Confesión
Bokuroo
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Me gustas, una palabra con un solo sentido conocido por el mundo. Tan simple y patéticamente complicada. A Tetsurou le produce un retorcijón en la boca del estómago y un impedimento para articular una frase, una mínima retahíla de letras con un poco de sentido. Eso es lo que esa palabra genera en él, ¿cómo puede emerger un cúmulo de emociones sólo por el significado? No lo sabe, y pone en duda su utilidad. Es decir, no cree (afirma, más bien) que pueda tener un objetivo, o que siquiera transforme la vida de alguien al usarla. Bien podría dar cátedra de por qué no hay ni un poco de sentido en aquel conjunto de letras, sí que puede, es más, lo usó de tesis. Pero hubo quien le supo replicar, tanto, que quedó en un silencio casi sepulcral. Y más por quién fue el que le hizo silenciarse.
El chico que le hizo replantearse su afirmación era Bokuto Kotarou, y quizá no tendría mucha implicancia si no fuera porque le hizo replantearse más que una afirmación. Quizá se omitió decir que a Tetsurou le gusta Kotarou. Probablemente haga que todo se entienda más, o no.
Ahora está ahí, en el patio ya vacío de la universidad, con una botella de agua en sus manos y un sudor brillante cayéndole por las sienes. Terminó de practicar con el equipo de vóley, junto con Bokuto. Él está a su lado, tan sudado y jadeante como él, con sus penetrantes ojos incrustados en los suyos. Y la revolución de sus tripas también está ahí (porque detesta llamarle mariposas a una reacción tan horrible), incluso la falta de palabras en su vocabulario.
—Bro —dijo. El chico abandonó su tarea de escrutarle hasta los huesos para mirarlo, esta vez, dándole su atención a lo que fuese a decir—. Sobre el tema aquel —mencionó, algo dudoso de ahondar en él—, ¿quién...? ¿A ti te gusta alguien?
Kotarou le sonrió, y Kuroo pudo verle un tinte carmín sobre sus pómulos, penso que sí, hacía calor. No era tan iluso para esperar nada más. Se secó el sudor con sus brazos y prestó atención a la respuesta.
—Me gusta alguien —confirmó. Sus ojos brillando más por el sol que se filtraba por los árboles de los alrededores, los cerró con una mueca. Tetsurou recordó haber escrito que las confesiones amorosas no se darían tan románticas como en las películas, no habría de esas cosas fantasiosas que se muestran en los textos de personas soñadoras; ni brillos ni respiraciones agitadas, mucho menos corazones latiendo extrañamente.
—¿Te imaginas que hubiesen médicos para confesiones? —preguntó. El cambio de tema y la seriedad de su tono dejaron perplejo al otro, pero no tardó en reír.
—Sería raro. ¿Lo dices por eso que expusiste? Eso de que si latiera tan erráticamente el corazón no sería de amor sino por problemas cardíacos —recordó, entre más risas.
Asintió, acompañando con carcajadas. Pensó también en que Bokuto le había dicho que se reía como hiena, y para él la risa del otro era horriblemente molesta. Nada de romance.
—Lo que dijiste de los médicos para confesiones —retomó el tema Kotarou—, creo que necesitaré uno.
Sus manos dejaron caer la botella, admitió que tenía manos sudorosas y no era otra cosa. De pronto se sintió más pequeño, fuera de lugar, sobrante. Le habían dicho que cuidara las horas que le brindaba al vóley para no agotarse, asintió internamente, le estaba ganando el cansancio. Se notaba en el ardor en sus ojos.
—¿Cuándo lo harás... y a quién? —se atrevió a consultar. Era tonto que pudiese articular algo que le dolía y que, en cambio, una liberación anunciada en un me gustas no pudiera salir de sus labios.
—Ahora... y a ti —sentenció—. Me gustas, bro.
Rebuscó en su archivo de memoria (necesitó de una secuencia de segundos que a Kotarou le parecieron interminables) y lo descubrió: Bokuto le había hecho retractarse de sus afirmaciones más de una vez en su vida.
