N/A: Hola, buenas, aquí la autora. Me ha parecido que la una y cuarenta y siete minutos de la mañana es una hora tan buena como cualquier otra para subir a ffnet estos one-shots que escribí hace mil años.
La idea original era escribir ni más ni menos que treinta historias cortas, algunas relacionadas entre sí, y otras no, sobre la vida diaria de los piratas Heart. Empecé a escribirlas desordenadas, pero, cuando llegué a una en la que Shachi le pegaba una paliza a unos atracadores, me di cuenta de que no tengo ni idea de cómo escribir escenas de acción, me desanimé, y abandoné el fic. Ahora, meses después, he pensado que me da pena que las historias que escribí nunca vean la luz. Pero tampoco voy a ponerme a trabajar en ellas de nuevo, así que las voy a subir sin editar, tal cual están, y que Dios se apiade de nosotros.
Una cosa más: apenas hay romance —un poco de Penguin x Shachi—, y apenas sale Law. Además, como no se conocen demasiados piratas Heart, cuando escribí esto me tomé la libertad de inventarme unos cuantos.
¡Saludos! Y espero que os guste.
En aquel submarino la actividad comenzaba por la mañana temprano, en cuanto el insistente martilleo del despertador perforaba los oídos de los piratas Heart. Eran las seis de un nuevo día y el sol acababa de salir. Aunque, en la inmensa oscuridad del océano, aquello poco importaba.
Las luces produjeron un chisporroteo al encenderse y Shachi se incorporó en la cama con un gesto de dolor. A su alrededor, sus compañeros también comenzaban a despertarse. Algunos saltaban con agilidad de sus literas y otros, medio dormidos, chocaban entre sí en el estrecho pasillo que formaban dos largas filas de literas. El mejor amigo de Shachi, un joven de cabello negro llamado Penguin con el que compartía litera, apagó el despertador a manotazos. El aparato cayó al suelo con estrépito sobresaltando a todo el mundo y levantando murmullos de desagrado. Shachi acentuó la mueca de su rostro, molesto por el ruido; y Penguin levantó la cara de la almohada con un balbuceo.
—Buenos días —murmuró el joven sin abrir los ojos—.
Shachi no solía levantarse de buen humor.
—Has roto el despertador, imbécil —dijo por toda respuesta—.
—¿Sí? —contestó Penguin sin inmutarse—.
Shachi gruñó y dirigió una mirada de desprecio a su amigo, que había vuelto a enterrar la cabeza despeinada bajo las mantas. A Penguin le gustaba mucho dormir. Casi siempre era Shachi, ya vestido y arreglado —todo lo arreglado que un pirata puede estar—, quien lo obligaba a levantarse dando voces, pero esa vez decidió no dejar dormir a su amigo ni un minuto más.
El despertador había ido a parar al medio del pasillo, donde su entereza peligraba amenazada por los grandes pies de los adormilados piratas. Shachi lo recogió quejándose en voz alta y, sin dudar ni un segundo, se lo lanzó a la cabeza a su amigo. Penguin aulló de dolor y se incorporó inmediatamente en la cama, frotándose la coronilla y mirando a su amigo con incomprensión.
—No está roto —dijo Penguin tomando el despertador y examinándolo detenidamente—. Está perfectamente. Mira, está en buen estado.
—Cállate ya y sal de la cama —replicó Shachi—.
Penguin obedeció, dando un leve respingo cuando sus pies tocaron el suelo del submarino.
—¿Dónde está mis zapatillas? —preguntó, mirando por todas partes—. ¿Las has movido de su sitio?
—Yo no he tocado tus zapatillas —respondió Shachi de malos modos—. Las habrá pateado alguien por ahí.
—¡Qué frío está el suelo!
—Porque es de metal, imbécil.
Penguin se echó a reír resoplando por la nariz.
—¿Te imaginas que hubiese metales inteligentes y metales imbéciles? —dijo, risueño—. ¿Cómo serían?
Shachi, que estaba haciendo su cama, se detuvo y, colgado de las escaleras de su litera, dirigió una mirada hastiada a su amigo.
—Tan temprano por la mañana no, Penguin, por favor —rogó—.
—¿Crees que este submarino sería inteligente? —continuó Penguin— Apuesto a que el despertador sería de los estúpidos.
—Y yo apuesto a que tú eres el único estúpido aquí —dijo Shachi lanzándole una almohada a Penguin—.
El muchacho esquivó el objeto con facilidad e, inmediatamente, se dirigió hacia su taquilla, sacó de ella una toalla limpia y anunció:
—Me voy a duchar.
—Eh, yo me ducho primero —le recordó Shachi—.
Penguin hizo caso omiso de las palabras de su amigo.
—¡Serás cabrón! —gritó Shachi atravesando la habitación a zancadas—. ¡Es mi turno! ¡Yo me ducho siempre primero!
Antes de que Shachi pudiera alcanzarlo, Penguin se había colado en el cuarto de baño y ocupado la última ducha que quedaba libre. Shachi aporreó la puerta.
—¡Sal, hijo de puta! ¡Me toca a mí!
—¡Salgo en cinco minutos, Shachi! —replicó Penguin lanzando su pijama por el hueco superior de la puerta de la ducha—.
—¡No! ¡Sal ya, desgraciado!
