Tanto MLP como Naruto pertenecen a sus respectivos autores. Este es un fic sin ánimo de lucro para leer y disfrutar. De fans para fans.


Crossover Lazos Perdidos – Vahn187

Capítulo 01 - Primer contacto

Naruto siguió corriendo como pudo por el pasillo central del Palacio Real de Canterlot, exprimiendo al máximo su maltrecho cuerpo, el cuál le permitía únicamente trastabillar sobre el suelo. Una vez más, miró hacia atrás, solo para ver de nuevo cómo una oscuridad que parecía viviente volvía a apoderarse con rapidez del lugar en el que él había estado momentos antes. Esa maldita negrura que le perseguía constantemente desde hacía apenas unos minutos, y que había convertido su hasta entonces apacible vida en un infierno. De hecho, desde el inicio hasta ese momento había estado acosándolo muy de cerca, y era en esos instantes cuando le había dado un poco de tregua, como si se estuviese recreando en la cacería del humano, cosa que este último "agradeció".

Un poco más adelante del muchacho, por el lado izquierdo, surgió un gran portón. Trastabillando nuevamente, se dirigió directamente hacia él y empujó el batiente derecho, el cual afortunadamente estaba abierto. Sin dar tiempo a más, una vez atravesada la entrada, se giró sobre sí mismo y, haciendo un inconmensurable esfuerzo, lo cerró antes de que eso llegase a su altura. Seguidamente, y sin dejar de empujar la madera con su mano derecha, tomó el tablón de seguridad que reposaba al lado izquierdo de la puerta y, asiéndola con los dos brazos, lo situó en los amarres correspondientes, asegurando de esa forma el acceso.

Se alejó instintivamente del lugar, justo a tiempo de que eso golpease la puerta con inusitada fuerza, haciendo que tanto la madera como la tabla crujiesen por el violento empellón. Naruto imploró hacia sí mismo que ambos aguantasen, pues ya estaba demasiado cansado como para seguir huyendo. Dos golpes más, con mayor fuerza, arremetieron en la madera, haciendo que esta se resquebrajase ligeramente. Entonces... todo cesó.

¡Pronto... serás mío! —se escuchó al otro lado del portalón una voz de tono indefinible, aunque el rubio pudo sentir un deje triunfal.

Entonces el humano se dejó caer hacia delante y se arrodilló, posando a su vez las palmas de su mano en el suelo, y permitió a su respiración, hasta el momento desbocada, relajarse hasta llegar a un ritmo más o menos normal. Rogó en su interior que todo terminase, y que lo hiciese tan repentinamente como surgió.

No pudo evitar recordar entonces lo que había ocurrido minutos antes en el jardín, donde él había estado hablando tranquilamente con su prima, la Princesa Cadance. Entonces, y sin previo aviso, algo le golpeó en la espalda, mientras la rosácea alicornio tornó su cara a un gesto de puro terror, mirando tras él. Naruto se inclinó hacia delante, llevándose los brazos de forma instintiva al estómago, donde el eco del golpe se había acentuado, mientras sentía cómo el aire se escapaba de sus pulmones, mezclado con el más incipiente dolor, el cual le recorrió en oleadas absolutamente todo el cuerpo. Pero lo peor fue cuando levantó de nuevo la vista y miró a la monarca del Imperio de Cristal... o más bien a su inerte cuerpo, pues había sido decapitada con un corte limpio, y su cabeza, situada al lado del cuerpo, aún expresaba el rictus de horror en su semblante. Súbitamente, y sin que a él le diese tiempo de siquiera humedecer los ojos, el rostro de la Princesa Cadance le miró, mientras su boca empezó a sonreír.

¡No temas, porque pronto serás suyo! —exclamó jubilosa la rosácea alicornio, para a continuación explotar en una interminable serie de violentas y oscuras carcajadas, las cuales continuaron cuando Naruto huyó del lugar, en busca de ayuda.

Sin embargo, en ese momento, tras la seguridad del gran portón, se sentía igual de desangelado, solo y vacío que al recibir el impacto con el que todo empezó. El ninja abrió los ojos como platos al darse cuenta de la situación real, y del que no se había percatado por el acoso constante: nunca antes se había sentido igual, pues nunca había estado completamente solo. Con temor a la posible respuesta, cerró los ojos y preguntó a su interior:

—Ku... Kurama, por favor, dime que estás bien...

