Amaneció, tan frío como cualquier mañana de invierno en Londres.
Pero para John Watson incluso el frío tenía una dulce tibieza. Después de su servicio en la guerra, había sufrido de soledad sintiéndose desgarrado cada vez más. Una luz apareció cuando conoció a Sherlock, pero tras verlo saltar de la azotea en San Barts su mundo había vuelto de derrumbarse.
Sherlock retornó, exactamente en el instante preciso en el que John estaba por buscar a alguien más para llenar su vida. Mary, por quién sentía gran aprecio, y de una forma poco usual le recordaba a su amigo.
John había reaccionado violento con Sherlock. Tres golpes, y el último le había roto la nariz. Era la frustración, la ira que le causaba el haber estado sufriendo como un idiota durante dos años, tratando de hallar consuelo en alguien que jamás reemplazaría a su amigo.
En un arrebato de ira, para demostrar que seguía adelante sin Sherlock, le propuso finalmente matrimonio a Mary; sin embargo esto duró muy poco. Volvió a ayudar en ciertos casos a Sherlock, y en una especial noche en la cual persiguieron a un tipo que le disparó al detective, John, viéndolo desangrarse, no supo hacer otra cosa que besarlo. Besarlo porque lo había extrañado, durante dos años. Besarlo porque tras ese tiempo llorar estaba demás. Y besarlo, porque recordó como lo había perdido cuando saltó de aquella azotea, y teniéndolo entre sus brazos, cubierto de sangre le recordó que podía volverlo a perder, esa vez para siempre.
Sherlock no había respondido esa noche, pues apenas estaba consiente. Al despertar en un hospital, ya que Lestrade los había estado siguiendo en aquel caso con los demás agentes del Yard para atrapar al traficante de drogas a quien perseguían; Sherlock apenas tuvo tiempo para hablar con John. Apenas le dedicó una sonrisa de agradecimiento.
A los dos días fue dado de alta. La bala no había causado daños graves, solo una pérdida exagerada de sangre. Así que tan pronto subieron al auto que Mycroft envió a retirarlos, se encontraron frente a la puerta del 221B de Baker Street. John no pudo evitar soltar un suspiro al entrar al piso, donde tanto tiempo había pasado en compañía de su amigo. Pensaba en el beso no devuelto, cuando Sherlock volteó, mirándolo fijamente y sin decir en absoluto nada, lo besó.
Esta vez fue un beso mutuo. Al principio tímido, con sus cuerpos separados y las manos nerviosas sin saber dónde posicionarse, pero después empezaron a devorarse los labios. Sherlock lo rodeó por el cuello, y John apretó la cintura del detective, juntando sus cuerpos.
Aquella noche él no había ido a dormir con Mary. Prefirió quedarse con su amigo, besándolo toda la noche, rodeándolo entre sus brazos y pidiéndole que jamás lo abandonara. Sherlock, antes de dormirse juró que nunca lo haría.
A partir de aquello las cosas se habían movido rápidamente. John había terminado con Mary a los dos días del incidente en el piso de Baker Street, y ella sabiendo que no tenía ninguna manera de competir contra el detective se había hecho a un lado, deseándolos con cierta amargura que sean felices juntos.
Por otra parte los agentes del Yard, al enterarse de las buenas nuevas entre el doctor Watson y Holmes; solo pudieron cobrar apuestas antiguas, y escuchar los pretenciosos 'lo sabía' por parte de Anderson y Donovan. Lestrade tuvo que soportar esos comentarios durante dos semanas, y enfrentarse a la tercera a las nuevas especulaciones que sus compañeros de trabajo tenían sobre él y Mycroft Holmes. ¡Por Dios, ¿no tenían en algo mejor que pensar?! Aunque… así como con la relación de John y Sherlock, no estaban tan lejos de la verdad…
La señora Hudson, fue la única impresionada en ese caso. No porque la noticia de que John dejó a Mary y finalmente declaró su amor por el detective la aturdiera. Sino dado a que ella había pensado que Mary era una simple amiga del doctor y que este siempre había convivido con Sherlock de una manera Romántica.
-Señora Hudson, no soy gay- repetía John constantemente. Pero ¡Vamos! Nunca nadie hace caso a las mentiras obvias.
Bien. Y allí estaban: seis meses después de todo aquel ajetreo, durmiendo en la misma cama del piso, John despertando sin frío alguno, con Sherlock repantigado encima suyo como si tratase de asfixiarlo o servir de manta durante la noche.
