Sabor a cacao
Sinopsis
Una nueva cafetería es inaugurada al frente de la oficina de Vegeta Ouji: un multimillonario adicto al trabajo y al orden. Bulma, por su parte, labora duramente para pagar los medicamentos de su famélico padre… el desastre que se avecina tiene sabor a cacao.
Capítulo I: A la orden
Una peli azul comienza a levantarse despacio de la cama al notar los rayos de sol impactar en su rostro. Bosteza y restriega sus ojos del color del mar, mirando el despertador a su lado. 6 am. Un dolor de cabeza insoportable hace eco en su cráneo, recordándole que la noche anterior había tomado de más.
Frustrada decide arreglarse. Aún era muy temprano para ir a trabajar, pero aprovecharía el tiempo de sobra y visitaría a su padre en el hospital. Algo en ella se encogió de sólo pensar en las facturas que pronto debía pagar; sus tres empleos apenas y alcanzaban a rellenar la inmensa cuota mensual.
Su celular vibra y lo revisa de inmediato: es Milk. Un leve sonrojo aparece al revisar las fotos que le había mandado su mejor amiga. Un extraño sujeto la besa en diferentes poses y enfoques como si se conocieran de toda la vida. La última provoca un poco de asco, es ella vomitando en el baño de la discoteca. Por supuesto, ni siquiera es consciente de cómo carajos llegó a casa.
Borra eso, Milk. Le textea, con temor de que las imágenes se divulguen y la gran Bulma Brief quede en la historia como una borrachina más del montón. Su amiga le manda emojis de carita risueña, divertidísima con la situación.
Ni loca. Por cierto, le di tu número, espero que no te moleste. Voltea sus ojos con fastidio. Genial, lo que le faltaba. Para sus adentros, Bulma prometió no beber nunca más en su vida. Le manda a Milk un dedo del medio y cierra la conversación, al ver que no tenía más mensajes. Pero antes de que arroje el celular a la cama, este vibra de nuevo.
Hola. Soy Yamcha, el de la discoteca. ¿Cómo estás? Perdón por escribirte tan temprano. No pude dormir toda la noche pensando en ti. Arqueó una ceja con ironía. Lo más probable es que acabara de llegar a casa. Estuvo tentada de ignorarlo y bloquearlo, pero decidió darle una oportunidad. Desde su ruptura con Zarbon no tenía una relación seria, más de dos años de aquello.
Le escribió cualquier cosa y salió de su casa, rumbo al hospital. Esperaba que su padre se encontrara mejor el día de hoy.
Sus pasos resuenan ante el silencio del pasillo. Camina como si fuera el amo y señor del planeta: mirada soberbia, zancadas largas y rápidas, dejando a su pobre secretaria correr detrás de él.
—Buen día, señor Ouji. — se escucha de la boca de cada uno de los empleados. Los ignora hasta entrar en el ascensor que lo llevaría a su oficina en lo más alto del edificio, cerrando las puertas del elevador en cuanto vio a su secretaria intentar poner un pie en el transporte.
Estúpida mujer irritante. Debería despedirla, piensa. Los constante gritos de la escuincla taladraban sus oídos sensibles. Un poco más calmado, espera a que el número ochenta se haga presente. Tararea una canción de rock, saboreando el próximo concierto al que iría en compañía de Kakarotto y su combo. Se escabulliría de ellos sin que se dieran cuenta y disfrutaría a plenitud a las bandas. Un sonido lo saca de su trance, las puertas del elevador se abren y sale de esta encontrándose con su amplia y ordenada oficina. Arruga su ceño al ver al imbécil de Kakarotto en su magnífica silla de cuero.
—¡Quita tu trasero de ahí, insecto! —menciona iracundo. ¿Quién había dejado pasar al estúpido mayor a su inmaculada oficina? Definitivamente despediría a esa idiota.
