Mi primera adaptación, de la Editorial Harlequin, Categoría Bianca, de la serie: "En la cama con el Jefe"
Disclamer: Algunos personajes pertenecen a Masashi Kishimoto, Chiie Taruma pertenece a Marisol Rodríguez y Amy Samake a Angeliza Chávez. Historia original de Penny Jordan
Editado por HARLEQUIN IBERICA, S.A
Núñez de Balboa
© 2008 Penny Jordan. Todos los derechos reservados
AMOR EN LA INDIA
Titulo original: Virgin for the Billionaire's Talking
Publicada originalmente por Mills & Boon ©, Ltd., Londres
CAPITULO 1.
— Perdone… — dijo una voz masculina y con tono de autoridad
Chiie estaba tan absorta en observar a los invitados del jardín del palacio que no se había dado cuenta de que estaba bloqueando el paso al jardín. Dos de sus mejores amigos se habían casado, y ella había tenido intención de ir a una de las casetas puestas para la celebración, pero se había quedado fascinada mirando la mágica atmosfera. La voz de aquel individuo era potente y fuerte debajo de aquel tono aterciopelado0, pensó ella, y se estremeció como si hubiera pasado una corriente eléctrica.
Su acento era indudablemente de un colegio de élite ingles, seguido de una carrera en la más prestigiosa universidad, seguramente. El acento de un hombre que daba por hecho tener riqueza y distinguida posición social. El acento del privilegio, el poder y el orgullo.
¿Se reflejaría en el acento de ella tanta información como en el de él? ¿Se notaría su acento del norte a pesar de todo el empeño que había puesto en aprender a disimularlo para que le fuera mejor en su negocio como decoradora de interiores?
Chiie se giró hacia el hombre para disculparse, y al verlo, todo su cuerpo y sus sentidos parecieron sentir su atracción hacia él. Fue como si se quedase totalmente desprotegida frente a la intensidad de su reacción.
Se quedó petrificada ante el impacto de su presencia, fue como si se encontrase frente a un tren que fuera a embestirla. El poder de su sexualidad golpeó contra ella y la dejó indefensa.
Itachi no entendía por qué estaba perdiendo el tiempo allí, de pie, dejando que aquella mujer lo mirase de aquel modo tan obvio. Admitía que era guapa. Pero no era la única invitada europea de la boda. Aunque era verdad que su aspecto y su figura la habrían hecho destacar en cualquier sitio.
Era alta, elegante, y tenía un aire refinado. Pero sus voluptuosas curvas y su boca sensual era lo que más le gustaba de ella. Porque era lo que demostraba que tenía una naturaleza sensual, y eso era lo que él más disfrutaba de una mujer.
Seguramente desplegaba una gran sensualidad en la cama, animando a cualquier amante a que le diera placer hasta gritar. Podía imaginársela con aquel cabello oscuro extendido en la almohada, sus ojos brillantes de excitación, los labios de su sexo húmedos y curvándose suavemente, esperando abrirse con las caricias de su amante como pétalos de una flor, abiertos al calor del sol, exponiendo su latiente corazón, ofreciendo su parte más intima, extendiendo sus pétalos para atraer su posesión, y llenando el aire con la fragancia del deseo.
Su cuerpo viril fue asaltado por un repentino e intenso deseo que lo tomó por sorpresa.
A sus treinta y cuatro años era lo suficientemente mayor como para controlar sus reacciones físicas frente a una mujer deseable, y no obstante esa mujer lo había hecho reaccionar tan rápidamente que no había podido hacer nada. Ella no llevaba ropa hindú, como solían hacerlo muchas veces las invitadas europeas que asistían a una celebración hindú. Él esperó a que se le pasara la excitación y luego, casi involuntariamente, se oyó decir:
— ¿Eres de la familia del novio o de la novia?
— Lo siento…
— Te preguntaba si perteneces a la parte del novio o de la novia — le dijo él
La palabra ‹perteneces› le dolió, puesto que ella sabía que en aquel mundo no pertenecía a nadie, ya que ni su media hermana ni su medio hermano querían saber de ella, pero le dio la impresión de que él lo que quería era prolongar el contacto con ella a través de una conversación frívola.
Él era muy apuesto. Aquel pensamiento fue como una voz de alarma. Pero sus sentidos se negaron a oírla. ¿Cuántos años tendía él? Ciertamente los suficientes como para que ella no lo mirase tan descaradamente. Pero no podía dejar de clavar sus ojos en él.