Observó detenidamente su rostro pálido, sus labios acorazonados y esos rizos desordenados. Y no pudo creer que haya estado tanto tiempo sin darse cuenta de cuanto amaba esos pómulos bajo aquella nívea piel pálida. Lo abrazó contra si, respirando su aroma dulzón.
-Sherl- susurró.
La cabeza aun le dolía. Habían bebido tanto la noche anterior, que apenas recordaba lo ocurrido. De lo que sí estaba seguro era de tres cosas: ayer había contraído finalmente matrimonio con el menor de los Holmes, tendrían una terrible discusión sobre que apellido permanecería entre ambos, y aparte de besarse y acabar con dos botellas de vino, todavía no se habían atrevido a dar el siguiente paso.
Suspiró. El detective lucía tan cómodo y sin ganas de despertarse.
-¡Sherlock!- exclamó John. En otra ocasión lo hubiera contemplado hasta cuando a aquel niño caprichoso entre sus brazos le diese la ganas de abrir los ojos. Pero ese día no había tiempo.
El avión partía a Suiza a las siete y media de la mañana, y no quedaba sino tiempo para vestirse, y llamar un taxi.
Sí, su luna de miel sería en Suiza.
-¡Sherlock! Es hora- lo sacudió levemente. Con una protesta exasperada Sherlock reveló sus indescifrables ojos gris-azul-verde, cuya definición de color John había preferido no indagar.
-Siempre insistes en que debo dormir más, ¿Qué te ha hecho cambiar de parecer justamente hoy?- preguntó adormilado, aunque pronto abrió los ojos de par en par, pegando un salto.
Cualquiera que lo hubiera visto precipitarse aceleradamente al armario para sacar la maleta ya hecha, colocarse uno de sus trajes, su abrigo y su bufanda, habría pensado que acababa de acordarse de que tenía un caso.
-¿No estabas preocupado por el tiempo, doctor?- insinuó al ver que John todavía lo admiraba, desconcertado desde la cama.
John sacudió la cabeza, suspirando. Tenía una duda.
-Sherlock, ¿Sabes qué día es hoy verdad?- preguntó. Porque conociendo al detective, y no lo habría tomado como una ofensa, pero bien podía haberse olvidado que ese día partían de luna de miel.
Sherlock entrecerró los ojos, y alzando el cuello de su abrigo salió de la habitación, maleta en mano.
John bufó. Se cambió rápidamente de ropa, y bajó a la cocina donde Sherlock tomaba una taza de té mientras enviaba mensajes por su celular. Preocupado, John tomó otra taza. Empezaba a creer que de verdad lo había olvidado, o creía que su luna de miel era otro caso.
-Sherlock. ¿Sabes qué día es hoy?- repitió, exasperado.
Sherlock dejó el celular a un lado de la mesa, terminó su té, y frunciendo el ceño respondió fríamente:
-Por supuesto, John. Mi memoria funciona mucho mejor que la de los idiotas esos, sin ánimos de ofender- apretó la maleta en su mano enguantada derecha, y se dirigió a las escaleras.
La señora Hudson acababa de entrar por el umbral del apartamento.
-Chicos, abajo hay un taxi esperándolos- musitó, y cual relámpago exaltado Sherlock abandonó el piso corriendo a la calle.
John se tomó un tiempo para despedirse de la mujer, y esta le deseó buena suerte, aconsejándole que sea cuidadoso. Palabras en las cuales John detectó cierto tono de insinuación y preocupación por Sherlock. Prefirió no pensar en ello.
En el viaje en taxi Sherlock se mantuvo callado. Demasiado, incluso para ser él. En el aeropuerto apenas tuvieron tiempo de pasar palabra, y una vez en el avión el detective cayó profundamente dormido antes de que siquiera este despegara.
Comenzando a preocuparse, John estuvo durante un largo trayecto jugueteando nerviosamente con el anillo que adornaba su anular, dedicándole miradas furtivas al de Sherlock.
¿Y si el detective creía que aquella unión simplemente significaba un poco de besos, y un compañerismo infalible en los casos? John tragó pesadamente. Quería a Sherlock, y debía admitirlo: lo deseaba. Pero una vez que lo pensaba no tenía idea si este tenía alguna clase de atracción sexual hacia él. Ni siquiera estaba seguro de que entendiera que el matrimonio era se amigos, compañeros y amantes, todo a la vez. No solo un seguro para que fuese su blogger de por vida.
