«Tacna, que era otro tiempo cautiva,
su albedrío, por fin, redimió
por fundirse en la raza chilena,
que es su fuente de vida y su honor.
Ella misma fijó su destino
de energía, de gracia y salud,
recibiendo lumbradas eternas
de la espléndida Estrella del Sur».
El himno de Tacna según el Trovador de Arica. Extracto de "la Aurora de Arica", del miércoles 26 de agosto de 1925, en plena época del plebiscito en que se decidiría si Tacna y Arica pertenecerían, a futuro y de modo perpetuo, a Chile o a Perú.
Los sentimientos de Tacna
Perú se ha quedado todo el día pintando su cuarto, hace como diez años que no hacía algo parecido. Pero se hartó del color melón. Ahora el azul marino mitad celeste cree que queda mejor para su habitación. Mientras se queda revisando unas fotos que encontró con Chile y Tacna... Aprovecha para mandarle un mensaje al nombrado.
«Corazón ❤»
Chile siente su celular vibrar, pero antes de sacarlo mira de reojo a Tacna, que bebe de un frapé, sentada enfrente suyo. Disimuladamente lee el mensaje en pantalla. «¿Eso es un corazón corazón, un 'corazón, Corazón', un 'Corazón, corazón', o un ❤?»
Perú se ríe.
«El apelativo válido solo para ti, ¿cómo la pasan?». Y casi al segundo, adjunta un selfie de él manchado de pintura y un puchero.
Chile se ríe, también.
—Mira a tu señor padre —le sopla a Tacna, y le muestra la foto.
Tacna levanta las cejas.
—Y luego él es el adulto...
—Lo mismo digo yo. Ni se da cuenta del algodón de muerte que está echando a perder así —concuerda el chileno, tomando de su café.
Hacen equipo contra Perú, al parecer.
—No es capaz de elegir un trapo que no usa —niega con la cabeza la chica, dándole otro sorbo a su frapé propio—, aunque ha elegido un color bonito... —susurrito.
—¿Para mancharse o para vestir? —Chile se sonríe de medio lado. Mirándola con condescendencia hacia Perú.
—Para mancharse —le mira fijamente.
Perú suelta un suspiro y le manda otro mensaje «voy a hacer pionono después :)», trata de llamarle la atención porque no contesta.
—Sí, sí es bonito. Y hablando de ropa y colores bonitos —Chile se hace el desentendido—, ¿estás bien de ropa? ¿Te hace falta algo? —es un poco torpe en todo esto. Es que él vivió mucha carencia. Mira de reojo y toma a la rápida el celular para contestar.
«Qué rico, a qué hora tenemos que llegar? Pasamos a tomarnos un cafecito».
—Tengo bolsas de ropa sin usar —comenta con las cejas alzadas. Ya que su ciudad es puro comercio—, todo con plata de tu gente, así que gracias, papi —sonríe—, sólo me falta un carro bonito... —deja caer, la ambiciosa.
«No sé, amor, cuando acaben, yo solo te digo que haré :$» le contesta Perú al mensaje.
—¿Segura? ¿Zapatos? ¿Ropa de cama? —la mira respirando lento—. La bencina está muy cara... Pero si pasas el examen chileno —de manejo—, quizá pueda hablarlo con tu padre —mira la pantalla—. Quien pregunta a qué hora vamos a llegar.
—¿Y por qué no el peruano? —ja, todo porque hay miles de falsificadores de brevetes—, aunque, imagino que mientras más difícil, más jugoso será el premio, ¿no? —lo mira llena de inocencia—. Uh, iremos cuando Arica se disculpe conmigo —abre la tapa y se chupa la crema del sorbete.
—Son dos cosas diferentes, Tacna, sólo quiero saber que puedes manejar bajo mis estándares —carraspea, no entiende por qué tanto escándalo por un vestido—. No digas eso, es tu hermana. Por último yo —remarca el pronombre—, te compro otro vestido. Más bonito.
