Antes que nada explicar que esta historia hablará de una trama que no aparece en ningún videojuego, sino que se basa en Sherry Birkin, personaje que desde la segunda entrega de la saga se encuentra en paradero desconocido.

Todos los fans sabréis que existen dos teorías:

- Albert Wesker la tiene bajo su tutela

- Sherry esta en casa de unos padres adoptivos que en teoría trabajan en secreto para Wesker.

Si nos basamos en la entrega del último título de la saga, Resident Evil 5, Sherry tendría 23 años (¿cómo pasa el tiempo eh? Y eso que al principio tenía nueve años).

Pues bueno, este fanfic se basa en el paso de 2 años, así que Sherry tendrá 15 años.

Ante todo, gracias por leerlo y os recuerdo que esta historia es ficticia, inventada por mi.


CAPÍTULO 1: EL ENVIADO

Sherry lloraba sin parar al ver a su madre tendida en el suelo. Estaba muerta, y ella lo sabía. Sabía también que tenía que lagarse de ese lugar, pero no quería separarse de su madre a la que había visto morir ante ella para protegerla.

- Mamá no… no… - sollozó.

De golpe, la cabeza de su madre se giró y su mirada quedó fija en ella. Sherry se asustó. La cabeza de su madre estaba llena de sangre y no era un espectáculo que una niña de 12 años pudiese ver de manera calmada a pesar de que esa persona fuese su madre.

- ¿Mamá…?

El cuerpo de su madre se levantó y extendió los brazos, en señal de que quería abrazarla.

- ¡Mamá!

La pequeña corrió hacía su madre, abrazándola con fuerza para no dejarla escapar.

- ¡Mamá! ¡Estás bien!

Annette Birkin no dijo nada, pero eso no le importaba a Sherry. Su madre estaba viva y eso significaba que por fin todo iría bien.

- Mamá, yo…

Cuando Sherry alzó la vista para ver el rostro de su madre, se aterró al encontrarse con el rostro de un ser calvo y de piel gris como la ceniza, cuya mirada parecía perdida pero a la vez llena de furia. Era un ser enorme cuya ropa consistía en una enorme gabardina verdosa que casi cubría por completo su cuerpo. Para su desgracia, Sherry lo conocía muy bien.

- ¡No! ¡Tú no!

Temblando y con paso torpe, Sherry se alejó corriendo, pero ese monstruo la agarró con una mano.

- ¡No! ¡Suéltame!

Sin quererlo, su mirada se cruzó con la de esa criatura. Era un ser ya muerto, creado solo para cumplir órdenes, pero eso no impedía que el mirarlo directamente a los ojos causase temor al más valiente.

- ¡Déjame! ¡Por favor! ¡Suéltame!

La criatura sonrió. Parecía que le divertía ver como esa niña suplicaba por su vida de esa manera. Su misión estaba clara, y no iba a dudar en cumplirla y matar a esa cría.

- ¡Mamá! ¡Socorro!

Se oyó el sonido de un disparo y una bala atravesó la cabeza de la criatura que ni se inmuto.

Mirando por encima del hombro, Sherry vio a una mujer de pelo castaño recogido en una coleta que sujetaba un arma apuntando al monstruo.

- ¡Claire!

- ¡Suéltala maldito monstruo! ¡Ven a por mí si te atreves!

El monstruo sonrió y se dirigió hacía Claire con paso firme, sin soltar a Sherry.

- ¡Qué la sueltes te he dicho! – Gritó Claire mientras disparaba, pero la criatura no se detenía.

Cuando estuvo frente a la chica, esta sacó un cuchillo y se lo clavó en el pecho, atravesando su corazón. Pero el monstruo ni se inmutó. Solo alzó el puño en el aire y comenzó su descenso a una velocidad y con una fuerza sobrehumana.

- ¡Claire! ¡Cuidado!

La chica no pudo apartarse a tiempo y el puño del monstruo golpeó su cabeza, reventándola en pequeños cachitos de carne que se esparcieron por su alrededor.

Aterrorizada, Sherry no pudo evitar orinarse encima, empapando sus pantalones cortos y las botas de la criatura, que al notar lo que pasaba volvió a sonreír.

La alzó en el aire y luego la comenzó a bajar a toda velocidad para estamparla contra el suelo. Iba a matarla.

- ¡¡¡Noooo!!!

Sherry se despertó de golpe. Respirando agitadamente, miró a todos lados. Se encontraba en el asiento de atrás del coche de Matt Damon, un amigo de sus padres adoptivos que les hacía el favor de ir a buscarla cuando salía del instituto.