-Sherlock- susurró en su oído, y el detective abrió un ojo, aun encogido en su asiento del avión-¿Sabes lo que implica una luna de miel? ¿Verdad?- soltó John. No quería sonar desesperado ni morboso, pero el miedo lo embargó. Miedo a que Sherlock estuviera confundiéndolo todo. Es más, él siempre le había dicho te amo. Pero si lo pensaba bien, Sherlock solo lo besaba de vuelta; nunca respondía.
Solo asintió, sonrió y lo besó cuando John le propuso matrimonio. Y en la boda aparte de enumerar en sus votos que John era muy buena persona y excelente amigo, jamás habló de amor o algo parecido.
Un dolor de cabeza afectó a John Watson.
-De qué estás hablando- espetó el detective con aire ofendido.
-¿Sabes lo que una luna miel significa?- John tembló, nervioso- Quiero decir- no sabía siquiera si Sherlock alguna vez había tenido alguna clase de relación con alguien; sentimental o sexual. Hasta donde él sabía Sherlock era virgen, pero bien podía solo haber borrado sus experiencias de su palacio mental-Alguna vez has…- insinuó.
Un matiz rojo ocupó los pómulos de Sherlock, quién pegó un salto en su asiento.
-Sé de qué hablas, John. ¡Y si tu intención era follarme! ¿Por qué casarnos? Solo podías habérmelo hecho aquel día que te besé- exclamó el detective, marchándose en dirección al baño.
Antes de aterrizar, había regresado. John se sentía estúpido. Y Sherlock no hablaba para nada. Bajaron, como cualquier persona, e inevitablemente en el aeropuerto John alcanzó a ver a una pareja de recién casados, besándose, jugueteando y rayando en lo cursi. Pero, pensó, no estaría mal que Sherlock lo besara o por lo menos le dirigiera la palabra.
Cuando estaban por subir al taxi que los llevaría al pueblo donde se hospedaría, en un bonito hotel de cabañas antiguas y rústicas; John tomó desprevenidamente a Sherlock, y le plantó un beso. El detective lo empujó, entrando en el taxi y enfurruñándose.
John lo siguió y aquel viaje en taxi resultó mucho más tenso que su estadía en el aeropuerto.
Llegaron a las cabañas, se registraron y ante la mirada pícara de la recepcionista, ascendieron por un camino empedrado hasta una cabaña pequeña pero bonita que tenía una hermosa vista hacia los campos y montañas del lugar.
Había frío, y cuando Sherlock tiró su maleta en mitad de la sala, e ingresó al baño dando un portazo, John sintió el clima calarle los huesos. Por supuesto que no quería follárselo, lo amaba, y así eso significase jamás traspasar la línea entre los besos y caricias castas, lo sobrellevaría.
Lo dejó un tiempo. Sabía que el detective necesitaba su espacio. Y al escuchar la tina de baño llenándose de agua, entendió que quizá Sherlock ingresaría un buen rato a su palacio mental. Lo que no esperó es que después de ver una estela de vapor emerges por la puerta del baño, escuchara unas respiraciones entrecortadas, y sollozos provenir desde dentro.
Sin pensarlo dos veces, entró casi tirando la puerta. El cuatro que encontró le resultó chocante y doloroso. Sherlock, hundido hasta las orejas en el agua caliente, lloraba como un pequeño, sacudiéndose con violencia.
-Sherlock ¿Qué tienes?- se acercó abruptamente, y el detective volteó el rostro enrojecido por las lágrimas. Johan lo tomó por las mejillas obligándolo a verlo-¡Sherlock, es suficiente, háblame por el amor de Dios!- exclamó. El pelinegro sacudió la cabeza.
Tomando una larga respiración para guardar su paciencia, John inclinó su cabeza, y lo besó. Una vez más Sherlock se apartó.
-Sherlock, si es por lo que te dije en el avión. Lo siento, amor. Solo creía que no habías comprendido lo que significa el matrimonio. No estoy diciendo que quiero follarte, y dejarte tirando; pero quiero que sepas que eres mi amigo, y mi compañero y si el ser amantes no te parece, esperaré aunque jamás suceda. Porque te amo, Sherlock- habló John, pegando sus frentes. Sherlock desvió su mirada hacia otro lado-Sherl, ¿Es por…? No es por eso verdad- de todas las personas que John NO podía deducir, tenía que ser Sherlock la exclusión en sus cálculos. Lo conocía bien con solo mirarlo-¿Es por…?- repitió, pero no lo conocía tan bien como para deducir de que se trataba.
