Y lo curioso era, que después de todo lo dicho y hecho, después de tanto tiempo, de tantas batallas y de tanta sangre derramada, la Seras Victoria que tantas muertes cargaba en su conciencia continuaba siendo una persona sencilla e inocente.

La inocencia es por supuesto algo relativo, algo que puede ser juzgado sólo a partir del criterio, la ética y la moral de quien pretende juzgar y, de este modo, muchos de los que llegaban a tener algún contacto con la draculina la juzgaban como una asesina desalmada y cruel y al mismo tiempo Alucard no podía dejar de percibir en Seras a una muchacha inocente.

Pero el vampiro lo sabía bien. Sabía que esa muchacha cargaba a cuestas un duro pasado.

Todos pensaban que la primera vez que Alucard y Seras se encontraron fue en Chedar durante el ataque de los vampiros, pero no fue así, y en una noche de luna sangrienta el vampiro contemplaba las dos copas de cristal que siempre estaban sobre su mesa con ojos vacíos mientras recordaba…

Recordaba una noche de cacería en la que buscaba a un vampiro recién nacido (una simple escoria) responsable del asesinato de por lo menos siete prostitutas en sólo dos noches.

Las tinieblas cubrían desde los más altos edificios hasta los bordes de las aceras, los murmullos obscenos de la noche se mezclaban con los jadeos de los idiotas que follaban con prostitutas de medio costo y los pseudografiteros pintarrajeaban palabras altisonantes en las bardas de los edificios que no tenían la fortuna de ser considerados un símbolo emblemático de Londres.

La presencia de la escoria de vampiro fue sentida por el rey sin vida, y en poco tiempo este estaba ya en la zona con el dedo en el gatillo y la lengua repasando los colmillos afilados. Podía sin problemas pasar toda la noche jugando, pero su oponente resultó ser tan inútil que a los pocos minutos se fastidió y terminó limpiando la basura con una sola bala.

La noche sin embargo era demasiado hermosa para ser desaprovechada y después de unos cuantos minutos de caminata el no muerto llegó a uno de los barrios de la clase media. No hubo en ese lugar nada que llamara especialmente su atención y por lo mismo se dispuso a regresar a la mansión Hellsing para reflexionar sobre su eterna existencia, pero se escucharon entonces varios disparos amortiguados y gritos de dolor y desesperación, más disparos y sonidos obscenos. Hasta ahí no había nada nuevo y Alucard decidió que ese era otro pleito trágico de esos que tanto gustaban a los humanos, pero, cuando daba ya los primeros pasos de vuelta a su hogar un grito más se escuchó y ese sí que llamó su atención.

Un grito de guerra.

En su pasado el rey sin vida había escuchado a mucha gente gritar de dolor, de ira, de rabia, desesperación, desesperanza… cada emoción tenía su propia dulzura, su propio atractivo, su propio color, pero de todas las emociones que podían ser responsables de hacer gritar a un humano, era la necesidad de guerra la que más había siempre provocado su interés.

Un disparo más. Un disparo que acalló el grito y que fue extrañamente perturbador en sus oídos.

Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, doce, dieciséis, doscientos pasos fueron los que tuvo Alucard que avanzar para llegar a la fuente de ese grito formidable que ahora se veía reducido a quejidos lastimeros; y al contemplar la escena con sus ojos fue algo inevitable que sus labios se entreabrieran para mostrar los colmillos.

Dos cadáveres sin vida: uno que yacía mirando a sus asesinos con rostro de horror, otro que era violado sin descanso por un don nadie; dos ratas en cuerpos de humano: uno que follaba un cadáver tibio y otro que cuidaba una herida minúscula con ridícula teatralidad; completando el cuadro, una niña pequeña que apenas y respiraba debido a la herida de bala que había recibido y que sin embargo tenía las manos manchadas con la sangre de una de las ratas.

-Mami… papi…

¿Si las ratas humanas no hubieran estado quejándose y distraídos en lo suyo habrían escuchado esas palabras llorosas que delataban que la pequeña aún estaba con vida? ¿Habrían notado entonces los movimientos sutiles del cuerpo estremeciéndose en agonía? Tal vez no, pero con su oído superior y sus sentidos sobrenaturales Alucard se percató perfectamente de eso y sonrió ante la ironía de que dos ratas entrenadas que cargaban sin duda con el peso de muchas muertes en sus almas podridas no habían sido capaces de quebrar el espíritu de lucha de una simple niña.

No había nada que lo impulsara a actuar: ni el deseo patético de vengar a esos desconocidos, ni la ofensa moralista por lo que hacían, ni ninguna especie de empatía sentimentalista por la niña terca que se aferraba a un mundo de mierda y suciedad. Aun así, Alucard decidió limpiar la basura y se presentó ante los dos asesinos debiluchos como el monstruo que era.

