Capítulo 1: El viaje


El Expreso de Hogwarts comenzó a tomar velocidad y la estación 9 y ¾ fue quedando atrás. Eventualmente sus padres se perdieron de vista y los tres jóvenes se dejaron de asomar a la ventana para saludarlos.

- ¿Vamos a buscar un compartimiento? - le preguntó Albus Severus Potter a su hermano mayor y a su prima, Rose Molly Weasley, Rosie para ellos. Los dos más pequeños esperaron a que James contestara, suponiendo que se quedaría con ellos durante el viaje.

James, sin embargo, sacudió su cabeza en un ademán negativo.

- Vayan ustedes, yo tengo que arreglar cuentas con Victoire. – contestó, y se fue sin más, murmurando algo que sonó como "¡Besando a Teddy! ¿Acaso está loca?".

- Es un aguafiestas –comentó Rosie, escuchando los murmullos de su primo y previendo que el chico iría a molestar a Victoire nuevamente -. Por cierto, deberías ponerte la túnica, Al.

- Relájate, Rosie. Aún tenemos tiempo. Mira, ahí hay un compartimiento vació. –señaló Albus.

- ¿Ya pensaste en qué casa te gustaría estar? –preguntó Rose mientras se sentaba, cuidando de no arrugar su túnica del colegio, que la tenía puesta desde antes de subir al tren.

- Cualquiera menos Slytherin. –le contestó el chico con sinceridad. Tenía cierto temor a quedar allí luego de las bromas de su hermano.

Rose suspiró con impaciencia, y negó con la cabeza.

- Para mí, la competencia entre casas no tiene sentido. –le dijo resuelta.

- Lo dices porque no tienes de hermano a James. –le contestó él, cruzándose de brazos- No sabes cómo se burlará de mí si llego a quedar en Slytherin.

- Ignóralo. No le prestes atención. –le sugirió la chica.

- Rosie, estamos hablando de James. –rebatió Albus, dirigiendo una mirada que hablaba por sí sola. Uno no podía ignorar a James Potter si éste se proponía conseguir su atención.

Rose puso un gesto derrotado, pero luego, se le ocurrió una nueva idea.

- ¿Y por qué no le lanzas ese hechizo que sabe la tía Ginny? –sugirió esta vez, más práctica.

- ¿Mocomurciélagos? –ante el ademán afirmativo de Rose, Albus reflexionó sobre la sugerencia. – Es una buena idea.

- Podemos aprenderlo cuando lleguemos a Hogwarts. –le dijo, entusiasmada ante la idea de comenzar a aprender hechizos.

- Ya lo conozco. –sonrió Albus.

Rose elevó las cejas sorprendida. ¿Cómo podía ser que Albus hubiera aprendido un hechizo antes de ir a Hogwarts?

- Teddy me lo enseñó. –se explicó su primo, al ver la sorpresa en el rostro de la chica.

- ¿En serio?

- Sí. A mí y a James.

º º º

- Torre a "C10". Jaque, Harry. –dijo Ron, viendo con satisfacción como la pieza se movía por el tablero.

- ¿Qué? ¿Dón…? Oh.

Estaban jugando al ajedrez mágico en la casa de los Potter, y, para no perder la tradición, Harry estaba perdiendo el partido, aunque con mayor dignidad que cuando jugaba en el colegio. Albus y James habían decidido participar a su manera, cada uno apoyando a uno de los jugadores. Albus, a su tío, y James, a su padre.

El rey blanco le dirigió una mirada suplicante a Harry, e incluso juntó sus manos sobre la empuñadura de la espada en señal de ruego.

- Estás acabado, James. –le dijo Albus a su hermano, mientras chocaba las manos con su tío Ron.

- Cállate, Al. –le espetó este. – ¿Por qué no mueves el alfil, papá? –sugirió, observando el tablero críticamente.

- Primero, no hagas callar a tu hermano. –le advirtió Harry. – Segundo, ¿por qué estás tan interesado en que no pierda? ¿Han estado jugando apuestas de nuevo?

James se colocó una mano en el pecho y lo miró con aspecto de haber sido ofendido en gran medida.

