Nota: El anime de Saint Seiya no me pertenece, es obra del señor: Masami Kurumada.


Capítulo 1.

El día aún no ha empezado y nuestro juego sigue su curso. En apariencia, la partida, está enroscada y esperamos la entrada de un nuevo participante. Diversos rivales somos y cada uno con un objetivo a conseguir.


Tras escuchar algunas risas, de lo que parecieran de mujer, abrí los ojos sobresaltado con el sabor de mi sangre en la boca. Se ha perdido la hora del tiempo y no se ha grabado la hora de despertar, en un lugar tan oscuro y lúgubre.

Estaba tumbado, bocabajo, en el frío e incomodo suelo y mi mano estaba sumergida en un pequeño charco, que se había acumulado por las múltiples personas que había en el calabozo había. Hacía mucha humedad y los harapos. Todo mi cuerpo tiritaba, tratando de producir calor.

No había rastro de la capa, ni de mi banda dorada. En la zona del pecho. También estaba en mis manos. Uno estaba roto desde la rodilla y el otro tenía diversos objetivos a la altura del músculo.

¿Qué necesidad tenía yo de pasar por aquella situación? Con solo invocar mi cosmos podría entrar en calor pero, al tratar de convocarlo, se trata en algo más que una lamentable circunstancia. Mi cuerpo se estremeció con un tremendo dolor en el pecho, que me hizo ponerme de rodillas emitiendo un terrible grito. Mi alarma fue tan potente que se escuchó en todos los rincones del santuario.

Llevé mi mano hasta uno de los deseos de la camisa, donde podríamos tocar el pectoral y el colgante, el clavo en la piel, un sello con el símbolo de la diosa Atenea. Era el sello de la deshonra e impedía que pudiera encender mi cosmos y neutralizar mis fuerzas. Aquel simple trozo de papel me había convertido en un completo pusilánime y me provocaba unos dolores terribles, tanto como los de tocar o bien utilizar mis habilidades. El martirio solo desapareció cuando se desistía de cualquiera de las dos opciones.

¿Qué había hecho yo para estar aquí? En un segundo registro, más de lo que sucedió hace mucho tiempo atrás y la rabia me inundó, provocando otra dolorosa descarga del sello que evitó que me levantara furioso. Tenía el presentimiento de que este solo era el principio de mi padecimiento y los primeros rayos del alba se alzaban rojos, presagiando infortunios.


Intenta que su final este próximo y la cólera lo posee. Hoy será el día en que un mártir sufrirá toda la hipocresía iracunda de un régimen absurdo.


El sol había salido por completo cuando volví a despertarme. Me había quedado dormido repitiendo, en silencio en mi cabeza, la misma pregunta una y otra vez: ¿Por qué?

Por la pequeña rendija de la celda entra la luz y el calentador, sin prisas, mi calabozo. A pesar de mi lamentable situación, aquel calor agradable me hizo relajar y por un buen momento. Había vivido en un lugar digno de recordar y nadie habría tenido un hijo por el que se pusieran las cosas. Desde hace tiempo, no tengo nada que ver con esta situación, por lo omnipotente que fuera. Había pecado, a sabiendas de los riesgos, y tenía que cumplir con la pena.

Agotado, por las descargas anteriores, estaba tumbado boca bajo y con la cara pegada al suelo. Sentí como una lágrima caía por mi mejilla, cayendo como un relámpago, y un temor me recorrió por dentro. Desde mi posición traté de arrastrarme hacia alguna parte de las paredes para obtener apoyo y tratamiento de ponerme en pie, pero el sonido de unos pasos aproximados, me interrumpió y distrajo mi atención hacia la puerta de entrada.

Cuando solo pude quedarme arrodillado, tres centuriones del santuario, entraron con enormes y sádicas sonrisas; Además de estar armados, hechos de madera.

Tras rodearme y escupirme a la cara. Intenté defenderme pero fue inútil: tratar de hacer algo peor que no hacer nada. El trozo de papel, el símbolo de la deshonra, impedía cualquier reacción y tuve que resignarme a dejarme agredir.

Tras un rato, que me ha dicho una eternidad, uno de ellos me ha pegado una patada en el costado, tan violenta, que me ha dejado tumbado boca arriba. Los tres me miraban, cargando sus bocas de la mayor cantidad posible de flema, para escupirme sin parar, disfrutando mucho de aquella situación.

De repente volvimos a golpear, y no solo con sus armas, sin embargo, no piedad. No sabía de dónde provenía cada impacto, pero el dolor era constante y solo llegué a comprender la parte que me iba a gritar durante la paliza.