-John- pronunció Sherlock, y el médico podía haber muerto en ese instante, el escucharlo hablar, decir su nombre era suficiente.-John, no es por ello. Sé que tú no quieres solo… eso… es que yo… yo…- tartamudeó.
Entonces John lo observó. El temblor intermitente en su cuerpo, sus ojos perdidos, su rostro enrojecido y cierta ira consigo mismo adornando esos hermosos ojos indescifrables.
Miedo.
-John, tengo miedo- aceptó el detective, y en un acto impulsivo se aferró al pecho del doctor, escondiendo su rostro allí, para temblar desesperadamente.
-Miedo de qué, Sherlock- cuestionó el doctor, levantando su rostro entre sus manos. Sherlock aun lloraba.
-De lo que no puedo deducir, o entender. De lo que no conozco- explicó el detective- Yo te quiero John, de esa manera. Quiero ser tuyo, en todas las formas. Pero… no sé…- balbuceó.
John quedó pasmado. De verdad habría puesto sus manos en el fuego porque Sherlock había tenido antes experiencias sexuales y su 'virginidad' era solo una metáfora para el hecho de que había borrado todo de su palacio mental. Se habría quemado las manos.
-Sherlock, me estás diciendo que ¿Qué jamás tú…?- inquirió aun sin poder asimilarlo.
-No, John. Jamás, con nadie- Sherlock buscó los labios de John, besándolos con premura- Soy virgen, John Watson. Y tengo miedo a nuestra luna de miel, porque sé lo que significa- tembló.
John besándolo apasionadamente detuvo sus palabras, y le acarició el cabello.
-Sherlock, si aún no estás seguro…- susurró.
-¡No!- exclamó el detective- Quiero hacerlo, John. Pero tengo… miedo- recalcó, poniéndose de pie en la tina y alcanzando una toalla.
John dio un paso atrás, y extendió su mano en dirección al detective.
-Lo haremos cuando tú quieras- musitó al sentir los dedos de Sherlock entre los suyos, pero ni bien terminó de decir esto, cuando el detective tiró de su brazo, envolviéndolo en un acalorado beso.
En un nudo de pies, brazos, manos, enredándose en los cabellos del otro, y dejando caer la toalla de Sherlock en el piso de la cabaña, cruzaron el pasillo que llevaba a la habitación.
-Sherlock- gimió John al sentir las manos del detective viajas hasta su suéter y deshacerlo.
Continuaron besándose hasta llegar al umbral de la puerta, en donde Sherlock recargó la espalda en el marco, y en un impulso casi chocante para John envolvió al doctor por el cuello con ambos brazos, y subió una pierna rodeando las caderas del doctor.
-¿Es..estás seguro?- jadeó John, incapaz de hablar, al sentir sobre su bóxer la hombría de Sherlock despierna rozándose con la suya. Movió las caderas. Divertido-¿Seguro?- Sherlock asintió, arqueando la espalda y gimiendo, lo cual John aprovechó para tomar sus dos piernas y elevarlo en sus caderas.
Lo apoyó aún más contra el marco de la puerta, mordiendo su cuello empezó a dar embestidas, frotándose sobre Sherlock.
El pelinegro gemía el nombre del rubio, veía un nubarrón enceguecerle la coherencia, y respondía a las embestidas con un leve movimiento de sus caderas. Fue cuando hundió sus uñas en la espalda de John, sintiendo un calor ascenderle por el abdomen que se dio cuenta de que no quería terminar en el marco de la puerta, con John aun puesto sus bóxers.
- No… John… no, espera- lo detuvo. Y el doctor creyó captar las palabras, por lo cual depositó un beso rápido en su frente, apartándose.
-Está bien- dijo con la respiración acelerada- Lo dejamos para otro día ¿te parece?- lo alzó en brazos, de una manera muy cliché, llevándolo a la cama, para dormir. Según él, hasta que Sherlock lo empujó haciéndolo caer sobre el colchón con él encima, sentado a horcajadas sobre él.
Empezó a moverse de nuevo, esta vez tomando iniciativa, y besando a John, mordiendo sus labios y lamiendo cuello.