Por lo visto, el grito había asustado a Matt, porque se encontraba mirándola con preocupación. Estaban parados, así que había debido parar el coche cuando Sherry había gritado.

La casa donde ahora vivía Sherry estaba fuera de la ciudad, en un pequeño barrio que habían construido alejado de Worrington City, así que solo se podía o ir andando y tardar cerca de media hora a través de unas callejuelas mal hechas que atravesaban un montón de almacenes y fábricas o en coche. Por suerte, poca gente iba en coche y no era peligroso pararse en medio de la carretera.

- ¿Qué te pasa, princesa? – Preguntó Matt mientras se desabrochaba el cinturón de seguridad y se giraba para verla mejor - ¿Otra vez esa pesadilla?

La joven solo asintió y se acurrucó, poniendo sus pies en el asiento y escondiendo su cabeza entre sus piernas. No pudo evitar comenzar a llorar.

- Ey, ey, vamos.

Matt pasó como pudo al asiento de atrás. Por muy fácil que lo pusiesen en las películas, no era nada fácil pasar del asiento delantero al trasero siendo adulto.

Se sentó al lado de Sherry y le comenzó a acariciar la cabeza.

- Vamos, no esta bien que una princesa lloré, ¿no crees?

- Mañana hará cuatro años que mamá y papá murieron… - dijo entre sollozos.

Matt suspiró a la vez que se rascaba la cabeza. Todos los años por estas fechas, Sherry solía tener bajones de moral cuando se acercaba el día de la muerte de sus padres. Durante el resto del año estaba bien, pero no siempre. A veces, no podía evitar ponerse a llorar.

- Así que ya han pasado cuatro años… vaya. ¡Qué cortos se me han hecho!

Sherry le miró de reojo, con los ojos llorosos.

- Aún recuerdo cuando fui a casa de tus padres y vi allí a una pequeña niña rubia de nueves años llorando sola en una esquina de su habitación.

La joven se ruborizó avergonzada recordando lo ocurrido.

Tras haber huido de Raccoon City, Claire se había marchado a buscar a su hermano y había dejado a la niña con Leon. Este había averiguado que Sherry tenía unos parientes en Worrington City y se puso en contacto con ellos.

De esta manera, Sherry quedó al cargo de unos parientes a los que ella no recordaba haber visto jamás, pero que si que tenían varias fotos de ellos con sus padres e incluso con Sherry cuando era un bebé.

Por lo visto, Marian, su madre adoptiva, era la hermana pequeña de Annette. Lo cierto es que se parecían bastante, sólo que Marian tenía el pelo más largo y de un rubio más oscuro que su madre.

Su padre adoptivo, Michel, por lo visto había sido muy amigo de su padre William cuando eran pequeños y eso le hizo conocer a Marian y enamorarse de ella. Cuando se enteraron de que Sherry había escapado del incidente de Raccoon City se alegraron mucho y pidieron su custodia.

Tras dejarla allí Leon desapareció. Pero Claire iba a verla de vez en cuando para ver como estaba. Pero este último año solo la vio para año nuevo. Lo último que supo de ella es que se iba a Europa para ver a su hermano. De eso ya hacía seis meses.

De todas formas, cuando llegó a casa de sus padres adoptivos y les contó lo ocurrido, los dos dijeron que eso serían cosas que ella había soñado, porque los informes decían que Annette y William habían muerto en un accidente de coche y sus cuerpos descansaban en tranquilamente en el cementerio de Worrintong City.

Ese mismo día la llevaron al cementerio para que viese sus tumbas. Las lápidas de sus padres estaban juntas y en cada una de ellas estaba grabado el nombre y los datos de cada uno.

Sherry estaba convencida de que allí no estaban sus cuerpos. Había visto morir a su madre ante sus ojos y su padre se había convertido en una terrible criatura producto del G-Virus. Lo sabía bien. Pero ellos no la creyeron.

Esa noche, se acurrucó en una esquina de la habitación que le habían preparado, envuelta en una de las sábanas de su cama y comenzó a llorar. Sabía que no estaba mintiendo y que todo lo que había vivido era real. Y encima, criticaron a Leon y Claire diciendo que seguro que eran tonterías que ellos le habían metido en la cabeza. Cuando Sherry se veía con Claire, a sus padres no les hacía ninguna gracia y tenían que hacerlo a escondidas.

Fue esa misma noche cuando conoció a Matt. Era un buen amigo de sus padres adoptivos y también había conocido a su padre William. Entró en su habitación cuando oyó sus lloros y se sentó a su lado.

- ¿Cómo es posible que una cosa tan bonita estropee su rostro llorando de esa manera? – Le dijo.