"¿Dónde está el poder del Caballero de Oro?" Me decía uno mientras me pateaba el estómago. "¿Y este es el Santo del Escorpión? ¿Qué es lo que se hace ahora, siendo golpeado por simples centuriones y sin posibilidad de defensa?" Me dijo otro de aquellos elementos, arrodillado a mi lado, pegándome puñetazos en la cara con una mano y después me agarraba la mejilla, poniéndola en posición, para un nuevo revés.

"Dadle la vuelta". Espetaba el tercero, la portada de la tonfa, miraba con el sadismo de la parte ancha de la punta de su arma, y luego me dedicó una sonrisa grotesca. "Vamos a darle a este maricón lo que le gusta".

Supone que su intención era sodomizar con su arma y nada que pudiera hacer para salvar mi vida "¿Cómo vamos a disfrutar este día?". Me dijo mientras los dos, que iban a contemplar la escena, me habían bajado los pantalones y me tapaban la boca; El tercero comenzó a empalarme tan fuerte que era evidente que podría desgarrarme en cualquier momento.

"¡Eso es!" Gritaba cuando introduje la gruesa punta de su arma, lo que provocó que me agitara por la insoportable sensación de estar desgarrado. "Te gusta ... ¿Verdad? ¡Pedazo de maricón!" Sus insultos eran constantes, pero aun teniendo la boca tapada no les iba a dar el gusto de escuchar un gemido ni una súplica. Solo giraba la cabeza, hacia quien me provocó una gran cantidad de daño y miraba con tanto odio, que hizo reaccionar al sello y me provocó aún más dolor en esos momentos.

Entre una mezcla de prepotencia y sadismo, aquel momento fue tan duro, que otros momentos que me paró antes de que me provocara una severa hemorragia interna. Me di cuenta de lo que queríamos con la vida, aunque la forma de tratarme era bastante obvio que no había disponibilidad de la oportunidad de responder el trato recibido.

El tercero de aquellos despojos, el tirando la tonfa ensangrentada, me colocó bocarriba y se ponía de pie sobre mis brazos. Se sacó a alguien para empezar a orinarme en la cara, mientras que otros me sujetaron para que cayera en la boca.

Que repugnante sensación, aunque peor era la impotencia para impedir que hiciera todo aquello. El sello de Atenea me había dejado como un libro.


El hilo de su vida es fuerte, no se rendirá fácilmente, eso será muy bueno para nuestros propósitos. ¿Al final suplicará la muerte? Prefiero no ver los futuros y dejar que todo siga su cauce.


Dos de esos cabrones, me sujetaron por los hombros y me sacaron de la celda, conduciendo por un pasillo, mientras que el medio arrastrando. Aún así, debo mantener, al menos, andando. Aunque no tengo el mínimo de decoración que me ha sido concedido, ha recibido más de un tiempo ha sido actualizado hasta el momento, se ha seguido en su intento de levantarme y soltar una violenta patata para que fuera a rastras.

Por el camino nos cruzamos con otros aprendices un caballero que, sin embargo, no comprendíamos el porqué de aquel castigo. Al verles sus rostros me inspiraban más o menos así, aunque no lo supéramos, eran como moscas atrapadas en una telaraña peligrosa, tejida por un Santuario demagogo y que ya estaba siendo gobernada por una completa perturbada.

Los animales veteranos, como animales furiosos, se publican unos a otros. Toda la variedad de insultos se fueron produciendo, mientras me llevaban escaleras abajo. Parecía los tiempos de la edad media, en la que la turba acompañaba a un condenado a la muerte mientras que la decadencia de todo el trayecto hasta su última parada.

"Asqueroso tragalefas, mira como todos se burlan de ti". Casi al principio del último tramo de escalones, el líder del juego se detuvo a los otros, me sujetó el pelo a la fuerza que miran a los que me ridiculizar. Mi expresión debería ser muy obvia pues, cuando se veía en silencio, hizo un callar a todos por allí, cuando todo se quedó en silencio, quiso decir unas palabras.

"Creo que, esta sodomita, quiere un mínimo de dignidad. ¿Por qué no bajar el resto de las escaleras por tu cuenta?" Sin embargo, no me dejé caer por el cuello ni por el camino final.

Acabé en la base del templo de la prisión, con un hombro dislocado y muchos moretones en el cuerpo. Entre las sonoras de todos los presentes presentes, tenía la sensación de que había sido un buen momento para haberme roto el cuello y morir allí, pero no tuve esa suerte. Mi brazo desencajado fue sujetado por el que me había tirado y colocado con un movimiento cruel que resonó por la sala.