-Sherlock, creía que…- gimió John, incapaz de terminar una frase. Tener a Sherlock, encima de él, moviéndose de aquella manera, besándolo, jadeando y arqueando la espalda cuando sus miembros se tocaban, con sus bucles de color ébano cayéndole por la blanca frente húmeda, no podía compararse con nada.
-Me ha entendido mal, doctor. No quería terminar en el marco de esa puerta- susurró Sherlock, armándose de valor-…quería…- pero no pudo terminar, enrojeció hasta las puntas de su cabello, lo cual dio a John la oportunidad perfecta de tomarlo por la muñecas hacerlo rodar en la cama, atrapándolo debajo suyo.
-¿Qué? ¿Qué es lo que deseas Sherlock?- preguntó, lujurioso.
-Deseo terminar…- Sherlock continuaba nervioso. John besó el dorso de su mano, mirándolo tiernamente, para darle confianza- terminar contigo dentro, John- añadió.
John, incapaz de contenerse volvió a besarlo, esta vez colando una mano hasta la erección de Sherlock, para acariciarla de arriba abajo. Una vez sintió que el detective se tensaba ante su toque, estando al borde. Se detuvo.
-¿Qué haces…?- inquirió Sherlock al ver que se apartaba un poco. John retiró sus bóxer, tirándolos al pie de la cama.
-Lo que me has pedido, amor- respondió John, colocándose entre las piernas de Sherlock quién las subió hasta rodearlo, teniendo el miembro del doctor justamente en su entrada.
-John, yo…- musitó Sherlock, acariciando los cabellos de su doctor, observando esos ojos azules, y robándole un rápido beso.
-Primero… debo prepararte- explicó John, percatándose de que por primera vez al estar por follar con alguien, estaba nervioso. Es que no era simplemente follar, era hacerle el amor, y hacerle el amor a Sherlock Holmes.
Condujo un dedo hasta la boca del detective, quién asumió que debía lamerlo, y lo hizo con un deje de lujuria mientras envolvía el dígito del doctor con su lengua. Aunque pronto enrojeció, avergonzado. John le sonrió, colocando el dedo en la entrada del menor, empujando levemente.
Sherlock hizo un gesto indescifrable al sentir el primer dígito adentrarse en su interior, y clavó los tobillos en la espalda baja de John. Este comenzó a mover el dedo, haciendo círculos, y adentrándolo un poco más; hasta cuando rozó algo en el interior de Sherlock haciendo que aquel gesto analítico desapareciera, y una ola de placer recorriera al detective. Sherlock empezó a mover sus caderas tratando de introducirse más el dedo de John.
Prontamente su índice se convirtió en dos dedos, que hacían movimientos de tijeras, y golpeaban contra la próstata del detective. Sherlock gritó, extasiado, arqueando la espalda, y palmeando el hombro de John para que se detuviera.
-Me… me vendré si continúas- dijo entre gemidos y jadeos. John lo besó profundamente, colocando su miembro en la entrada de Sherlock, retirando los dedos, y empujando un poco.
Sherlock mordió su labio inferior, separándose de la boca del doctor, conteniendo el dolor. John lo miró, preocupado, pero el pelinegro, cubierto en sudor, asintió. Empujó un poco más, y un grito ahogado salió de la boca del detective.
-Lo siento, Sherlock- susurró John, viendo como el menor cerraba los ojos y apretaba las sábanas entre sus puños-Sherlock, abre los ojos- no se movió ni un poco más. Esperando a que Sherlock reaccionara.
Y en un momento indeterminado, sintió el movimiento brusco de las caderas de Sherlock que acaba de introducirse a John de un solo movimiento.
Apretando los párpados el detective dejó rodar dos lágrimas, y gimió adolorido, casi en una queja desgarradora. John lo pudo soportar el verlo así, por lo cual empezó a besarlo, a la vez que tomaba el miembro de Sherlock, acariciándolo lentamente. Mordió sus hombros, besó sus labios, y acarició sus piernas sin siquiera moverse un centímetro.
Sería la primera vez de Sherlock, no quería que se llevase un mal recuerdo.
-John…- musitó Sherlock después de un largo beso-John…-abrió los ojos y el rubio lo vio-… mue… muévete- pidió.
-Sherlock, pienso que…- murmuró John, sumamente preocupado por el enrojecimiento de dolor en el rostro del detective.