—Tú te preocupas harto por mí y el otro idiota, pelele... —refiriéndose cariñosamente a Perú—. Ni me compra nada, ni se acuerda de mí, ¡y encima defiende a la obesa de Arica! —se ponen las orejas rojas. Odia a Perú, no sabe por qué no se quedó con Chile. Ah, cierto, en ese momento era un trofeo para probar el orgullo de Perú, todos ponemos los ojos en blanco porque ella sabe bien porque eligió quedarse, que luego haya cambiado por ver que fue una mala elección es otra cosa.
—Arica no es obesa —frunce el ceño—. ¿Y lo has hablado con él? ¿Lo llamas? ¿Lo vas a visitar para espiarlo en mi nombre? —la está regañaaandooooo.
Tacna baja la cabecita.
—Sí lo espío, siempre —sigue jugando con el sorbete en la crema—, lo único que hay que saber es qué ocurre en Lima, ya que todo empieza y termina ahí —resentida con el centralismo de su papá—, ¿quieres saber algo? —le sonríe de lado.
—¿Qué cosa? —le hace un gesto al mesero para que le traiga la carta, la va a premiar con... Más comida—. Siempre me sirve saber qué opinas, estás mucho más cerca de Lima que yo, después de todo —pero qué mentiroso que es para engatusarla, lo peor es que se auto convence.
—¿Ya sabes del tren transoceánico, o algo así, que hará con Brasil y China? —mjijiji, porque hay mucha gente oponiéndose a tremenda deforestación que habrá en la ruta que se ha elegido por Bayovar y no por Matarani, que es más conveniente para la selva—. Su economía está bajando además, pobrecillo.
—Lo del tren me interesa, porque no creo que pueda mantenerlo... Como decirlo... —le agradece al mozo el menú y lo abre, buscando algún pastel—, sin concesionar. Es tremendo negocio.
—Es que el más interesado es China —abre la boca para pedirle al mozo otra carta para ella pero éste se va—. Porque quiere transportar materias primas desde Brasil.
A Perú le arde la oreja izquierda en la casa, mientras ordena el cuarto, a pesar que casi todo esté cubierto de papel periódico para que no se manchen. Con todas las ventanas abiertas de la casa en pleno invierno, para que se sequen las paredes.
Arica está abrigada entera, con bufanda incluida, y un tecito al lado, esperando indicaciones de Perú para lo que debe hacer, con el álbum de fotos a un lado, cerrado...
—¡Ariquita, mi vida! —grita Perú desde la cocina—. ¿Quieres acompañarme por acá?
La nombrada deja de revisar Facebook y se guarda el celular, llevando consigo hasta la cocina su taza.
—¿Ya vamos a empezar a cocinar?
—Sí, anda sacando la taza medidora y el bol —pide Perú, para Arica, sonriéndole y terminando de limpiar el lavadero de los restos de comida, ella le hace caso en silencio.
Chile le extiende a Tacna su carta, para que pida lo que quiera (lo que quiera, lo que quiera, lo que quiera).
—¿Y tu papá, qué opina de eso?
—Dice que plata es plata y relaciones son relaciones, que le conviene —recibe la carta y le roza los dedos a Chile, mirándole a los ojos—. Deberíamos salir más seguido, pá...—o sea, porque la pasa bien con Chile. Y se pone a leer la carta para saber que pedir—. Creo que me provoca un tiramisú.
—Pídalo —le da el permiso, ignorando lo de que deberían verse más seguido porque eso ya lo sabe y tocar el tema le incomoda, le recuerda lo mal padre que es—. Me pregunto qué va a hacer con los puertos —comenta para Tacna, aunque suena a tema de adultos.
—¿Puertos? Será transoceánico —el tren, llama al mozo con un ademán de mano—. Papi, ¿hasta cuándo te quedas? ¿Toda la semana? ¿Sí? —regresa su mirada a Chile—. Quiero pasear más contigo.
—Pero a China de nada le sirve que dejen la carga en la orilla, para llegar hasta China necesitan llevarlo por mar —le explica Chile a Tacna con paciencia.