Pasados unos pocos segundos, en los que se puede recuperar un poco el aliento, un mínimo de compasión, un sujetador por los brazos y me arrastraron hasta el exterior de la instalación carcelaria, donde un sol, que asaba a quienes estuvieran bajo él, me deslumbró por completo


Aun no ha empezado su verdadero tormento y este se perpetuará hasta el ocaso. Aunque no se quiera, las conversaciones con la sangre y las carnes desgarradas por una leyenda son dignas de los bárbaros.


Conducir, sin ningún cuidado, hasta una de las grandes fuentes que había en los patios y en el edificio, entre los tres en el interior de una de ellas, sin tener la posibilidad de reunir las fuerzas para salir del fondo. No era muy profundo, pero estaba tumbado, bocabajo y aquel maldito sello me tenía neutralizado. A cada agitación, para poder comprar algo de aire, fue reprimido con la violenta.

Alguno de ellos me sujetó el cabello y me sacó la cabeza del agua, pudiendo encontrar unas pocas bocanadas de aire. "De seguro que, por dentro, tu alma esté podrida. Pero no vamos a permitir que te presenten ante Atenea sucio". Me gritó al oído, mientras que abofeteaba otra vez, en la cabecera del Santuario, en el momento en que se ha publicado recientemente en los momentos. El hecho de estar humillando a un caballero de oro, ya ha sido puesto en funcionamiento, casi como disfrutar de las delicias de la época cósmica.

Aunque pensé que el momento de ahogamiento había sido finalizado, una vez más, fui sumergido hasta el fondo y volvimos a sujetar para que no saliera hasta que ellos decidieran. La sensación de ahogo fue angustiosa, sufría el espasmos y mi cuerpo reaccionó por si solo, para tratar de alcanzar la superficie, pero el sello lo impedía.

Relajándome en mi agonía, miré hacia el centro de la fuente de la fuente, donde está la parte baja, de una réplicas de la estatua de Atenea, estaba adornando aquel manantial. Sus pies eran lo que se encontraban sumergidos y el resto estaba sobre la superficie. Mirando, tanto en el agua como él ha llegado un verso sobre ellas, la enorme figura de los que se supone que era la diosa de la justicia, me llené de valor. Si lo que esperaba de mi era había llegado a un suplicar: iban a quedar con las ganas.

Sentí que iba a perder el conocimiento y me ahogaría, aunque se pudo ver que no era mi día de suerte pues, con una tremenda fuerza, me sacaron del fondo elevándome por los aires. Alguien con más fuerza que un simple cadete había acudido a mi vejación.

"¡Asqueroso infiel ...!" Escuché una voz conocida, con los ojos cerrados y respirando todo lo que pudimos, mientras volaba sin dirección por el violento levantamiento. No quería ver cómo iba a ser una cabeza contra el suelo pero, para mi desgracia, recibí otro corrector por parte de aquel personaje. "¡¿Así le pagas a ¡Todo el amor que nos atiende?! ¡Voy a dar un adelanto de lo que usted espera ...! ¡METEOROS DE PEGASO!" Al escuchar el nombre de la técnica, pude cerciorar quien me estaba agrediendo.

Golpeado por la cosmoenergía, la carga de una ira de la muerte del hombre, fui elevado, otra vez, entre ráfagas de golpes consecutivos. Estos acabaron estrellándome con un muro cercano. Retenido e inmóvil por el constante acercamiento de aquel chico, equipado con su armadura, que no paraba su técnica y la violenta más en una medida que se aproximaba. Aunque se acabó con un golpe potente, se estrelló muy cerca de mi cabeza, el cual se pulverizó el muro en el que tenía el retenido y el seguro, se terminó con mi vida y se dirige hacia mi cabeza.

Con sangre en la boca, costillas rotas, entre otros muchos huesos que no están albergados para identificarlas, y hemorragias internas, también se puede utilizar un muñeco de papel. Lo que hasta los pies de aquel caballero, que me miraba con una expresión de odio y difícil de describir. Dele que desafió a los dioses del Olimpo, en pos de una causa noble, quedé muy poco y ahora solo fue un momento tan perturbado como la diosa que tanto adoraba.

Puso la bota de su armadura cerca de mi boca, para que vea la señal de sumisión. Al negarme ante tal humillación golpeó mi cara rompiéndome el labio. Con el cuerpo entumecido, por tanto golpe, me agarró por un brazo y llevó a rastras, sería el encargado de conducir en presencia de la diosa Atenea.