-No pienses John, hazlo- rogó el detective. Y sin poder resistirse, John empezó a moverse, despacio, con sumo cuidado, apenas chocando sus caderas.
Sherlock continuó apretando las sábanas, derramando lagrimas, y gimiendo adolorido. Hasta que John sumido en el placer que le provocaba la estreches de Sherlock, se movió demasiado profundo. El detective abrió los ojos desmesuradamente, gritando el nombre de John y quedándose sin respiración durante varios segundos.
John se sintió horrible por estar disfrutando del momento a costa de Sherlock, e intentó moverse fuera. Sherlock lo detuvo, rodeando sus brazos en la espalda del ex militar.
-No te atrevas a irte- le dijo amenazador.-Hazlo de nuevo- pidió, sus ojos ensombrecidos por la lujuria.
John, asombrado, volvió a introducirse, completamente rozando la próstata de Sherlock.
-¡John! ¡Ah…!- gimió Sherlock, y John continuó dando en ese punto con cada embestida y con más confianza cada vez. Permitiéndose gemir-¡Oh, Dios! Sí, Oh- gritó Sherlock-¡John! ¡John! ¡Sí, ah!- no se detenía y eso excitaba más al doctor.
Tomando sus piernas con ambas manos abrió más sus caderas, enterrándose hasta lo profundo de Sherlock quién movía sus caderas en busca de las de John, y clavaba las uñas en la espalda del rubio.
-¡Sherlock, oh, Sherlock!- gritó John, resistiendo un poco más, golpeando un par de veces más en aquel punto sensible de Sherlock, mordiendo su blanco cuello, apretando su erección al ritmo de las embestidas, viéndolo arquear la espalda, gritar, gemir jadear y venirse-Sherl- suspiró cuando se corrió en su interior.
Sherlock había quedado completamente en blanco, temblando en espasmos de placer. John lo abrazó, y repartió un par de besos en su rostro, haciéndolo reaccionar.
-Sherlock ¿Estás bien?- susurró cuando el de rizos negros lo rodeó con sus piernas y brazos.
-Te amo, John- respondió Sherlock, por primera vez-Te amo- repitió y el rubio lo besó mientras se retiraba con gentileza de su estreches.
Observó un poco cohibido como su semilla se escurría entre las piernas de Sherlock en una mescla de semen y gotas de sangre.
-Dios, te he hecho daño- dijo, sintiéndose culpable.
Sherlock no respondió, solo lo tomó entre sus brazos y lo hizo girar en la cama, hasta quedar sobre su pecho, acurrucándose y abrazándolo posesivamente. Lo miraba como deduciéndolo y a la vez contemplándolo.
-¿Qué?- inquirió John, intrigado por esa mirada.
-Ha dolido, pero me agradó… mucho- confesó Sherlock, pintando una sonrisa.-¿Podemos repetir?- preguntó, entusiasmado, irguiéndose sobre John y sonriéndole cual niño travieso que quiere otro dulce.
John emitió una carcajada, lo abrazó fuertemente y depositó un casto beso entre sus rizos negros.
-Podría ser- dijo pensativo.
-¡John!- protestó Sherlock caprichoso. John negó con la cabeza, dándose cuenta de que había despertado el interés de Sherlock por el sexo y cualquier interés del detective resultaba adictivo- Por favor- suplicó haciendo puchero.
John no pudo resistirse, lo tomó por la cintura, haciéndole que se sentara ahorcajadas sobre él, y empezó a mover sus caderas.
-Eres insaciable, señor detective- musitó besándole el cuello.
-Y solo fue mi primera vez- respondió el pelinegro, empezando a gemir mientras se mordía esos labios en forma de corazón.
Por la noche, una vez vestidos, fueron hasta el restaurant de aquellas cabañas, y Sherlock cual niño que protege su dulce, se negó a soltar la mano de John hasta cuando llegaron a la mesa y el rubio ocupó una de las sillas. Sherlock permaneció de pie frente a John.
-¿Qué esperas?- preguntó el rubio, desconcertado.
Sherlock hizo un mohín, y retiró la otra silla, sentándose y haciendo una mueca de dolor.
John rió.
-Espera a que te de cinco rondas de lo que me has enseñado y tampoco te será cómoda la silla- sonrió Sherlock maliciosamente.
John tragó con fuerza, tomando una copa de vino tinto que la mesera le ofreció y tratando de ocultar una sonrisa que apareció rápidamente en sus labios. La propuesta no sonaba nada mal.
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