Los personajes pertenecen a JK Rowling lahistoria a Teresa Medeiros Capítulo 1
Inglaterra, 1805
Un gemido femenino y gutural perturbó la tranquilidad del pajar. Cuando Hermione Granger, sobresaltada, levantó la cabeza, el perezoso minino enroscado a su nuca soltó un estridente maullido.
Por suerte, la protesta del gatito quedó ahogada por otro gemido proveniente de la parte inferior del establo, una ronca risita provocó un cálido cosquilleo en la columna de Hermione.
Aún sujetando el libro que estaba leyendo, se apoyó en los codos para pode observar - otra risita insípida llegó flotando hasta sus oídos, acompañada de una respiración dificultosa, sintió curiosidad, o más bien conocer el porque de tales sonidos, fijo su vista a la pequeña grieta que habia entre la madera.
Incluso bajo la débil luz, el pelo de su prima relucía como un desordenado halo rubio en torno a su rostro sonrojado. Daphne estaba atrapada contra la puerta de un compartimiento situado frente al pajar, sujeta entre los brazos de un oficial de la Armada Real de Su Majestad. Mientras el marino pegaba su boca abierta al cuello pálido de su prima, ella inclinaba la cabeza hacia atrás, dejando ver sus ojos cerrados y los húmedos labios separados con cierto ansia indefinible.
Hermione también abrió la boca. Nunca había visto a su frívola prima tan poco preocupada porque el maquillaje se le estropeara o se rasgara la cola de su bata de jardín.
La mirada curiosa de Hermione se desplazó a la espalda del galán. La casaca de gala azul oscura del joven oficial estaba colgada de cualquier manera de una puerta cercana al compartimiento, arrojada allí con premura. Su deslumbrante camisa blanca se adaptaba tirante a sus amplios hombros mientras el chaleco se pegaba a la delgada cintura. Llevaba unos pantalones blancos ceñidos a sus delgadas caderas, que se estrechaban sobre las pantorrillas y muslos musculosos hasta desaparecer por dentro de un par de relucientes botas negras con borlas.
No fue la belleza esculpida de estas caderas la que atrajo de nuevo la mirada de Hermione, sino el movimiento sutil que acompañaba cada una de sus acometidas contra el cuello de su prima.
Cuando desplazó sus ávidas atenciones de la garganta a los labios separados de su prima, Hermione soltó un jadeo, hipnotizada. ¡Ni siquiera en sus sueños más escandalosos hubiera imaginado tal manera de besar! Aquello no guardaba relación alguna con los besitos poco generosos en la mejilla que su tía permitía a su tío cada noche antes de retirarse a sus dormitorios separados. Se tapó sus labios temblorosos con las puntas de los dedos, preguntándose qué se sentiría mientras alguien te los devoraban con tal tierno ardor. Sus padres habían sido generosos en abrazos y besos, pero desde que había venido a vivir con la familia de su tío no había recibido mucho más que algún besito seco en la frente.
El insolente sinvergüenza se aprovechó de la distracción de su prima para hundir sus dedos largos y delgados en el escote de encaje del vestido. Daphne murmuró una protesta desganada. Entre suspiro y suspiro, el reparo de Daphne se transformó en un jadeo lloriqueante de placer, mientras arqueaba la espalda para llenar mejor los dedos habilidosos del oficial con sus amplios pechos.
Hermione quiso apartar la mirada, asqueada, pero no pudo.
Con gracia el hombre iba girando y obligaba a retroceder suavemente a Daphne hacia el lecho de heno situado justo debajo de la posición privilegiada de Hermione, contuvo un quejido de frustración mientras la pareja desparecía de su vista. Si aquel hombre podía manejar un buque de guerra con la misma finura, pensó, la victoria de Gran Bretaña sobre la armada de Napoleón estaba garantizada.
El intrigante rumor del heno y las ropas reorganizadas avivó su curiosidad más allá de lo soportable. Hermione avanzó gateando para poder descolgar su cabeza sobre el extremo del altillo.
Se había olvidado del gatito encaramado sobre su hombro, hasta que éste clavó las diez diminutas garras en su tierna nuca. Conteniendo un grito de dolor, resopló e intento agarrar al gato. Una nube de polvo y polen se coló por su nariz y un poderoso estornudo tomó forma en sus pulmones.
Cayó! estrellandose sobre la espalda imponente del hombre que estaba a punto de acomodarse entre los muslos pálidos y torneados de su prima.
Harry Potter notó el aliento caliente del desastre inminente soplándole en la coronilla.