Sherry le miró, con ojos envueltos en lágrimas. Aquel hombre de cabello rizado y castaño y mofletes inflados, le dibujo una sonrisa y le acarició la cabeza.

- Las niñas bonitas como tú, que se asemejan a princesas no deben llorar nunca, ¿sabes? Eso estropea vuestra belleza. Así que, ¿no es mejor desahogarte con palabras que con lágrimas?

Cuando Sherry se calmó, le contó lo que ocurría. Matt lo escuchó con mucha atención, sin perderse detalle.

- Ya veo, así que eso fue lo que pasó…

- ¿M-Me crees? ¿De verdad me crees?

- Una princesita tan bonita como tú no creo que se inventé una historia tan terrible como esa, ¿no crees? Además, estoy seguro de que la hija de William jamás mentiría de esa manera, ¿o me equivocó? – Preguntó guiñándole un ojo.

Cuando se acordó de su padre y de su madre, Sherry no pudo evitarlo y se abrazó a Matt, hundió la cara en su pecho y comenzó a llorar. Matt por su parte la rodeo con sus brazos y le acarició suavemente la cabeza.

A la mañana siguiente, Sherry se despertó en los brazos de Matt. Seguían en la misma posición, ella abrazada a él y con su cabeza apoyada en su pecho y el la rodeaba con sus brazos con la mano en la cabeza. No sabía cuando, pero Sherry se había dormido mientras lloraba.

Desde aquel día, Matt se había convertido en el mejor amigo de Sherry. La escuchaba cuando necesitaba de un amigo para contarle sus problemas y la ayudaba siempre que podía frente a sus padres adoptivos.

Al principio de irse a vivir con sus padres adoptivos, Sherry no podía evitar orinarse todas las noches en la cama cuando tenía pesadillas con lo ocurrido en Raccoon City, sobre todo cuando ese horrible monstruo mataba a su madre.

Sus Marian y Michel se cabrearon mucho con Sherry y pensaron que ya llegaba a ser un problema de su cuerpo. Matt la defendió diciendo que todos los niños tienen pesadillas que nos pueden hacer mearnos literalmente de miedo. El prometió hacerse cargo del problema.

Durante dos semanas, Matt se quedó a dormir con Sherry cada noche. El problema es que como era tan gordo, no cabían los dos en la cama de Sherry, así que se cogía un cojín y una sábana y se tumbaba en el suelo, al lado de la cama de la niña.

Muchas veces Sherry se orinó por las noches, pero Matt se levantaba y lavaba las sábanas en plena noche para que sus padres no se enterasen y se las cambiaba por otras. Sus padres lo notaban, pero si no había pruebas, poco podían decir. Otras veces se bajaba al suelo y acurrucaba al lado de Matt, para así no dormir sola ya que ese grandullón no podía caber en su cama.

No era grandullón por su estatura de 1`80 cm, sino de obesidad, pues pesaba por aquel entonces 120 kilos. A Sherry le hacía mucha porque su barriga era como un enorme cojín y a veces cuando dormían juntos la siesta, se tumbaba sobre su barriga.

Pero un día el médico le recomendó que tenía que perder peso y le puso a dieta, aun recordó lo cabreado que se puso Matt. Tan cabreado que a la niña le hacía gracia.

- ¿Tú te crees princesa? ¡Con lo bueno que estoy yo y quiere ese tío que haga dieta! ¡Será posible!

- Pero seguro que estarías más guapo con unos kilos menos, tío Matt – que así era como le llamaba antes.

- ¿Eh? ¡¿Tú también, princesita?! ¡Oh, no! ¡Hasta mi princesita se vuelve contra mí! – Gritó alzando las manos al cielo y luego escondió su cara en ellas para empezar a llorar.

- Oh, no. No quería hacerte llorar, tío Matt – se disculpó Sherry levantándose y situándose ante él.

Pero Matt solo se apartó a un lado y siguió llorando.

- Tío… lo siento… yo…

Cuando Sherry se acercó, vio que Matt sonreía.

Con la rapidez de un felino que ataca a su presa, Matt comenzó a hacerle cosquillas a Sherry en el estómago, que era el lugar donde más tenía. La niña comenzó a reírse a carcajadas.

- ¡No! ¡Para! – Suplicaba entre risas - ¡Por favor, tío Matt, para!

- ¿Aún crees que debo adelgazar, princesita?

- ¡Jajajaja, por favor para tío, para! – Sherry se cayó al suelo, y Matt continuó su ataque sin parar, moviendo sus manos tan rápido por el cuerpo de la niña como si de una culebra se tratase.

- Hasta que no digas que no debo adelgazar no voy a parar.