Ante la negativa de su compañero, a Shachi no le quedó otra opción que hacer uso de su colorido repertorio de agravios y ofensas, el más variado de toda la tripulación, que abarcaba desde sorprendentes insultos dobles como "estúpido idiota" hasta originales mofas del estilo de "maldita lechuga podrida". El joven pelirrojo continuó dando golpes durante todo el tiempo que Penguin pasó duchándose, provocando la risa de todos los compañeros que pasaron por el baño. Cuando el joven por fin salió, rodeado por una nube de vapor y con el cabello negro goteando, Shachi, iracundo, se le lanzó al cuello. Penguin se rió, aumentando todavía más el enfado de Shachi.
—Ya puedes pasar —dijo el muchacho escabulléndose con rapidez hacia los dormitorios—.
—¡Agh, qué idiota eres!
—Hoy Shachi no está teniendo un buen día.
Quien acababa de hablar era Kujira, el miembro más joven de la tripulación de los piratas Heart y mano derecha, a pesar de sus diecinueve años, del capitán Law en el quirófano.
Era la hora de comer y Shachi todavía seguía lanzando miradas asesinas a Penguin. Los piratas Heart estaban sentados a la mesa, buscando algún tema sobre el que bromear, y hurgando con los tenedores en los platos de arroz. Shachi apartaba con gesto de fastidio los trozos de comida que no le gustaban y se quejaba en voz alta sobre el sabor de los puerros. Kujira lo miraba divertido, bajo la visera de su gorro blanco.
—Claro que no tengo un buen día —dijo Shachi, levantando la mirada al reconocer la voz de su amigo—. Como que me he tenido que congelar nada más levantarme por culpa del idiota de Penguin.
Kujira miró a Shachi con una sonrisa escéptica en los labios. Por todos era sabido que Penguin tenía la capacidad de hacer enfadar a Shachi sin ni siquiera proponérselo. Y Shachi era, probablemente, el miembro de la tripulación que peor genio tenía. Muchos se preguntaban cómo podían convivir tan pacíficamente en el mismo camarote y compartiendo la misma litera, aún cuando el concepto de "pacífico" incluía, en este caso, una gran cantidad de peleas provocadas por insignificancias.
Al otro lado de la mesa, un joven de cabello castaño levantó la cabeza de su plato. Ban era un buen amigo de Penguin y Shachi; mecánico, como ellos; y de veinticinco años, la misma edad que Penguin. Sujetaba su cabello con una cinta elástica de rayas rojas y blancas y fumaba constantemente. En aquel preciso instante, su cigarrillo descansaba, todavía encendido, sobre un plato de postre, esperando el momento en el que Ban terminaría de comer y se lo llevaría de nuevo a los labios. Ban imitó la mueca incrédula de Kujira.
—¿Qué ha pasado esta vez? —preguntó dirigiéndose a Penguin, que estaba sentado, igual que siempre, frente a Shachi—. ¿Has vuelto a sentarte en su cama cuando la acababa de hacer?
Penguin contestó sin dejar de comer:
—No —dijo—. Me he duchado antes que él.
Ban lanzó una mirada crítica hacia Shachi, que dirigió un gruñido a su mejor amigo:
—Yo me ducho siempre primero. Tú vas después como el perdedor que eres. Por tu culpa tuve que estar congelándome. ¡Y además casi destrozas el despertador!
Ban contuvo una sonrisa.
La situación no se alteró lo más mínimo durante el transcurso del día. Mientras Shachi alimentaba su mal humor, Penguin trató de evitarlo tanto como pudo; tarea nada sencilla, por otra parte, puesto que ambos trabajaban juntos como mecánicos en el corazón del buque. A pesar de todos sus esfuerzos, Penguin no consiguió librarse de que su amigo le dirigiese una ristra de insultos cada vez que encontró una oportunidad, ni lo ayudó a esquivar un par de golpes propinados con bastante rabia.
—¡Au, para! —exclamó el moreno cuando, después de cenar, Shachi le pellizcó con fuerza la piel del brazo—. ¡Eso ha dolido!
La expresión hosca del rostro Shachi no varió ni un ápice mientras se sentaba al lado de su amigo en el sofá. A los piratas les gustaba relajarse por la noche en aquella habitación, a la que llamaban sala de estar; bebiendo, contando chistes o jugando a las cartas.
—Es lo que te mereces por ser un asqueroso, y un sucio perro y un...
Shachi fue interrumpido por un peculiar y conocido sonido que brotó de la garganta de Penguin: la risa característica del pirata.
—¿Cómo puedes llamarme sucio cuando el problema está en que me he duchado? —dijo el joven, muerto de risa—.
Shachi tardó unos segundos en procesar lo que su amigo acababa de decir.
—¿Qué? —exclamó levantando las cejas bajo su flequillo caoba—.
—Me parece gracioso que me llames perro sucio y asqueroso cuando el problema está en que me he duchado —dijo Penguin—. Deberías llamarme gato limpio y reluciente o algo parecido. Los gatos son más limpios que los perros.
Inmediatamente, la mano de Shachi voló y propinó un golpe en la nuca a Penguin. Shachi comenzó a gritar "¡Qué tonto eres!", mientras los demás piratas los miraban, y continuó golpeando a su compañero. Sin embargo, la furia había desaparecido por fin de sus ojos, y los primeros indicios de una sonrisa se adivinaban, contra su voluntad, en sus mejillas. Penguin recibió los coscorrones entre sonoras carcajadas sin intentar siquiera defenderse.
