Prólogo.

En la sala de visitas del recinto penitenciario femenino, apenas se podía encontrar algunas mesas cuadradas de madera con sus cuatro sillas correspondientes. En aquel austero y frío lugar iluminado por unas farolas blancas y sin acceso a la luz natural, esperaba un hombre, de traje de diseñador y de un fuerte azul marino, que con sus largos dedos golpeteaba impaciente sobre la mesa, mientras recorría con su vista oscura las murallas húmedas y carentes de color, desviando su atención de tanto en tanto hacia la puerta de metal que separaba la habitación del corredor que estaba custodiado por cuatro gendarmes, uno de los cuales, al menos diez minutos después que él llegó a esa lasa, custodió la entrada de la mujer que vestía un uniforme gris, que mucho distaba de las prendas que esa mujer usó tiempo atrás.

El hombre, con la caballerosidad que lo caracterizaba, se levantó de su incómoda silla para recibir a la mujer, quien lo miró de pies a cabeza con su siempre altiva estampa, la que no había perdido en dos años de reclusión, menos cuando tenía la claridad absoluta que ese hombre a quien había ordenado buscaran, podía sacarla de la cárcel.

―Señora Masen ―la saludó el hombre con voz profunda, mientras el gendarme los dejaba a solas, cerrando la puerta de metal tras él.

― ¿Fue su curiosidad lo que lo trajo hasta aquí? ―Preguntó a su visitante, ubicándose al otro lado de la mesita justo frente a él. El invitado alzó una de sus cejas y soltó una risa incrédula, imitando a Elizabeth.

―Tiene usted razón, en parte, aunque si cree que no sé de usted, está equivocada; la conozco ―admitió desabrochándose el botón de su americana gris―. Por cierto, no soy abogado si es que pensó en mí para ayudarla a salir de este lugar.

―No es abogado, pero lo hará, me sacará de aquí. Me lo debe, se lo debe a mi padre, gracias a quien usted ahora tiene la posición que presume.

El hombre ahora sí estaba sorprendido. La mujer había dado por seguro que él la sacaría de la cárcel, y que ciertamente sabía a la perfección, o recordaba —más bien— su vínculo con la familia que ella había enlodado.

―Es cierto, soy un hombre exitoso y no puedo negar que mi mentor fue don August Masen ―admitió, recordando la historia de aquellos años, cuando comenzó―: Trabajé como mano derecha de su padre, recuerdo que entré a sus empresas siendo apenas un chiquillo y me dedicaba a hacer los mandados. Me gané la confianza de su padre por mi tenacidad, siempre diciendo él, lo mucho que admiraba esa cualidad en las personas, premiando a los perseverantes como yo que no se conformaba con lo que tenía, que en aquel entonces era muy poco. Fui un joven fiel a las demandas de don August y así como mi lealtad iba siendo puesta a prueba, él me premiaba ascendiéndome hasta que pude valérmelas por mí mismo.

―Omite usted los hilos que mi padre movió para…

―Lo que gané lo hice por mi propio esfuerzo ―contradijo, tajante interrumpiéndola―. Su padre no me regaló nada, usted ha de recordar que él no gustaba de hacer caridad con nadie. Si lo conociera bien sabría eso… como sabría que el pobre hombre ahora mismo ha de estarse revolcando en su tumba de saberla en este… lugar.

Elizabeth alzó el mentón con desafío, sin apartar su mirada de las provocadoras palabras del hombre, que no escondió su satisfacción al saberse ―de momento― más poderoso que ella.

En realidad no podía estar cien por ciento segura que ese hombre la fuera a sacar de la cárcel, sobre todo con la actitud tan altiva que chocaba con la suya. Estaba a punto de perder la paciencia, a punto de levantarse y golpear la mesa con su puño y restregarle en la cara a ese hombre que si se podía dar el lujo de usar ese caro traje de diseñador, era gracias a su padre y a ella misma. Además, sabía ella que ese hombre que ostentaba suficiencia, tenía sus manos manchadas de sangre, que esa había sido la manera de sumar puntos con August, su padre. Pero debía mantener la calma y procurar controlar la situación, pues estaba en juego su libertad y recuperar lo que había perdido… además de meter a la cárcel al maldito nieto suyo que la despojó de todo. Cuando todo eso sucediera, ella podría morir en paz, pero para eso faltaba mucho. De momento debía concentrarse en obtener la confianza de ese hombre, la que en el pasado le entregó a su padre con incondicionalidad.