El desconocido llevaba un traje italiano color crema, y tenía un aire de hombre cosmopolita. Seguramente pertenecía a la clase privilegiada, había tenido una educación cara y hoy nadaba en la riqueza. Su piel era de un tono pálido que asemejaba a la luna llena, su cuerpo, la altura perfecta, y sus músculos, el tono ideal.
¿Serían sus hombros tan anchos como parecían? Eso parecía.
Sin embargo, a pesar de todo, a ella le daba la impresión de que destilaba también un aire peligroso y oscuro. Ella intentó no dejarse arrastrar por el magnetismo que lo rodeaba y que tenía un efecto tan intenso sobre ella. Aquel hombre estaba ejerciendo un fuerte impacto sobre ella. Pero seguramente también debía de ser todo lo que rodeaba aquella boda lo que la embriagaba, pensó.
Originalmente el edificio había sido un palacio de verano y un refugio para caza que pertenecía a un antiguo maharajá, pero luego había sido convertido en un lujoso hotel de cinco estrellas. Había estado en una isla, pero ahora estaba comunicado a la orilla por un bonito camino. Sin embargo la impresión creada cuando uno se acercaba era que el palacio y los jardines flotaban en las serenas aguas del lago que lo rodeaba.
Y si no era aquel entorno lo que afectaba de aquel modo sus sentidos, entonces sería el aroma sensual de las flores. Chiie respiró profundamente y le dijo firmemente:
— A ambas partes. Soy amiga de la novia y del novio
Hubo algo en los preparativos de al celebración que llamó su atención. Unas lámparas de cristal empezaron a brillar. Su llama se reflejaba en el lago. Los pabellones se engalanaron con luces de colores. Éstas llegaban hasta los senderos del jardín que conducían a las suites de los invitados en el que era uno de los hoteles más lujosos de la India. La tarde estaba dando lugar a la noche. Pronto los novios se cambiarían, y ella tenía que hacer lo mismo.
El cielo se estaba transformando en una bóveda rosada por la luz del atardecer, lo que llenaba la atmosfera de una sensualidad que era como una caricia sobre su piel. Aquello parecía un cuento…
O quizás fuese el efecto del hombre que estaba cerca de ella lo que le daba a la atmosfera aquel brillo especial.
Algo en su interior se debilitó. Era India lo que estaba provocando aquello. Tenía que serlo. Ella estaba empezando a sentir pánico. Aquellas sensaciones la habían tomado por sorpresa, con la guardia baja, y ella se sentía expuesta, sin tener dónde refugiarse. Se sentía totalmente vulnerable, incapaz de controlar unos instintos que creía totalmente controlados. Necesitaba pensar en otra cosa, en la boda a la que estaba asistiendo, por ejemplo.
Amy se había inspirado en el magnifico lugar donde se celebraba su boda para la elección de su traje, basado en ropas tradicionales. Neji también se había entregado a aquella fantasía hecha realidad, y estaba impresionante con aquel turbante rojo y dorado, su traje sherwani de seda dorado y la bufanda bordada que hacía juego con el lehenga rojo y dorado de Amy.
Chiie hubiera asistido a la boda de Amy y de Neji en cualquier lugar que se hubiera celebrado. Porque su primo amigo Shikamaru y ella eran los mejores amigos de la pareja. Y cuando Amy le había contado que habían decidido hacer una ceremonia hinduista tradicional en Ralapur después del matrimonio civil en Reino Unido, Chiie había decidido acompañarlos. Ella había deseado visitar aquel lugar desde la primera vez que había leído acerca de él. Pero Chiie no sólo había ido allí a la boda de sus amigos y a visitar la ciudad. También había ido por trabajo. Ciertamente no había ido allí en busca de un romance, pensó.
— Fui a la universidad con Neji y Amy — explicó antes de preguntar con curiosidad —: ¿Y tú?
Era típico de las mujeres de su tipo hablar en voz baja y con tono sensual, aunque también se adivinaba una nota de vulnerabilidad en ella que le daba un toque más interesante aún, pensó Itachi. Él no tenía intención de contarle nada personal, ni el hecho de que su hermano menor era el nuevo maharajá
— Tengo conexión con la familia de la novia — dijo él.
Era verdad, después de todo, puesto que él era el dueño del hotel. Y de muchas cosas más.
Miró hacia el lago. Su madre había amado aquel lugar. Se había transformado en su refugio cuando había necesitado escapar de la presencia de su padre, el maharajá y su avariciosa cortesana, a quien no le habían importado los sentimientos de su esposa e hijos. La expresión de Itachi se endureció al pensar en ello.