- No sé cómo me puedes decir eso, papá. Me dijiste que no apostara más con Albus y no lo hice. –negó. - Esto de formar un equipo no funcionará si no hay confianza entre nosotros, ¿sabes? –le advirtió.

Harry lo miró suspicaz unos instantes, francamente no creyendo en los dichos de James -con amplio conocimiento de causa-. Sin embargo, no tenía nada en concreto de qué acusarlo, de modo que volvió a dirigir la vista al tablero, y, luego de meditarlo unos instantes, aceptó el consejo de su hijo y movió el alfil en cuestión.

Sin embargo, Ron, al parecer, había anticipado el movimiento y, luego de intercambiar una mirada sonriente con Albus, eliminó al alfil del tablero con su caballo, dejando a Harry, esta vez, sin escapatoria.

- Jaque mate.

- ¡No! –exclamó James. - ¡Perdí de nuevo! –se lamentó. Albus sonrió ampliamente. Acababa de ganarse parte de los ahorros de su hermano, y ya tenía pensado en qué gastarlos: ranas de chocolate.

Sin distraerse un instante, Harry volvió a mirar a su hijo mayor con perspicacia, girándose en su asiento para mirarlo de frente.

- ¿A qué te refieres con que "perdiste"? –le cuestionó. - ¿No acabo de perder yo? ¿O como mucho, "nosotros"?

James lo miró con aspecto de confundido.

- ¿Dije que "perdí"? –preguntó, extrañado. – Quise decir "perdimos".

Harry, sin embargo, no se dejó engañar.

- James, te lo repito de nuevo: no quiero que apuestes con tu hermano. –le advirtió. – Lo mismo para ti, Albus. ¿Fui claro? –finalizó, mirándolos alternativamente.

Los hermanos lo miraron juntando la mayor inocencia que pudieron en una sola mirada.

- Sí, papá. –repitieron al unísono.

Harry no tuvo oportunidad de seguir cuestionando la completamente sospechosa actitud de sus hijos, ya que en ese preciso momento, entraron por la puerta Ginny y Ted, charlando animadamente.

- … entonces George me dijo: no sabes lo que es un verdadero mocomurciélagos hasta que ves lanzar uno a Ginny. –finalizó Ted, antes de sonreír. - ¿Cómo están? –saludó, mientras se acercaban con Ginny a saludar a todos los presentes.

La pelirroja rió mientras se quedaba parada detrás de Harry, abrazándolo, luego de saludar al resto.

- Hace siglos que no utilizo ese hechizo. –comentó ella.

- Oh, vamos, Ginny, tienes que mostrarme cómo lo haces. –pidió Ted. - Seguro que es mejor que el mío.

- Sí, mamá, enséñanos. –insistió James.

- No. –negó ella terminantemente. – Y menos a ti, James. Si tienes tantas ganas de aprender hechizos deberías prestar atención en clase, y de paso recibiríamos menos lechuzas del colegio.

- Pero me aburro en clase, mamá. –argumentó su hijo, sin dejarse afectar por el comentario. – Además, a Albus también le serviría. –acotó. – ¡Mira lo pequeño que es! Va a necesitar defenderse.

- ¡Cállate, James! –le espetó el menor. – Yo no soy pequeño… ¿verdad? –preguntó después, algo dubitativo.

- Por supuesto que no, Al. –lo reconfortó su padre. – De hecho, tienes la misma altura que James a tu edad. –agregó. Albus le sonrió.

James, por su parte, ignoró el comentario y levantó la mirada hacia Ted.

- Teddy, tienes que venir afuera. Tengo que mostrarte unos movimientos nuevos que aprendí con la escoba.

Sin embargo, no esperó a que el chico se mostrara de acuerdo, sino que comenzó a caminar hacia la puerta trasera, asumiendo, correctamente, que Ted lo iba a seguir. Estaban ya fuera del alcance de los adultos cuando el metamorfomago lo miró con suspicacia.

- Realmente no me quieres mostrar nada, ¿verdad?

James sonrió.

- No. Quiero que me enseñes el hechizo mocomurciélagos. –admitió sin culpa el menor.

Ted rió. A veces James era tan predecible.

- De acuerdo.

- Genial. ¡Al! –gritó, llamando a su hermano. – Ven aquí.

- ¿Para qué llamas a Albus?