El juicio comienza. Atenea le preguntará por el nombre del cómplice de su traición. ¿Aguantará sin confesarlo? ¿Será capaz de llevar su secreto a la tumba?


Dejando un pequeño rastro de sangre, subido por una ascensión que me resultó familiar. Nos dirigimos hacia el Anfiteatro de Atenea, que se refiere a las construcciones más importantes del recinto. Un majestuoso anfiteatro semicircular, construido con mucho tiempo y bastante pulido, hecho de piedra pulida y elementos de oro, plata y minerales preciosos. Estaba repleto de estatuas, relieves y bustos de los dioses del Olimpo siendo derrotados por Atenea y sus legiones. Era toda una ostentación, inclusive, una muestra de su superioridad, llegando a ser un ser humillante, lo que antaño eran las otras deidades griegas abatidas.

La peor de mis pesadillas se cumplió, cuando pude ver lo que en el anfiteatro había. Agaché la mirada, con orgullo, en la presencia de cómo estaban en la primera fila del coliseo. Mu, Aldebarán, Saga, Máscara Mortal, Aioria, Shaka, Dohko, Shura, Camus y Afrodita están allí.

Los caballeros de plata en la segunda fila y los de bronce, que no evolucionaron en su cosmos, ocupaban la tercera. Hasta el punto de ser deslumbrante. Tras los santos, todos los caballeros novatos o aprendices, expectantes de lo que podría pasar. En el palco de honor, separando los asistentes en dos partes, estaba la diosa Atenea, escoltada por sus caballeros favoritos: Shun, Hyoga, Shiryu e Ikki.

Aunque no les viera las caras, supuse como todos ya estaban contemplando mi aspecto lamentable. Estaba hecho un asco, aunque no hubo movimiento alguno por preocuparse por mi estado. Todos allí presenciaron cómo me llevaban al centro de la arena, donde habían colocado los altos pilares de piedra, formando un cuadrado.

Pensé que ya no podía ser más humillado, cuando se trata en el centro de las columnas y luego ocupó su lugar en el palco, a la derecha de la diosa. Se produjo entonces un silencio por el momento, que no duraría ni un solo minuto, sino también para que perdieran durante horas interminables. Estaban dejando tiempo para que todos me juzgaran con su mirada.

Podía escuchar los murmullos de los presentes presentes, sobre todo en la cuarta fila hacia arriba. Por debajo no hay producción en el menor comentario y yo, por mi parte, ni se busca la mirada en ninguno de los caballeros oficiales, preferir permanecer con mi vista fija en la arena.

En el palco de honor, al lado izquierdo del trono de la diosa, al mes en la pequeña urna de color rojo y una diminuta bolsa morada y sobre ella. No sabía bien lo que era pero, por lo que he visto la muchacha, tenía la intuición de que no era nada bueno.

Atenea se bajó del palco de honor y se dirigió hacia mí, con una expresión de ternura y comprensión. Arrodillándose delante de mí acarició la cabeza y el rostro, demostrando una compasión de la que no me fiaba. En mi opinión, en mi opinión, en mi opinión, he aquí sobre mi expresión.

Su aura me envolvió por completo, recuperándome de todas mis lesiones, tanto externas como internas, pero sin sello ni detuvo su influjo y aún me mantenía neutralizado. Los objetos presentes.

—El camino hacia el calificativo de todo aquel que se atreve a desobedecer las leyes del Santuario. De todos es el amor y la generosidad no tienen límites, pero si se trata de evitar una nueva cosa más que mi vilipendio —Daba vueltas a mi alrededor, mirando a todos los espectadores—. Hoy se va a juzgar y sentenciar a aquel que ha violado una de mis leyes más sagradas. Pero el no es el único culpable: otro entre vosotros debería acompañar en su castigo, pues ambos no son tan dignos de estar entre mis legiones. Si se presenta ahora mismo: la sentencia será rápida e indolora. Si se empeña en permanecer en el anónimo, podrá ver y desgraciar el cojín lo insoportable.

No podía creer lo que estaba oyendo, pues sabía que era una mentira. ¿Sentencia indolora? Ni en sueños daría una veracidad en sus palabras y aguardaba, con toda mi alma y cumpliendo con lo que la noche anterior había sido organizado, que nadie alzara la voz.

Mis súplicas se han producido en un momento.

—Mi buen caballero, de veras que detesto hacer esto. Sé que en lo más profundo, de tu alma pervertida, me amas; Pero no lo suficiente como para que te perdones tu ofensa. No puedo permitir que su acción se cree una última frase. Ayer te declaraste culpable de los cargos que te acusan, pero no diste a conocer al otro implicado. Como no te quiero lo suficiente como para evitar tu agónico final. Es la última vez que te repito: Me dices su nombre o declaro tu sentencia.

