Sobrevivir.

El sonido de una sirena llenaba el fondo de nuestra huida, las luces rojas poco a poco se iban disipando a medida que nos alejábamos. Acomode el cuerpo sobre mi espalda, continúe corriendo hacia un lugar que creía seguro. Mi hija menor lloraba en la espalda de su hermano, asustada y con frío.

Mi hijo intentaba calmarla, corriendo a la par de mí. Aunque el lodo y los escombros no dejaban nada fácil atravesar el lado este de la cuidad. Llegamos frente a una casa de madera apenas en pie, dudamos si seguir corriendo o quedarnos a descansar ahí.

Las pisadas de un grupo de personas se escuchaban estrepitosa, incluso más que la sirena apenas audible. Usamos la oscuridad de la noche para encubrirnos, abrimos la puerta y pasamos dentro, trabamos la puerta con nuestro propio cuerpo.

Deje a mi esposa en el suelo, tenía la pierna lastimada, apenas podía mantenerse de pie. Mi hija fue abrazada, apenas tiene diez años. Ambas respiraban agitadas, intentando calmarse.

Agarre la escopeta en mis manos y me arrodille entre los escombros, frente a mi familia. Mi hijo mayor, se recostó sobre la puerta, con un rifle en sus manos intentando escuchar. Su ojo estaba morado, y su labio sangrando.

Mi cuerpo, era algo aparte, las heridas que yo tenía eran más graves. Pero necesitaba mantenerme fuerte, era lo único que mantenía con vida a mi familia. Mi hijo ayudaba mucho, al igual que Bulma. ¡Pero me niego a dejarlos solos ahora!

El grupo de soldados paso sin mirarnos, sin detenerse siquiera a tomar un poco de agua. Suspiramos con tranquilidad, sentándonos en ronda para descansar. El otoño se sentía en el ambiente, el leve frio nos hacia la piel de gallina.

— ¿Necesitas que te cambie los vendajes? —Pregunto Bulma, mirándome con cariño— ¿Vegeta?

Asentí sin decir nada, estaban empapados en sangre —Bra, ¿Cómo está tu conejo?

Mi pequeña tenia las lágrimas secas sobre sus ojos, mientras su hermano la peinaba— Está… asustado.

—Dile que pronto veremos al abuelo —Ella sonrió—, el estará muy feliz de vernos.

Mi hija era la menor, y la más ignorante del conflicto que vivíamos. La única de nosotros que sonría y lloraba sin importarle nada, solo su conejo. Tal vez era lo mejor, mientras menos nos preocupáramos, menos nos estresaríamos y podríamos pensar claramente.

—Trunks… —Levanto la cabeza para verme— ¿Cómo te sientes?

—Agotado.

—Mañana a la noche nos movilizaremos, ¿De acuerdo? —Suspiro, supongo que entre correr por su vida y jugar a la consola con sus amigos, era muy claro que prefería— No pongas esa cara, o vigilaras esta noche.

Retrocedió asustado, los tres reímos. La guerra es buena para ver las pequeñas cosas que te hacen feliz, e ignoramos en mejores tiempos.