Pero solo obtuvo silencio. Ni siquiera una respiración resollante, ni tampoco un gruñido de desesperación. Únicamente silencio.

Por primera vez en su vida, estaba solo.

"Espera...", pensó de nuevo, esta vez para sí mismo, "Se supone que un Bijuu es inmortal, por lo que seguramente está recuperándose mientras echa una pequeña gran siesta".

Pero eso no cambiaba el hecho de que no recibiría ayuda por su parte... al menos por el momento. A pesar de ello, se dió ánimos a sí mismo y decidió buscar la forma de enfrentarse a ese horrible y odioso ser, y lo haría al más puro "estilo Twilight", es decir, utilizando su cerebro en vez de la fuerza bruta, pues este había sido inútil.

Al girarse para buscar una salida apropiada, se dio cuenta de dónde estaba, cosa que le alertó sobremanera. La habitación, de gigantescas dimensiones, tenía a ambos lados una serie de cristaleras, las cuales estaban custodiadas por anchas columnas de varios ponis de grosor. En mitad del pasillo central una gran y rojiza alfombra remarcaba el camino natural desde la puerta hasta la gran escalinata situada en la parte trasera y en posición central del gran salón. Esta escalinata llevaba a una posición elevada, donde estaba colocado el trono real de la monarca de Canterlot.

Por primera vez en mucho tiempo, Naruto sintió un inmenso alivio. No por hallarse en probablemente el lugar más seguro de toda Equestria, sino que su madre, la Princesa Celestia, no andaría lejos, y podría ayudarle a derrotar a eso. Se acercó mirando hacia los lados, por si la blanquecina alicornio se encontraba por los alrededores, pero entonces cayó en la cuenta de que desgraciadamente no era cierto, pues la noche anterior, antes de irse a dormir, le había confesado que esa misma mañana, nada más alzar el sol, debía cumplir con sus obligaciones reales y debía visitar la lejana tierra de Sarabbia para concretar unos pequeños puntos del acuerdo de paz que recientemente habían pactado las dos naciones entre sí. Aunque, a pesar de esa funesta noticia, Naruto no pudo evitar soltar un bufido de alivio, pues no quería ni siquiera imaginar que su amada madre pudiese correr el mismo horrible destino que Cadance.

Plink...

Algo cayó en el hombro del rubio, quien a su vez se percató de que no había nadie más en el Salón. A pesar de que la monarca estaba de viaje, la posición del trono debía ser igualmente defendida por dos valientes soldados... soldados que no estaban por ningún lado...

Plink...

El ninja se llevó la mano hacia el hombro, donde nuevamente algo había caído, mientras no dejaba de mirar el lugar donde los aguerridos miembros de la Guardia deberían estar posicionados. Al retirar la mano, la observó: un rojizo líquido ligeramente pastoso era el causante. Bajó su mirada, donde la alfombra roja ocultaba en su práctica totalidad un pequeño charco aún húmedo. Naruto abrió los ojos como platos, retrocediendo unos pasos, a la vez que, nuevamente aterrado, levantó poco a poco la cabeza. Los soldados, o más bien lo que quedaban de ellos, estaban desparramados por el techo, como si un potrillo hubiese tirado una redoma de tinta medio seca y hubiese aplastado el resultado con sus pequeños cascos.

Conteniendo las ganas de vomitar, el rubio echó a correr hacia adelante, solo para ver que en el Trono reposaba, sobre sus patas traseras y con la espalda completamente apoyada en el respaldo, la Princesa Luna. El humano pestañeó, confundido, pues estaba seguro que hasta hacía unos instantes el asiento donde reposaba su tía había estado completamente vacío.

—¡Luna! —gritó desesperado, subiendo las escaleras que llevaban al enorme sillón, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas—. ¡Por favor, Princesa Luna, ayúdame!

Mas no hubo alcanzado siquiera la mitad de los escalones, cuando la oscura alicornio abrió los ojos y, mirándole fijamente, sonrió de forma maliciosa a la vez que se inclinó hacia delante, mostrando por primera vez una punta de lanza que le atravesaba toda la cabeza, hasta situar su extremo dentro de su boca.

¡Regocíjate, porque pronto serás suyo! —exclamó con orgullo la diosa de la noche, levantándose y dirigiéndose hacia Naruto, sacando a su vez del respaldo del trono el resto de la lanza que, atravesando la madera y el terciopelo, había acabado con la vida de la diosa de la noche.

