Hola! Acabo de escribir este "capítulo"; se me ocurrió la idea hace un rato y no quise dejar que se me olvidara. La idea es escribir un segundo capítulo, pero no tengo más tiempo por hoy, y además, dependerá también de si os parece entretenida esta introducción y la leéis. Así que, dejadme un comentario, por favor, para darme vuestra opinión al respecto :)
Saludos, y espero que os guste.
InuYasha y todos sus pjs pertenecen a Rumiko Takahashi
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Lo había hecho, otra vez. Cómo no. Cómo se me había ocurrido dudar de sus habilidades de persuasión…
La fiesta que se había celebrado en el castillo del terrateniente de la zona en la que nos encontrábamos había sido lo más lujoso a lo que había accedido jamás. Comida y bebida a discreción, sin límite ninguno. Un gentío considerable ocupaba la sala, iluminada con gran cantidad de farolillos, adornada elegantemente. Sin embargo, a medida que pasaba la noche, más y más personas desaparecían discretamente del salón y se escurrían hacia los pasillos. Vi varios hombres acompañados por jóvenes doncellas, con sus intenciones mal disimuladas, salir hacia los dormitorios. Incluso uno de ellos se fue con dos chicas, una agarrada a cada brazo. Me sonrojé con sólo imaginar lo que estaría pensando hacer ese hombre.
Al margen de esto, la verdad es que había sido una gran fiesta. Geishas, música, manjares. Y por supuesto, de nuevo gracias a la palabrería que nuestro houshi ostentaba.
Cuando llegamos a la ciudad, la noticia corría de boca en boca. Era el cumpleaños del terrateniente, y lo iba a celebrar por todo lo alto. Sin embargo, sólo los nobles y sus allegados estarían invitados. Tras pasar un par de semanas durmiendo al raso y comiendo lo que pudiéramos encontrar en el bosque, la idea de una noche en un palacio era sin duda atractiva, pero nada más lejos de lo posible, también.
- Chicos, ¿os apetece fiesta hoy? ―nos preguntó Miroku a todos, con una gran sonrisa en los labios.
- Tsk, como si fueran a dejarnos pasar al palacio ―contestó InuYasha.
- Ya… ojalá, pero me parece que va a ser imposible. Podemos buscar un hostal, ¿no? ―dijo Kagome.
- Sí, aprovechemos que estamos en la ciudad para dormir sobre un futón, por favor… tengo la espalda destrozada ―señalé yo.
Seguimos caminando por las concurridas callejuelas de la zona de mercado de la ciudadela, y conseguimos vislumbrar un cartel señalando una posada. Kagome nos hizo una señal, y entró con InuYasha para reservarnos un par de habitaciones. Tras eso, subieron a dejar la pesada mochila amarilla de la sacerdotisa en el dormitorio de chicas. Mientras, el monje y yo esperábamos fuera del hostal.
- Qué te apuestas a que logro que nos colemos —me dijo el houshi.
- ¿Hablas de la fiesta?
- Sí. ¿Te apetece?
- Es el castillo, houshi-sama. Va a ser imposible acercarse.
- ¿Tú qué te apuestas?
Reí ante su prepotencia. Que pudiera engañar a unos pueblerinos para que nos dejaran descansar en su casa era una cosa. Pero a la guardia y a los nobles, al mismísimo terrateniente, eso ya no cabía dentro de lo lógico.
- Lo que quieras, me apuesto lo que quieras. ¿No ves que es absurdo?
- Te tomo la palabra, Sango.
Cuando pronunció esas palabras me di cuenta de lo que acababa de decirle. "Lo que quieras" no era algo que apostarse con un pervertido rematado. Lo había dicho como burla, pero realmente el significado podía llevarse por cualquier terreno.
- No, per- ―empecé
- No hay peros que valgan ―me dijo, poniendo su dedo índice sobre mis labios para callarme. Me sonrojé un poco, y le aparté la mano enseguida.
- ¿Y si gano yo?
- Lo que tú quieras ―contestó sin pensarlo, añadiendo un inexplicable tono lascivo al "tú", y su particular sonrisa seductora.
Desapareció durante un par de horas a lo largo de la tarde, alegando tener "hilos de los que tirar". Y a la hora de la cena, un poquito antes, toda mi fe en la lógica universal y en la inteligencia humana se fue al traste. Llegó Miroku al hostal, y llamó a la puerta de la habitación que Kagome y yo íbamos a compartir antes de identificarse.
- Sango, ¿estás ahí?
- Sí, sí, pasa.
Abrió la puerta corredera lo suficiente para dar un paso hacia la habitación y apoyarse en el quicio. Yo estaba recogiendo unas cosas, y le miré desde el suelo.
