ADAPTACIÓN. Ni los personajes ni la historia me pertenecen, está adaptado por Martasnix.

Comenzamos con el 10° y último libro publicado de esta saga. Espero que al igual que los anteriores, este sea de su agrado.

Capítulo 1

Al pie de las montañas Bitterroot, Idaho

Nia había tenido tantos nombres en su vida, apenas podía recordar el que le habían puesto al nacer. Había sido conocida como Nia Jones en la compañía Eugen, donde había trabajado en el laboratorio de nivel 4, hasta el día que desapareció con un frasco con el virus mortal de la gripe aviar escondido en un pliegue de su ropa. En el complejo paramilitar en las montañas de Idaho, había sido la capitana Nia Graves para sus compañeros de milicia. Le gustaba ser conocida por el nombre que compartía con su padre, el general Augusto Graves. Ahora no era ni Nia Graves, ni Nia Jones, ni ninguno de los nombres que había tenido cuando era una niña mudándose de un lugar a otro con los miembros del movimiento libertad quienes le habían enseñado y entrenado. El FBI y la Seguridad Nacional le conocían por esos nombres y estaban buscándola. Y su padre estaba muerto y se había llevado a la tumba su nombre… todos sus nombres. Ahora solo era Nia. Sonreía mientras deslizaba las cuchillas de las tijeras de farmacia a lo largo de su cuello y las cerraba en los mechones humedecidos de su cabello rojizo que ondeaban sobre su piel. Sabía que su padre había muerto. Había visto el rostro de Lexa Woods a través de la explosión de luz del fogonazo cuando Woods le disparó. Graves había ido a la tumba. No importaba. Ella sabía quién era. Un nombre sólo era una máscara que usaba, parte de su camuflaje. Era un soldado, una luchadora por la libertad, una defensora de la Constitución. Había aprendido eso tan pronto como había aprendido a hablar, cuando le habían puesto su primer nombre, el que apenas podía recordar. Su padre y aquellos que habían permanecido a su lado le habían educado para ser una patriota. Dios, la familia, el país. Esas eran las cosas que importaban. Su país, los Estados Unidos de América, estaba siendo pervertido, debilitado, humillado ante los ojos del mundo por los políticos que se preocupaban sólo por su propio poder y la codicia, por burócratas equivocados y egoístas que pretendían preocuparse por el hombre común mientras socavaban la fuerza y la estructura de la clase media estadounidense. Su padre y los otros como él, entendían que una América fuerte comenzaba con sus líderes, hombres que creían en las palabras de la Constitución y la Declaración de Derechos, aquellos que aseguraban que América era para los americanos y que el mundo lo supiera. La visión de su padre. Su propia visión. Dios y el país, por siempre fuerte. Ahora ella era la cabeza de la familia y tenía dos misiones, cada una de ellas parte del objetivo más amplio. Tenía que llevar a cabo el plan de su padre para mostrar al pueblo estadounidense, no a través de palabras vacías, sino a través de acciones firmes, las fallas de los políticos que habían elegido para ocupar los más altos cargos en la tierra. Las personas se habían vuelto insensibles ante las palabras, pero no ante las imágenes de su propia vulnerabilidad hechas imágenes brutalmente visibles en sus televisores, pantallas de ordenadores y portadas de periódicos. Sólo el temor por su propia seguridad podría cambiar las mentes de aquellos que habían crecido sordos y mudos ante la verdad. Su padre lo había sabido, se lo había enseñado. Ella, su hermana y su hermano habían sido formados para hacer su parte en la guerra patriótica. Esa guerra no había terminado con la destrucción de su complejo o incluso con el asesinato de su padre. La lucha apenas había comenzado y no iba a permitirle al enemigo una victoria fácil. Continuaría la guerra y liberaría a su hermana. Echo había sido la primera en caer, no había muerto, pero le habían capturado. Estaba en algún lugar de DC, en un centro de detención temporal y Nia sólo tenía un pequeño espacio de tiempo para poder liberarla antes que desapareciera en el agujero negro del sistema de justicia. Todos sabían que esto le podría suceder… a cualquiera de ellos. Pensaba que había estado preparada, pero el dolor de la ausencia de Echo… de alguna manera… era peor que la muerte de su padre. Él siempre había sido un símbolo, una fuerza lejana que guiaba su vida. Echo era su amiga, su confidente, la única que le conocía. Metódicamente, recogió los mechones caídos y los depositó en una bolsa plástica de supermercado para desecharla cuando abandonara el motel donde había pasado los últimos días mientras esperaba que disminuyera la llegada de los agentes policiales locales y los federales. No tenía ni idea de cuántos de los otros habían escapado o cuanto del complejo había permanecido en pie. Lo único que había logrado salvar había sido su rifle, dos pistolas y un bolso de gimnasio lleno con un cuarto de millón de dólares. Había tenido que matar al motociclista que les había traicionado y que había tratado de robar el dinero que su padre había obtenido de un financista político anónimo para comprar armas. No podía arriesgarse a contactar a ninguno de los otros militantes… todavía no. No podía arriesgarse a regresar al complejo, porque ya no era un lugar seguro. No tenía casa, ni refugio. Ahora todo lo que tenía era a sus hermanos y las palabras de su padre que resonaban en su mente. Miró fijamente sus ojos azules en el espejo sin marco que estaba encima del manchado lavabo de porcelana y decidió que su aspecto había cambiado lo suficiente con el corte ultra-corto y el tinte rojo que había usado. Todavía tenía un arma más poderosa que una bala. Tenía a Robbie, muy cerca del círculo íntimo del presidente. Y tenía el número telefónico del hombre que le había proporcionado el dinero. Tendría que tener un nuevo nombre para esta nueva fase de la misión. Estudió su rostro, sonriendo suavemente mientras el alemán que había estudiado hacía mucho tiempo resurgía. Racher. Nia Racher. Nia la Vengadora.


