Disclaimer: Nico y Will pertenecen a Rick Riordan. Todo lo demás es fruto de mi mente traviesa.

Advertencia: Sí, en efecto, éste es un nuevo fic que escribo con Nico como artista. No puedo luchar contra mí misma, lo siento. Aunque aviso que en este fic será bastante OoC pero me apetecía jugar con otras variables de su personalidad.


I

Él médico.

A simple vista, podía confirmar que el pueblo era todo lo que se le había prometido. Pequeño, muy pequeño. Al mismo tiempo, pintoresco y hogareño. Todos los edificios eran pareados, con fachadas de piedra, puertas y ventanas de madera pintadas de alegres colores, maceteros con flores decorando las entradas, accesibles por bonitos caminitos de piedra. Aunque sólo había visto a un par de viejecitos por la calle desde que había entrado con su coche en él, tenía pinta de ser un lugar donde la gente era feliz. Esperaba que él también pudiera serlo.

Estaba nervioso. Muerto de nervios, en realidad. Aquella era una decisión que había tomado por instinto, y a pesar de todas las cejas levantadas él había confirmado que estaba seguro. Y en realidad, estaba de todo menos aquello. Ahora, cuando había entrado en el pueblo, se daba cuenta.

Circulaba muy despacio, ya que desde hacía unos cuantos kilómetros el GPS de su móvil había dejado de funcionar correctamente. El núcleo del pueblo era aquello que se dice cuatro calles mal contadas, por lo que no le costó identificar la dirección que le habían indicado. Lo que hacía era fijarse en los números. Metros antes de llegar, sin embargo, ya veía al que imaginaba que sería su comité de bienvenida. Reconoció al doctor Rowan en seguida; en la ciudad, se habían entrevistado en persona. La que le acompañaba debía ser su esposa, la que era a su vez su asistente. Aparcó el coche donde le indicaron y se bajó.

—Buenos días, doctor Rowan —dijo antes de que se dieran la mano.

—Doctor Solace —dijo el médico—. Te presento a mi esposa, Siobhán. Y bueno, aquí tienes la que será tu casa —dijo con una sonrisa, señalando el edificio que tenía tras él.

Casa del médico, se leía en una placa que había en el murete de piedra de la entrada. La casa era antigua, como las demás. Grande, no inmensa, pero sí que muy grande para vivir él sólo. El doctor Rowan había vivido allí durante más de 20 años, después se había mudado con él su esposa, que anteriormente sólo había sido su asistente, y luego habían tenido tres hijas. Él, sin embargo, viviría sólo.

—Me imagino lo que debes estar pensando —dijo el doctor, cuando ya estuvieron solos. Le habían estado enseñando la casa en conjunto (la mayoría de las explicaciones las daba Siobhán, que era quien había decorado el lugar), pero una vez llegaron a la parte de la consulta, se habían quedado los dos a solas—. Yo era de aquí, aunque estuve estudiando Medicina en la Universidad de Dublín. Me acababa de graduar cuando el doctor Cummins sufrió aquel funesto ataque al corazón. La primera noche en esta casa fue… —suspiró— fui incapaz de dormir. Había visto esta casa en incontables ocasiones, había venido como paciente y acompañante, había pasado por delante para ir a hacer los recados. Pero estar dentro de ella, a solas, la primera noche, pensando en que estas paredes suponían la historia de la Medicina de todo un pueblo… a ver, no quiero asustarte con esto. Sólo quiero decirte que sé que te costará, pero al mismo tiempo sé que se te pasará pronto. Este trabajo no es como ninguna de las prácticas que habrás hecho. Es mil veces más gratificante. Y vamos —en este punto fue cuando palmeó su hombro—, eres joven y guapo, seguro que pronto podrás formar una familia. Sé más de una soltera del pueblo que estará interesada en conocer al nuevo médico. No me extrañaría si esta semana tienes muchas visitas… yo también las tuve, menudos tiempos aquellos, je je.

Will rió con él. Lo cierto era que aquellas palabras habían logrado aflojar un poco su nerviosismo.

Comieron juntos. El joven médico, el matrimonio y las hijas. Todos le ayudaron a meter sus cajas, aunque Will había insistido en que no hacía falta. Después, se despidieron, aunque el doctor Rowan le dijo que siempre estaría dispuesto a atender sus llamadas. Le volvió a dar ánimos. Y después, se marcharon y se quedaron solos. Era curioso cómo aquella familia irlandesa de un pueblo tan pequeño se marchaba a Estados Unidos, el gran país del que Will había huido hacía años.

X.X.X

No habían transcurrido ni dos horas. Will había empezado a abrir sus cajas, había llevado algunas a los lugares donde las acabaría desempaquetando en algún momento indeterminado, pero no había hecho nada más. Se había echado al sofá, que era realmente cómodo, y se había quedado dormido. Las noches anteriores apenas había dormido a causa de su nerviosismo.

Al principio, cuando sonó el timbre, no lo reconoció. A su subconsciente le parecía el timbre que podía sonar en una película que estaban echando en aquel momento en la tele, así que no le hizo caso. En cambio, cuando notó pasos que se le aproximaban sí que se sobresaltó.

—¿Quién eres? —gritó él, en estado de alerta. Con tan solo un parpadeo se dio cuenta de dónde estaba, de que se había quedado dormido.