James sonrió con picardía.

- Necesitamos un voluntario, ¿verdad?

Ted se cruzó de brazos.

- No pienso hechizar a Albus, James. –se negó. - Si te lo enseño a ti, también se lo enseño a él, y sólo los movimientos, sin magia.

- Oh, está bien. –terminó aceptando James. Sin embargo, inmediatamente después murmuró: - Aguafiestas.

º º º

- No te das una idea de la cantidad de ranas de chocolate que me compré con esos tres galeones, Rosie. –le comentó a su prima, con cara soñadora.

Rose estaba por contestar, pero un chico rubio apareció en la puerta, interrumpiéndolos.

º º º

James buscaba por todos los compartimientos a su prima Victoire. Todavía no le entraba en la cabeza que hubiera besado a Teddy. ¡Era de la familia! ¿Acaso estaba loca?

Y encima nadie lo entendía: cuando se lo contó a sus padres y a sus tíos, no dijeron nada. ¡Nada! Incluso su madre se había quejado de que los interrumpiera. James suspiró. Alguien iba a tener que poner en su lugar a Victoire. No podía ir por ahí besando a Teddy como si nada.

Cuando estaba por el segundo vagón se encontró a Tom McKenzie, un compañero suyo de Gryffindor. Era levemente más bajo que él, con una mata de pelo castaño claro muy desarreglada. Habían compartido juntos el viaje de ida a Hogwarts, y desde ese momento se habían hecho amigos. Lo que más tenían en común era su pasión por las bromas y su actitud relajada hacia los libros. Tom tenía una actitud relajada hacia prácticamente todo, a decir verdad.

Tenían buenas calificaciones. De acuerdo, no "buenas": las suficientes para que sus padres no pusieran el grito en el cielo cada vez que les llegaba una lechuza del colegio. O que al menos el castigo fuera más leve. Las calificaciones de Tom solían estar más al límite que las de James, pero según él, era una experiencia emocionante no saber hasta último momento si aprobaría o no.

Su verdadero interés por los libros (en esas raras ocasiones en que se ponían a estudiar) era como fuente de inspiración para nuevos desastres. De más está decir que rara vez pisaban la biblioteca. Algo parecido a una fobia.

- Tom, ¿todo bien? –le sonrió. Su amigo le devolvió la sonrisa. Como no podía ser de otra forma, pasó a comentar la última travesura en su hacer.

- Excelente, aunque te perdiste la primera broma del año: no sabes el grito de la mujer del carrito cuando descubrió que en las ranas de chocolate había ranas… y no de chocolate.

James colocó una expresión de lástima en su rostro.

- Pobrecita, me da pena.

Tom, ya acostumbrado a su amigo, no se dejó engañar en lo más mínimo.

- No te creo. –le dijo simplemente.

- Eh… yo tampoco -admitió James despreocupadamente.- ¿Viste a Sue?

Susan Brown era otra alumna de Gryffindor, con quien al principio no se llevaban muy bien, tal vez por el carácter mandón de ella y su tendencia a pasar tiempo en la biblioteca. Luego de que ésta les devolviera la broma que ellos le habían hecho con creces –le dejaron el pelo violeta por tres días, pero ella los dejó pelados por una semana-, decidieron que era digna de respeto (y mucho). Asimismo, luego de pasar dos años juntos, tanto Tom como James podían decir con orgullo que habían llevado a la chica por el buen camino –definición que sus padres no aprobaban, dicho fuera de paso-.

- Ni la menor idea –contestó Tom, encogiéndose de hombros. De repente se golpeó la mano con la frente. – ¡Me había olvidado! ¡Sue ama las ranas de chocolate! No le digas que es mi culpa que ahora no haya ninguna. –rogó, algo temeroso por la futura reacción de la chica.

- No te preocupes, no le digo. –le aseguró James. Luego agregó, frunciendo un poco el entrecejo. - Además, le puede pedir a mi hermano. Se compró tres galeones de ranas de chocolate.

- ¿De dónde los sacó? –preguntó Tom intrigado. Sabía que los Potter tenían dinero, pero no se imaginaba a los padres de James dando el consentimiento para gastar tanto dinero en ranas.

