Draco estaba tumbado en el mugriento suelo en posición fetal. La oscuridad reinaba en su celda y un frio intenso se empezó a colar por los barrotes, eso solo significaba una cosa: ellos estaban cerca. Trato de prepararse mentalmente para lo que iba a suceder, pero no había forma, esos seres siempre hacían que reviviera sus peores momentos una y otra vez. Tal vez si tuviera su varita… no, eso no serviría de nada, nunca en su vida había podido convocar un patronus, para hacerlo necesitaba recordar algo realmente feliz y el simplemente no podía.
Cuando los gritos de su vecino cesaron, comprendió que él era el siguiente. Se abrazó a si mismo con intensidad y contemplo con resignación, las figuras con capa negra que tenía en frente. Pronto, los dementores fueron reemplazados por la imagen de su padre apuntándolo con la varita; detrás de él estaba ese hombre calvo, sin nariz y ojos rojos, que con una sonrisa maquiavélica incitaba a su padre a pronunciar un hechizo, al compás de los sonidos de euforia de su tía Bellatrix. Lucius, le lanzó una mirada de decepción y finalmente dijo unas palabras que no alcanzó a comprender, porque un intenso ardor en el lado derecho de su rostro, lo hizo gritar de dolor. Después, la escena cambio, ya no estaba en la mansión Malfoy como antes, sino en una especie de bosque rocoso; ya sabía lo que seguía, empezó a gritar suplicas para que no lo obligaran a ver lo siguiente, pero todo fue en vano, los dementores no conocían la piedad, al instante escucho una explosión y vio el cuerpo inerte de su padre, con los ojos muy abiertos y la mirada cargada de terror. Al fin los dementores estuvieron satisfechos y lo dejaron en paz.
Se sentía débil, muy débil y él odiaba eso, odiaba en lo que se había convertido. Él era un bulto de carne y huesos, que servía de comida diariamente a los dementores. Durante el tiempo que llevaba en Askaban, el sufrimiento y el dolor eran pan de cada día. Había perdido la noción del tiempo, ni siquiera sabía cuándo era de noche o de día, porque la luz rara vez lo visitaba. Bien podrían haber pasado diez o veinte años, él esperaba que fuesen más, porque significaría que estaría más cerca de morir y esa idea se le hacía muy apetecible. Sumergido en sus pensamientos se quedó dormido, esa era su única vía de escape y ni siquiera los dementores se lo podían quitar.
El sonido de algo golpeando un metal lo despertó. Era un auror el que hacia el ruido con su varita, mientras sostenía con la otra mano un tazón. La luz lo deslumbró mientras sus ojos se acostumbraban, solo la encendían cuando los guardias recorrían las celdas. El auror lo observaba con una expresión de superioridad y arrogancia, así él solía ser antes, pero ahora ese Draco parecía haber desaparecido de la faz de la tierra.
-¿Me recuerdas Malfoy?- pregunto con una voz burlona. Seguramente era un auror nuevo, los demás ya se habían aburrido de él. Draco simplemente lo ignoro y ni siquiera se molestó en intentar recordar.
-En Hogwarts no desaprovechabas ningún momento para humillarme- continuó, visiblemente irritado ante el silencio de Draco- pero mírate ahora, te estas pudriendo en tu propia inmundicia. Gracias a Merlín, nos evitaste la molestia de librar al mundo de tu padre y bueno… también de ti.
Escupió el tazón de comida y lo lanzo con violencia hacia Draco, ocasionando que la comida se desparramara en el suelo. Eso fue para él, la gota que derramo el vaso, había algo que Askaban no le había podido quitar y eso era su orgullo.
-Puedes decir lo que quieras pero aun así desde aquí, puedo sentir tu asqueroso olor a sangre sucia- cada palabra la dijo con todo el desprecio que pudo reunir. No sabía quién era el auror, pero él solo humillaba a los sangre sucia y a los Weasley, y estaba seguro que no se trataba de ninguno de los pelirrojos.
Lo que paso a continuación fue demasiado rápido, las rejas se abrieron precipitadamente y sin previo aviso, el auror empezó a golpearlo. Lo pateó fuertemente por todo el cuerpo y solo ceso cuando un grupo de aurores lo detuvo.
-¿Qué te pasa Creevey?- dijo uno de los aurores sumamente molesto- ¿Acaso no recuerdas que mañana tenemos visitas importantes?
¡Claro! Los aurores no estaban enojados porque lo golpearon, sino porque había visitas. Él las tenía prohibidas, así que debía ser algún supervisor del ministerio y los aurores debían conservar las apariencias de que allí practicaban los derechos humanos. Sin más salieron de su celda.
Él cuerpo le dolía insoportablemente, un sabor metálico invadió su boca y fue entonces que noto que estaba sangrando. Trato de ignorar el dolor y la sangre, no era la primera vez que lo golpeaban, tarde o temprano sanaría. No se había defendido, porque simplemente no tenía fuerzas, ya que la visita de los dementores lo dejaba agotado y hacer algo solo hubiera empeorado las cosas.
Con las últimas fuerzas que tenía, estiro el brazo izquierdo para tomar del piso algo de lo que en ese lugar llamaban comida. Atrás habían quedado los ostentosos banquetes de Hogwarts o de la mansión Malfoy, ahora su dieta consistía principalmente en agua y en una sustancia gelatinosa de color gris y sabor insípido. Al menos eso lo había mantenido con vida, aunque lo que más deseara en el mundo fuera morir. Debía seguir respirando por ella, por su madre, a quien le había prometido luego de muchas suplicas que lucharía por seguir con vida y Draco Malfoy era un hombre de palabra.
Una leve sonrisa se dibujó en su rostro al recordarla, pero rápidamente se borró, al pensar que seguramente ella lo odiaba. La última vez que la vio él le gritaba que no lo había hecho y ella solo le había insistido en hacer esa estúpida promesa, no habían tenido tiempo de decirse nada más, porque inmediatamente fue llevado a Askaban. Lo único que había hecho que Draco Malfoy no estuviera al borde de la locura, era que él sabía que era inocente, él sabía que no era la persona que había asesinado a Lucius Malfoy.
