-Hola a todos, y bienvenidos a este fic.- dice Andrea mientras hace una reverencia y los saluda con una sonrisa. -Aquí estoy mandando el primer capitulo de este fic que hará parte del reto Time Travellers del foro WS.- explica con una sonrisa nerviosa. –Y no será el único que envié, porque participare con tres por una apuesta que hice.- señala Andrea contando con los dedos, y con una sonrisa mucho más nerviosa.
-Pero estoy segura que la ganaré.- comenta con entusiasmo Andrea mientras pone pose heroica. –Te ganaré Aleja, ya lo verás. Y tendrás que comprarme ese helado y darme el bono de chantaje.- comenta Andrea para luego soltar una risa malévola. –Sobretodo ahora que tengo un poquitin más de tiempo para pasar con Sirius y él me ayudara a crear los otros dos fics.- añade para soltar otra risa malvada.
-En fin, este capitulo es algo así como un POV de Charlie. Todo el fic será visto desde su lado, pero solo este capitulo será el más aproximado a un POV.- dice Andrea con una sonrisita inocente. –Espero que les guste y me dejen su opinión.-añade para luego simplemente sacar una paleta y llevársela a la boca.
-Ahora me tengo que ir, ya que voy a una reunión con unos amigos y voy algo tarde. Esperen pronto mi otra actualización. Suerte con todo y ya saben, H.P y Co. Le pertenecen a J. K. Rowling, excepto Sirius que es mío. Sin más que decir, nos vemos.- se despide Andrea, para luego marcharse saltando y tarareando una cancioncilla. Uno, dos, Freddy viene por ti; Tres, cuatro, cierra bien la puerta; Cinco, seis, toma el crucifijo; Siete, ocho, no duermas aun; Nueve, diez, nunca dormirás.
Capitulo 1
El Inicio
Septiembre del 88
Observó nuevamente el tren color escarlata y aspiró el olor de la estación. Sonrió levemente ante ello, se sentía tranquilo en medio de toda esa multitud de personas. Luego de unas merecidas vacaciones, nuevamente regresaría a su otro hogar. Observó como su familia atravesaba el muro y los más pequeños miraban el tren con anhelo. Sonrió ante ese pensamiento. A él le faltaban pocos momentos junto a ese tren, mientras que para ellos sería una nueva aventura a descubrir. Una aventura que no compartiría con ellos, y que solo había podido compartir con Bill y Percy.
Observó a su hermano mayor ayudarle a Percy a subir el baúl al tren mientras él colocaba el suyo propio. Que extraño sería estar en Hogwarts sin Bill. Era una idea que no se había planteado hasta ese preciso instante. Para él, desde siempre Hogwarts había estado atado al campo de quidditch, las clases de cuidados de criaturas mágicas y a Bill. Pero ya no sería más así. Su hermano por fin se había graduado y con honores.
Se fijó en la sonrisa que no abandonaba su rostro y en la mirada tranquila que tenía. Era el momento en que él emprendería una nueva aventura y sabía que lo extrañaría mucho. Sería difícil el no estar con su cómplice. Y es por esa sencilla razón que supo porqué había huido tanto a ese pensamiento. Ese sería un año bastante extraño para él.
Suspiró al levantar el rostro y mirar la hora. El tren estaba a punto de partir y debía despedirse de sus padres y hermanos. Observó la ilusionada mirada de Fred y George, la curiosa de Ron y la triste de Ginny. Sonrió con cariño al levantarla y abrazarla con el corazón. También la extrañaría mucho. Luego le tocó el abrazo de su padre y el casi lloroso abrazo de su madre, para terminar frente a Bill.
Sonrió, para luego asentirle en silencio. Se cuidaría y velaría por Percy. No había más que decir, y se fundió en un cálido abrazo con el pelirrojo que le llevaba dos años de ventaja y el mundo entero con respecto a las mujeres. Tal vez así podría evitar todos los momentos incómodos en los que alguna chica le pedía que le presentase a su hermano mayor. Notó como la sonrisa que estaba en el rostro de Bill se tornaba picara y supo a ciencia cierta, que él pensaba lo mismo.