No era la primera vez que experimentaba ese olorcillo concreto a azufre, ni probablemente fuera la última. Sus peligrosas experiencias le habían enseñado que los padres encolerizados, los autodesignados guardianes de la virtud de sus hijas —real o ilusoria—, eran más peligrosos incluso que los maridos airados. Temeroso de que uno de estos padres hubiera aterrizado sobre su espalda, esperó a que un antebrazo musculoso le rodeara el cuello.
Pero la cosa que tenía en la espalda permanecía ahí, tirada, resollando contra su cuello como una morsa tísica.
La confusión fue en aumento cuando algo empezó a mordisquear su pelo recién cortado. Frunció el ceño. Dios bendito, ¿había caído sobre ellos uno de los ponis del conde? Con cautela, llevó el brazo hacia atrás y retiró de su cabeza al diminuto culpable, sujetándolo por el pescuezo para evitar las garras que no paraba de sacudir. Aquella monería naranja siseó y le escupió como un descendiente del demonio.
Sobre su espalda, el peso se movió.
—Se toma muy mal que lo manejen así, yo en su caso lo soltaría. —La alegre voz tenía un leve tono cantarían. El aliento que agitaba su cabello era cálido, con un leve aroma a galletas y vainilla.
Como no se dio suficiente prisa en seguir el consejo, el gatito se retorció y le clavó sus dientes a fondo en la base tierna del pulgar.
El oficial se zafó del animal, apretando los dientes para contener un aullido de dolor. El peso sobre su espalda se apartó con esfuerzo. La mujer que tenía debajo chillaba indignada y le empujaba el pecho, y él se separó rodando, obligado a subirse la ropa y abrocharse con una premura que desafiaba incluso a sus diestras manos.
—¡Criatura horrible!
Durante un momento de aturdimiento, Harry pensó que la denuncia siseada por Daphne iba dirigida a él.
La joven, subiéndose el corpiño con brusquedad, se levantó de golpe, con las mejillas de elegante palidez teñidas de rabia:
—¡Serás salvaje, monstruo espantoso! ¿Cómo te atreves a espiarme?
Sacudiéndose la paja de los pantalones, Harry se puso en pie para descubrir el objeto de la furia de Daphne acuclillado tras él, arrullando al furibundo gatito sin la menor muestra de remordimiento. Sobre su rostro de edad indiscernible caían unos rizos castaños que parecían cortados con una guadaña para el trigo. Una manta gastada envolvía el cuerpo delgado de aquella criatura fisgona.
—No estaba espiando. —El torturador de Daphne señaló un libro colgado por su lomo roto del pajar situado sobre ellos. Harry inclinó la cabeza para ver mejor. Pese a la escasa luz, reconoció Trovadores escoceses de los Borders—. Estaba leyendo.
Mientras la mirada de Harry ascendía un poco más por el pajar, sus labios se estiraron con una mueca de complicidad. Bien podría haber caído en la misma travesura juvenil a los trece años si no hubiera podido satisfacer su propia curiosidad ante el descubrimiento de una ansiosa doncella de moral indiscriminada y apetitos insaciables.
El reconocimiento de las flaquezas juveniles era considerablemente inferior en Daphne. Silbando entre sus dientes apretados, como una tetera a punto de desbordarse con el agua hirviendo, se adelantó hacia Hermione, con sus elegantes manos curvadas como garras.
Hermione se levantó con cautela, protegiendo al gatito con el pie de cualquier peligro. Se había acostumbrado a la ira irascible prima, pero la perspectiva de recibir un rapapolvo delante de este imponente desconocido hizo que levantara la barbilla y enderezara la columna.
Cuando Daphne cogió impulso con el brazo, el oficial dio un paso adelante para sujetarla por los hombros alzados, dedicándole una sonrisa angelical.
—Calma, ven, Daphne.. No ha sido más que un infortunio. No ha pasado nada malo.
Hermione se quedó petrificada ante su audaz reacción. Nadie se había atrevido jamás a defenderla de los acosos de Daphne. Su tía llegaba en alguna ocasión a chasquear la lengua en silencio cuando las pullas de Daphne se volvían demasiado agudas y su tío como mucho murmuraba en alguna ocasión, «Deja de molestar a tu prima, cielo», antes de desaparecer tras el diario matutino, pero todos fingían no ver los intensos cardenales que señalaban con frecuencia la tierna piel de la parte superior de sus brazos.
A sus veinticuatro años, a Harry le falló por primera vez su considerable encanto. Daphne se volvió contra él, mostrando sus colmillos con un veneno que a su lado el gatito parecía un dócil animal. Su transformación de paloma arrullante en arpía chillona hizo que Harry renovara, en silencio pero con fervor, su juramento de no casarse nunca.