En aquella época él había tenido dieciocho años y acababa de volver de un colegio ingles de élite donde tanto él como su hermano habían sido educados. Aquel invierno había ido a Ralapur por primera vez la mujer que había robado el afecto de su padre con sus toques sexuales y su avariciosa boca húmeda pintada con barra de labios roja a juego con sus uñas. ‹Una mujer moderna›, se había llamado a sí misma. Una mujer que se había negado a vivir sujeta a reglas morales, una mujer que había puesto los ojos en Fugaku, se había dado cuenta de su posición y su riqueza y había decidido atraparlo. Una amoral y avariciosa ramera que se vendía a sí misma a hombres a cambio de sus regalos. Lo contrario de su madre, que había sido amable, obediente a su esposo, pero feroz en la protección de sus hijos.
Itachi y su hermano menor, Sasuke, habían mostrado su desacuerdo ignorando la existencia de la mujer que había usurpado el lugar de su madre en el corazón de su padre.
‹No deben culpar a su padre›, les había dicho su madre. ‹Es como si lo hubieran embrujado, y estuviera ciego a todo y a todos excepto a ella›
Fugaku había sido ciego al no ver a la mujer tal cual era, y se había negado a escuchar nada en contra de ella. Y ellos habían tenido que hacerse a un lado y observar cómo su padre humillaba a su madre y se humillaba a sí mismo con su obsesión con aquella mujer. La corte se había llenado de cotilleos sobre ella. La amante de su padre había alardeado de sus previos amantes sin reparo, y hasta había amenazado con dejar a su padre si él no le daba el dinero y las joyas que ella quería. Itachi había estado furioso con su padre, incapaz de comprender cómo un hombre que siempre se había sentido orgulloso de su familia y de su reputación, que siempre había condenado moralmente a otros por sus lapsus, se comportaba de aquel modo.
Al final se había peleado tanto con su padre que no había tenido otra opción que marcharse de su casa. Tanto su madre como Sasuke le habían rogado que no se fuera, pero Itachi tenía su orgullo y se había marchado, anunciando que no quería ser conocido como el primer hijo del maharajá, y que desde entonces él seguiría su propio camino en la vida. Un anuncio un poco tonto, tal vez, para un chico de dieciocho años.
Su padre y la amante de su padre se habían reído de él. Itachi jamás perdonaría a la responsable de la muerte de su madre… Oficialmente la causa de su muerte había sido neumonía, pero Itachi sabia que no había sido la verdadera razón.
Su dulce y hermosa madre había muerto por las heridas infligidas en su corazón y en su orgullo por una mujerzuela. Él había despreciado a ese tipo de mujer: codiciosa y disponible para cualquier hombre que tuviera dinero para comprarla.
É había sido reacio a volver a Ralapur al principio, cuando Sasuke había sucedido a su padre. Pero el menor había insistido. Y por el amor a su hermano, Itachi había accedido finalmente. Pero aun no sabía si había hecho lo correcto.
El muchacho que se había alejado de una vida en la que tenía el estatus de ser el primogénito del maharajá y había entrado en una vida de futuro incierto donde no tendría nada excepto sus habilidades, había vuelto a su lugar de nacimiento transformado en un hombre rico, que inspiraba respeto no sólo en su país sino en Europa y Norteamérica. Era un constructor de propiedades millonarias con un ojo tan agudo para los negocios que todo el mundo quería hacer negocios con él. Ahora era lo suficientemente mayor como para comprender la pulsión sexual que había llevado a su padre a abandonar a su esposa por aquella cortesana que había controlado su deseo sexual.
Itachi podía perdonar en cierto modo a Fugaku, pero no a la zorra que había avergonzado a su madre y que había manchado el honor del nombre de su familia.
Chiie miró cómo cambiaba la expresión de la cara del desconocido. El interés sexual había sido remplazado por frialdad. ¿En qué estaría pensando? ¿Qué era responsable de aquella mirada de arrogancia y orgullo?
— ¿Estás sola aquí?
Itachi se maldijo por entrar en un territorio que sabía que era peligroso. Pero se había tentado, al igual que lo tentaba aquella mujer, al igual que deseaba a aquella mujer de pómulos finos, labios delgados y ojos rojos en una piel blanca. ¿Por qué diablos la deseaba?
Era una mujer del montón, no llevaba ningún anillo caro, lo que significaba que no había habido nadie que se lo hubiera regalado para que lo luciera. Su última querida había aceptado el fin de la relación entre ellos sólo cuando él le había regalado un diamante de Graff, la famosa tienda de Londres, donde su amante había señalado un diamante rosa, que evidentemente había escogido antes de su visita a la joyería. Si él no hubiera estado cansado de ella en aquel momento, el hecho de que ella hubiera elegido semejante diamante habría matado totalmente du deseo por ella. Como todas sus amantes, su última querida había estado casada. Las mujeres casadas eran más fáciles y mucho menos caras para dejarlas cuando la aventura se había terminado, puesto que tenían marido a quienes responder.