- ¡No, no lo diré! – Dijo una provocante Sherry entre risas.

- ¡Muy bien, pues ahí va el monstruo de las cosquillas!

Durante más de diez minutos, las cosquillas duraron, hasta que Sherry no pudo más y se rindió. Lo más curioso, es que Matt estuvo un tiempo desaparecido. Cuando volvió, estaba mucho más delgado. Se había tomado en serio la dieta y había adelgazado 30 kg en cuestión de unos pocos meses.

Era un hombre que hacía cosas curiosas, pero era como un niño grande con el que Sherry había podido jugar felizmente y un gran amigo con el que podía contar siempre que le pasaba algo.

Ahora Matt estaba más cachas. Se había apuntado un gimnasio al que iba día si día no y al que a veces llevaba a Sherry para que hiciese ejercicio, ya que consideraba que el que le daban en el instituto no era auténtico ejercicio.

- Entonces, ¿quieres qué mañana vayamos a verlos? – Preguntó Matt.

Sherry le miró. Sabía perfectamente a lo que se refería.

- Allí no están mis padres… - respondió con una voz apagada, casi a punto de empezar a llorar otra vez.

- Creo que es mejor tener tumba que no tener nada, princesa. Al menos sabes que tienes un lugar al que poder ir a ver algo referido a ellos, ¿no crees?

Sherry miró a su tío que le dedicó una sonrisa. Todos los años ella y él iban a la falsa tumba de sus padres y les dejaban flores. Sus padres adoptivos nunca iban porque decían que les resultaba muy duro recordar que Annette y William habían muerto. Pero no tan duro como para Sherry, quien no podía evitarlo y estallaba a llorar. Pero Matt siempre estaba allí para consolarla.

- Venga, que si no vamos… - Matt comenzó a hacerle cosquillas a Sherry en su punto débil, quien comenzó a reírse y a patalear- ¡Vendrá el monstruo de las cosquillas a vengarse!

- ¡Para, para! – Protestó Sherry riéndose sin parar - ¡Vale, vale! ¡Iré, iré!

Matt dejó de hacerle cosquillas y sonrió acariciándole la cabeza. Ese truco siempre funcionaba para convencerla de hacer algo.

- Bueno, pues será mejor que vayamos ya para casa o tus padres me colgarán por llegar tan tarde.

- Si.

Matt volvió a su asiento de manera torpe y se pusieron de nuevo en marcha. Aún les quedaba aproximadamente un cuarto de hora para llegar a su destino.

- Oye, tío Matt – Dijo de golpe Sherry.

- ¿Si, princesa?

- ¡Deja ya de llamarse princesa! ¡Tengo ya 14 años!

- Pues por eso te llamo princesa – rió Matt.

- ¡Nada de princesa! ¡Tengo ya 14 años! ¡Me pongo roja cada vez que apareces por el instituto y me llamas princesa delante de mis amigas!

- Bueno, cuando eras pequeña eras mi princesita y ahora como eres mayor eres mi princesa ¿Qué problema ahí?

- ¡Qué ya no soy una niña!

Matt soltó una carcajada. Le gustaba cabrear a Sherry con ese tema, aunque a la niña en el fondo le gustaba que se dirigiese a ella con ese mote cariñoso que le había puesto. Aunque algunas de sus amigas se reía de ella porque sus temas de conversación eran lo mayores que eran ya por haberles crecido los pechos y usar sujetador o por haberse echado novio, otras le tenían envidia de que alguien tan guapo le fuese a recoger y la tratase con tanto cariño.

- Para mi siempre serás mi pequeña Sherry, princesa.

- ¡Ah! ¡Eres imposible!

De nuevo, Matt volvió a reír. Sherry se cruzó de brazos mosqueada y se dedicó a mirar el paisaje. La conversación había acabado.

Marian Lovid fregaba los platos cuando oyó el timbre del teléfono del salón sonar. Sabía que su marido no lo iba a oír desde el despacho, así que cerró el grifo, se secó las manos con un paño y fue a cogerlo.

- ¿Si? ¿Quién es?

- Soy yo – dijo secamente la voz de un varón, pero para Marian solo bastó eso. Sabía perfectamente de quien era la voz.

- ¿Qué quiere, Wesker?

- Vamos, no te pongas así Marian. Solo llamo para saber como esta la pequeña Birkin tras su visita al "médico" la semana pasada.

- No ha experimentado ningún cambio si es lo que te interesa saber.

- Ya veo. Así que en esta ocasión tampoco. – Se produjo una pausa de un par de minutos hasta que Wesker volvió a hablar – Ya me volveré a poner en contacto con vosotros. Seguid vigilándola, por favor.