Gritos de terror, gritos de dolor, gritos silenciados por la muerte.

Para la policía los dos bandidos escaparon, para su jefe los dos idiotas simplemente desaparecieron, para la organización Hellsing ellos ni siquiera llegaron a existir, para la niña esos monstruos se deformaron en recuerdos tormentosos y pesadillas y para Alucard a ambos les había faltado algo de sabor.

El vampiro no volvió a interesarse por esa chiquilla rubia cuyo nombre no conoció, pero estuvo en la habitación hasta que los servicios de emergencia llegaron a sacarla del lugar y por lo mismo estaba seguro de que había sobrevivido.

Los años pasaron. Órdenes restrictivas, órdenes de liberación, misiones aburridas, limpiezas profundas, vampiros escoria e intentos fallidos de nosferatu.

Alucard no volvió a saber de la niña hasta esa noche en el pueblo de Chedar cuando la encontró a punto de ser violada por escoria y rodeada de los ghouls que en vida debieron ser sus compañeros y amigos.

Sus facciones habían cambiado, su cuerpo desarrollado era casi irreconocible y su voz sonaba a pesar de todo firme y poco aniñada… pero Alucard la reconoció, y fue capaz de leer en sus ojos esa fortaleza épica e inquebrantable que en los momentos de verdadera crisis separaba a los humanos de los insectos.

¿Qué es lo que había de suceder con ella? ¿Es que había luchado tanto por su vida sólo para perderla en una de las maneras más indignas? En realidad eso no le importaba, pero al mismo tiempo…

-Oficial ¿eres virgen?

Escuchando la pregunta ella se sonrojó y sin embargo el mismo Alucard se extrañó del profundo interés que en ese momento tenía de conocer la respuesta, pero se dijo después que era sólo por capricho y por curiosidad.

Una bala disparada a través de los pulmones de la oficial impactó de lleno en el corazón del intento de vampiro y mientras la escoria desapareció de un mundo que no la necesitaba la chica rubia quedó tendida sobre hierbas silvestres que se manchaban con la sangre virginal que escapaba de su cuerpo.

Alucard la contempló y pasó por su mente que esta era una segunda oportunidad para la chica: una oportunidad para dejar el mundo de suciedad, para evitar las penas de la vida y para terminar lo que tantos años atrás habían comenzado las ratas con forma de humano.

Pero, como tantos años atrás, la chica rubia se aferró con uñas y dientes a una vida que no le ofrecía nada a cambio.

Mujer policía.

Alucard la llamó con su mente y ella respondió a su beso de la muerte con la fuerza abrumadora de su alma.

Alucard llevó a esa chica a la mansión Hellsing en donde Integra y Walter le dieron una habitación, un arma y un destino de servidumbre que sin embargo no sería peor que el que tenía él.

Seras Victoria. Escuchó ese nombre por primera vez de labios de Walter cuando el Ángel de la Muerte investigó los expedientes clasificados y por alguna razón esas dos palabras sencillas agitaron algo en su muerto corazón.

¿Por qué transformaste a Seras en vampiro? Su maestra Integra lo preguntó y él respondió que había sido por capricho, Walter repitió la pregunta y su respuesta entonces fue que ella así lo había querido, los soldados de Hellsing rumoreaban al respecto pero ninguno se atrevió a preguntar (de haberlo hecho la respuesta habría sido que no les importaba), y sin embargo, fue Seras Victoria la que nunca intentó obtener la verdad.

¿Cuál verdad, a todo esto?

No había una verdad diferente a lo que había dicho ya. Había actuado por capricho, por reconocer el mérito de esa chiquilla que había nacido sólo con el propósito de permanecer en el mundo a pesar de los que intentaban lastimarla.

La vida era una mierda, el mundo estaba lleno de porquería y los humanos eran en su mayoría escorias que se diferenciaban de los pútridos intentos de nosferatu y de los insectos únicamente por el sabor… pero Seras Victoria había sido siempre diferente: llena de luz, llena de sonrisas regaladas y con ese inconfundible aroma de la sangre inocente.

Alucard seguía convencido de eso inclusive ese día que sus ojos contemplaban los trozos despedazados de los que antes habían sido los soldados de Hellsing y conocía el hecho de que toda esa masacre la había ejecutado Seras con sus propias manos, y sostenía para sí la idea a pesar de todos los vampiros que la chiquilla continuaba ejecutando con su arma.

Cuida a nuestra maestra, mujer policía.

Con esas palabras se despidió de su pequeña antes de subir al jet que había de llevarlo a la aniquilación de otra escoria. Se despidió con una orden de proteger a una gran mujer pero lo que en realidad había querido decir era "espérame aquí, mi inocente Seras".