- Eh… ¡Después te veo, Tom! –se despidió esquivamente. – Tengo que hablar con Victoire. Si puedes, busca a Sue. –antes muerto que admitir que Albus le había ganado una apuesta. Salió casi corriendo al otro vagón.

En el anteúltimo, finalmente encontró a Victoire, junto a sus dos mejores amigos. Los conocía porque los veía su lado muy a menudo: un chico de aspecto amigable de pelo castaño, que siempre parecía estar sonriendo, y a una joven de pelo rizado, que, si bien no parecía tan efusiva como el otro, también tenía aspecto amistoso.

- ¡Victoire Weasley! –la llamó, utilizando el nombre completo para enfatizar que se trataba de un problema serio. - Tengo que hablar contigo… ahora.

Irse con su primo de trece años, por más que lo quisiera como lo quería, no era ni la mitad de emocionante que hablar con sus amigos del (no tan) reciente romance con Ted Lupin. Pero James no la dejaría ir tan fácilmente si lo que tenía en mente era importante para él. Lo conocía demasiado bien.

Victoire cerró la puerta del compartimiento al salir, y se apoyó sobre la misma mientras esperaba que su primo hablara del asunto que lo había llevado hasta allí. Por su tono, era importante. Conociendo a James… no estaba tan segura.

- Victoire, tenemos que hablar de Teddy.

- Oh, no, no de nuevo. –se quejó la chica, recordando la interrupción de su primo de su tiempo a solas con Ted. Debió haberse imaginado que el chico no lo dejaría ir tan fácilmente.

James decidió ignorar las quejas de su prima y se concentró en lo importante.

- Vic, Teddy es de la familia, ¿cómo puedes besarlo?

- Somos amigos de la infancia, James. No es mi primo ni nada por el estilo. –corrigió ella.

- ¡Pero es como si lo fuera! –rebatió James.

- ¡Pero no lo es!

- ¡Pero es Teddy! ¡Nuestro Teddy!

- James, escucha. -estaba reuniendo toda la paciencia que tenía en su ser. – Está bien que pienses que Ted es como de la familia porque, de hecho, lo es. Pero para mí es mucho más que eso, ¿entiendes? Para mí es… -no estaba segura de qué palabra lo podía describir con exactitud, de modo que decidió decir simplemente lo que le salía-… Lo quiero mucho, James. –finalizó, sonriendo, como siempre que hablaba de Ted.

Pasaron unos segundos en que el chico no dijo nada, al parecer, procesando lo que su prima le había dicho y decidiendo qué hacer a continuación. Finalmente, suspiró. No podía seguir oponiéndose cuando, en realidad, su prima estaba en lo cierto y, además, se la veía tan sonriente y feliz como en ese momento.

- De acuerdo, tienes mi aprobación. –dictaminó.

- No necesito tu aprobación para salir con él. –repuso Victoire, cruzándose de brazos. Una cosa era intentar que el chico la entendiera –y de paso los dejara tranquilos- pero otra muy distinta era pedirle permiso.

- Por supuesto que sí.

- No, de hecho…

- Vic, te acabo de dar mi aprobación. No lo eches a perder. –le advirtió, aunque tenía las comisuras de los labios curvadas en una sonrisa. Acto seguido, comenzó a alejarse.

- Eres imposible, James. –le dijo ella en un tono suficientemente alto como para que se escuchara por encima del ruido del tren.

Este se dio vuelta un instante, le sonrió ampliamente, y con un gesto de despedida se alejó hacia el otro vagón.

º º º

Rose y Albus observaron atentos al recién llegado. Era un joven que parecía tener la misma edad que ellos. Tenía el pelo de un color rubio platinado y una tez bastante pálida.

- ¡Hola! –saludó Albus simpáticamente, ahora más extrovertido, libre de la intimidación de James. – Te vimos en la estación hoy. –agregó, recordando que sus padres habían saludado en su dirección esa mañana.

- ¿En serio? –se extrañó el aludido.- Yo no los vi. –respondió el otro, con una expresión ligeramente confundida en sus ojos – Me llamo Scorpius, ¿ustedes?

- Yo soy Albus, y ella es Rose. –hizo las presentaciones el menor de los varones Potter.