—Tengo un plano en mi celu, espérame —Dios mío con Tacna. Encuentra la foto y se la enseña, con teléfono y todo.
—No es necesario, tampoco pienso bombardearlo —bromea—. Es más bien curiosidad profesional —le hace un gesto con la mirada a un mesero, del tipo «si no me atienden a la niña como es debido alguien morirá»—, más por el lado económico... —aun así se inclina para ver la fotografía.
—Ajá... —enarca una ceja, con sarcasmo—. Pero bueno, no me respondiste, ¿te quedas más días?
—Me quedaré todo el fin de semana —le contesta, esperando el reto porque son sólo dooooos díííííaaaaas.
—¡¿Qué?! —gritito. Chile, le has roto el corazón...
—¿No te parece suficiente? Pero, mi negrita, es todo el fin de semana —intenta hacerle ver el vaso medio lleno.
—¡Sólo son dos días! Y esto... —traga saliva—. Seguro el domingo en la noche tendremos que acompañarte a tomar tu vuelo —baja la mirada—. Al menos que...
—A menos qué —le corrige Chile—. Me iré en taxi, no los voy a molestar más que eso —le quita suavemente el celular.
—¡A menos que me quede en tu casa, papi! —exclamación estilo hollywoodense.
—¿Quieres venir conmigo? ¿Tienes los pasajes? —levanta una ceja, pidiendo con un gesto que los atiendan.
Todos los meseros han acordado ignorarle al darse cuenta que es chileno. Y el que lo haga… Pierde la apuesta y es gay.
—Puedo comprar uno —se encoge Tacna de hombros y un mozo jovencito llega medio corriendo, disculpándose por su demora (sus compañeros se ríen).
Chile le dice qué quieren, agregando otro café para él (mocachino, se está dando un gusto) y mira a Tacna esperando que agregue algo más.
—Una copita de vino de tinto —pide y el mozo le da a elegir entre el Sunrise, el Santa Julia o el Sangre de Toro—. Ah... ¿Cuál es el chileno?
—El Sunrise —el mozo le señala el vino, el cual es... Por cierto, de variedad Cabernet Sauvignon.
—Entonces quiero una copa de ese —sonríe Tacna.
Chile le mira obviamente dudando de que tome vino, pero niega con la cabeza.
—Yo también voy a querer —decide, para acompañarla, y cuando el mozo se retira, comenta—, es un poco temprano para beber, pero podemos hacer una excepción. Excepción, excepción, Tacna. Esto no se hace.
Van a llegar borrachos entre copa y copa y Perú se va a reír. A reír... Sí. Esa calidad de padre.
—¿Sí? Es que, me ha provocado, aquí los vinos son muy ricos —sonríe y se medio ríe—, ¿qué miras en el celu? —pregunta, señalando el aparato.
«Es que me ha provocado» claro, como eres una vieja cincuentona que se paga todo y eres muy de mundo...
—Esas «provocaciones» son las que debe evitar la gente si no quiere volverse borracha —le dice firme, mira de reojo su celular y lo toma—. Es tu papá nada más, a ver, sonríe, le voy a mandar una foto —decide, «casi» de la nada, con la secreta ilusión de guardar la fotografía también para sí.
—¿Tú evitas las provocaciones, papi? —pregunta—. ¡Oh! Foto... —se sonroja pero se arregla el cabello detrás de la oreja—, pero estoy fea y la iluminación, no sé... —pero si hasta está con rimel y la boquita pintada.
—No seái lesa, tsk —frunce el ceño—, te veís bien —le toma una, súper concentrado, ella sonríe sin mostrar los dientes, mirando fijamente a la cámara. Y luego Chile mira la fotografía más... Como quien mira un tesoro.
—¿Sí? ¿Qué tal salí? —pregunta después de unos segundos, ahora lo mira a él, curiosa por la foto.
El mozo deja una porción de tiramisú en el lugar de Tacna y las dos copas de vino en su respectivo posavasos... Junto con el mocachino para Chile.
—Guapa —le manda la foto a Perú. «En un ratito terminamos» le advierte—. Tómate lento el vino, ¿bueno? —le entrega para que mire.