—Deberías dejar pasar este viaje— dijo Clarke, dejando a un lado el periódico que fingía leer. No podía concentrarse en los titulares que parecían ser sólo una repetición de los del día anterior y el día antes de ese. Nefastos pronósticos económicos, el genocidio en África y Europa del Este, protestas en el país por la discriminación racial y acoso sexual en el lugar de trabajo y en los campus universitarios y los gritos por la decadencia moral de las facciones de extrema derecha cada vez más expresivos. Habían regresado a DC tres días después que Lexa y los otros agentes habían sido hechos prisioneros y casi asesinados y Lexa todavía tenía sus ojos hundidos, estaba pálida y cojeaba. Las abrasiones en su rostro y manos por el estallido de vidrios, grava y astillas de madera tenían costras, pero aún permanecían rojas. Un enorme moretón, un multicolor de púrpuras, cubría el lado derecho de su pecho y abdomen y la herida que había traspasado su pantorrilla izquierda estaba intensamente inflamada —No estás en condiciones para viajar.

—Tu padre no va a retrasar la apertura de su campaña debido a una acción de la que se supone nadie debe saber— señaló Lexa —Además, sólo es una semana y estaremos en el tren la mayor parte del tiempo.

—Sí y el resto del tiempo estaremos haciendo campaña en las reuniones de la comunidad y en cenas para recaudar fondos y bailes de caridad. Estaremos comiendo mala comida, durmiendo un par de horas en la noche y siempre estaremos corriendo para cumplir con la agenda programada. No sabes cómo es una campaña electoral.

—Sé que me perdí toda la diversión la primera vez que Jake estuvo en campaña— dijo Lexa, recostándose en el sofá junto a Clarke. Lentamente levantó la pierna izquierda lesionada y la apoyó sobre la mesa, tomó la mano de Clarke y la apretó suavemente —No estaré haciendo la parte pesada del trabajo. Estaré bien.

—Ya veo— Clarke colocó el periódico a un lado con cuidado, aunque quería arrojarlo al otro extremo de la habitación. La rápida ráfaga de calor que brotó dentro de ella era familiar y en un tiempo la habría ventilado, se habría alejado, habría alejado a Lexa. Ahora reconocía la rabia por lo que era. En algún momento, en el tiempo que había vivido con Lexa, que había amado a Lexa, había llegado a comprender que la rabia que le había motivado a actuar cuando era una adolescente, que le había llevado a ponerse en riesgo mientras crecía, que le había llevado a alejar a aquellos que se preocupaban por ella, realmente había sido miedo. No estaba orgullosa por eso, pero estaba aprendiendo a perdonarse a sí misma. No recordaba cuando había iniciado el miedo, pero en algún momento a los 12 años de edad cuando se dio cuenta que su madre no iba a ponerse bien y cuando había comprendido unos pocos años después que el trabajo de su padre, su misión, ponía la vida de su padre en peligro, un trozo de hielo se había instalado profundamente en su interior, quemándole a medida que se congelaba. Había perdido a su madre. Podría perder a su padre. El amor era un riesgo que no estaba dispuesta a tomar, así que había vivido con una rabia que le había asfixiado, hasta que Lexa hizo que le fuese imposible no amar. Ahora amaba con todo lo que había en ella y el miedo a la pérdida era más grande que nunca. Respiró profundamente —¿Sabes?... siempre dices eso, que estarás fuera de todo. Que estarás bien. Te das cuenta que casi nunca es cierto.

—Clarke…— Lexa suspiró, preguntándose si Clarke tenía idea de cuan claramente se mostraban sus emociones en su hermoso y expresivo rostro. Primero afloraba la rabia, brillante, ardiente y familiar, opacada rápidamente por la tristeza y el dolor y finalmente apaciguada por una especie de calma que Lexa no estaba segura de preferir. Nunca le había importado la rabia de Clarke, nunca había entendido su origen y había aceptado que la lucha era parte de la fuerza de Clarke. Sólo le importaba cuando la rabia cegaba a Clarke poniéndola en peligro. Entrelazó sus dedos con la maraña de ondas rubias que caían en los hombros de Clarke y examinó cuidadosamente las hebras doradas a través de sus dedos

—Deberías estar enojada. Tienes razón. Para que lo sepas, nunca he intentado engañarte conscientemente. Sin embargo, obviamente me he estado engañando a mí misma.