—¿Un infortunio? —escupió—. ¡El único infortunio aquí ha sido la invasión de nuestra casa por parte de esa criatura! —Soltándose del asimiento, señaló con dedo acusador a su torpe espía—. Desde el día en que mi padre te acogió, no has sido más que una vergüenza para esta familia.
Cuando Hermione vio que el oficial se encogía de pena, casi deseó que él se hubiera echo a un lado y dejado que Daphne la abofeteara con insensibilidad.
—Merodeas por todas partes como un animal salvaje, con esa alfombra apestosa encima, ridiculizando todo por lo que papá ha luchado en su vida. ¡Te lo advierto, desde hoy en adelante, mejor que mantengas tu fea nariz enterrada en uno de tus ridículos libros sin meterte en mis asuntos!
Daphne intentó volver a refugiarse en los brazos de su hombrecito, pero en la expresión del oficial debió de aparecer algo del desagrado que sentía, porque la prima dirigió a Hermione una mirada de puro desprecio y estalló en lágrimas:
—¡Pequeño engendro miserable! ¡Lo has estropeado todo!
Y arrojándole la cola de la falda a la cara, salió volando del establo en sombras, dejando que el sol irrumpiera, tras su salida, a través de las puertas abiertas. Hermione pestañeó rápidamente para disipar su repentino lagrimeo, y consiguió por fin ver con claridad el rostro del oficial.
Por segunda vez aquel día se quedó sin aliento. No era difícil imaginarse por qué Daphne había sucumbido con tal entrega a sus encantos, una vez que éstos quedaron expuestos en todo su deslumbrante derroche. Parecía un joven Ícaro que había volado demasiado cerca del sol, pero para ser premiado en vez de castigado por su arrogancia. Su cabello oscuro, peinado con pulcritud, apenas rozaba el cuello de su camisa. El sol había besado sus altos pómulos con un brillo de bronce, y la sorprendente estructura que rodeaba su boca proporcionaba el marco perfecto para su sonrisa compungida. Un tentador esbozo de puchero se dibujaba en sus labios plenos, aunque firmes y esculpidos lo suficiente como para no dejar de ser absolutamente masculinos.
Hermione, temiendo jadear de nuevo, desplazó enseguida la mirada de la boca a los ojos. Sus profundidades verdes musgo chispeaban con malicia latente. Fueron estos ojos diabólicos, en medio de aquel rostro angelical, los que la convencieron de que no había hecho lo correcto. Inclinó la cabeza, cegada de nuevo por aquel resplandor.
Harry , tomando aquella postura por un gesto de abatimiento, alargó la mano para revolver el cabello de la cabeza inclinada.
—No te lo tomes tan mal, muchacho. Yo también fui un joven curioso en su momento.
Pero el chico levantó de golpe la cabeza y se sacudió el flequillo de rizos de sus ojos. Ojos tan plácidos como un lago en una mañana de verano. Ojos enmarcados en pestañas sedosas, onduladas, tan innegablemente femeninas como su propietaria.
Hasta entonces Harry consideraba su hastiada persona incapaz de sonrojarse, no obstante un rubor traicionero ascendió desde su garganta. La verdad sea dicha, le mortificaba más errar al determinar el sexo de esta pequeña que ser atrapado seduciendo a su prima.
Sus labios siempre pronunciaban elocuentes palabras de disculpa. Dios sabía que las utilizaba con frecuencia y fluidez, pero por una vez su labia le falló. Miró con anhelo hacia la puerta. ¿No eran su fuerte las escapadas apresuradas? ¿Descender desde ventanas a altas horas de la noche? ¿Escurrirse entre enrejados? ¿Escabullirse descalzo por jardines empapados por el rocío con las botas en las manos?
—Aún puedes ir tras ella, y así tal vez consigas convencerla de que te deje hacerle el amor.
Harry volvió sorprendido la cabeza y descubrió a la muchacha aún estudiándole. Respondió a su mirada desafiante con su propia expresión hostil.
—¿Y qué sabrá una chiquilla insolente como tú de hacer el amor?
Hermione soltó un resoplido.
—Me alegra ver que he pasado de «muchacho» a «chiquilla» en su valoración. Pero quiero hacerle saber que cumpliré dieciséis justo el mes que viene. Y no le hace falta fingir que hacer el amor esconde algún misterio. El macho se limita a morder a la hembra por la nuca para mantenerla quieta mientras la monta desde atrás.
Harry necesitó varios pestañeos de perplejidad para asimilar aquella afirmación extraordinaria. Tuvo que aclararse la garganta en dos ocasiones antes de poder articular palabra.