—Buenos días a ti también, Vegeta. Pasaba a dejarte tu entrada. —se para sin ganas de tentar su suerte y morir, entregándole el papel al más enano. El orgulloso jefe se sienta en su trono, notando que el asiento estaba un poco caliente. Gruñe por lo bajo, maldiciendo la impertinencia del distraído.
—Lárgate, Kakarotto. —enciende su portátil y empieza a recordar todas las cosas que debía hacer hoy. Alza su vista esperando no encontrarse con el fornido hombre, pero por desgracia aún permanece ahí. — ¿Qué mierda quieres?
—Nappa se accidentó en la moto y no irá al concierto, está hospitalizado hasta nuevo aviso. —dice con angustia. Vegeta alza una ceja, cómo si le importara lo que le pase al odioso de Nappa. Goku continúa, sacando otra boleta del bolsillo. —Hay una entrada de sobra. Toma, puedes venderla o invitar a alguien. ¿Todavía sales con 18?
No. Pero eso era algo que no le incumbía a Kakarotto. Le arrebató la boleta y comenzó a redactar un informe que entregaría hoy mismo a los accionistas de la empresa. El carraspeo de Goku impacientó al gruñón de su amigo, que lo miraba con su común expresión asesina.
—¿Ahora qué?
—Abrirán una cafetería al frente. ¿Vamos en el almuerzo? —su respuesta sería negativa, pero conocía a la sabandija de su amigo y no se iría sin conseguir lo que quiere. Emana un suspiro, y lamentándose por lo que diría, frota su sien en un intento de relajarse.
—No me molestes hasta el almuerzo. —murmura. Contento con el resultado, Goku se retira dando salticos de alegría. Era el único capaz de domar a la fiera Ouji.
Al saberse solo, se afloja la corbata y gira en su silla para analizar la nueva cafetería de la que hablaba Kakarotto. Común y corriente.
Sus pensamientos ahora se dirigen a la boleta en su escritorio. ¿Qué haría con ella? El imbécil ése no dejaba de encartarlo con estupideces.
Bulma salía del hospital con lágrimas en los ojos. No aguantó ver a su padre tan magullado, conectado a un montón de cables e incapaz de mover un solo dedo. Maldijo al estúpido accidente automovilístico, al idiota que conducía borracho y a si misma por no tener más cuidado en las peligrosas curvas de la carretera.
Aquello era una completa mierda. Su madre muerta, su padre en estado vegetal, la cartera vacía y sin novio. Pateó una piedra tratando de desahogarse, pero no sirvió de mucho. Se sentó en las escaleras de la entrada a llorar desconsolada sin importarle que todo mundo la viera con lástima. Paró de pronto de sollozar cuando alguien le acarició la cabeza y se giró confundida: era un fornido calvo en silla de ruedas.
—¿Qué te pasa, preciosa? ¿Te duele algo?
Su ceño se frunció, enojada con el sujeto. Maldito metiche.
—¡Y a ti qué diablos te importa, alcornoque! —de un manotazo apartó la ayuda del desconocido y caminando enardecida se subió a su moto. El sujeto observaba consternado el berrinche de la jovencita, comparándola con alguien que conocía demasiado bien al verla alejarse rápido del hospital.
Sería perfecta para Vegeta. Carcajeó por sus pensamientos; los dos tenían el mismo y endemoniado genio.
Bulma conducía como loca. No sabía porqué diablos estaba tan furiosa. Lo que sí reconocía, es que necesitaba un escape de su realidad. Anhelaba que le fuera bien en su nuevo empleo en la cafetería del centro. Suspirando, se le vino a la mente las fotos que su amiga le había mandado; sonrió de medio lado al encontrar una solución temporal a sus problemas y aceleró un poco al darse cuenta de que llegaba tarde al trabajo.
Nada que una dosis de sexo no solucione.
En menos de diez minutos llegó al local y entró, encontrándose con que empezaban a cambiarse para abrir dentro de poco. Guardó sus pertenencias en un casillero y se desvistió con rapidez. Al colocarse el uniforme no pudo reprimir una mueca de hastío que mostraba su inconformidad.
