Escrito para HikariCaelum, un cielo de muchacha. Ella quería un Koukari que la convenciera, y esto es un Koukari. Si la convence o no, eso se lo dejo a ella. Me dije a mí misma que quería hacer algo realista. Y creo que me quedó muy depresivo, no la historia, es el tono. Pero juzguen ustedes.
Título alternativo: Jel Lag
Estelas de lo nuestro
De la chica de ayer
─Este es el niño. ─La mujer cercana a los cuarenta abrió su cartera mostrando la cara sonriente de la fotografía.
─Es guapísimo.
─¿Verdad que lo es? Estoy encantada con él. Cinco añitos tiene ya. Ahora queremos darle un hermanito. Lo pasamos muy mal, fueron tres años intentándolo hasta que acudimos a la in vitro. Y mira, salió de mí. Mi niño tiene los ojos claros y tampoco se parece a mi marido, pero salió de mí. Así que tú ni te lo pienses ─resolvió con un pequeño toque en el brazo de su interlocutora.
─No, yo no tengo dudas ─aseguró la más joven, poseía un tono de voz notoriamente más bajo.
Pasaron unos segundos en silencio manteniendo la sonrisa con la complicidad única que resulta de dos mujeres interactuando en una sala de espera. La más madura observaba al resto de pacientes de la sala, buscando con los ojos alguna que no estuviera ensimismada en una revista o en su teléfono móvil para empezar con las preguntas de riguroso protocolo. Al no hallar ninguna que pareciese estar escuchando su historia, continuó con una sonrisa mayor:
─Llevamos más de la mitad de la vida juntos, yo y mi marido. Desde los catorce años.
─Increíble ─opinó la joven─. Mi relación más larga fueron dos años y medio.
─Siempre juntos, mi primer y único amor. Al principio nos teníamos que esconder, a mis padres no les gustaba ni un poco verme con novio. Tienes que saber cómo son los chicos, me decían. Y yo daba portazos, "vosotros no lo entendéis". Y mis amigas tampoco se quedaban atrás, que si me estaba perdiendo muchas cosas, que si esto, si lo otro. Y aquí estamos. A veces ocurre. Él y mi niño son lo mejor que me han pasado en la vida.
Hikari Yagami aparentaba repasar sus últimos gastos en una libreta, pero prestaba atención a la conversación ajena tres sillas más a la izquierda. De pronto sintió cómo se resbalaba de su asiento y los números de sus cuentas bailaban. Le gustaba ver la felicidad en los demás pero cuando eso ocurría se daba cuenta de que ella misma no podía hablar de la manera que esa mujer lo estaba haciendo.
─Hikari Yagami.
Hikari se levantó rápidamente y caminó hacia el enfermero que acababa de pronunciar su nombre.
─Tienes que rellenar estos papeles ─dijo sin mirarla.
Hikari sostuvo las hojas entre sus dedos. Las letras se volvieron borrosas. Apoyó los documentos sobre la mesa, sus huellas dactilares habían dejado una marca con la que el papel parecía deshacerse.
─Creo que he cambiado de idea ─enunció con la voz temblorosa.
─Si te preocupan los riesgos el doctor puede hablar contigo sobre ello. Esto es solo burocracia ─trató de tranquilizarla el enfermero con cara de pocos amigos.
─No, no es eso... No puedo hacerlo, lo siento.
Hikari salió de la consulta dejando sus huellas dactilares en las hojas y con un bolso olvidado en la sala. No tenía muy claro por qué no quería hacerlo, solo sabía que en pocos segundos todo había cambiado.
Cuando volvió a la clínica preguntando por el bolso ya no tenía miedo, pero todavía mantenía la misma idea fantasma que la había hecho huir.
Decidió que lo pensaría mejor en su vuelo a Dinamarca. Sí, porque a pesar de haberlo discutido ya cientos de veces con su propia conciencia, las cosas nunca se pensaban tan bien como cuando estaba a varios miles de kilómetros sobre el suelo. Por irónico que fuese.
