Notas del autor: Antes de empezar, agradecer a Toñi y Anita por ser mis conejillos de indias y aguantar mis desvaríos (que son muchos); a mi primica por sus aportaciones y, especialmente, a la colaboración de Cris, que tiene una paciencia infinita. También a todos los que empleáis un ratito de vuestro tiempo en leerlo. Muchas gracias.

Este es mi primer fic, así que cualquier crítica (constructiva) es bien recibida. En fin, espero que disfruten tanto de la lectura como yo de su elaboración.

Disclaimer: los personajes no me pertenecen, son propiedad del excelentísimo Sir Arthur Ignatius Conan Doyle y de la BBC.

CAPITULO 1

La ciudad de Londres amanecía como cada mañana , el sol encapotado cubierto por una densa capa de nubes negras que no auguraba nada bueno, para los ''tranquilos'' inquilinos del 221B de la calle Baker, Sherlock Holmes y el doctor John Hamish Watson.

Como la mayoría de los días en que no tenían casos, John se levantó a las 7'30 de la mañana para alistarse e ir a pasar consulta, esperando que al volver de una agotadora rutina, su compañero tuviera un caso entre manos, o sino pronto se quedarían sin pared. El ex-capitán se dirigió a la cocina para prepararse el desayuno antes de enfrentarse, un día más, al mundo. Esperando encontrar a Sherlock en bata y dando vueltas por la sala de estar, grata fue su sorpresa al descubrir que el susodicho se encontraba durmiendo plácidamente en su queridísimo sofá.

''Vaya, el último caso lo debió de dejar exhausto'' pensó, con una sonrisa en los labios, para a continuación prepararse un té y salir de casa, no sin antes echar un último vistazo al sofá. Para John el día pasó sin ningún tipo de incidente digno de mención.

Por su parte, Sherlock se despertó cerca de la hora de comer debido a que la débil luz que traspasaba la cortina de la ventana le deslumbró. El día anterior terminó con sus casos y la mañana se avecinaba larga y apestosamente aburrida, así que se decidió a arreglarse y tomar un taxi con dirección a Scotland Yard en busca de nuevos entretenimientos.

Cruzó la oficina, ondeando su gabardina con el movimiento rítmico de sus pasos, encontrándose, para sus desgracia e irritación, con la sargento Donovan y su tan característica simpatía. Al final del gran pasillo de mesas se encontraba el despacho de Lestrade, al cual se le podría considerar como amigo de Sherlock, ya que era una de las pocas personas que soportaban sus indiscretas pretensiones inconscientes. Este se encontraba sentado en su escritorio, salvaguardado por dos pilas de carpetas de crímenes a sus flancos, y otra más diminuta delante de él, esperando a su futuro propietario.

-Buenos días, Sherlock, espero que hayas pasado una tranquila noche- dijo con un deje sarcástico, ya que sabía que a Sherlock le exasperaba que su cerebro no trabajara - ¿Qué es lo que necesitas?

-Créeme si te digo que si no lo supieras no habría venido hasta aquí- dijo Sherlock un tanto mosqueado por la cara de felicidad de Lestrade, mientras le entregaba el montón de carpetas diminuto.

Dos falsos suicidios, una estafa al seguro, varias riñas amorosas que acabaron mal, asesinatos mediocres, atracos...nada digno de su privilegiado cerebro, pero estaba tan aburrido que se llevó toda la pila de informes.

Con su rápida y ávida mirada ojeó rápidamente todas y cada una de las carpetas, para devolvérselas mas tarde a Lestrade, con no menos exasperación que cuando las recogió. Aún era temprano, por lo que decidió pasarse por la morgue de Barts a por material para sus experimentos.

Volvió al piso cerca de las seis, después de pasar por una cafetería para tomarse un té, que él consideraba necesario debido a su estado de ánimo. Un par de horas más tarde, el detective abrió la puerta del 221B y se inclinó para recoger el correo. A la vista no encontró nada interesante, salvo una carta que calló del montón que tenía en su pálida mano, sellada con el escudo militar británico, lo que llamó su atención.

-John.

El doctor se encontraba en su sillón leyendo un libro de tapa oscura, a primera vista bastante viejo.

-¿Um? Sherlock, que pronto llegas hoy ¿qué ocurre?- dijo mientras levantaba ligeramente la vista de su lectura para mirar a su compañero de piso.

-Sí, bueno, al parecer los psicópatas se están planteando su vocación; ¿es que ninguno siente pena de mí?- suspiró mientras dejaba su bufanda y gabardina en el perchero- Ha llegado una carta para ti.

-¿Sí?-preguntó, extrañado, a la vez que arrugaba la frente.

-Sí.

Sin esperar a que el doctor cogiera la carta, la depositó en la mesa que usaban, en teoría, como escritorio, ya que con solo un vistazo se podía ver claramente que era un hervidero de artículos de prensa que Sherlock no tenía intención de tirar, dado su poco interés por el orden.

Por su parte, John dejó el libro encima de la mesa de té y se dispuso a abrir el sobre, pensando que se trataría de algo referente a su pensión.

Cuando desplegó el papel y comenzó a leer, se dio cuenta de cuan equivocado estaba.

-Oh...Dios mío...

Cuando acabó de leer su contenido, la dejó encima del tomo de gruesas tapas, para apoyar los codos sobre sus rodillas y apretar el puente de su nariz con ambos dedos.

El detective salía de la cocina cuando se percató del estado de su amigo.

-John, ¿Ocurre algo?- dijo, mientras se sentaba lentamente en su sillón, a la vez que fruncía el ceño, a causa del estado de su compañero.

-Sherlock...- fue lo único que logró decir. Echó un vistazo al detective, y sin saber qué decir o hacer se dirigió al baño para despejar sus ideas mientras se restregaba el agua fresca por su rostro, pálido a causa del contratiempo. No podía creer que esto estuviera pasando, no ahora que Sherlock había regresado de la "muerte" y todo volvía a ser como antes.

Sherlock se encontraba sentado pacientemente en su sillón afinando su violín, siendo alumbrado únicamente por las calurosas llamas de la chimenea. Algo le decía que esa noche iba a necesitar su Stradivarius más que nunca.

A los diez minutos John salió del baño y se sentó en el asiento que se encontraba frente al de su amigo, juntando sus manos para entrelazar sus dedos.

-Sherlock- le llamó con tono firme. El aludido apartó la vista del instrumento y lo colocó suavemente en el suelo, apoyado en su sillón, para finalmente, prestar atención al médico. No le pasaron inadvertidos los ojos llenos de preocupación del hombre que tenía frente a él, tan diferente del que se encontraba diez minutos antes leyendo ávidamente su libro, y sintió como se le hacía un nudo en la garganta y en el estómago.

-¿Qué ocurre, John?

-...verás...