Shingeki no Kyojin pertenece a Hajime Isayama.
La verdad
Tierra, un conjunto de distintas tonalidades de color marrón que se mezclaban en perfecta armonía, y el cielo, lleno de hermosas estrellas que formaban las más singulares constelaciones, aquellas que tanto amaba contemplar: eso fue lo primero que vio al abrir los ojos.
No sabía decir con precisión dónde se hallaba, lo último que recordaba era que estaba en la aburrida clase de inglés y que la dura pared le pareció lo suficientemente cómoda como para echarse una cabezada. Así pues, supuso que debía encontrarse en el mismo lugar.
—¿Qué haces aquí?
—He venido a buscarte. Las clases han acabado y todo el mundo se ha ido ya.
—Por eso eres mi mejor amigo —comentó Jean alborotando el pelo al moreno, quien notó una leve punzada en el pecho al oír las dos últimas palabras.
El castaño recogió sus cosas con rapidez y se dirigió al chico de pecas:
—¿Quieres que vayamos al nuevo restaurante que han abierto cerca de mi casa?
A lo que Marco respondió afirmativamente.
De camino al restaurante, los dos amigos hablaron de cómo les había ido el día: el examen que había hecho el moreno, la nueva pelea que había tenido el castaño con Eren… Y la conversación continuó cuando llegaron al restaurante y mientras comían.
Cuando estaban acabando los postres, el camarero pasó por al lado de la mesa de los jóvenes y dejó en esta un par de galletas de la suerte. Cada uno de ellos cogió una y la abrió con curiosidad, pero, para desgracia de Jean, el mensaje no estaba escrito en su idioma.
—¿Qué idioma es este? ¿Inglés? —interrogó causando la risa de su acompañante, quien asintió—. ¿Qué pone? —le preguntó entregándole el papel.
—Tonterías —respondió Marco tras leer el mensaje, arrugando el papel y arrojándolo a la mesa mientras se alzaba de su silla y cogía sus pertenencias—. Yo invito.
El castaño observó cómo el de pecas se dirigía a pagar y le siguió, no sin antes recoger el papel de su galleta de la suerte de la mesa y guardárselo en el bolsillo del pantalón.
Después de que Jean le agradeciera a Marco la invitación, ambos salieron del restaurante y caminaron hasta llegar a la casa del primero. Al llegar allí, se despidieron, y el moreno continuó su camino. Jean permaneció en el mismo lugar, viendo cómo el de pecas se alejaba poco a poco hasta desaparecer por completo de su vista.
Cuando entró a su casa, subió rápidamente a su habitación tras saludar a sus padres y encendió el ordenador para poder traducir, con la ayuda de diccionarios en línea, el mensaje de su galleta de la suerte. Unos minutos más tarde, ya había logrado una traducción bastante decente:
«Tienes al amor de tu vida frente a ti».
No era ninguna tontería: era la verdad.