Ni le dirigí la palabra, solo agache la cabeza, aceptando lo que tengo reservado para mí. La diosa se viró, sin perder la esperanza, y se marchó al palco de honor. Con un gesto físico, muchos de los individuos que me levantaron y ataron las muñecas a las cuatro cadenas, que salieron de cada uno de los pilares. Tras ser esposado, tiraron de estas y me mantuvieron suspendido, con agonía, en teoría de pie aunque de puntillas a duras penas. Un cuarteto de bardos comenzando a tocar flautas y tambores, dando música a la situación con una sinfonía bastante triste.

No me gustaba la pinta de dos encapsulados que hacían un acto de presencia en el lugar. Uno totalmente vestido de blanco y el otro de negro, parecían distinguidos verdugos que, en sus manos, portaban un largo plazo de vértebras de hierro oxidado.

Uno enfrente de mí y otro por detrás, comienza a tocar el sonido de la música. Como se dice y se trata de un tema específico, se trata de un manual de primer orden. El sonido de la música se vuelve más rápido y potente, el ritmo de los tambores se paraba en seco, provocó un latigazo potente, contra una de las columnas, el cual es parte de su estructura.

La visión mental del daño que iba a sufrir, para el disfrute y la deleite de la personificación de la "Justicia". Con el primer gesto de la cabeza de la deidad, la música tornada furiosa y mis danzantes torturadores me golpearon en ambos lados, rompiendo poco y quedé en mi camisa y desgarrándome el pecho y la espalda. A pesar de lo doloroso del momento, sin embargo, no hacer el menor ruido.

Percibí, sin pretenderlo, como el espeluznante azote doble, hizo desviar la mirada de los más sensibles del público. Sin embargo, en la lista de sospechosos.

Ni la diosa, ni Seiya, me miraban. Como se puede ver la muestra de aflicción. Después de unos segundos, los castigadores seguimos agitando sus látigos, la segunda palabra se convirtió y me impactó, provocó un gran dolor que esta vez me hizo gemir. Mordiéndome la lengua dejé mi cabeza caer hacia tras.

Después de los primeros diez golpes, ¿qué fue lo que se hizo en la piel del pecho, los brazos, la espalda y las piernas? Además de tener un otro músculo que se había desligado del cuerpo. Aparecieron tres personajes encapuchados, vestidos de negro y por su expresión. Lo curioso de estas "mujeres" era que, a su vez, no se puede ver el rostro, aunque nadie lo ha hecho extrañarse de eso.

Se pusieron a mí alrededor, involucrándose a la perfección en la danza de los portones el día. En este sentido, estamos esperando una señal. Algunos gritos de "traidor" o "maricón" y peores calificativos, se escucharon entre los asistentes, justo antes de que los cinco danzantes se pararan a mi alrededor y que me ayuden a relacionar las heridas con los que se venden.

No se conoció la composición de aquel material, el esparcido sobre mis heridas, pero todos los nervios de mi cuerpo se estremecieron, con un dolor que pocos habían tenido. Pero aun así, no preferiríamos darnos el placer de escuchar mis gritos; apreté la mandíbula ante aquel sufrimiento, tanto, que rompí en aquellos momentos diversos dientes. Preferir marchar de este mundo con la satisfacción de no haber dicho una palabra. ¿Qué es mi dolor? ¿Cómo se transmite a los asistentes?

Otra vez los que llevaban los látigos se pusieron en acción y empezaron a danzar, siempre elegantes, entre los cuatro pilares. No bastaba mi degradación pública, también iban a dar un poco más de espectáculo a la situación. Cada año, segundo, soltaban, por ejemplo, en cualquier dirección, en mi dirección, en ,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,, ,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,,;;

Para más inri, el candente sol estaba quemando mis lesiones, provocando una sensación aún más dolorosa. Después de diez nuevos golpes, no se notificó al notar que ya mi cuerpo estaba narcotizado por los sucesivos azotes. Tiras de piel se mantenían colgadas a los músculos, mientras que se podía ver en el suelo. Para obtener un vistazo a los asistentes, no hay nada mejor que nada.

Al notar que mi aliento espiraba, Saori, entro en acción ordenando retirarse a lo largo hasta el momento danzado a mí alrededor y los músicos. El caballero de Pegaso le hizo entrega del escudo de Atenea y este se reflejó en la luz sobre mí, envolviéndome con una suave y reconfortante sensación, que acabó por curar todas mis heridas, dejándome en perfecto estado y listo para proseguir con mi castigo. Pronto aprenderá un odiar ese reflejo regenerador.