El sonido del tren a punto de partir los alertó de su demora, y dando una última despedida con la mano, se montó al tren junto con su hermano menor. Observó como Percy se acomodaba sus anteojos y se despedía de él para tomar rumbo con sus compañeros de curso. Suspiró. Había prolongado lo más posible el momento de montarse al tren y ahora que estaba dentro de este, se sentía incomodo. Y comenzó a caminar, dejándose llevar por sus pies. Al final, decidió seguir la tradición que había adquirido desde que entró a primer año. Se sentaría en el último compartimiento del último vagón del tren a mirar por la ventana, sólo que esta vez, no estaría Bill para amenizar los silencios.
El viaje había sido extremadamente largo y la elección de casa casi interminable, para al final concluir con la noticia de un nuevo compañero. Una estudiante de transferencia. Una muchacha que terminó siendo Ravenclaw y casi ni siquiera hablaba. Pero no le prestó mucha atención. Se encontraba cansado y hambriento, por lo que quería comer lo más pronto posible para irse a descansar a su habitación. Y eso era lo que había hecho realmente.
De eso, una semana había pasado y las clases comenzaban pesadas desde el principio. Los deberes ya comenzaban a acumularse y los exámenes sorpresa para evaluar lo antes dado eran la orden del día.
Estaba algo deshabituado por los maravillosos meses de verano en los que había sido un simple chico sin preocupaciones más grandes que lo que haría para entretenerse durante el día, y con una familia con seis hermanos siempre había algo interesante que hacer.
Sonrió recordando aquello y no pudo evitar mirar por la ventana hacia el campo de quidditch. Aún faltaba mucho para que la temporada diera inicio, y la espera le estaba matando. Tamborileo la mesa con sus dedos, tratando de encontrar algo que hacer durante la larga hora de Historia de la Magia cuando sintió una mirada fija en su persona. Se giró para buscar a la persona que lo miraba con tal intensidad, pero no encontró a nadie, ya que todo el mundo estaba dormido o conversando con el compañero de al lado. Aburrido de no poder hablar con nadie, porque sus compañeros estaban profundamente dormidos, decidió seguir su ejemplo. Y acomodándose lentamente en el pupitre, se quedó dormido mientras la voz de Binns se extinguía en medio de su cátedra sobre la revolución de las hadas.
Octubre del 88
Sonrió al sentir la brisa otoñal revolver sus cabellos. Había pasado poco más de un mes desde su llegada y las cosas habían andado bien. Tal vez no tenía las mejores notas como Bill o Percy, pero le iba bastante bien. Durante ese mes que había pasado había tenido la oportunidad de pensar acerca de su vida y como la había estado llevando.
Se reprochó a si mismo por haber dependido de su hermano mayor para guiarlo y de extrañarlo tanto, únicamente porque se sentía más solo que nunca. Él debía extrañar a Bill por la distancia, y no por no saber que hacer de ahora en adelante y depender de él para guiarle en el camino. Estaba frente a la primera situación que afrontaría por si mismo, y lo estaba haciendo realmente mal. Sonrió ante el pensamiento de su hermano mayor mirándolo reprobatoriamente, para luego soltar una carcajada y palmearle cariñosamente el hombro diciendo que todo estaba bien.
Pero ahora tenía todo a la mano para remediarlo, y por su escoba que lo haría. Dejaría atrás todo sus temores e inseguridades y se embarcaría en su propia lucha.
Se levantó dispuesto a empezar ese mismo día, y por ello comenzaría con ir al campo de quidditch. Siempre lograba relajarlo el estar volando por todo el campo, y ahora que por fin era capitán, sentía un llamado silencioso por aquel lugar. Sonriendo levemente se dirigió al estadio, dispuesto a pasar un buen rato en su escoba, sin importar clases o deberes. Ya luego se las arreglaría con ellos. Ahora lo único que interesaba era la libertad que le proporcionaba el estar volando.
