muerte, de fracaso.

Siempre he odiado el fracaso.

— ¿Vas a venir a hacerlo tú? — No me hacía falta levantar la vista del papel para saber cómo estaba Levi. Se había convertido en una costumbre, tenerle de compañero de habitación mientras los dos completábamos el papeleo. Tanto era así, que ya no podía pensar con claridad si no oía cómo repasaba los folios entre sus manos delicadas, cómo conseguía cambiar la atmósfera de un cuarto solamente con su presencia. Mi pregunta me hizo ganar un sonido que podía ser una risilla o un gruñido. Hay cosas que con Levi nunca se saben.

— Si quieres te lo dicto. Salimos y en menos tiempo del que a uno le cuesta cagar, el plan se nos fue a la mierda porque apareció una loca del coño convertida en titán. Ha muerto un montón de gente y nosotros no hemos conseguido nada; ¿nos seguís financiando? Besitos, comandante guaperas.

Ahí le tenías, capaz de hacer el capullo cuando tan solo el día anterior Levi había perdido a su escuadrón entero. Entre ellos a Petra, que besaba por donde él pisaba y tenía toda la intención de ganarse su afecto entre expedición y expedición. Levi llevaba tres años con el mismo grupo de personas a su servicio, pero no había batido ni una puta pestaña cuando hubo que envolver los cuerpos como si fueran basura para, más adelante, usarlos como señuelo. Cuando el padre de Petra se le acercó por la calle, para confirmarle el afecto de su hija, ni se detuvo ni dijo nada. Al llegar al castillo de Karanes, se cayó intentando subir las escaleras del establo porque ya no podía ni apoyar el pie.

— ¿Quieres hablar de lo que le ha pasado a tu escuadrón? — Pregunté, sabiendo la respuesta de antemano. Decidí apartar el informe, guardándolo en el primer cajón.

— Quiero que me hables de cómo encontrar a esa guarra. Cuando la pille te juro que no se va a reconocer ni en un puto espejo.

Sin las correas del equipo de maniobras y el uniforme, Levi parecía una persona relativamente normal. Era como ver a un animal peligroso permanecer tranquilo en una jaula: precioso de ver pero impredecible, antinatural. Había algo que el propio Levi desconocía de sí mismo que todo el mundo podía ver, era una bestia de la guerra y estaba escrito en su naturaleza que valía para matar y para follar.

— Te lo juro por lo que a ti te apetezca.

Los ojos grises son curiosos. Pueden ser azules un día de sol, verdes en el bosque, dorados a la luz de la lumbre o negros durante el sexo. Los ojos grises de Levi también pueden quemar un agujero hasta en el alma, como en aquel momento.

— Júramelo por tu polla, entonces. — Eché una risotada mientras él bajaba la mirada hasta su pierna maltrecha.

Levi nació y se crio en circunstancias terribles y en el peor entorno que uno se pueda imaginar. Le recogí de un estercolero y aún así, allí era un puto rey. Mirándome tras su flequillo mojado con la rabia de mil hombres, me enamoré de su pasión. Más tarde, de su talento. Luego, de su cuerpo y, por último, de él. De la mezcla extraña y ardiente que es Levi: Levi sin apellido, sin aderezos; un diamante en bruto.

— ¿Te duele mucho?

— No.

— Hanji dice que por poco te partes un ligamiento. No me puedo permitir que mi mejor hombre esté de baja dos meses, así que haz el favor de comportarte como te ha dicho ella.

— Me apoyé mal, coño. A lo mejor hubieras preferido que se llevase al pedazo de mierda de Eren y se hubiera cargado a esa cadete gilipollas que no sabe ni hacer la o con un canuto. — No iba a poder seguir trabajando, así que me levanté del escritorio para sentarme cerca de Levi, en uno de los sillones que había frente a la chimenea.

— Hubiera preferido muchas cosas ayer, te lo aseguro. Lo hecho está hecho, ahora los problemas son la Policía Militar y Eren, claro. Me preocupa tu pierna y que te excedieras cuando estamos en un momento tan importante. Te necesito…

— ¿Ahora? — Ese era el estilo de Levi. Retar con actos, con palabras. Le motivaba el conflicto y hasta la charla antes del sexo era una pelea.

— Siempre, te necesito siempre.

Levi era fuerza inquebrantable paseando de la mano con la fragilidad más conmovedora. Podía parecer una ternura de metro sesenta un segundo y una bestia de la guerra al siguiente. Era piel suave y músculos duros; labios suaves y dientes duros; palabras duras y ojos suaves. Verlo tendido en aquel sofá, herido, con ropa de civil y carita triste me hizo fruncir el corazón. La última vez que lo vi indefenso fue diez años atrás, arrodillado ante mí, cubierto de lluvia, de sangre y vergüenza; y no es que me encantara.

— No quiero ir a cenar… — Solo en aquellos momentos me acordaba de que Levi tenía cinco años menos que yo, y que llevaba muchos más sin madre, sin mentor, sin propósito en la vida.

— Pero tie…

— No quiero que vayas a cenar. Pídele a un mocoso que nos suba la cena mientras me follas. — Comentó, como quien comenta cómo está el tiempo, mientras acariciaba la línea suave de su mentón con un dedo índice esbelto.

