El noviazgo entre James Potter y Lily Evans dejó de ser secreto a las dos horas de haber empezado. James no pudo resistir la tentación de gritarlo a voces en el Gran Comedor a la hora de la cena, y, bajo la mirada divertida de Dumbledore y la de reprobación de McGonagall, besó a Lily en los labios para que nadie tuviera dudas de que lo que acababa de gritar era completamente cierto. Lily le apartó con brusquedad, porque haberle respondido el beso habría ido en contra de todos sus principios. Pero no hubo nada más convincente para el alumnado de Hogwarts que sus mejillas encendidas, en parte por la rabia y en parte por la vergüenza.
Sirius los ovaciona como si hubieran ganado la Copa Mundial de Quidditch, y no pasa mucho tiempo antes de que el resto de Gryffindor se una a sus aplausos. James Potter está feliz y sus compañeros comparten su felicidad. Es el perfecto ejemplo de que la perseverancia da resultados, y es una esperanza para todos los amores imposibles de los que las paredes de Hogwarts son testigo.
Pero Severus Snape no puede alegrarse con ellos. Siempre supo que Lily terminaría siendo la novia de Potter. Siempre lo supo y, por lo mismo, no puede explicarse por qué le sorprende tanto la buena nueva. Llevaba meses sobrestimando el orgullo de Lily y jamás se le ocurrió que esa fe podría fallarle. Lily era orgullosa y la amistad entre ellos había terminado porque él cometió el gran error de herirle el orgullo. Lily jamás se lo perdonó, pero tu mejor amigo de muchos años no se entera así de que tienes novio, por un poco de respeto esas cosas no pasan, menos si ese novio es uno de tus peores enemigos.
