Eran las ocho y cuarto de la mañana. El sol aparecía y con él, los londinenses se despedían de lo que había sido una noche lluviosa. Los universitarios esperaban el autobús en la parada con algo de impaciencia, puesto que era el primer día de curso y todos tenían ganas de descubrir qué les deparaba aquel día. Salvo una persona.
Estaba apoyada en una de las columnas de la marquesina, somnolienta, y con grandes bostezos producidos regularmente. Ella era una chica pálida, con el cabello negro como la obsidiana y unos ojos más negros si pudiese ser. Llevaba una camisa a cuadros roja y negra y debajo de esta una camiseta de tirantes gris. Sus piernas estaban cubiertas por unos vaqueros rasgados de color gris y sus pies estaban ocultos dentro de unas Converse negras. Tenía los cascos puestos, con la música tan alta como el móvil lo permitía y, por lo que habían deducido algunos de los allí presentes, estaba escuchando Three Days Grace.
El autobús por fin llegó y subieron todos, quedando ella rezagada. Se sentó en la última fila, quedando prácticamente a oscuras y apoyó la cabeza sobre el respaldo para intentar dormir durante el trayecto. Pero algo perturbó su descanso. Frente a ella, había dos muchachos mirándola.
Uno era rubio, con un gorro de lana blanco tapándole parte del pelo, una camiseta azul y unos vaqueros de una tonalidad algo más oscura acompañadas de unas deportivas negras. El otro, algo más bajo y también rubio, estaba cubierto en su totalidad por prendas amarillas.
Ambos la miraban espectantes, esperando alguna reacción por su parte.
Hola Finn, hola Jake.
Hola Marceline -exclamaron al unísono-
Chicos, es el primer día de clase, es lunes y estoy cansada. Os pediría que no me molestaseis, por favor.
Precisamente por eso. ¿Acaso no estás impaciente por conocer gente nueva, irte de fiesta y todas esas chachiosas cosas que hacen los universitarios? -se le iluminaron los ojos al decir esas palabras-
No -espetó Marceline con una amplia sonrisa- y ahora, si me lo permitís, me gustaría descansar.
Volvieron a sus posiciones y así se mantuvieron durante todo el trayecto. Llegados a la universidad, esperó a que todo el mundo bajase. Había decenas de autobuses procedentes de todos los lugares de la zona. Comenzó a caminar hacia la entrada, sorteando a varios alumnos que había en su camino. Incluso llegó a pensar que se había quemado al rozar a una chica pelirroja que llevaba un vestido naranja. Supuso que eran imaginaciones producidas por el sueño y la confusión de la situación.
Se plantó en la entrada de aquel enorme edificio, el cuál parecía cada vez más inmenso, con el ir y venir de otros alumnos que llevaban cursando en ella varios años. Se dispuso a dar el primer paso y entrar en el edificio, pero alguien le golpeó en el hombro. Fue como un destello rosado.
¡Eh, más cuidado! -gritó mientras se levantaba y se recolocaba la bandolera-
-Lo siento, no te había visto, ¿estás bien? -dijo entre jadeos-
"Maldita sea", pensó. Se le había quedado grabada la imagen de aquella chica.
Llevaba el pelo rosa, evidentemente tintando, recogido en un moño con dos lápices a modo de sujeción. Una camisa rosa abrochada hasta el penúltimo botón y una falda rosa conjuntada con unas creepers del mismo color con algo de plataforma.
Intentó olvidar el importunio y buscó su clase, la 87c, que parecía estar en el piso de arriba. Subió resoplando lentamente las escaleras mientras se quitaba los cascos y daba el último bostezo de la mañana.
Al llegar al piso de arriba, contempló una inmensa clase que caía hacia abajo en forma de abanico, donde la mayoría de los asientso estaban libres y los que no, los ocupaban grupos de amigos que al parecer se habían formado en aquella estancia. Pudo distinguir a Finn y Jake en alguno de aquellos grupos junto a la muchacha del vestido naranja pero prefirió no saludar.
Se encaminó hacia uno de los asientos del medio y esperó a que el profesor llegase, pero el destino tenía una sorpresa para ella. Segundos después, se encontraba a su lado la chica con la que se había topado antes de entrar, que parecía ignorar su presencia. Era hora de hablar.