—No quiero una disculpa. A estas alturas, sé que estás haciendo lo que tienes que hacer— Clarke se deslizó en el sofá acercándose aún más y apoyó su mano en el muslo de Lexa —Es sólo que no quiero que entres en una situación que no puedas manejar porque no estás al cien por ciento.

—Entiendo ¿Y si te prometo, te juro en este momento, que sólo estaré allí en calidad de supervisora? Tenemos un montón de excelentes personas que sobresalen en sus puestos de trabajo, capaces de manejar cualquier cosa que necesiten manejar. Nada de trabajo de campo en esta ocasión.

Clarke dejó caer la cabeza sobre el hombro de Lexa y suspiró —Lexa. Te adoro. Y sé que dices en serio cada palabra. Pero esta vez, si piensas siquiera en ensillar, voy a atarte a mí misma.

Lexa se rio y besó la sien de Clarke —¿Se supone que eso es una amenaza?

Clarke acarició el abdomen de Lexa y deslizó la mano bajo su camiseta gris desteñida

—Puedes pensar en eso como una promesa.

Lexa respiró profundamente, el calor de la mano de Clarke se extendió a través de ella, inundando su adolorido cuerpo cansado con un torrente de placer —Créeme, lo haré.

—Lucinda me envió por correo el casi-tal vez-real itinerario final— dijo Clarke —Nos vamos mañana a las 05:00. La primera parada, Chicago.

—También recibí uno de Tom Turner. La próxima reunión de cuenta regresiva es esta tarde. Quiero hacerle una visita a Echo Pattee antes de eso.

—Lexa, podrías quedarte otro día en cama.

—No voy a discutir— dijo Lexa —Pero lo haré lo más rápido que pueda.

—Iré contigo a la Casa Blanca. De todos modos, quiero hablar con mi padre sobre lo que él quiere que haga.

Lexa acunó la parte posterior de su cuello y le besó —Entonces, tenemos la mañana para nosotras.

Clarke se movió en el sofá y subió aún más su mano, acariciando la parte inferior del pecho de Lexa —Creo que debes regresar a la cama.

—No estoy cansada— dijo Lexa, su estómago tensándose por la anticipación.

Clarke raspó ligeramente el labio inferior de Lexa con sus dientes, finalizando con un movimiento suave de su lengua —No he dicho que deberías dormir.


El senador de Idaho Charles Pike hizo clic en el control remoto y apagó las noticias de la mañana. Los canales locales seguían llevando historias del seguimiento a la destrucción del complejo paramilitar local en las montañas de Bitterroot. No lo llamaban complejo paramilitar, sino un campo desierto propiedad de Augustus Graves, un empresario local que había perecido en el incendio. Los agentes federales, obviamente, habían confundido muchos de los detalles porque no había habido ninguna discusión sobre un tiroteo, rehenes o víctimas. La historia en las noticias era sobre una explosión accidental de un arsenal de armas que un grupo de supervivencia local había adquirido previendo futuras restricciones de armas. Por lo que había sido capaz de descubrir a través de los contactos de Titus en el departamento del sheriff local, las armas intercambiadas con su dinero, o mejor dicho, el dinero de varios de sus acaudalados donantes, no había salido a relucir. Los Renegados, un grupo de motorizados que suministraban las armas, habían iniciado un tiroteo con la milicia y todo el infierno se había desatado. Él había ayudado a instigar el enfrentamiento difundiendo el rumor de que la milicia estaba aliada con la ATF (Oficina de Bebidas Alcohólicas, Tabaco y Armas de Fuego) y que habían planeado atrapar a los Renegados. Había sabido que tendría que sacrificar su dinero, pero no había tenido otra opción, una vez que supo que la milicia había capturado a un agente federal. Al final resultó que, no sólo había sido un agente, sino dos. No podía estar involucrado en algo como eso. Necesitaba distanciarse de eso y la mejor manera de hacerlo era el silencio de la muerte. No había habido rumores en las noticias o en ningún otro lugar que pudiese llevarlo a él. Las únicas personas que sabían de su participación con la milicia eran su ayudante, Derek, en quien confiaba completamente y su asesino a sueldo, Titus, en quien confiaba poco. Aun así, Titus tenía sus usos. Titus era un mercenario con el tipo de contactos a los que Charles no podía acercarse. Mientras su asociación con el ahora fallecido Augusto Graves se mantuviese desconocida, podría seguir utilizando a Titus. Después de todo, todavía tenía una agenda. Su campaña presidencial estaba creciendo con fuerza, pero Jake Griffin todavía era un presidente popular entre la izquierda y la centro-derecha. Sólo la extrema derecha podía ver a Griffin como el liberal libertino que era y con el fin de fortalecer su propia posición con los contingentes menos radicales, Charles necesitaba debilitar a Griffin. Y qué mejor manera de sacudir la confianza de los votantes que mostrar al pueblo estadounidense que su presidente era incapaz de dirigir. Que era vulnerable y débil. El dinero de Charles todavía estaba por ahí y si Titus podía encontrarlo, podría ser capaz de comprar otra arma.