¡...Serás suyo!¡...Serás suyo! —replicaron a su vez los destrozados soldados desde el techo.

El Príncipe frenó en seco, aterrorizado por la situación, y apenas empezó a recular cuando el portón literalmente reventó de un golpe. La oscuridad empezó a apoderarse de la entrada del Salón Real cuando un siseo de victoria, proveniente de eso llenó el ambiente, opacando por completo las enloquecidas risotadas de la Princesa Luna y de los dos guardianes. Haciendo un esfuerzo, Naruto saltó los escalones para aterrizar en el lateral izquierdo del acceso al Trono y se apresuró a tomar una de las puertas que había semiocultas en el fondo de la sala.

Al cruzar a la nueva estancia, el rubio apenas se preocupó de entornar la madera, sabiendo que estas no eran impedimento alguno para el constante avance del malévolo ser, y lo único que lograba cerrándolas completamente era perder un valioso tiempo. El pasillo que se presentaba ante él contaba con la misma configuración que la anterior, aunque era visiblemente más estrecho y bajo que el anterior, ni tampoco contaba con el Sillón en el que su madre normalmente gobernaba Equestria, y el que había sido el lugar donde su querida tía Luna había encontrado una muerte agónica.

El avance de Naruto a esas alturas era más parecido al de su versión poni que al de un bípedo humano, pero poco le importó, pues lo único que deseaba era salir de aquel infierno, o encontrar algún objeto de gran poder con el que fuese capaz de hacerle pagar a eso los crueles asesinatos que había cometido contra varios de sus seres más queridos. Fijó la vista al fondo, y por primera vez en mucho tiempo, su semblante se tornó en una sonrisa puramente malvada. Usando el resto de fuerzas que le quedaban, se acercó al lugar. En ella, en mitad de la pared, y situada entre dos estatuas de dos yeguas unicornio, había una gran puerta de varios colores, acompañada de un gran marco de tono predominantemente dorado. En las jambas laterales, unos grabados de figuras geométricas eran rematadas por joyas de gran calidad, y por encima del conjunto destacaba una icónica representación de la Princesa Celestia. Era, sin duda alguna, la entrada donde su amada madre guardaba celosamente los Elementos de la Armonía.

Sin embargo, al posar la mano sobre el metal, nada ocurrió. Maldiciendo en silencio, recordó que solo podía abrirse usando el cuerno de la blanca yegua alada. Dándose la vuelta, apoyó su espalda sobre uno de los laterales y se dejó caer, apesadumbrado. "Todo ha acabado", pensó, "Apenas me quedan fuerzas para mantenerme erguido, y en este estado intentar pasar solo servirá para gastar energía". Alzó la cabeza, solo para ver cómo la oscuridad que rodeaba a eso penetraba en la gran estancia en la que se encontraba.

¡Pronto... Muy pronto serás mío! —escuchó el murmullo que acompañaba la negrura.

—¡No! —gritó un Naruto enloquecido de rabia y de dolor, mientras volvía a levantarse—. ¡Esta vez no huiré! ¡Me enfrentaré a ti... y haré que pagues por todo el daño que has hecho!

¿Crees acaso que eres rival para mí? —la voz lúgubre de eso estalló en una corta pero sonora carcajada—. Ni Cadance ni Luna han podido hacer nada contra mí. Ni siquiera Celestia y Discord supusieron un problema cuando reventé sus cuerpos y devoré de sus almas... Y, por supuesto, ya me he ocupado convenientemente de ese "parásito" que tenías en tu interior...

—¡Mientes! —a pesar de todo, el rubio intuyó que al menos lo último era cierto. Aún así, se puso en posición de ataque, sabiendo que moriría antes de siquiera golpear a su enemigo—. ¡Acabaré contigo, maldigo monstruo! ¡¿Me oyes?! ¡No sé cómo lo haré, pero te juro por lo más sagrado que vengaré a los inocentes que has matado, y no pararé hasta conseguirlo!

Nuevamente la ignominiosa criatura decidió atacar, y con una imposible velocidad arrancó hacia la posición en que aún aguantaba un demente Naruto, el cual se sorprendió ante la rapidez de movimientos de su adversario, y solo acertó a poner los antebrazos por delante de su cabeza, esperando poder aguantar la embestida que sin duda iba a recibir. Sin embargo, en vez de ello, lo que sintió fue cómo alguien desde atrás le sujetaba y tiraba de él hacia más allá de las puertas que guardaban los Elementos de la Armonía, la cuál estaba abierta, y que se cerró con gran presteza apenas la punta de su calzado atravesó el umbral.