Los días habían pasado misteriosamente rápido y aunque les dejaban cada vez más deberes, notó como lograba hacer malabares con su tiempo para tener todas las cosas hechas a tiempo, volar todos los días un rato y poder visitar a Hagrid y a Fang.
Ciertamente había pasado días donde casi ni podía dormir por haberse quedado girando y haciendo piruetas en el aire, o conversando con Hagrid de todos aquellos maravillosos seres que habitaban el bosque prohibido, y él no podía ir a ver con sus propios ojos. O al menos eso es lo que su amigo guardabosques pensaba de él, pero la realidad era un poco distinta a eso.
Pero ese día no era momento de pensar en ello. No, ese día era libre de cualquier carga escolar, cualquier pensamiento estresante. Era Halloween. Y Halloween representaba un sinfín de posibilidades nuevas, que aunque era cada vez mayor para esa celebración, siempre se mantenía cierta magia completamente distinta a toda la que diariamente circulaba por los pasillos y salas del castillo. Y esa magia solo se podía vivir ese día del año.
Se dirigía al Gran Comedor luego de haberse duchado y cambiado, ya que sentía y se veía sucio luego de pasar largo rato entre las nubes, surcando los cielos con su escoba y atrapando la escurridiza snitch que dejaba ir cada tanto.
Había visto a varias personas en las gradas, observándolo volar. Y aunque no le molestaba, tampoco le era muy cómodo. Podía escuchar los murmullos de las jóvenes que esperaban a que bajara para acribillarlo a preguntas sobre su hermano mayor, como siempre, y misteriosamente también, sobre si mismo.
Se sintió extrañado ante el cambio, pero no pudo evitar sonreír, lo que acarreó muchas dificultades para abandonar a tan adorable compañía. Y de lo que antes no se había percatado, lo golpeó en la cara. Muchas personas se acercaban ahora a él por ser Charlie, simplemente Charlie y no el hermano menor de Bill.
Sabía a ciencia cierta que eso tampoco era tan maravilloso como pintaba, porque muchos problemas se esconden tras la fama y la popularidad. Y estaba tan acostumbrado a ser simplemente él mismo y no ser notado en demasía, que era algo fastidioso que toda esa atención estuviera centrada en él. Ahora por ello admiraba un poco más a Bill, que lograba manejar ese tipo de situaciones a su antojo.
Iba algo distraído, por lo que sintió un pequeño cuerpo chocar contra él, para luego escucharse un golpe seco. Él permanecía de pie frente de la gravedad y la fuerza con la que habían chocado, para luego agacharse y ayudar a la pequeña masa de cabello castaño, que recogía rápidamente sus cosas. Tomó con cuidados los libros y los ordenó para luego pasárselos a la joven, que miraba para otro lado. Sin darle importancia a ello, se disculpó con la joven y siguió su camino luego de haber visto marcharse. No recordaba ese rostro, pero se le hacía levemente familiar.
Entró al gran comedor y se maravilló año tras año con la decoración que había y sin más que hacer, se dejó envolver por la atmósfera. Tal vez así todo sería más fácil.
Diciembre del 88
Noviembre había escurrido entre sus dedos como si fuera agua, y antes de que se percatara, ya estaba en Diciembre. Lo poco que podía recordar del anterior mes había sido el inicio de la temporada de quidditch y sus responsabilidades como capitán de Gryffindor. Aunque aún no había tenido oportunidad de demostrar su capacidad en el campo en este nuevo año, estaba deseoso de jugar pronto el partido contra Ravenclaw.
Pero lo días antes de las vacaciones de Navidad se tornaban cada vez más asfixiantes y la obligación moral de ser un buen equipo para su casa también lo estaba llevando al límite. Justo en esos momentos se sentía más encerrado y aprisionado que nunca, cuando esa sensación era algo a lo que no quería enfrentarse.