Rose, por alguna razón, no sonreía tanto. El rubio la ponía algo nerviosa. Tal vez era su mirada, demasiado penetrante para su gusto.

- Hola, Rose. –saludó con poco ánimo, mirando ceñudo el pelo de la chica ¿Qué le había dicho su padre sobre hablar con pelirrojos? Lo había olvidado, pero no era algo bueno. Por las dudas, se dirigió a Albus. - ¿Están ocupados los asientos?

- No, adelante. –contestó el chico.

Estuvieron en silencio unos instantes, pero casi inmediatamente Scorpius recordó el tema más recurrente para los alumnos de primer año, y el que solía tenerlos más ansiosos.

- Y… ¿en qué casa quisieran estar? –preguntó.

- ¡Gryffindor!- respondío Rose rápidamente, haciendo honor a la tradición Weasley de habitar en la casa de los leones.

- Cualquiera menos Slytherin –soltó Albus, sin pensarlo demasiado.

- ¿Qué tiene de malo Slytherin? –se extrañó Scorpius. Luego dijo con orgullo, recordando las palabras de su padre. -Yo quiero estar ahí. Dicen que son astutos.

Rose rió, sin poder evitarlo. Ese chico le parecía de todo menos astuto.

- ¿De qué te ríes? –preguntó el rubio rápidamente.

- Oh… de nada. Me acordé de un chiste, pero no importa. –mintió Rose, escondiendo su sonrisa, pero sin lograrlo del todo.

Scorpius la miró algo suspicaz pero siguió hablando con Albus.

- No me respondiste. –le recordó. -¿Qué te parece malo de Slytherin? – lo estaba tomando como algo personal. Después de todo, sus padres, en especial Draco, le habían dicho muy buenas cosas sobre la casa.

- Es que… -Albus no quería admitir que era por miedo a las burlas de James. Una cosa era hablarlo con su prima y otra con un desconocido. – No lo sé. Muchos magos malos salieron de allí, ¿no?

- No sólo de ahí, creo. –argumentó el otro chico. - Yo pienso que no depende de la casa. Nadie les dijo que debían ser malos por estar en Slytherin, ¿o no?

Rose lo miró asombrada. Tal vez la primera impresión no siempre es la correcta: el chico parecía tener algo de materia gris después de todo. Sin embargo, su buena opinión acerca de Scorpius cambió rápidamente.

- ¿Te sucede algo?- le preguntó el rubio en cuestión a Rose.- Tienes cara de malhumorada.

Era evidente que el tacto no es algo que se aprende a los once años, y Scorpius acababa de demostrarlo.

- Nadie te pidió opinión. –Rose se sorprendió a si misma siendo tan desagradable. Normalmente contestaba bien aunque la otra persona le pareciera idiota, pero por alguna extraña razón, no se podía contener con ese chico.

- Creo que hasta un hipogrifo tiene mejores modales… y mejor "pelaje" –añadió, observando el cabello de la chica, que era bastante rebelde.

- Prefiero mi cabello antes que esa peluca descolorida que llevas en la cabeza. –Rose le dirigió una mirada despectiva a su cabello rubio platinado.

- Yo también la prefiero antes de ser tan insoportable. –rebatió él.

- ¡Por favor, chicos! –pidió Albus, al ver que su prima abría la boca para replicar.- No peleen ahora.

Scorpius miró malhumorado a Rose, pero luego comenzó a hablar acerca de qué otra casa elegiría, aparte de Slytherin, si tuviera la oportunidad. Por más que odiara admitirlo, a Rose le encantaba hablar de las casas, de modo que el viaje no fue tan malo como lo suponía teniendo al rubio cerca.

Mientras el viaje seguía, el estado de ánimo de Albus fue mejorando de a poco, especialmente luego de las palabras de Scorpius acerca de Slytherin. Después de todo, podría ser que quedar en la casa de las serpientes no fuera tan malo.

Sus pensamientos se detuvieron cuando el tren bajó la velocidad y llegó a la estación.

- ¿Parece que llegamos no?- preguntó a los otros dos ocupantes del compartimiento.

Los otros dos asintieron emocionados. En instantes estarían en Hogwarts.


Muchísimas gracias a Kirhava por su gran contribución al betear esta historia.