Debido al movimiento, el Príncipe quedó situado a cuatro patas y mirando al extremadamente pulido suelo. Al alzar ligeramente la vista pudo observar que quien le había agarrado tenía un pelaje de color morado, cosa que le alegró y entristeció a partes iguales, pues era altamente probable que por fin tuviese un casco amigo, pero a la vez no podía evitar temer que la situación de esa poni fuese, o hubiese sido, exactamente igual que la de las demás que había dejado atrás.

Juraste que nos protegerías… —murmuró su salvadora, la cuál resultó ser quien él esperaba, Twiligth Sparkle.

Sí, lo juraste… —las demás Portadoras de la Armonía susurraron a continuación.

El tono claramente culpabilizador de sus amigas puso en alerta a Naruto, por lo que lentamente levantó la mirada, abriendo más la boca según observaba cada parte de ellas, hasta que, una vez visionó sus cabezas, el gesto de preocupación que hasta entonces había mantenido terminó convirtiéndose en un nuevo rictus de terror.

Twilight Sparkle, Applejack, Fluttershy, Pinkie Pie, Rainbow Dash y Rarity le miraban con un gesto inquisitivo, reprochándole el juramento que sin duda él había roto. Aunque realmente esa actitud era más bien algo que el rubio sólo podía intuir, pues los ojos de cada una habían sido atravesados con los Elementos de la Armonía, bien en su forma de colgante, bien en su aspecto de corona. Debido a ese hecho, y probablemente porque de alguna forma estaban cerradas por detrás, atravesándoles el cerebro, las joyas en sí mismas caían hacia delante, llegando a la altura de la boca y agravado sus voces, haciéndolas más tétricas.

Te esperamos… —volvió a musitar la alicornio de color lavanda—. Te esperamos hasta el último momento…

Hasta el último momento… —corearon las demás, elevando esta vez las voces.

Y, cuando no pudimos resistir más el dolor, supimos que nunca tuviste la intención de socorrernos…

—Lo… Lo siento… ¡Lo siento! —suplicó Naruto, lloriqueando—. Todo ha ocurrido tan… tan de repente… Lo… Lo siento…

Lo único que nos reconforta… —Twilight volvió a exclamar.

Reconforta… Reconforta… —canturrearon las otras.

Es que pronto, muy pronto… —la aprendiz de Celestia se alzó sobre sus patas traseras, haciendo ademán con las delanteras de querer patearle la cabeza—. ¡Muy pronto le pertenecerás!

Haciendo un gran esfuerzo, el ninja reculó y se sentó sobre su trasero, mientras alzaba sus brazos en un fútil intento por alejar lo más posible a las que otrora fueron sus amigas, quienes se acercaban más y más, mientras los belfos de sus bocas se retraían hasta el punto de escucharse un rasguido muscular, mostrando de esa forma unas sonrisas cada vez más esperpénticas.

Las seis perversas ponis terminaron por rodearle, en parte por su inusitada velocidad de avance, en parte porque Naruto, en su retroceso, había llegado hasta la pared lateral; y cada una pisaron una extremidad del humano, exceptuando Twilight, quien había elegido aplastar de manera despectiva el miembro viril del Príncipe, regodeándose a su vez del daño que le estaba infligiendo.

¿Acaso creías que nos iba a gustar que nos introdujeras... "esto" dentro de nosotras? —exclamó la morada unicornio—. Nada es tan repulsivo como el imaginar una escena tan patética como esa... ¿Un asqueroso humano fornicando con un ser tan puro y perfecto como una poni? ¡Ni en tus sueños permitiré que tal aberración ocurra!

El dolor que estaba sufriendo el ninja estaba empezando a sobrepasar los límites de la tolerancia, y su cerebro, ya trastocado de por sí ante lo ocurrido desde la aparición de eso, empezó a difuminar el mundo de su alrededor, buscando una forma de escapar de la aborrecedoramente cruel realidad, mientras que sus ojos, apabullados por ese castigo tan cruel, se fueron torciendo hasta quedar completamente alejados entre sí. Sin embargo, un nuevo dolor, esta vez aún más extremo y ardiente que todos los anteriores, surgió de improviso en su pecho. Lentamente, pero sin pausa, un bulto surgido en su torso se fue volviendo más y más grande, hasta el punto de hacer jirones la parte delantera de su ropa.