Amaba demasiado su libertad como para tener que verse aprisionado por cadenas invisibles como las que lo ataban a una responsabilidad que no podía aún ver, pero casi llegaba a palpar. Y por eso se sentía más amargado que nunca. Ya ni siquiera había tiempo para una de sus pequeñas exploraciones por los límites del bosque prohibido.
La primera semana se había ido entre exámenes y entrenamientos, dado a que faltaba pocos días para el último partido del año, que sería disputado entre Gryffindor y Ravenclaw. Gruñó ansioso y deseó que el tiempo pasara un poco más rápido para salir de toda esa ansiedad y duda que llevaba encima. Tal vez si no todo se redujera a aplastar a su contrario para aumentar el marcador de la copa de las casas y estar un paso más cerca de la copa de quidditch, podría relajarse un poco más y disfrutar de la experiencia de volar.
Y el tan esperado día llegó, con una aplastante victoria por parte de los leones, que rebosantes de alegría decidieron homenajear al amable capitán, pero este se sentía perturbado y ensimismado. Entre halagos y vítores hacía su desempeño de jugador y de capitán, se fue la tarde. Y se sintió sólo de nuevo, pero esta vez la sensación de vacío fue mayor que al notarse alejado de su apoyo. Esta vez, ni siquiera su hermano Percy había recordado que era Doce de Diciembre. Ese día era su cumpleaños. Pero la celebración de la victoria opacó cualquier tipo de celebración diferente, y todos los que importaban olvidaron su cumpleaños. Sus compañeros de cuarto, y sus amigos. Ni siquiera la lechuza de la familia había venido a traer una carta.
Sin prestar atención a las replicas o a las peticiones, subió a su alcoba y se dispuso a acostarse en su cama. Fue cuando descorrió los doseles de su cama, que lo encontró.
Ahí, perfectamente envuelto con papel rojo, se encontraba una pequeña caja cuadrada. Se acercó titubeante y la tomó entre sus manos. Decidido a agradecer a aquel que se había acordado de él, en medio de toda esa celebración, buscó el remitente en el regalo o alguna tarjeta. Pero no halló nada. Suspirando comenzó a desenvolver el regalo con titubeo, mientras su anchas y grandes manos trataban con cuidado el regalo.
Era una cajita de terciopelo. Extrañado ante el regalo, se preguntó si no se habían equivocado de cama o de habitación. Pero la curiosidad de conocer el interior de esta, lo llevó a abrirla. Reposando tranquilamente se encontraba una cadena de plata. Una cadena con un dije que no pudo dejar de ver por horas. Un Dragón. Lo palpó con la yema de sus dedos, para encontrarse con un grabado atrás. Acercó su varita e iluminó el dije, leyendo la fecha y una pequeña leyenda, "Feliz Cumpleaños". Sonrió sin ser conciente de ello y supo, que aunque su familia al parecer no recordaba y las demás personas no le importaban. Aún había alguien que se tomaba el trabajo de pensar en él. El único problema de ello, era que no sabía de quien se trataba.
Se quedó allí contemplando el frío metal, hasta que se la colocó en su cuello. Se sentía muy bien aquel frío contacto. Sonrió levemente, mientras se cambiaba de ropa, luego de haberse duchado en los camerinos. En ese momento un picoteo a la ventana lo advirtió. Se encaminó a la ventana y encontró la lechuza parda que allí se encontraba. La acarició en silencio a modo de saludo, mientras esta le extendía un paquete. Al parecer, la celebración de su cumpleaños sólo había llegado tarde. Sonrió ante la multitud de colores y garabatos en la envoltura. Ron y Ginny. En ese momento, y mirando como la lechuza se iba a la lechucería a descansar un poco, sonrió ensimismado. Ahora todo estaba en orden.
-Bienvenido a casa, Charlie.- dijo Bill, mientras le palmeaba el hombro y lo recibía con una sonrisa. Se había decidido a pasar las vacaciones en familia, y despejarse de todas sus cargas. Ahora no se perdía tanto en los preludios del colegio, y pasaba un poco más de tiempo con sus compañeros de casa y sus amigos. Pero un momento en familia, en medio de todo ese cambio era algo sumamente refrescante.