Itachi no tenía interés en casarse, pero su posición como el hijo del fallecido maharajá significaba que se esperaba de él que se casara con alguien de su clase social, un matrimonio que estaría negociado por la corte y los abogados.
Pero él tenía aversión a dejar que otros organizaran su vida, al margen de que no le atraía nada la idea de llevar a la cama a una inocente chica apropiada para su papel, protegida por su familia y virgen, una característica que se comerciaría como parte del trato en la negociaciones para su matrimonio. Un matrimonio así sería para toda la vida. Y la verdad era que él se oponía vehementemente a comprometerse por un tiempo largo con una mujer. De ningún modo iba a compartir su fortuna, que había ganado con lágrimas y sudor, con una mujer avariciosa que pensara que él era lo suficientemente estúpido como para comprometerse en un momento de lascivia, y que esperase un goloso acuerdo de separación de él una vez que la lascivia se hubiera enfriado y él quisiera deshacerse de ella.
Chiie dudó, consciente de su propia vulnerabilidad. Pero no estaba en su naturaleza mentir, y aunque lo hubiera estado, sospechaba que su Madrina, la Sra. Haruno, quien la había criado después de la muerte de su madre, se la hubiera arrancado a golpes
— Sí, estoy sola — dijo ella
Hubiera querido preguntarle lo mismo, pero se reprimió. Una alarma sonó en su interior. Lo había mirado, era verdad. Pero eso no quería decir nada. Pero aquel hombre interpretaría aquella mirada como un desafío. Lo sentiría como un derecho de su instinto de macho cazador. Ella se estremeció por aquel pensamiento.
¡Dios! Pero era muy atractivo. Más que atractivo.
Llevaba su atractivo sexual masculino con el mismo descuido que llevaba aquel traje caro. Pero ella era inmune a ello, ¿no? Chiie se estremeció
Jamás era una buena idea desafiar al destino. Ella lo sabía. Aquél era un hombre que desplegaba un aire sexual irresistible, y que debía de estar acostumbrado a tener efecto sobre sus presas femeninas.
La deseaba, pensó Itachi. La deseaba desesperadamente.
Su vestido color hueso hasta los pies junto con su bufanda de seda del mismo color, la hacía sobresalir sobre los brillantes colores que llevaban la mayoría de las mujeres, y le daba un aspecto angelical pese a su cabello oscuro. Ella tenía un aspecto etéreo y frágil, pero no había habido nada etéreo en la mirada que le había dedicado a él unos segundos antes, una mirada de sensualidad y excitación que buscaba satisfacción.
El patio estaba casi vacío en aquel momento. Los otros invitados habían ido a cambiarse para el banquete de la noche, y ellos dos estaban solos. Chiie sintió un estremecimiento. Aquello empezaba a ser ridículo… y peligroso
Ella debería haberse quitado de su camino en lugar de… Quedarse ahí, mirándolo, absorbiendo cada detalle masculino. Tenía que alejarse de él.
Chiie se dio la vuelta ara marcharse, pero él extendió el brazo y le impidió el paso apoyando la mano en el tronco iluminado de un árbol que había en el lado contrario del sendero. Ella se quedó petrificada. Dejó escapar un suspiró y lo miró. Sus ojos no eran grises, sino negros como los mares de Norte. La mirada de Chiie descendió hasta sus labios. El superior era firme y bien definido mientras que el inferior era sensualmente delgado y curvado.
Sin poder evitarlo, una sensación de tsunami brotó en su interior. Ella dio un paso adelante y uno atrás, dejando escapar un suspiro que expresó tanto su deseo como su rechazo. Pero aquellos pasos llegaron demasiado tarde para impedir lo que sucedió.
Ella estaba en sus brazos, y él la besó posesivamente, con una intimidad que la sacudió.
Ni el beso de él ni la respuesta de ella a él podrían haber sido más íntimos si él la hubiera desnudado, y ella había querido que la besara. Se había ofrecido a él totalmente, como reconoció la ojirroja, en estado de shock. Apenas se podía tener en pie no respirar, mucho menos pensar, como resultado del deseo físico que la consumía. Y que hizo que deslizara sus manos frenéticamente por debajo de la chaqueta de él y luego por su torso, temblando por su deseo de tocarlo.