Lo que Naruto vio entonces estaba más allá de lo imaginable... la cabeza de su madre, la Princesa Celestia, le observaba furiosa. Su cuello, enclavado en la caja toráfica del humano, palpitaba con fiereza, acompasándose al ritmo acelerado que el corazón del ninja sufría en esos momentos. La blanca testa giró en un movimiento imposible, hasta situarse lo más cerca de la cabeza del Príncipe.

Yo te di la vida... —habló—. Yo te enseñé a amar, a vigilar, y a cuidar de todos y cada uno de nosotros... de Equestria, de sus habitantes... y de mí. Has fallado. Has fallado estrepitosamente. Y es mi deber, no solo como Monarca, sino como tu madre, obtener de nuevo lo que me pertenece. Quizás en la próxima ocasión sea capaz de engendrar a una criatura que verdaderamente merezca la pena conservar en vida. Mientras tanto... ¡Muere!

Con un ligero movimiento, la cabeza de Celestia se inclinó hacia delante y, abriendo la boca de manera inverosímil, mordió de lado a lado el cuello de Naruto de forma imparable, arrasando con toda masa muscular que encontró en su camino y rompiendo el hueso como si este hubiese sido de mantequilla, mientras las seis Portadoras de la Armonía reían de forma enloquecida.

Pronto serás suyo, pronto serás suyo, pronto serás su... —gritaron todas las ponis que, apareciendo de repente, habían sido algún día amigas suyas.

Lo último que vio el Príncipe, antes de morir, fueron sus propias lágrimas. Lágrimas de tristeza, de terror, y de impotencia.


—¡Naruto! —una voz surgió de la oscuridad, acompañado de un espasmo de lo que una vez fue su cuerpo—. ¡Maldita sea, Naruto! ¡Despierta de una vez!

El rubio instintivamente se desperezó y, abriendo lentamente los ojos, descubrió que estaba en el Jardín Real, reposando tranquilamente sobre la base de un árbol y siendo recogido entre dos raíces que sobresalían del suelo.

—¿Dón... Dónde estoy? —preguntó al aire, aún somnoliento y confundido.

—¡Al fin despiertas! —el gruñido de Kurama resonó por todo el interior de Naruto—. ¿¡Acaso no te enseñaron a responder de inmediato cuando te llaman!? ¡Llevo más de un minuto haciendo lo imposible para que te pongas en guardia!

—Pe... Pero...

—¿¡Quieres dejar de quejarte y detener a ese maldito fotógrafo que lleva un rato haciéndonos fotos!? —el grito del Bijüu de nueve colas terminó por apabullar a Naruto, quien instintivamente se levantó de un salto y miró a su alrededor, localizando al instante al posible periodista, gracias a que, debido a su acción de posicionarse sobre sus dos piernas, la ráfaga de fogonazos se había intensificado.

Comenzó a caminar hacia el origen, pero debido a que aún no estaba despierto del todo (ayudado en parte porque su cerebro aún seguía procesando lo acontecido en lo que parecía haber sido una pesadilla en toda regla) tropezó de forma estúpida, haciendo que el autor de las fotografías, un grisáceo pegaso, saliese de detrás de un arbusto y, emprendiendo el vuelo, procedió a dirigirse hacia la puerta delantera del Jardín, la cuál estaba abierta de par en par.

Naruto se levantó tan rápido como pudo y, de un salto, se situó entre el semental y la salida. Girándose de nuevo, percibió que el autor de las fotografías había desaparecido, aunque con una vista más severa descubrió que uno de los arbustos laterales se movía, como si tuviese miedo de la escena de la que era testigo. Lentamente, y cubriendo todos los posibles espacios de huida, el rubio se aproximó a la gran mata y, asomándose por encima de ella, no pudo evitar sonreír al ver que efectivamente el poni alado estaba acuclillado detrás.

—¡No me comas! —chilló este con una voz marcadamente infantil, sin duda tomada por el miedo.

—¿Por qué crees que voy a hacerlo? —preguntó Naruto, con un gesto adusto en su rostro.