—Aunque la idea tenga valía, hubiera confiado en expresarla con bastante más refinamiento. ¿Debo suponer que sus esfuerzos previos de servicio de información no han ido más allá de espiar a los sementales de tu tío?
—Y a los gatos —confesó—. El padre de Robert the Bruce se tenía por todo un vividor.
La confusión de Harry se vio aliviada cuando ella se agachó para recoger al gato que daba cabezazos contra sus tobillos. La estudió, reconstruyendo su referencia al oscuro héroe escocés, la gastada tela a cuadros que había tomado por una manta y el intrigante canturreo en su voz.
—¿Eres escocesa?
—Sí, es lo que soy. —Echó la cabeza hacia atrás y a Harry se le cortó la respiración al ver cómo transformó aquel orgullo su figura malvestida. Enterrada bajo capas de polvo, tela a cuadros y la dolorosa torpeza de la juventud, había una sugerente promesa de belleza—. Todos los Granger somos escoceses, aunque muchos, como mi tío Ross, hayan pasado los últimos cincuenta años negándolo. Después de que asesinaran a nuestros padres por atreverse a defender las tierras del clan contra los ingleses cuando yo sólo era una niña, mi hermano Charles me mandó a vivir aquí. Es una maldición, entérese bien.
—¿Y qué maldición puede ser ésa? —inquirió con amabilidad, pues sospechaba que la muchacha estaba maldita tan sólo por una imaginación demasiado activa.
—¡Pues la maldición de los Granger, por supuesto! —Enderezando los hombros, recitó de memoria—: «Los Granger están condenados a vagar por la tierra hasta que vuelvan a reunirse bajo el estandarte del único y verdadero jefe de su clan». Lo pronunció el propio Ewan Granger poco antes de morir, mientras yacía con una espada inglesa atravesándole el pecho.
—¿Por qué iba a imponer un destino tan terrorífico a su propia descendencia?
—Porque mi abuelo, el hijo de Ewan, vendió el clan en Culloden a cambio de un condado y treinta monedas de plata inglesa.
Harry se encogió de hombros.
—La gente hace lo que puede para sobrevivir.
Los ojos de Hermione llamearon.
—¡Prefiero morir antes que rendirme sin honor!
Sus palabras provocaron un escalofrío de vergüenza en la columna de Harry . Nunca había defendido ningún principio con tal convicción a menos que implicara la búsqueda de sus propios placeres. O una oportunidad de encolerizar a su padre.
Se sacudió aquella sensación poco familiar. Pese a lo que ella afirmaba de sí misma, no era más que una niña. Una niña con ojos soñadores que sentía nostalgia por el hogar y la familia que probablemente nunca volvería a ver. Su tío era un conde muy rico e influyente. Con el tiempo dejaría atrás esas fantasías tontas y se preocuparía tan sólo por elegir la gasa ligera para su último vestido de fiesta o por comparar el tamaño de las herencias de sus pretendientes. Harry notó una extraña punzada de pérdida al pensarlo.
—Deduzco que su tío no comparte sus simpatías por la causa escocesa.
Hermione bajó la cabeza.
—Tío Ross dice que soy tan necia como mi padre, siempre soñando con castillos en las nubes en vez de mantener los pies firmemente plantados en el suelo. Algo que resulta de lo más difícil con esas ridículas zapatillas que mi tía espera que me ponga.
Harry no soportaba ver su expresión derrotada. Quería verla otra vez erguida y orgullosa, con los ojos relucientes de coraje y desafío.
Alargó la mano para apartar esos tirabuzones de aquellos extraordinarios ojos.
—Si tu padre hubiera vivido, seguro que estaría orgulloso de ti.
Hermione tuvo que recurrir a su última brizna de orgullo para no volver la mejilla hacia su mano. Ningún hombre la había mirado jamás de esta manera, como si fuera la única chica en su mundo. Pero ¿no había dedicado la misma mirada a Daphne tan sólo unos minutos antes? Ocultó su miserable sonrojo de celos agachándose bajo el brazo del oficial, fuera de su alcance.
—Si tiene intención de hacer la corte a mi prima —dijo con brusquedad— necesitará unos ingresos estables. Puesto que mi tío no tiene hijos, quiere encontrar parejas sólidas tanto para Daphne como para Astoria. La dote de Daphne les mantendrá a los dos hasta que ascienda a comandante, siempre que, por supuesto...
—¡Basta! —Harry la cogió del brazo, manteniendo los dedos bien apartados de los dientes de Robert the Bruce—. Antes de que empieces a planificar mi casamiento, tal vez quieras saber que mañana embarco en el Belleisle.