- Claro.

Y se cortó la comunicación. Furiosa, Marian colgó el auricular con tanta fuerza que este cayó al suelo. Su marido salió de su despacho al oír el golpe. Al ver la escena, no le hizo falta preguntar nada más.

- Esto no puede seguir así, Michel.

- ¿Otra vez con lo mismo?

- No tardará en enterarse de que no le estamos poniendo las inyecciones.

- Ed es un idiota pero no un traidor. Seguirá de nuestra parte.

- ¿Pero por cuanto tiempo crees que Wesker tendrá paciencia? ¡Lo qué tenemos que hacer es largarnos de aquí!

- ¡No podemos, y lo sabes! Si nos vamos, sabrá que algo pasa y nos buscará. Sabes que nos encontrará, ¿o has olvidado lo de Annette y William?

En ese momento Sherry entró por la puerta, justo en el momento se pronunciaba el nombre de sus padres, lo que la hizo quedarse paralizada.

- ¡H… hola, cariño! ¡Bienvenida! – Saludó Marian nerviosa.

-¿Qué hablabais de papá y mamá?

- ¿Eh?

- He oído que los nombrabais ¿Qué es lo que has olvidado de ellos, Marian? – Cuando Sherry se dirigía a sus padres adoptivos, les llamaba por sus nombres. Nunca los había aceptado como sus padres y ellos lo sabían a la perfección.

- ¡Ah, no nada cariño! ¡Qué mamá quería hacer un viaje en coche y… ya sabes como conduzco! ¡Por eso…! – Marian se detuvo al ver que Sherry comenzaba a llorar.

Corriendo, pasó entre Marian y Michel y subió por las escaleras a su cuarto, cerrando la puerta de un portazo.

Matt había llegado en el momento justo para ver como Sherry subía corriendo a su cuarto. Suspiró. Era algo ya normal en esa casa que pasaba a menudo. Sherry ya no saldría hasta la noche.

- Ya sabéis que estos días son muy delicados para ella, no sé porque habláis de Annette y William si sabéis como se va a poner.

- Eso no es asunto tuyo, Matt.

- ¿Perdona? Te recuerdo que William era tan amigo mío como tuyo, así que no te atrevas a decir que lo que tenga que ver con su hija no es asunto mío.

- ¡Cállate! ¡Tú no sabes nada! ¡Lárgate de aquí!

- Cariño, no…

- ¡Tú cállate, Marian! ¡Iros todos al infierno!

Furioso, Michel se fue a su despachó y cerró de un portazo que sonó aún más fuerte que el de Sherry.

- No se lo tengas en cuenta, Matt – se disculpó Marian.

- No te preocupes. Le comprendo. Estos días son duros para todos.

- Gracias por traer a Sherry del instituto.

- No tiene importancia. Por cierto, me quiero llevar a Sherry mañana al cementerio. ¿Te importa si…?

- No te preocupes. Os prepararé algo para que toméis por el camino y llamaré al colegio diciendo que esta enferma o algo así.

- Gracias. Bueno, pues me voy. Nos vemos mañana.

- Hasta mañana – se despidió Marian con un movimiento de su mano.

Albert Wesker miraba la pantalla táctil gigante que tenía frente a él. En ella se mostraban diferentes datos y fórmulas, además de varias cadenas de ADN y de otra enorme cantidad de información.

A su lado, había un hombre de mediana, que ya comenzaba a tener entradas, que vestía una bata blanca.

- ¿Y bien? – Preguntó Wesker.

- Según nuestros datos, por las últimas pruebas realizadas con la muestra del G-Virus que poseemos, Sherry Birkin ya debería haber experimentado algún cambio con la última inyección, al menos algún tipo de malestar o algo.

- ¿Existe alguna posibilidad de rechazo?

- Muy bajas, por debajo del 1%. La muestra era más fuerte que el anterior que también la rechazo. Si es así, esta chiquilla es inmune al virus.

- O es que nos la están intentando dar.

- ¿Perdón, señor?

- Dígale al Dr. Ed que venga, por favor.

- Si, señor.

El hombre de la bata blanca se marchó y Wesker continuó mirando la pantalla. Estaba claro que algo fallaba. Era imposible que una persona fuese totalmente inmune al G-Virus, mucho más potente que el T-Virus. Ni que decir de una muestra que mezcla el G-Virus con el Virus Verónica.

- Birkin… ¿qué es lo que tú sabías que nosotros no? – Se preguntó a si mismo mirando la pantalla en la que apareció una fotografía de William Birkin al lado de su mujer y de su hija en unos laboratorios de New York.