—He… he visto tus dientes… son de bestia asesina…

Sin dejar de mirar al grisáceo equino, el ninja se pasó la lengua por su dentadura, hasta determinar que, sin duda, los dientes "de bestia asesina" a los que aludía el fotógrafo eran los dos afilados colmillos situados a ambos extremos de la parte delantera de su boca.

—No te voy a comer, no te preocupes... —comenzó a expresar el Príncipe, justo antes de sentir en su interior un espasmo, acompañado de un gutural grito: "¿¡Qué haces!? ¡Coge las fotos!". Después sonrió y, extendiendo el brazo hacia el pegaso, continuó hablando—. A no ser, por supuesto, que no me des ese carrete. Hacer fotografías a escondidas es de mala educación…

El periodista miró entonces, de forma alternativa, a la cámara que colgaba de su cuello y al humano. Entonces, con un pequeño bufido, levantó una de sus patas delanteras y, pulsando el botón de apertura de la parte trasera, cogió el carrete y lo situó sobre la palma de la mano del ninja, quien a su vez juntó la otra mano y, tirando del negativo, veló todas las instantáneas que habían sido tomadas.

—Que esto te sirva de lección, y espero que en el futuro te comportes mejor con los demás.

—A… Así lo haré… Gra… Gracias por no comerme… —balbuceó el poni, echándose sobre el suelo y usando la misma pata con la que abrió la cámara, se tapó los ojos para evitar que Naruto viese las lágrimas que sin duda estaban aflorando a sus ojos, y que fueron acompañadas por gemidos de llantina.

Acto seguido, el rubio se giró y enfiló hacia la entrada lateral del Palacio Real, sumido en sus pensamientos.

—Creo que debo contárselo a mi madre... —susurró.

—¿El qué? —inquirió Kurama—. ¿Te refieres acaso a la pesadilla?

—Ha sido tan... horrible...

—Sabes perfectamente que Celestia ha marchado esta mañana para tratar cuestiones diplomáticas con el Reino de Sarabbia —replicó el Bijüu—, por lo que no sería conveniente enviarle un mensaje diciendo que su bebé ha tenido un sueño malo y necesita de sus mimos para conciliar de nuevo el sueño —expresó de manera burlona.

—¡No es gracioso! —bufó el Príncipe—. Además... tú morías.

Kurama estalló en una carcajada al escuchar eso. Por fortuna para ambos, Naruto acababa de cerrar el portón de la entrada lateral, por lo que el ataque de rabia que sin duda estaba a punto de sufrir por ese desplante del zorro de nueve colas no sería escuchado más allá de las paredes del Palacio.

—Definitivamente, tienes mucho que aprender de la vida... —declaró finalmente el demonio cuando terminó de reír.


El rubio, girándose, se dirigió hacia la entrada lateral del Palacio Real, dejando de esa forma que el grisáceo pegaso diese rienda suelta a su penuria, seguro como estaba que al terminar haría acto de constricción y se convertiría en un mejor equino. Lo que el Príncipe no oyó, ni tampoco percibió Kurama, fue que el lamento del semental poco a poco se fue convirtiendo en una carcajada, mientras levantaba la otra pata delantera y sacó de un pequeño hoyo, el cuál había estado ocultando bajo su vientre, un carrete. Lo llevó a la altura de sus ojos y, con una sonrisa de oreja a oreja, susurró:

—Da igual la clase de criatura o bestia que seas… Yo soy y seré mucho más inteligente… Y esto… Oh, sí… Esto me hará millonario.


Lo que ese fotógrafo, que cruzaba la salida hacia las calles de Canterlot rumbo al periódico, ignoró completamente fueron los dos ojos rojos que le observaban, ojos que se abrieron en el tronco del árbol donde momentos antes Naruto tuvo esa cruel e interminable pesadilla. Dichos ojos se cerraron y, abriéndose de nuevo por el otro lado del tronco, vio cómo el joven Príncipe entraba a Palacio. Entonces una sonrisa apareció bajo esos orbes y una voz de tono indefinible exclamó:

—Ha sido incluso más fácil de lo que pensé, pero pronto, muy pronto, tu cuerpo y tu alma me pertenecerán, humano...

Y, tan súbitamente como surgieron, los ojos y la boca desaparecieron, sin dejar ningún rastro de que alguna vez estuvieron allí.

Crossover Lazos Perdidos – Vahn187

Fin del Capítulo 01 - Primer contacto


Agradecimientos a Pandi, por dedicar su tiempo a corregir este fanfic.


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