—Hola, soy Caitlin. Tu asistente. Perdón por haberte asustado. Había tocado al timbre y pensaba que igual no estabas… y como te he traído unas cosas iba a dejarlas por aquí.

—¿Mi asistente? —Will se llevó una mano al pelo y se lo alborotó, seguía pestañeando a causa del sueñecito que se había echado mientras la miraba de arriba abajo. A pesar de su ropa, excesivamente formal, no parecía haber llegado ni siquiera a la veintena. Era pequeña y muy delgada—. Oh, sí, claro. Esto… perdona por haberte gritado, no esperaba… no te conocía.

—No pasa nada, lo entiendo —ella mostró una enorme sonrisa.

—¿Y cómo has entrado? Creía que había cerrado la puerta…

—La puerta trasera —aclaró rápidamente ella, que ya se había girado y estaba camino a lo que si Will no recordaba mal se trataba de la cocina. Sin saber qué hacer, decidió seguirla—. Aquí no solemos cerrar las puertas, he de decirte. Y la consulta del médico… menos aún.

—Va…le —él asintió, tratando de asimilar la información. Estaba claro que aquella noche, en efecto, no dormiría—. ¿La gente llamará al menos antes de entrar, no?

La chica lo debió tomar como pregunta retórica, pues no dijo nada.

—Te he traído unas cuantas cosas de comer. Acordamos que los Rowan te dejarían cosas básicas para la casa, pero que los del pueblo pondríamos la comida.

—Pero puedo ir a comprármela yo…

De nuevo, Caitlin sonrió. Aquellas sonrisas parecían decirle que le quedaba demasiado por aprender.

—Es una muestra de agradecimiento por el hecho de que vengas aquí. Cuando los Rowan anunciaron que se marcharían… todo el pueblo se alarmó. Muchos pueblos pequeños como éste están perdiendo a sus médicos rurales. Cuando se anunció que vendrías, todo el mundo se alegró mucho. Que no te extrañe si te avasallan a visitas, como mínimo durante el primer mes. Se les dijo que vendrías mañana, pero hay algunos que ya te han visto llegar. Todos ya empiezan a hablar de ti. Les he pedido, más bien obligado, que te dejen descansar por hoy.

Will trató de asimilar aquella información:

—Muchas gracias, Caitlin. Parece que tendrás que enseñarme muchas cosas.

—Para eso estoy aquí —de nuevo, aquella sonrisa.

—Heterocromía —dijo él al verla por primera vez tan de cerca. Tenía un ojo azul cielo, otro marrón con toques dorados—. ¿Congénita o adquirida?

—Congénita —dijo ella.

Al notar que parecía haberla avergonzado al evidenciar su rareza, él le aseguró:

—Tienes unos ojos preciosos.

—Gracias —dijo ella antes de sonrojarse y volver a ponerse de espaldas a él.

Su reacción le hizo pensar de inmediato en la advertencia del doctor Rowan. Fue por eso que le preguntó:

—¿Tienes novio, Caitlin? —de inmediato, se arrepintió de la elección de pregunta—. Quiero decir que… una chica tan guapa como tú… —se calló. No. Aquél definitivamente no era su día.

—No, no lo tengo. Me fui a estudiar a Dublín y volví el año pasado —dijo a modo de explicación.

—Escucha, lo siento. No sé por qué te he preguntado eso… no tenía por qué. Verás, estoy estresado por toda esta situación nueva. Si no tienes nada más que dejarme, será mejor que me ponga con mis cajas y me despeje un poco…

—Oh, no pasa nada. Créeme, aquí preguntan cosas que la gente de ciudad podría considerar mucho más fuertes. Es un pueblo pequeño lleno de viejas cotillas. Mi abuela la que más. Y no te preocupes por las cajas, si he venido precisamente a ayudarte.

—No, no hace falta… —Sabía que se trataba de un gesto de amabilidad, pero la idea de que una completa desconocida se pusiese a ayudarle a desempaquetar sus pertenencias no le agradó. No le apetecía que se pusiesen a rebuscar en su vida. Así que decidió cambiar de tema—. Además, pensaba en volver a Dublín ahora que aún es temprano e ir a por el resto. El alquiler de donde estaba viviendo me vence esta misma semana.

—Puedo acompañarte —replicó de forma resuelta—. Me imagino que aún te quedarán unas cuantas cajas, porque por lo que he visto aquí hay más bien poco. Tengo una furgoneta, ahí te cabrá el resto. Por el camino puedo ir poniéndote al día de todo. Créeme, todo es mucho. El doctor Rowan me ha dejado muchas notas para ti, y aún hay mucho más.

Ahí fue cuando se confirmó algo en lo que no había pensado hasta el momento: a partir de aquel día, la vida de Will tendría poca intimidad. Esperaba que de verdad su trabajo resultara gratificante, ya que el resto…

—Si no es molestia, me harías un gran favor —dijo, sabiendo que era la respuesta que ella esperaba que dijera.

—¡En absoluto! ¿Nos vamos?


Tiene poca chicha, pero una introducción era necesaria. En el próximo capítulo ya conoceremos a Nico. Aunque mis promesas valgan bien poco, actualizaré muy pronto, lo prometo.

P.D. soy consciente de que el título del fic apesta. No se me ocurría nada más y este capítulo ya me quemaba en las manos porque tengo ya casi terminado el segundo. Se aceptan sugerencias de algo mejor.

Larga vida al Solangelo.