Tacna sonríe y ya no puede más... Que se levanta de su silla y va abrazar a Chile de improviso. Le rodea con los brazos el cuello y lo atrae hacia sí.
A Chile le toma de sorpresa, y no sabe en principio qué ocurre... Gira, sin levantarse, para poder darle unas palmadas en la espalda.
—¿Pasa algo?
Ella niega con la cabeza y le deja un besito en el cabello.
—No... ¿Acaso no puedo abrazarte? —sonríe. Qué rara es.
—Sí puedes —la aprieta fuerte. El mesero, al verlos, piensa que son una de estas parejitas de jóvenes en que uno es universitario y a la otra le faltan unos años para salir del colegio.
Tacna se separa segundos después y le da un beso en la frente.
—Gracias —vuelve a sentarse y le da un sorbo a su vino.
Chile queda atontado un rato.
—¿Qué hái hecho? —le pregunta, por saber—. Además de todo el tema municipal, se entiende —toma también de su vino, sólo que más rápido.
—¿De verdad quieres saber? —parpadea, parpadea. Esa pregunta no se la hacen nunca—. Ehmm... —quiero impresionar a papá, pero la verdad es que no hay nada nuevo por esos lares—. Subirán algunos inversionistas en un distrito al sur —se relame los labios—, y cosas aburridas —porque todo las noticias de Tacna tienen que ver con chilenos.
—No me refiero a esas cosas —pone los ojos en blanco—. Me refiero a tu vida personal —papá quiere saber a qué hombre asesinar—. Si tienes algún proyecto, si has conocido a alguien, si sales —no la mira directamente al hablar, más bien menea la cabeza—. En resumen, si estás bien, si eres feliz.
—¿Fuera de soportar dos veces por semana a la gorda de Arica? —levanta una ceja y le da otro sorbo al vino, le gusta mucho el sabor, que por lo general es muy cortante si no has comido algo suculento antes—. ¿Chicos? —se ríe, sonrojándose un poquito—, turistas, ya sabes... Aunque también algunas turistas —se pone más colorada. Chile gruñe cuando le menciona a los turistas, y vuelve a hacerlo, más largo, cuando menciona a las turistas—. Nadie que conozcas —cierra los ojos y le da otro sorbo al vino. Recordando las historias de veranooooo~—. Sería más feliz si viviera contigo —agrega, abriendo un ojito.
Chile entrecierra los ojos.
—No le digas gorda a tu hermana, no es gorda, sólo un poco rellenita —se relame, encogiéndose de hombros—. Y puedes venir, ya te dije que puedes si tienes los pasajes, mi negrita, te puedes quedar todo el tiempo que quieras.
Tacna corta un pedacito de tiramisú y se lo lleva a la boca, empezando a devorarlo ya porque el dulce está en su punto (y miren que ella no es de dulces).
—¿Para siempre? —abre los ojos y le brillan.
Chile se ríe.
—No me sentiría tan solito contigo allí, aunque... —la mira con cara de circunstancias y media sonrisilla, sabiendo que lo dice en un sentido casi político-territorial.
—Lo sé —sonríe para que sepa que le entiende—, aunque Perú ni se daría cuenta —de su partida, se encoge de hombros, tomando su copa y dándole otro sorbo.
—No, no —carraspea—. Puedes venir conmigo, pero Perú seguiría siendo tu, ejem... Tutor legal —mueve las manos.
—Mmm... ¿Seguro que él no te dejaría que fueras tú, mi nuevo tutor legal?
—Muy seguro —asiente con la cabeza—. Ya hemos hablado del tema, Tacnita —se soba las sienes—. En el momento... Quizá se hubiese podido, pero ahora no.
Tacna se corta las venas, dramáticamente con el tiramisú.
—Bueno... —suspira, desilusionada, como siempre que sale este tema—. ¿Quieres otra copa más? —porque ve que se la acabó.
—No —toma la de ella y se toma lo que le quede, así, súper car'e palo—. Tu papá nos espera, termínate eso y nos vamos —pero qué pesado.