—¿El Belleisle? ¡Vaya, es uno de los barcos bajo el mando del almirante Nelson!
Aquella respuesta sobrecogida hizo que Harry se sintiera un poco incómodo bajo su cuello almidonado. Siempre había llevado los colores azul y blanco de la Armada de Su Majestad con la misma indiferencia que el resto de su vestuario.
—Nelson es un héroe de verdad y un buen tipo, sí señor, para ser inglés, por supuesto —se apresuró a añadir ella.
Hermione le dirigió otra mirada tímida y, entonces, de forma instintiva, Harry reconoció que la adoración al héroe que iluminaba sus ojos no era por Nelson, por muy buen tipo que lo considerara. Pero él no había hecho nada para ganarse su consideración. Su medio hermano Ronald siempre había sido el héroe de la familia. El heredero legítimo y la debilidad de su padre. Sin embargo, él era sólo el resultado desgraciado de unas pocas noches de borrachera pasadas por su padre en brazos de una preciosa y bella bailarina de ópera.
De pronto le dominó una extraña desesperación y quiso borrar esos ojos de admiración de su rostro, dejarle claro el hombre que era en realidad, no el hombre que ella creía que era.
—Nelson es sin duda un «buen tipo», pero el lugar para los héroes es el Ejército, la Armada es para tipos de origen sencillo como Nelson y segundos hijos prescindibles como yo. —Se inclinó contra la puerta del compartimiento con los brazos cruzados sobre el pecho—. Estaré embarcado varios meses. Mientras tu prima no espere nada de mí, no se sentirá decepcionada.
La muchacha enterró la nariz en el pelaje del gato.
—Daphne esperará si se lo pide, aunque no puedo prometerle que sea fiel. Siempre ha sido un poco caprichosa.
Harry sonrió. Ah, vaya, este juego sí que lo entendía él bien. Había sacado partido de las delicadas rivalidades entre mujeres más de una vez.
Tomó la mejilla de la muchacha en su mano. Sorprendido por su sedosa suavidad, y le inclinó el rostro hacia arriba para examinarlo con ternura.
—¿Y qué me dices de ti, señorita Granger? ¿Cuánto esperarías al hombre que amas?
—Siempre —susurró ella.
Su promesa pareció temblar en el aire entre ellos, irrevocable, vinculante. Un estremecimiento de anhelo inesperado atravesó al oficial. Había hecho la pregunta en broma y ahora él era el blanco de la burla. Ella alzó la vista con sus húmedos labios separados y una mezcla de inocencia e invitación que lo desarmó.
Bajó la mano, dominado por la repentina necesidad de escapar de este coqueteo peligroso con una niña. Evitando sus ojos, se puso la casaca, luego rescató su bicornio de donde lo había arrojado Daphne tras quitárselo en un momento de pasión, y se dio unos golpes con él en el muslo.
—Cualquier mujer que me espere está perdiendo el tiempo. Hace tiempo que aprendí lo insensato que es hacer promesas si no tienes intención de cumplirlas.
La chica acunó al gatito bajo la inclinación desafiante de su barbilla.
—Supongo que eso le convierte en un hombre honorable.
Poniéndose el sombrero, Harry le dedicó su sonrisa más chulesca, la que reservaba para mostrar su mano ganadora en las mesas de juego de Boodle's.
—Al contrario, señorita Granger. Eso me convierte en el teniente Harry Potter, un bastardo por nacimiento y hazañas.
La dejó envuelta en una aureola de motas de polvo relucientes: una desaliñada princesa celta sin reino, con un gatito como único súbdito. Sólo cuando se subió a la silla y dio un puntapié al caballo para iniciar un furioso medio galope se dio cuenta de que no se había enterado de su nombre de pila.
Hermione corrió hasta la puerta del establo y contempló la marcha del desenvuelto joven teniente hasta que no quedó de él más que las nubes de polvo que levantaban los cascos de su montura. Cuando incluso éstas se disiparon con el viento, se hundió contra el marco astillado de la puerta, agarrando aún al gatito.
—¿Qué dices, Robert? —susurró, enterrando su sonrisa melancólica en el pelaje aterciopelado del gato—. Tal vez nuestro teniente Potter sea más honorable de lo que cree. Si es lo bastante valiente para plantarse ante Daphne y defenderme, hacer frente a los cañones de Napoleón no debería ser más complicado que un paseo por Hyde Park.
Robert the Bruce empujó su cabecita contra la barbilla de su dueña, con un ronroneo de asentimiento.