— Todo el mundo va a decir…

— Que estamos muy ocupados rellenando informes. Ala, ve, te espero en tu cuarto. Me comería un río de chinchetas antes que dejar que me veas cojeando.

De los dos, el que mandaba no era yo. Como comandante, si le mandaba meterse en la boca de un titán, él me preguntaría que a qué velocidad y cuándo. Como amigo y camarada, él daba un punto de vista taciturno e inteligente si uno le preguntaba. Como amante, con Levi es mejor obedecer y punto.

Encontré a uno de los chicos del escuadrón 104 de camino a la cantina, y ni si quiera me preguntó por qué debía llevar dos platos de la cena a mi habitación. No me gustaba pedir esa clase de favores, porque mis soldados no eran mis criados y yo tampoco era un duque, pero yo me comería otro río de chinchetas antes de que Hanji me hiciera otro interrogatorio sobre cómo calzaba Levi.

Grande.

Penumbra. Oscuridad rota por luz de luna. Blanca. Luz blanca, piel blanca. Negro. Pelo negro, madera negra. Suave. Culo suave, sábanas suaves. Gris. Ojos grises, humo gris. La brasa de su cigarro es del color de la sangre y cruje con una calada profunda. La atmósfera era pesada, como en un sueño. Silencio. Desnudo, respira, inspira y espira. Las bocanadas espesas danzaban en el aire, atravesadas por los rayos plateados, para elevarse etéreas en torno al rostro precioso que se ocultaba de mí. Levi es una pesadilla, Levi es el cielo, Levi es la droga más mala y el ángel más bueno. Levi es una tentación más vieja que el tiempo y la inocencia de lo prohibido. Pequeño, pero tan, tan importante.

Se giró, dándome un buen retrato del corte elegante de su perfil. Tenía los rasgos de un príncipe, pero era hijo de prostituta que no tenía ni un padre que le diera apellido. Era un desgraciado de alcantarilla que pone de rodillas titanes, civiles, comandantes. Allí, mirando sin interés su cigarrillo, como su madre le trajo al mundo, vulnerable e inhumano, a mis ojos era un dios.

Cómo lo amé en ese momento.

— Siempre acabamos así… — Comentó, con una voz dos octavas por debajo de lo normal. Era la voz que había usado para llegarme a lo más profundo la primera, la segunda y todas las veces que le había amado.

— ¿Teniendo sexo?

— No…

Se dio la vuelta del todo, dejándome ver ese rostro de ensueño a la luz de la luna. Estaba precioso, precioso como siempre. Nadie le había conseguido hacer un rasguño en la cara y era un regalo de porcelana inmaculada. Levi podía haber sido la obsesión de un coleccionista, de un escultor, de un cabrón sin escrúpulos como yo. Pero era la mía. La frente regia, el ceño elegante, la nariz recta, los labios pálidos, el mentón refinado, los pómulos altos, la redondez de sus mejillas, hasta las sombras bajo sus ojos eran mías. Se acercó lentamente, sin dar muestra alguna de la lesión que tanto le impedía, mientras entornaba la mirada intensa y volvía a dar una calada del cigarrillo.

— Yo, jodido y tú, no. Yo mirándote desde abajo y tú mirándome desde arriba.

— Yo también estoy jodido. — Repliqué, sin ganas, automáticamente.

Me echó todo el humo de sus pulmones a la cara y lo aspiré con gusto. Todo lo que venía de él para mí era bien recibido, fuera su humo, su odio, sus quejas o su placer.

— ¿De qué vas a estar jodido tú? ¿Porque me he hecho una pupa en la pierna y voy a tener que estar tres días sin matar titanes? ¿Por la muerte de soldados que ni conocías, que te daban igual? Todo te da igual, Erwin… ¿Yo también te doy igual?

El sonido llegó a mis oídos antes de que percibiera lo que había hecho, un chasquido que cortó el aire erótico de la estancia como una navaja. La imagen también llegó después de que mi mano se alzase en el aire y le cruzara la cara a Levi de tal manera que se la giré hacia un lado y le hice tirar el cigarrillo al suelo. Miré horrorizado su mejilla, que tomó un color escarlata peligroso. No quería hacerlo, no lo pensé, pero nada de lo que pudiera haber dicho me dolía más que eso. Su sonrisilla me lo dijo todo: era lo que quería. Quería un castigo por un delito que no había cometido.

— Estoy jodido porque tú lo estás, hijo de puta. ¿Cómo ostias te atreves a decirme a la cara que no me importas? Yo, que me he saltado la cadena de mando por ti mil veces, yo, que te he dado… te he dado… — ¿Qué? ¿Qué le había dado? ¿Una razón? ¿Un propósito? ¿Una pesadilla?

Nos conocíamos desde hacía diez años. Pasamos juntos por cosas que nos unieron hasta tal punto, que Levi podía leerme la mente. Alzó los brazos, fibrosos, pero relajados, que enrollados en mi cuello parecían finos. Se apoyó en mí para poder ponerse de puntillas, sin reposar el peso en su pierna mala. Sesenta y cinco kilos de gloria que reposaban con calma y confianza en mis hombros. Ahí estaba, cargando el peso de la mismísima humanidad.

— Me has dado el cielo, Erwin.

Joder.

Whooooosh. Lo siento. El lemon mañana o pasado. Soy apestosa, pero mis padres me dicen que me quieren igual.