Las cadenas, que me habían forzado a estar suspendido sobre mis pulgares, se aflojaron y me dejaron mantenerme in pie sin angustias. Algunas personas me ayudaron a mejorar el sello de Atenea.

—Continuemos con este sacrificio tan necesario para la convivencia en nuestro Santuario —comentó ahora la puñetera regente que tanto despreciaba—. Que Mu de Aries está presente antes de ser condenado y le dé una muestra de buen comportamiento.

Esas fueron las sorprendentes palabras que la diosa dijo y que tuvo que hacer como se encargó de encarar de frente. Podía hacerme una idea de lo que Atenea les iba a pedir a todos que hicieran.


La Diosa llama, uno a uno, todos los Santos para las partes del momento. El final de cada encuentro, el final de cada encuentro, el futuro. El comportamiento de cada uno es el nombre de un sospechoso pues, fuera de otro traidor, es posible, es, fuera, menos, la voz que es más suave y se comportará a la hora de aplicar sus técnicas.


¿Era posible caer más bajo? ¿Enserio había hecho algo tan malo para merecer aquello? Al menos seis horas tardaron todos mis "compañeros" en demostrarle a la diosa lo fieles que eran. Maldita bastarda, era lo que pensaba de ella cada vez que me bañaban con la luz de su escudo, para que listo para el próximo en ser llamado.

Durante las horas, una y otra vez, me deshecho de todos los huesos del cuerpo, perdí los sentidos varias veces y estamos cerca de la caída no sé cuantas. No se podría aplicar la cantidad de tiempo que se había aplicado, sin embargo, no había una relación mínima de compasión por parte de la organización del lugar, que solo se procesa y curar para que usted tenga más y más dolor.

Mis palabras de qué terminan iban en aumento, sobre todo después de que tocara el turno a. Ni me atrevía a pensar en su nombre, ya que alguien podría leer mi mente y lo delatara. No puedo permitirlo, no después de todo lo que había sido sacrificado en su nombre.

Por segunda vez a lo largo del día escuchaba a aquel personaje, peli castaño, lanzarme sus meteoros. Era el último que había llamado la diosa. ¿Será porque es en quien más podría confiar? Lo cierto es que, gracias a las cadenas que me ataban a los pilares, no salía disparado hacia el público que había presenciado, durante varias horas, el desfile de técnicas que me habían recomendado.

Arrodillado recibí un gancho de Seiya que me lanzó por los aires. Otra vez invocó a "Meteoros" los cuales me mantenían en el alto sujetado por las cadenas, que impedían que siguiera ascendiendo. Sentí como si me estuvieran reventando por dentro y cuando paró su movimiento, dejó que me estrellara. Mis dientes se rompieron con el impacto contra el suelo.

Mis pensamientos estaban muy nublados y solos esperar a la terminara de una vez. Mi voluntad empezaba a flaquear y podría acabar de duplicar el final del dolor. Ahora estaba tocando para la fraternidad del atardecer. Pero no sé qué hacer. El escudo maldito, que me hizo consciente de que era un muñeco en las manos de un dios.

Atenea, se bajó de su lugar de honor reconociendo la pequeña urna que había estado a su lado y la bolsita. Caminó por las escaleras de la bajada con ambas en las manos, arta e indignada por no sacar un claro sospechoso. Mientras me acercaba a mi camino, el sello me mantenía otra vez inmovilizado. Pasó a mi lado, ignorándome, caminando hacia la salida del recinto.

El aura de la chica se encendió, haciendo brillar también el sello que aún llevaba en mi pecho. Este, a su paso, me obligó a ponerme en pie y seguirla entre terribles dolores, que me hizo presagiar que paseo definitivo hacia mi muerte. Aquella sensación me estaba encolerizando, pero aún peor era el sentimiento de frustración por no poder hacer nada al respecto y la indignación de que nadie detuviera aquella salvajada.

Como si fuera una marioneta, caminaba tras ella como una pieza de ganado en dirección al matadero. Nos escoltaba una comitiva de sirvientes del Santuario, que solían vestir túnicas con máscaras, portando antorchas por la proximidad de la noche.

Podrías notificarte como la tarde estaba espirando mientras tanto, tras mis pasos, iban los diez caballeros de Oro y los cinco de Bronce. Era probable que fueran los únicos Santos invitados una presenciar el golpe de gracia que, la diosa de la "Justicia", me habría preparado.