—¡Oye! ¡Mi vino! —protesta—. Yo quiero una copa más, ya pues, papi.
—No, ya está bueno para una señorita durante el día. En la casa pídele a tu papá que descorche un vino —hace una seña al mesero para que les vayan trayendo la cuenta, como acto de firmeza frente a Tacna.
—Pero papáááááááááá, no es justooooo —se queja, cual niña de cinco años—. Perú no va a querer abrir un vino así porque así —termina de comer con los mofletes hinchados—. Yo lo conozco, ¡dice que ni siquiera estoy en edad para tomar! —se indigna, medio susurrando.
—Así porque sí —le corrige y suspira—. Yo le convenzo. Te lo prometo. Y si te dice cualquier cosa, yo me ocupo de él —se sonroja un poquiiiiitooooo, pero le echa la culpa al mocachino (como si no estuviera ya tibio). Hace una mueca por ello, pero bueno, lo toma por la cafeína más que nada.
—Está bien —le mira con ojos entrecerrados—, ¿seguro?
El mozo llega y le deja la cuenta.
Chile traga nervioso.
—Muuuuuy seguro... De hecho, si no te deja, ¿por qué no sales con tu hermana a carretear, eh? Allí él no podrá negarles que tomen lo que quieran —queriendo quedarse unas horitas solo con Perú.
Tacna parpadea muy rápido.
—¿Lo convencerás de eso también? —se emociona—. B-Bueno... Tú siempre tienes razón y siempre cumples lo que dices —sonríe mostrando los dientes.
—Puedo hacer el intento —toma unos saquitos de azúcar y se los echa al bolsillo—. También tienes que portarte bien, eso sí, ¿ya? —deja el dinero sobre la mesa.
No te preocupes, Chile, que en la madrugada veremos cómo te hace caso Tacna... Bailando encima de la barra, sin calzón y en falda, mientras se baña los pechos en cerveza.
—Papi, eres el mejor —extiende su mano hasta la de Chile, ésa con la que sostiene la taza y le acaricia con la puntita de los dedos los nudillos. El gesto del mayor se suaviza, un montón, y se le nota complacido y domado.
—Mi guagua —le toma la mano y le da un beso—. Ya, mucha cursilería por un día, vamos —la suelta y se levanta, Tacna se ríe y se levanta también, como un resorte.
—Vamos —acercándose a Chile para abrazarlo de la cintura y caminar así—. No me vayas a decir pegajosa, eh, es que no te veo hace mucho... —Tacna ama a Chile. Pero es la forever ignorada.
Chile la abraza de los hombros.
—Cómo te voy a decir pegajosa... Pegote te creo, pero pegajosa —bromea, encaminándolos a la salida (oh, sí, quédense el vuelto).
—Es que pegote me suena más como tonto o para decirle a los chicos —al salir... Le guiña el ojo a un mesero guapo y se sonroja, cambiando la mirada, haciéndose la que no hizo nada—, ¿qué me cuentas tú? ¿Cómo están Pelusa, Tepo Tepo y Fierro Malo?
—Grandes, grandes —mueve la cabeza con sus palabras—, están grandes. Y el Fierro ya está viejo, se la pasa echado, si vas aprovecha de regalonearlo harto —«como despedida».
—¡Oh! —se imagina abrazándolos a todos y durmiendo con ellos, tirándoles comida (alguno que otro dulce, nada excesivo como haría Perú)—. Tengo ropitas para ellos y unas bolsitas de huesos, de esos grandes —hace el movimiento con sus manos—, de premio. Entonces hay que engreír más al Fierro —sabe a lo que se refiere Chile y le da un regustito amargo—. No quisiera que se vaya nunca —susurra con la boquita chiquita.
—A mí tampoco, pero así es la vida mortal... —trata de hacerle señas a un taxi, pero no le hacen caso—. Cuándo tienes perros te vas acostumbrando, como viven mucho menos que las personas —intenta parar otro.
Un taxi se detiene.