―Señor… ¿Patterson, verdad? ―preguntó ella, a lo que el hombre solo asintió, estrechando su mirada tensa hacia la suya. Ella relajó sus hombros y usando ahora un tono más bien suave y conciliador―. Agradezco que haya aceptado venir después que mi abogado lo contactase. El tiempo que he estado…

―Elizabeth, qué diablos quiere ―interrumpió él, atreviéndose a tutearla. Ella en otro momento hubiera reclamado su atrevimiento, pero ahora debía aguantarse―. Soy un hombre ocupado que odia perder su tiempo.

―Quiero que me saque de aquí. Usted tiene los medios necesario para hacerlo. ―Dijo entonces sin rodeos. El hombre soltó una corta risa de incredulidad.

―Le recuerdo que está aquí porque mató a una persona… entre otras cosas ―le recordó él― y es verdad que tengo medios que podrían ser capaces de sacar a alguien de la cárcel, pero ante un crimen flagrante como el que usted cometió…

―Fue un accidente ―se excusó ella, girando su vista hacia otro lugar que no fueran los taladrantes ojos oscuros de ese hombre― tengo ochenta y un años, es fácil comprobarlo.

―Usted está más lúcida que cualquier mujer joven que pueda conocer.

―Pero eso solo lo sabemos usted y yo… ―sonrió ella con ferocidad, atreviéndose a regresar su miraba hacia el hombre, quien ahora tenía un destello de curiosidad en su mirada, y aprovecharía aquellos― tengo un plan muy bien labrado en mi cabeza, que si sale como espero, nos traerá beneficios, a usted y a mí.

― ¿Qué tipo de beneficios?

―Los que a un hombre ambicioso como usted le gustaría tener.

Él inspiró profundo y afirmó sus codos sobre la mesa, pasando sus manos por la barbilla impecablemente afeitada, sin despegar sus ojos de Elizabeth Masen. Ella no podía saberlo, pero él amasaba una antigua fascinación con todo lo que tuviera que ver con su apellido. Siempre quiso ser parte de esa familia que para él, en aquellos años donde no era nadie, significaba la cúpula del poder, tan rodeada de aristocracia y fortuna. Había sabido de la muerte del viejo August, y había seguido como un obseso, la vida de la mujer expectante frente a él. También fue espectador de la caída del imperio Masen y de todo lo que rodeó el desplome de aquella mujer. Por eso cuando el abogado de Elizabeth lo contactó, él inspiró el aire lleno de satisfacción por el hecho de que esa mujer no se hubiera olvidado de él, pese a que en aquel entonces, ella lo miraba como un insecto. Ahora, y a pesar que él tenía todo lo que un hombre desearía, iba a cobrarse de todo aquello que en aquel entonces, le era imposible de tener.

―Elizabeth, ―la tuteó otra vez incomodando otra vez a la mujer, que tensó su espalda pero que sabiamente se quedó callada― voy a sacarla de aquí, pero tendrá que entender que quien tiene el sartén por el mango soy yo.

―Me alegra que esté de acuerdo conmigo, en que dos años de prisión por haber cometido un accidente, son demasiados para mi, que tiene tantas cosas por resolver allá afuera ―se atrevió a decir sin un ápice de culpa. Él alzó la comisura de sus labios en una sonrisa incrédula a la vez que movía su cabeza sutilmente. A esa mujer, ni dos años en prisión le enseñaban algo de humildad… cuestión que él celebraba.

―Soy todo oído, señora Masen. Dígame qué plan ha labrado y cómo es que entro yo en él.

Ella inspiró con satisfacción, comenzando a contarle los detalles de su plan dentro del tiempo que le quedaba de visita. Dos años planeando eso, con ahora un aliado tan poderoso, era de buen augurio para saber que las cosas finalmente saldrían como ella quería.

¡Mis niñas! Ya estamos de regreso. Esto es apenas el epílogo y espero que me sigan acompañando los miércoles que será el día de acutalizaciones.

Les dejo un abrazo y como siempre, a mi super quipo Gaby Madriz, Manu de Marte, Maritza Maddox.

Todas invitadas a pasar al grupo de facebook: groups/Subversivas/

Besotes y abrazos! Y nos reencontramos el miércoles.

Abrazos a todas!