Tras un largo transitar fúnebre, llegaron muy a las afueras del recinto sagrado. Un gran terreno en el llano y el cielo, que daba un precipicio, desde allí se puede ver la grandiosidad del Santuario. Desde el principio, como nuestro hogar, había vuelto a ser verde, radiante y rebosante de vida.

Lo único que había sido ahora, en aquel enorme llano y en la parte más al borde del acantilado, era un arco de dos metros y un medio de alto, un metro y un medio de ancho, hecho de gruesa piedra. La arcada estaba llena de agujeros, por donde pasaba una gran multitud de pequeñas cadenas. Diez encapuchados de negro aguardaban con unas largas cajas oscuras en sus manos.

La diosa Atenea se puso justo enfrente de aquel monumento, con la urna en sus manos, y yo acabé en la mitad del arco inmóvil. Aquellos personajes entraron en acción; Abrieron sus cajas, que ya estaban llenas de anzuelos de mediano tamaño, los que fueron enganchados, uno a uno, en el inicio de la multitud de cadenas. Un par de esos verdugos.

—Se ha cumplido una ley en mi reino por la chica, todos los presentes presentes, mientras que mis antiguos aliados esperaban a mis espaldas sin poder verlos—. Sois mis Santos…, mis dulces niños. ¿Cómo puedo amarte si no me amas ciegamente? Solo os pedí vuestra valiosa virginidad…, vuestra radiante pureza…, vuestra meritoria castidad. Pero este personaje ha atrevido a amar a alguien más a mí —Apuntaba, con su dedo, en mi dirección—. Con ello me ha ofendido, hasta el punto de lastimar mis sentimientos omnipotentes, y más aún con otro hombre con quien ha violado la ley ... Cosa más repugnante no se conoce y es por eso que debe pagarlo en concordancia a su pecado.

Dio la orden para que me toques los anzuelos por todo el cuerpo. Parecieran profesionales, pues los iban colocando a distancias simétricas de otros, aunque la sensación era desgarradora. Notar cómo, a través de la piel y el músculo. No sabía el número de anzuelos que me tenía clavado, sino que también había sido percibido, una vez cada vez que agujereaba, era como una fuente de vida para no sangrar las heridas.

"Amor mío, tu sufrimiento no ha acabado aquí". Me susurró la diosa, el término de la finalización del trabajo de sus asistentes y verdugos. Fue así cuando se ordenó que tirar de las cadenas, y la unión de todas las que se pudo elevar, casi como estar suspendido en una tela de araña, justo en el eje central del arco que se iba a convertir en mi tumba.

Aunque podría ser que tenías que estar sufriendo lo inimaginable, la tarea había sido tan precisa que no sentías dolor en la situación. En la zona de la cabeza no me había clavado nada, solo que en el cuello, para evitar que pudiera mirar al suelo. Tras dejar las cuerdas metálicas bien ancladas, los encapuchados, se alejaron un poco.

—Miraba tratando de aparentar, muy falsa, algo de compasión—. Ojalá hubieras cumplido, con tanta determinación, con el jurado que me ha prometido Serme fiel, Trata de permanecer tranquila y permanentemente, Continuar, No, no quiero que te vayas de este mundo con la conciencia intranquila: dime que lo sientes, Que me ha sido . Después de confirmar el nombre de otro usuario y solo las bibliotecas de seguir sufriendo. ¿Qué más se puede esperar? -. Me decepcionas…. Pero no te preocupes, encontraré a los culpables y los de todos y cada uno de tus pasos ...

De la bolsa morada sacaba una pieza metálica, un antiguo símbolo, la moneda oficial de la antigua Grecia. Había visto varias veces el largo de mi vida, pero aquella no era la misma que las otras.

"Cortadle la lengua y prepararos para coserle la boca". Dijo ante mi asombro. ¿Tan desesperada estaba por hacerme daño? Solo me gustó, tres verdugos y unas tenazas, forzaron a sacar a la lengua todo lo que pudo y cortó el vacío con un cuchillo muy oxidado. ¿Qué es lo que está fuera de mi alma?

Mis gemidos eran violentos y la sangre salía a borbotones de la boca, a la vez que me forzaban a mantenerla abierta con otra clase de tenazas. En este caso, me ha dicho que me gustaría cosechar la boca.

El dolor en la mayoría de las veces. Aunque la mirada fija de la diosa me hizo intentar algo más.

Cuando se retiraron los encapuchados, quedaron solos Saori y yo, con dos partes del sol en el horizonte y la noche en el terreno de la empresa. Mis compañeros se habían retirado, no había muy bien a donde, y Atenea colocó la urna abierta a los pies del arco. En ella había depositado mi lengua y materializar un pequeño frasquito en su mano, de color violeta.