-Gracias, Bill. Gracias por todo.- respondió Charlie recordando la carta recibida, mientras lo miraba con una sonrisa y le daba un abrazo, para luego seguir adelante y saludar a los demás. Bill se quedó observando a Charlie y sonrió. Había crecido un poco y su personalidad también estaba cambiando. El segundo de los hijos de la familia Weasley siempre había sido de espíritu libre y de sueños de libertad, pero se había atado a si mismo a cadenas invisibles al no dar un paso sin que antes lo diera Bill, aunque ni siquiera fuera conciente de ello. Pero ahora las cosas habían cambiado, y los ojos verdes de Charlie lo dejaban entrever. Allí residía toda la verdad de esa alma. Y Bill sabía que Charlie estaba destinado para algo distinto a los demás, y que tendría que aprender sus experiencias de otra manera, para superar sus propias limitaciones.
Porque su hermano era alguien completamente distinto a como lo era ahora, y la sabiduría se escondía tras esos ojos. Tal vez no en forma de conocimientos que se hallan en los libros, sino en otro tipo de saber. Un saber que pocos obtienen, y que se nace con él. Y Charlie era de esos pocos afortunados, sólo que aún no se daba cuenta.
Enero del 89
De regreso al estudio y al campo. Definitivamente pasar esos días con sus hermanos había sido una experiencia fantástica y refrescante. Ahora podía ver muchas cosas con claridad y actuar mejor en diversas situaciones a las que anteriormente no se había visto involucrado. Como esa maravillosa experiencia que era el haber convencido a Hagrid de permitirle acompañarle un par de veces al interior del bosque prohibido.
Y ahora sintiéndose pleno, no había dejado que las cosas le estresaran a tal punto de llegar a su límite, aunque incrementó las prácticas de quidditch para prepararse al siguiente partido contra Slytherin. Partido que era sumamente importante para ellos, tanto como para la copa de quidditch, como para la de las casas, dado que Gryffindor se había visto envuelto en serías dificultades, relegándola a un tercer lugar en el escalafón. Escalafón que lideraba Ravenclaw a pesar de haber perdido su primer partido de quidditch, pero que se recuperó al vencer por una gran ventaja a Hufflepuff.
Ahora entrenaban más tiempo y más duro, pero sin llegar a extralimitarse. No quería sobre exigir a sus jugadores, y tampoco quería hacerlo consigo mismo. Y los resultados se estaban viendo. Su equipo era el mejor de Gryffindor en varios años y todo gracias a sus esfuerzos en conjunto.
Pero eso también atraía a las jóvenes del colegio, que parecían perseguirlo a todas partes. Ciertamente era halagador, pero a la vez fastidioso al no poder pensar tranquilamente o disfrutar un rato entre risas con sus compañeros de cuartos y sus pocos amigos. Pero el problema que lo afectaba realmente era que se encontraba a finales del mes, y con un partido encima, y parte de la población femenina no podía dejar de pensar en lo cerca que estaba la salida a Hogsmade y acerca de lo conveniente que era el día.
Sin más que pensar, y decidido a terminar los últimos 20 centímetros del ensayo que McGonagall les había dejado para el día siguiente se fue a la biblioteca, la cual se encontraba mortalmente vacía. En eso se percató de un movimiento, y dirigió su mirada. Allí se encontraba la autora de que Ravenclaw se encontrara en la cima del contador. La misteriosa joven que nunca conversaba, pero parecía saber todo de todo.
La observó unos segundos en silencio, notando su ondulado cabello castaño, y el color tostado de su piel. Recordaba haberla visto varias veces mirando hacia su mesa durante las comidas, pero no podía identificar bien que era lo que veía. Pero jamás le tomó importancia, y tampoco entendía bien porque sus pies se negaban a alejarse. Tal vez se debía a la melancolía que parecía inundar el lugar o la expresión de tristeza mezclada con resignación que cruzaba el rostro de la Ravenclaw, pero se obligó a si mismo a andar. Y sin saber como, se vio sentado frente a la extraña castaña, leyendo y estudiando en silencio.