Parecía ropa de prostíbulo.
Resignada se lo puso y se relajó al ver que no le quedaba tan mal; después de todo, era la gran Bulma Brief. A ella nada le quedaba mal.
Abrieron la cafetería y de inmediato comenzó a ingresar la gente. Entre pedidos, miradas lascivas, propinas mediocres y descuidos cómicos de sus compañeras, la mañana se fue volando. Daba gracias a su experiencia como mesera, pues las novatas habían sufrido todos los horrores de primíparo. Una incluso se tropezó, regándole la comida encima a la jefa de turno. Se permitió reír un poco ante el recuerdo de la cara impactada de la involucrada. Y en un abrir y cerrar de ojos, había terminado su horario de trabajo.
Tenía una hora para llegar a su otro trabajo en una tienda de ropa en el centro comercial más grande la ciudad. Estaba hambrienta, pero contaba con muy pocos pesos. Ya con su ropa normal, se sentó en una de las mesas de la cafetería y le pidió a su compañera un tinto con pastel de queso para apaciguar el hambre. Revisó su celular, y al ver un mensaje de Yamcha, su diablillo interior empezó a bailar la danza de la alegría.
¿Nos podríamos ver hoy? Tengo la noche libre. Se relamió los labios. Si no fuera porque lo necesitaba, hubiera bloqueado al imbécil hace rato por aprovechado… pero ansiaba descargar todo el estrés que sentía desde el accidente y Yamcha era la excusa perfecta para ello.
Claro. Nos vemos en Namek a las 7. Cerró la conversación y apagó el celular, ya con el humor renovado. Agradeció a Videl por traerle su orden y empezó a degustar las delicias que servían en la cafetería; sin duda, todo era exquisito. Unos cuchicheos distraen su atención de la rica comida y sus ojos se clavan en la entrada, donde dos imponentes sujetos entran sin saludar a la señorita que los recibe. Había uno en especial que quemaba su vientre de pasión con sólo verlo. Sacudió su cabeza, de seguro eran maricas. Siguió masticando el pastel de queso con tranquilidad, hasta que un grito la sacó de sus pensamientos.
—¡Mira lo que hiciste, estúpida! —el enano le recrimina a una de las meseras, señalando su blusa manchada. Bulma negó apenada, era la tercera vez que le regaban el café encima a los clientes. Mañana les daría algunos consejos para que no la pasaran tan mal. Se levantó de su asiento para pagar lo que debía, a sabiendas que no pasaría a mayores y que con una simple disculpa bastaría para calmar el ego del comensal.
—L-lo siento mucho, señor. Enseguida le traeré otro café. —murmura apenada la mesera. La chica intenta irse, pero un empujón la manda directo al suelo. La escena es el foco de atención de todos los presentes, incluso Bulma, quien ya se iba del lugar. La peli azul rechina sus dientes, ¿quién putas se creía ese enano para tratar tan mal a la gente?
—Si las disculpas bastaran, no existirían los policías. —masculló enojado. El sujeto a su lado sólo podía rogar que Vegeta dejara las cosas así. La mujer que los atendía empezó a sollozar debido a la vergüenza, siendo incapaz de levantarse del duelo. La jefa, Uranai, se dirigió hacia el lugar de la batalla campal dispuesta a remendar las cosas.
Pero antes de lograr su cometido, una fuerte cachetada resonó en toda la cafetería. Clientes y empleadas miraban expectantes a Bulma, que seguía con la mano erguida después del golpe que le proporcionó al engreído que se atrevió a empujar a una de sus compañeras. La peli azul pudo escuchar su respiración irregular, producto de la furia que le produjo esa escena tan machista e injusta.
—¡Púdrete, maldito enano!
Kakarotto intentó reprimir la sonora carcajada atrancada en su garganta. Pero al ver el semblante asombrado del flameado, la escandalosa risa salió por sí sola.
El orgulloso Vegeta Ouji acaba de ser humillado por una mujer.