Tacna aprieta sus deditos en la costilla de Chile, asintiendo.
—¿Y qué haces cuando eso pasa? ¿Los entierras en un lugar conocido o los cremas? —le mira, enterándose poco de que quería parar un taxi.
—Antes los enterraba, ahora los cremo, aunque sale más caro —le abre la puerta a Tacna para que entre—, les plantaba encimita un arbolito para que se nutrieran... Ahora no sé qué haré cuando se me junten las vasijas.
El chofer parpadea, parpadea, descolocado porque no le han dicho a donde van y de frente se han subido.
—Ehm... Buenas tardes.
—Puedes guardarlas en otro sitio... En cuadros, o sea, hacer cuadros y meterles ahí el polvito —explica Tacna, entrando.
—¿Cómo? —entra por allí mismo, nada de darse la vuelta al otro lado, que es su hija, no una novia. Se acomoda y le dice la dirección al chofer, sin notar su confusión.
El chofer piensa que... Ayayay, el amor, que te vuelve distraído. Se ríe. Tacna le explica que puede hacer manualidades con el polvito, lo puede usar para decorar o para guardarlo ahí.
—¿Nunca se te ha ocurrido? —deja caer la cabeza en su hombro.
—Es que... Suena... Sacrílego —le pasa la mano por el hombro y ella apoya la cabeza en su hombro—. Mi niñita, tan creativa.
El chofer silba, les ha tocado del tipo palomilla y hablador, ¿eh?
—Asu, asu, ¿y…, ya tienen tiempo? Ustedes. ¿De enamorados?
Tacna suelta una risita y abraza más a Chile.
—No, me suena más a honrarlos... —frunce el ceño con la pregunta del taxista.
—¿Nosotros, dice? —Chile levanta las cejas y luego tuerce la boca—. No... Somos familia —por no decirle padre adoptivo e hija, o algo así. Es complicado.
—¡Oh! ¿Es su prima? —morboso detected.
Tacna suspira y cierra los ojos. Se siente segura con su papá.
—Miéntele —le susurra a Chile—, confúndelo.
El taxista pudo haber mencionado el «hermanos» pero no les ve el parecido.
—Casi. Es mi sobrina —lo dijo pensando en mentir—. ¿Por? ¿No nos parecemos? —se ríe.
—¡¿Sobrina?! ¿Cómo va a ser? Si son un par de mocositos… —carcajadas del chofer, que se detiene en un semáforo—. No te pases, ¿no quieres decir que es tu enamorada, seguro? —bromea y Tacna le fulmina porque suena feo y siempre ha soñado con ser la novia de papá—. Claro, no se lo vaya a tomar a mal, señorita, seguro es tímido... A nosotros los hombres nos cuestan algunas cosas que a ustedes, las mujeres, que se les hacen más fáciles —sin parar de hablar, lo mato.
—¿A ver, qué cosas? —contesta Chile con el ceño fruncido, y le hace un cariñito a Tacna en el hombro, lento, como diciéndole que está protegida—. La edad no tiene nada que ver entre parientes lejanos, ¿o nunca ha visto personas de la edad de los hermanos menores de sus padres? Le hace falta calle —no le habla a Tacna, ni para ridiculizar al chofer, ni para tranquilizarla.
—Yo hablaba del sentimiento y el afirmarse mejor en público —es que a los hombres peruanos se les da por negar a la novia a veces—, la verdad... Me suena usté a Vargas Llosa, con eso de que se casó con su tía —se ríe y ni se da por ofendido. O sea, el taxista trata de comparar las dos situaciones.
Tacna sonríe y mira a Chile, con ojitos de corazón.
—No estamos casados, pero si es para alejarla de otros que no sabrán tratarla bien... —se encoge de hombros—. Una buena escopeta sirve mejor —intenta desviar la conversación a un terreno neutral. Como cuando realmente no quieres hablar con el taxista y le respondes lo suficiente para no pasar por maleducado.
Tacna se relame los labios:
—¿No estarás hablando en serio, verdad? —le susurra.