Tal vez, si iniciaban con un silencio, luego de un tiempo, las palabras surgirían solas de ambas partes.
Había pasado el partido contra Slytherin y habían ganado por poco. Había sido un partido muy duro de jugar y casi todo el tiempo habían estado jugando obligados a escapar de las Bludgers que los golpeadores de la casa de Salazar lanzaban con furia. Y aunque iban perdiendo por varias decenas de puntos, lograron hacerse de la snitch antes que el buscador de Slytherin. Y ese día, luego de tanto tiempo, se permitió saborear y soñar con la copa.
Desde entonces no podía evitar sonreír ante ello. Pero la proximidad con febrero lo ponía nervioso, por lo que se refugiaba en la biblioteca o en la cabaña de Hagrid para pasar el tiempo. Pero cada vez que pisaba la biblioteca, la misma sensación de tristeza y melancolía lo llenaba, y una y otra vez, veía a la misma castaña sentada en su mesa leyendo algún libro, escribiendo algo en un pergamino o simplemente mirando lejos por unos instantes antes de reanudar su lectura.
Llevaba varios días mirándola y sosteniéndole la mirada, cuando se percataba que la veía. Quería saber la razón de la melancolía y el mutismo que la seguían, pero su curiosidad no llegaba a tanto todavía. Aún era más importante el quidditch y las caminatas en el bosque prohibido con su amigo guardabosque.
Febrero del 89
Y había llegado febrero con su olor a flores del campo y las sonrisas iban y venía. Febrero con la magia del florecer de los árboles por causa de la inminente primavera. Febrero con el aumento del timbre de voz de las mujeres y aumento de las cursilerías. Así había iniciado febrero, junto a todo su poder rojo, blanco y rosa. Y a causa de esto, y más trabajos, se vio recluido en la biblioteca, porque hasta los terrenos de Hogwarts ya no eran seguros para alguien que quería escapar de un grupo de jóvenes que no sabía a ciencia cierta de donde provenían, pero que se auto declaraban sus seguidoras más fieles.
Desde entonces, todos los días se sentaba en la silla frente a la castaña de Ravenclaw. Y día a día hacia sus deberes en silencio, procurando no molestar a la joven y no incomodarse a si mismo al no saber abordarla. Pero la curiosidad comenzó a crecer lentamente en él, y se preguntó por primera vez cual era su nombre.
Luego de preguntar a algunos de sus compañeros y amigos, por lo que descubrió su identidad. Se llamaba Hermione, Hermione Hales. Estaba en su mismo año, y compartían muy pocas clases juntos. Era la mente más brillante de toda la casa de Rowena, y no hablaba con nadie más allá de lo necesario. Se pasaba el día entre los libros o tejiendo en la sala común.
Esa era toda la información que había obtenido luego de sus preguntas, y le parecía poco. Levantó su mirada y se encontró con los ojos cafés que lo miraban fijamente, con varias emociones mezcladas y que no podía terminar de definir. Pero no se quedaría con el silencio esta vez, al menos, quería escucharle decir algo más que una respuesta al profesor. Reclutando todo el valor que le quedaba, decidió hablar.
Un desastre. Definitivamente esa semana había sido un desastre y la guinda del pastel era la salida a Hogsmade. La bendita salida de San Valentín. Luego de huir de ese nuevo y autoproclamado club de fans, que no entendía bien cuando y porque se había expandido tanto, se vio obligado a permanecer oculto.
No le interesaba salir con nadie de paseo por el pueblo, y tampoco tenía interés alguno en ninguna de las jóvenes que lo perseguían. Tan sólo quería estar tranquilo ese día y que mejor lugar que la biblioteca. Allí, como todos los días estaba acomodada Hermione. Había logrado cruzar algunas palabras con la chica, y era bastante cortés, aunque algo distante. Pero al parecer poco a poco lograba atravesar la barrera que la separaba de todos, porque cada día lograba arrancarle más palabras en una conversación y no el simple hola de antes.
