Hola, soy Youji y les saludo muy saludosamente :V
Bueno… a mí también me agarró la ola de Soul of Gold y, bueno, quería escribir algo sobre los dorados. Diría más pero… no se me ocurre nada.
He aquí algunas cuántas notitas para tomar en cuenta:
AU con algo de la trama original (¿O era la trama original con algo de AU? ).
Muchas tonterías.
Palabrotas… nah, no es para tanto.
Cosas que no son lo que parecen y cosas que parecen pero no son (¿Acaso no es lo mismo?)
Las personalidades de los personajes pueden estar un poco salidas, pero bueno, que se le va hacer.
La pérdida de la dignidad de los personajes y el aburrimiento también pueden ser efectos secundarios por leer este fic.
Muchas tonterías.
Relaciones tanto heterosexuales como homosexuales (hay de tocho morocho)
Un humor tonto e insípido.
Alguna que otra ridiculez.
Conflictos romántico-idiotas –sin sentido.
Muchas tonterías.
Por cierto, he de decir que Saint Seiya y sus personajes pertenecen a su respectivo autor y todo eso, yo sólo los tomé un rato para divertirme y denigrarlos un poco :V
Ya dicho esto, pues les dejó con el pequeño fic.
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Capítulo I
¡Gato, deja eso!
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Aldebarán suspiró profundamente y se pasó una mano por la cara con gesto cansado. No quería enojarse por algo como eso, pero el chico se lo estaba poniendo difícil. No es que fuera una persona descortés, pero le urgía sacarlo del templo de Tauro para seguir con sus cosas y, ¿Por qué no?, darse una escapada al pueblo. Sin embargo, su camarada no parecía querer cooperar.
Sólo había querido ser amable con él cuando aceptó escuchar su triste historia de despecho y cuanta tontería le soltaba esa pobre alma descorazonada y terca…
… bien, en realidad no había tenido la oportunidad de rechazar esa conversación; una hora antes el remedo de Romeo había aparecido tambaleándose a las puertas del segundo templo, alzando la voz y soltando disparates de ebrio consumado sin importarle el espectáculo que estaba protagonizando ni, mucho menos, lo que el guardián de Tauro pensara acerca de su estado.
Aldebarán, alertado por el escándalo, salió al encuentro, sólo para encontrarse con un monigote tostándose bajo el sol del mediodía y desparramado sobre las escaleras de la puerta principal, con la ropa que le había visto hacía tres días pero sucia, apestando a licor y con la apariencia de un triste indigente que hubiera pasado dos días tirado en el mismo contenedor de basura.
No le pareció correcto dejarle en medio de las escaleras, así que lo alzó y cargó con él con la intención de dejarlo en otro lugar donde no estorbara. El templo de Leo le pareció un buen lugar para eso. Sin embargo, no avanzó siquiera diez pasos cuando el borracho despertó de su letargo y comenzó a forcejear con él. Aldebarán, quien no quería lidiar con algo tan molesto, le soltó y cayó al suelo con la gracia de un costal de papas. Le vio intentar ponerse de pie hasta que, después de dos tropiezos – con sus respectivas caídas – lo logró.
El gato se acercó a él con paso lento, mirándole desafiante – o al menos lo intentaba, sus ojos no llegaban a un acuerdo – como queriendo comenzar una pelea.
Luego, vomitó a sus pies.
Y así había sido. Mientras lo llevaba al cuarto que fungía como pequeña cocina para ayudarle a limpiarse, el gato se había vuelto depresivo y parlanchín, tanto como para desahogarse con un paciente y tolerante Aldebarán que fue lo suficientemente amable como para soportarle la hora siguiente. Al principio había tenido pena por el chico, pero a esas alturas ya lo tenía harto. Repetía una y otra vez la misma historia, algunas veces cambiando y otras aumentándole cosas como para que su relato sonase más dramático, aunque al final el desenlace era el mismo: el haber sido rechazado por esa mala mujer sin corazón.
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– ¡Tres veces! ¡Tres malditas veces! – el chico golpeó la indefensa mesa frente a él – ¡No una, no dos! – se dobló los dedos con rabia mientras contaba, dándole énfasis a sus palabras; sus ojos desorbitados estaban rojos y llorosos – ¡Sino tres jodidas veces y nada! ¡Nada! – un nuevo golpe se escuchó y el vaso con agua salió volando, Aldebarán lo atrapó en el aire – ¡Ella siempre dice que No! ¡Y mírame! ¡Aquí sigo yo! ¡Intentándolo como un imbécil! – sorbió su nariz pero los mocos seguían fluyendo hasta su boca. Aldebarán rodó los ojos.
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Primero Dohko y ahora Aioria. ¿Es que acaso tenía que ser él quien lidiara con los borrachos del santuario? Aldebarán se preguntaba si se trataba de alguna coincidencia o si de plano, siempre estaba en el momento y lugar equivocado.
Bueno, al menos el de Leo a diferencia del viejo – ahora no tan viejo – maestro, recordaba su nombre, lo suficiente para pronunciarlo correctamente…
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– ¡Le amo Albirrián! – O bien, lo intentaba – ¡Le amo como nadie más le ama ni le amará en toda la jodida eternidad! ¡Soy tan estúpido! ¡Soy un maldito estúpido por amarle tanto!... ¡Daría mi vida por ella! ¡La tuya, la de todos con tal de verla sonreír! – Aldebarán levantó una ceja – ¡¿Por qué no entiende que soy yo el único que merece estar su lado?! … ¡Yo, yo, yo! ¡Sólo Yo!
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La mesa crujió al estrellar su cabeza sobre ella. Pareció haber quedado inconsciente pues no se movió por dos largos minutos, incluso sus sollozos lastimeros se silenciaron. Aldebarán quiso aprovechar para decir algo, pero de pronto el gato alzó la cabeza y, en un arranque de frenesí, se puso de pie y volcó la mesa con las manos, haciendo un desastre en la cocina.
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– ¡¿Por qué tiene que ser tan terca?! ¡Maldición! – gritó histérico, con la sangre fluyendo de la herida abierta en la frente y los mocos y lagrimones recorriendo su rostro.
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Y así, el amable Aldebarán perdió la paciencia.
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–¡¿Pero qué demonios te pasa?! ¡Deja de destrozar mi templo, chiquillo estúpido! – vociferó y, sin querer (?), le estrelló el vaso que tenía en la mano en la cabeza, mandándolo al suelo por la fuerza de su manotazo y dejándolo inconsciente mucho antes de que cayese nuevamente al suelo.
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No pasó mucho para darse cuenta de lo que había hecho.
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– Demonios – se quejó, sentándose en la silla y echándole una mirada de desaprobación al joven desmayado – ahora voy a tener que ser yo quien limpie todo este desastre…
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Fin del capítulo I
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Notas finales:
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¿Por qué lo sigue intentando?
En fin, el gato es muy terco. Quizá necesite algo de ayuda y un curso sobre cómo hablar con las mujeres (o algo así).
Bueno, de alguna manera es comprensible, si tomamos en cuenta que la mayor parte de su vida sólo fue dedicada al entrenamiento como dorado; supongo que debe tener muy poco tacto para intentar entablar una relación (Y supongo que a ella le pasa lo mismo :V)
Ah… Aioria, eres complicado.
En fin.
Nos vemos en el próximo capítulo (si, amenazo con subir uno nuevo)
¡Chaito! :D
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