En medio de la ola de pasión, ella sintió que no podía entregarse a aquel peligroso placer. No podía permitirse sentir aquello. Horrorizada por su propio comportamiento, ella se forzó a abrir los ojos, se estremeció y se separó de él
— Lo siento. Yo no hago estas cosas. No debí permitir que ocurriese
Itachi se sorprendió. Había estado a punto de acusarla de provocarlo y luego de rechazarlo para que él se sintiera atraído por ella. Pero su disculpa casi balbuceante lo había sorprendido.
— Pero tú también lo querías — la desafió Itachi
Chiie hubiera querido mentir, pero no pudo
— Sí — admitió, traicionada por su propia debilidad
Por supuesto que él tenía derecho a estar enfadado y a querer una explicación de su parte. Pero ella no podía dársela. Así que se dio la vuelta y se marcho casi corriendo en la oscuridad.
Itachi no intentó detenerla. Al principio había estado más preocupado por su involuntaria reacción sexual hacia ella que en llevar las cosas más lejos. Sólo cuando ella se había apartado había sido cuando había sentido aquella punzada de rabia sexual masculina por su rechazo.
Pero ella se había marchado y lo había desarmado totalmente con su disculpa, mostrándole una vulnerabilidad que en aquel momento estaba teniendo un extraordinario efecto en él. Ella lo intrigaba, lo excitaba, atraía su interés de un modo que lo desafiaba tanto mentalmente como sexualmente.
Él había tenido intención de dar un paseo por los jardines del palacio cuando la había visto. Había planeado pasar la noche mirando unos importantes documentos y haciendo algunas llamadas telefónicas. Pero ahora estaba pensando en postergarlo
Una mujer que podía admitir que estaba equivocada en cualquier sentido, y especialmente en su comportamiento sexual, era una criatura poco habitual, según su experiencia. Ella estaba sola allí, había admitido que lo deseaba, y él ciertamente la deseaba… Itachi curvó la boca en un gesto de anticipación ante lo que se avecinaba.
Chiie no dejó de mirar por encima de su hombro para ver si él la estaba observando todavía. Una vez que estuvo en su habitación con la puerta cerrada con llave, se apoyó en ella, incapaz de moverse, por el shock y el mareo que se había apoderado de ella. Empezó a temblar
¿Qué diablos había hecho? Y más importante aún, ¿por qué lo había hecho?
¿Qué tenía él de especial que había podido derrumbar el muro que ella se había construido a su alrededor?
Ella sintió la garra del pánico, como si se tratase de un animal desesperado por escapar a su cautividad. Ella no podía permitir que se expresara su sexualidad. No podía permitir que existiera. Punto
Lo sabía. Su madrina le había advertido lo que podía pasarle, la degradación que sufriría, la vergüenza que le traería a sí misma y a su madrina. Aunque ella llevaba muerta casi diez años, Chiie aun escuchaba su voz diciéndole lo que le iba a suceder si seguía los pasos de su madre
Chiie tenía 12 años cuando había muerto su madre y se había quedado con su madrina, o mejor dicho su madrina se había visto obligada a quedarse con ella o admitir frente a sus vecinos el hecho de que la había abandonado. Su madrina no había querido quedarse con ella. Lo había dejado bien claro
— Tu madre etra una zorra que trajo desgracia a su familia. Y te advierto, no dejaré que tú termines como ella, así tenga que matarte — le había dicho su madrina cuando se había ido la asistente social que llevado a Chiie su casa —. No tendré a una zorra viviendo bajo mi techo y trayendo desgracia a mi vida
Solo por ser hija de su madre podría torcer su camino hacia la dirección equivocada, le había dicho su madrina, y vivir una vida de pecado.
Entonces Chiie había aprendido a mantener en guardia su corazón y su cuerpo. Cuando los chicos le habían llamado ‹frígida› y ‹bragas de acero› en el colegio, ella se había sentido orgullosa en lugar de furiosa.
Lenta y cuidadosamente se había creado un mundo no sexual en el que se sentía segura, un mundo en el que jamás se transformaría en la hija de su madre.
Y ahora, después de asumir que siempre sería así, de repente, aquel mundo se desvanecía, y ella descubría lo que era desear a un hombre desesperadamente.
Empezó a temblar. Su cuerpo estaba lleno de sensaciones desconocidas y de necesidades. Su cuerpo y su mente ardían.
¿De dónde le venían aquellas sensaciones?
¿Había sido así como había empezado su madre?
Ella volvió a temblar, pero más violentamente. Se sentía mareada de miedo y desesperación.
¡Esperen el capitulo dos!