Sonrió al verla leer meticulosamente un libro de pociones, y tomando uno de criaturas mágicas, se colocó frente a ella y empezó a leer. Sintió la mirada de la castaña y levantó sus ojos para notar la extrañeza en aquellos orbes cafés. Sonrió tranquilamente mientras se encogía de hombros. Ese día no tenía ganas de nada más, que estar tranquilo. Y quien mejor que la tímida joven que se sentaba frente a él, para hacerle compañía.
Abril del 89
Marzo pasó casi sin darse cuenta, entre estudio, prácticas y conversaciones con Hermione. Poco a poco había podido entablar una relación de conocidos con ella, y escuchado varias opiniones acerca del mundo y de la libertad. Pensó que su curiosidad iba a disminuir al saber un poco más acerca de ella, pero al contrario, cada vez se hacía necesaria nueva información para el registro mental que llevaba inconcientemente. Y eran muchas cosas las que iba descubriendo entre sus pláticas.
Supo que era muggle, y vivía en Liverpool. Le gustaba leer hasta que le ardieran los ojos, y disfrutaba de una buena compañía. También notó que era bastante fiel a sus creencias y a sus ideales, lo cual lo sorprendió al notar que parecía tener el perfil de los leones, pero aun así era Ravenclaw.
Habían compartido muchos momentos y entablado otras muchas conversaciones, por lo que poco a poco comenzó a conocer a la verdadera persona tras la mente prodigiosa que enorgullecía tanto a los Ravenclaw, pero que aún así, no se dignaban a acercarse a ella. Y poco a poco logró cruzar la barrera que la separaba de todos y se maravilló de lo que encontró al entrar. Ella era distinta a todas las demás personas que había conocido, y eso era algo sumamente excitante y refrescante entre ese mar de monotonía en la que se había convertido su vida estudiantil.
Y fue en una de esas muchas tardes de estudio, en las que terminaban conversando de casi cualquier cosa, que se dio cuenta que había comenzado un camino sin regreso. Lo supo desde el mismo momento en que la vio sonreír por primera vez, y supo a ciencia cierta, que estaba más que perdido.
Estaban a finales de mes, y con la copa de quidditch casi en el bolsillo. Slytherin había aplastado a Ravenclaw en el partido que habían jugado, y ahora solo faltaba que Gryffindor venciera a Hufflepuff para coronarse como campeones. Y estaba nervioso y ansioso ante lo que faltaba para que se diera el partido. Le había costado el mundo convencer a Hermione para ir a verlo jugar ese día, luego de la negativa rotunda hacia cualquier cosa que tuviera que ver con el quidditch y las escobas. Y ahora hacía entrenar más duro y más tiempo a sus jugadores, lo cual le estaba pasando factura al no poder mantenerse despierto durante las clases, porque ocupaba las noches para hacer los deberes que debía presentar.
Fue en uno de esos entrenamientos en que la vio caminar hacia el estadio y sentarse en una de las gradas, con el libro que nunca le abandonaba, sin importar las veces que lo hubiese leído. Estaba allí, sentada tranquilamente releyendo "Hogwarts, una historia". Olvidándose del entrenamiento y que la snitch estaba a unos metros de distancia, descendió hasta estar a su altura y la saludó. Pero ella lo ignoró para poner sus ojos en su equipo. Luego de unos segundos en los que no entendió su evasiva, la vio mirarlo fijamente y con el entrecejo fruncido.
Fueron casi diez minutos de reproches y regaños por tener a todo el equipo de Gryffindor en esas condiciones, y lo cansados que se veían. Y sintiéndose derrotado, les dio permiso para bajar y dejar la practica hasta allí. Y sin prestar mucha atención a los vítores y frases de alegría que le lanzaban a la castaña, se sentó junto a ella a ver el campo, mientras ella leía en silencio. Y pasaron la tarde así, acompañándose en silencio hasta que el sol se ocultó y los obligó a dirigirse al castillo a comer.