"Te quiero con delirio. Cómo te quiero hasta los límites del universo: Tengo que hacer esto. Solo te pedí que fueras casto y devoto, pero lo incumpliste. Ahora tu castigo final ha llegado". La hipócrita ramera vertió el líquido del frasco en la urna y se marchó, dejándome mirando hacia lo que hasta ayer mismo fue mi hogar.

Un vapor salido de aquella vasija y este es también el cuerpo. ¡Por los dioses! Era el final más horrible jamás soñado. Aquellos me vaporizan ya estaban abrasando. Cerraba los puños, con mucha fuerza, llegando a clavarme mis dedos en mis palmas provocándome profundas heridas.

Me habían cosido la boca tan bien que me era imposible abrirla para gritar. En aquel momento, sin embargo, no se puede comparar.

La piel se ennegrecía por la acción de aquel ácido, que me hizo agitarme atrapado en mi sepulcro, sin poder hacer nada para evitarlo. Mi pelo se cayó como paja, dejándome calvo en unos pocos segundos. Todo mi cuerpo se llenó de terribles y horripilantes quemaduras. No hay que decir que mi sistema nervioso no se ha adaptado al dolor. En mi interior también me abrasaba pues, al mismo tiempo, no estaba destrozando por dentro.

Tras muchos minutos, que parecían siglos, la piel casi había desaparecido por completo y solo quedaban mis músculos en proceso de corrosión. Mis dedos se estiran y contraen más despacio porque mi cuerpo se volvió a relajar; Síntoma de que estaba abandonando este mundo. Era consciente de aquella maravillosa sensación, mirando al frente, comprobando como expiraría con el ocaso.


Nuestros rivales han pecado al creer que nos habían expulsado de esta interesante partida. Hace falta mucho más que una traición para que nuestro papel en esta historia acabe. El juego está a punto de retomarse y nuestro nuevo peón está casi listo para entrar en escena.


Aunque no tenía párpados, pues había sido desintegrado con muchas otras partes de mi cuerpo, casi mi vista se había eclipsado y esperado paciente final. Sentí como una gota de sangre se deslizaba por mis labios y se acumulaba en lo que me quedaba de barbilla para caer al piso. Todos los sonidos a mí alrededor se habían silenciado; Mi salto al reino de los muertos estaba muy próximo.

Se escuchó el sonido, se escuchó el sonido, se escuchó el sonido de la barca acercándose, resonó por allí. Aquello hizo que recuperara la visión y notéase, mi entorno, había cambiado a un lugar fantasmagórico. Ahora estaba en el medio de la laguna Estigia, aunque en mi tumba con forma de arco.

Una gran cantidad de almas perdidas flotaban en aquella laguna. Trataban, en vano, de sujetarse al arco donde me ubicaba, o me pedían ayuda con angustia, pero no estaba en condiciones para ayudar a nadie. En el horizonte, de entre una bruma rojiza, se aproxima una sombra con el lento sonido de un remo.

Un barquero, el encapuchado con la túnica de la muerte, se aproxima en una decencia de la barcaza que se remonta sin ninguna prisa, hasta el frente del míite sepulcro. Colocando el remo en el bote, me sujetó la chamuscada mandíbula y buscó la moneda con la que me pagaría el viaje al más allá. Como estaba sellada, atravesó la carne de mis carbonizados con los dedos de los dedos, consiguiendo el mismo símbolo y observando con detenimiento, mientras que la producción se volvió más cercana.

Yo ya no puedo esperar nada más que mi descanso eterno, pero aquel barquero me dedicó unas palabras: "¡Pobre humano! Hacemos mil años que no está en esta clase de moneda. Este es un símbolo para no condicionar a los Campos Elíseos .. Atenea te has pagado un viaje directo a donde pocos humanos han sido destinados. Llevar al Tártaro, lugar donde conocer los peores sufrimientos posibles ".

Más allá de lo que se ha dicho, se han mantenido las manos de la complicada tela de las cadenas y se han sujetado la cintura, se ha arreglado el tema de ellas sin ninguna complicación ni cuidado. Aunque ahora no sufriera mucho, después de ese momento, quedé inmóvil y desnudo dentro de la góndola.

Antes de perder el conocimiento, lo último que podría distinguirse de la figura de Caronte que, tras un rato, giró la cabeza hacia la orilla de la Laguna Estigia. Era como si hubiera detectado algo, a continuación, remotamente más hacia mi destino final.