- ¿Estás sola?
- Sí, Kagome e InuYasha han bajado ya al comedor. ¿Ocurre algo?
Sonrió. No de forma exagerada, sino con esa picardía tan suya. De repente se incorporó y se acercó a mí, arrodillándose para quedar a mi misma altura, y sacó dos papeles del interior de las amplias mangas de su túnica. Los puso frente a mis ojos, justo por debajo de los suyos, para no dejar de mirarme. En ellos se podía apreciar claramente el sello del daimyo, y una cuidadísima caligrafía invitando al portador del ticket a la cena de cumpleaños de esa misma noche.
Los miré perpleja. Y le miré a él, que seguía con su sonrisa, y alzaba ahora una de sus cejas para parecer todavía más interesante.
Lo dicho. Toda mi fe en la humanidad, a la basura.
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La velada había sido muy, muy agradable. Habíamos comido carnes y pescados, arroces, incluso postres de judía dulce. Y, por supuesto, el sake había bañado la ceremonia como si no hubiera mañana. La noche había empezado muy ordenada, pero el júbilo y la fiesta se fueron incrementando exponencialmente al mismo ritmo que crecía el nivel de alcohol en sangre.
Miroku tenía un aguante de cuidado. Había perdido la cuenta de las botellitas que habían pasado por su bandeja. Y en realidad, también de las copas que yo misma había tomado. No me encontraba ebria, desde luego, pero bueno… sí que me notaba más simpática con la gente, sí que me hacían más gracia los chistes, y sí que me sentía más desinhibida de lo normal.
El monje, sentado a mi izquierda, me miraba frecuentemente. Se había interesado por si me encontraba a gusto al principio de la noche, y aunque le respondí que sí, que no debía preocuparse, seguía atendiéndome gentilmente. Ese detalle por parte de él me pareció de lo más tierno.
Me lo estaba pasando bien, con la animación y todo el show de la fiesta, cuando de repente el músico de la sala invitó a que alguien saliera a ayudarle con una canción. Hubo un poco de revuelo, con unos amigos proponiendo a otros, supieran o no realmente tocar un instrumento. Finalmente el músico se acercó a Miroku.
- ¡Usted es un monje! Seguro sabe tocar, ¡venga, salga!
El público apoyó la moción, y Miroku se levantó sin vergüenza ninguna, con un poco más de inestabilidad de lo normal debido al sake, y agarró la especie de guitarrilla que le ofrecía el músico. Éste empezó a entonar una canción de risa, desafinando y diciendo tonterías que rimaban. Y el monje no se quedó corto, desde luego. Se unió a él e improvisó una letra, cantándola horriblemente mal y desafinada. Todos rieron a carcajadas, incluso ellos mismos no podían aguantar de vez en cuando. Al terminar, Miroku hizo una reverencia y volvió a caminar hacia su sitio mientras todos aplaudían. Al llegar donde mí, me llamó la atención que el houshi se sentara bastante más cerca de lo que antes estaba. Sin embargo, no intentó hacer nada raro, así que simplemente le sonreí y seguimos divirtiéndonos.
Pasó un rato más, y sentí la mano de Miroku acariciarme la espalda suavemente. Quizá le hubiera apartado en otra ocasión, pero como bien he dicho… me sentía un poco más tolerante esta noche. Sólo asentó su mano en mi cintura, rozando el pulgar de lado a lado en un pequeño masaje. Sabiendo lo mucho que había bebido, me salió preguntarle.
- ¿Estás bien, houshi-sama? ―Rió un poquito ante mi consulta.
- Sí, estoy muy bien. ¿Y tú, te estás divirtiendo? ―preguntó él.
- Sí ―Le sonreí.
Me devolvió la sonrisa, y entonces, se acercó más a mí, su cara cerrando distancia con la mía peligrosamente. Empecé a temerme lo peor, viendo cómo estaba el panorama de gente con las hormonas revolucionadas por la intoxicación etílica. Por suerte, en el último segundo me percaté de que se acercaba a hablarme al oído, pues con el ruido llegaba a ser un poco dificultoso oírnos bien.
- Todavía no hemos hablado de la apuesta.
Glups. Cierto. El muy maldito había logrado colarnos en la fiesta. Y yo me había apostado… cualquier cosa. Bravo, Sango. A quién se le ocurre…
Me giré un poco y le miré a los ojos.
- Y qué es lo que quieres, a ver.
La sonrisa volvió a sus labios, y sus pupilas se dilataron notablemente. Sentí su mano en mi cintura presionar ligeramente más en su agarre. Volvió a dirigirse a mi oído, y me susurró.
- Quiero comerte entera…