Mayo del 89
Mayo había sido revelador en muchas formas. Luego de haberse ganado el merito de ostentar la copa de quidditch, frente a todo el colegio y frente a Hermione, se dio cuenta que las cosas iban más allá de un simple retorcijón que le invadía cuando la veía sonreír. Era algo más, que durante meses se quiso mantener escondido, pero ahora era demasiado claro.
Tenía sentimientos muy fuertes hacia la joven de mirada sincera y sonrisa esquiva. Pero el único problema era colocarles nombre a esos sentimientos, y es que el miedo se apoderaba de él, que le impedía hurgar más a fondo en su corazón.
Mayo se lo había pasado deliciosamente encerrado entre libros en la polvorienta biblioteca, estudiando para exámenes y había renunciado a escaparse a los limites del bosque, como solía hacerlo, sólo para pasar un poco más de tiempo con Hermione, que parecía no querer abandonar ese lugar, hasta que se vio tan llena y escandalosa la biblioteca, que se vio obligada a ir a otro lugar a estudiar. Y al pasar tanto tiempo junto a ella, notó como lo obligaba a estudiar, casi sin notarlo, y como él cedía también.
Fue así como los exámenes de fin de año pasaron y sus notas sufrieron un incremento considerable, lo cual lo enorgulleció bastante. No tanto por la calificación en si, si no por la sonrisa cómplice que Hermione le había regalado ese día al ver sus notas.
Junio del 89
Luego de haber terminado con todos los exámenes, y teniendo mucho más tiempo libre, logró volver a sus viejas andanzas, pero esta vez, iba acompañado. Le había costado cierto trabajo y mucho de su poder de convencimiento para lograr llevar a Hermione a acompañarlo a sus escapadas para volar en escoba sin que nadie más lo molestara. Simplemente por el deseo de volar, y sentir el aire pasar entre sus cabellos y chocar contra su cara. Claro, que era reconfortante ver la expresión de eterna preocupación que cargaba la castaña al verlo hacer todo tipo de piruetas en la escoba.
También habían tenido tiempo para compartir con Hagrid, a quien tenía mucho rato sin visitar. Y quien se alegró de verlo acompañado. Sonrió ante el rostro avergonzado de Hermione, al hacer alusión a lo bonita que era, todo dicho por parte del guardabosque. Aunque el mismo sabía que pensaba lo mismo que su amigo. Y ese día se había ido entre charlas de animales milenarios y místicos, entre comentarios de seres raramente vistos y experiencias fantásticas. Ese día, se había sentido como en casa, aunque no se encontrara en la madriguera.
Ahora, frente al tren nuevamente vio todo el año pasar ante sus ojos. Y sonrió nostálgico. Las cosas habían cambiado tanto, desde el momento en que fue a su casa para navidad y ahora, era alguien nuevo.
Subió su baúl con cuidado, para luego subir el de Percy, que iba con una sonrisa orgullosa. Todo había ido bastante bien para su hermano menor, y se alegraba de ello. Lo vio disculparse y dirigirse con sus amigos, entre ellos cierta Ravenclaw que se llevaba demasiado bien con el menor, era la que más resaltaba ante sus ojos.
Sin pensarlo mucho, siguió nuevamente su tradición y se dirigió al último compartimiento a ver todo el viaje de regreso. Caminó con cuidado, preguntándose donde se encontraría Hermione en ese momento y si tendría la posibilidad de presentársela a Bill y su familia, antes de que se tenga que marchar a su casa en Liverpool. Abrió la puerta del compartimiento y se sentó sin mirar, fue entonces cuando un sonoro carraspeó, lo hizo levantar los ojos del suelo y se encontró con aquella sonrisa que le robaba el aliento. Al parecer ya no estaría sólo para continuar su tradición.
Hermione estaba allí, con una brillante sonrisa y al parecer, pasaría todo el viaje a casa juntos, dando paso a una nueva tradición.