.***.
─Su billete, por favor. Gracias.
Hikari debía dedicar esas palabras a los más de cien pasajeros que viajaban hacia otro continente. No era demasiado complicado. Sonreír, dar las gracias, saludar. Después de tres años trabajando como azafata podía hacerlo sin que le supusiese un gasto neuronal trascendente, por lo que la mayor parte del tiempo la ocupaba en sus propios universos. En su vida pasada, en su incierto futuro. Ninguno de esos tiempos era demasiado fácil, eran todo lo que ella quería que fuesen. Pero, como no era consciente de su poder, prefería autoevadirse antes que centrarse en las caras que veía, recordándole su insignificante participación en el mundo.
Hikari veía los aviones y pensaba que en algún momento de la historia alguien hizo el primer vuelo. Y eso sí que era algo importante, ser el primero. Pero no ella, ni ella ni ninguno de esos pasajeros. El avión ascendía y las casas se volvían más y más pequeñas, las personas eran totalmente irreconocibles. Si siguiese ascendiendo, pensaba Hikari, la Tierra sería tan diminuta que sería imposible adivinar que hay vida en ella, tan solo sería un punto azul en medio de nada. Sería como una hora en medio de una vida.
Se rio para sus adentros, provocando que la sonrisa que dedicaba a los pasajeros pareciese sincera.
Las horas. Las que pasaba tirando de un carrito con minichocolatinas; las que pasaba durmiendo en hoteles cercanos al aeropuerto, despertándose entre medias con los aterrizajes; las que pasaba al teléfono con su madre, prometiéndole que pronto cogería vacaciones, esperando al aviso del microondas… Sí, esas horas.
Se acercó a uno de sus compañeros. No sabía qué hora era.
─Estoy buscando a alguien que me cubra el vuelo a Madrid ─susurró Hikari juntando las cejas.
Su compañero negó dejando escapar la risa.
─¿Por qué siempre tratas de evitar ese destino? ─preguntó como si la respuesta fuese muy graciosa.
Hikari se encogió de hombros.
─No va conmigo, no me gusta.
─No lo entiendo, haces rutas a Lisboa, es prácticamente lo mismo.
─Por favor ─rogó Hikari.
─Lo siento, Hikari, otra vez lo haría, lo sabes, pero quedé con una amiga en Moscú. Hace mucho que no nos vemos.
Hikari dejó escapar un suspiro. Él era su última opción, si ni siquiera él y su patético intento de provocarle celos con su misteriosa amiga rusa se prestaba a ayudarla, nadie lo haría.
Hikari continuó sonriendo y ofreciendo bebidas. Antes de lo que imaginaba estaba pisando suelo europeo y esas horas se habían quedado para siempre entre las nubes, pensando cómo evitar el paso por España.
Las horas siguieron. Cogiendo un vuelo, y otro. Durmiendo de día, tirada en la cama de noche. Miles de caras nuevas. Un aeropuerto, uno más, todos parecidos. Buscando letreros en inglés, preguntándose qué hora debía poner en su teléfono. Aviones dibujando estelas que se perdían para siempre.
Otras horas esquivas se fijaron en el cielo, una por una, vuelo tras vuelo, y, sin poder prepararse, ella pisó suelo español. Demasiado tarde para alcanzarlas.
Miró a los lados, aparte del hecho de que el aeropuerto de Barajas tenía televisores emitiendo partidos de fútbol, parecía como cualquier otro del mundo. No debía alterarse, esos lugares comunes entre las grandes urbes eran su hogar.
Arrastró su maleta por el suelo de aquel aeropuerto sin nada especial y se montó en el taxi que la llevaría a su hotel, uno como cualquiera.
Aquella noche las horas se acumularon en su almohada. Ella se revolvía, las sábanas cambiaron de dirección hasta tres veces. De vez en cuando una lágrima interna las acompañaba. Y recuerdos…
Las horas que dejaba desperdigadas en las nubes y en las gotas de lluvia callejeras habían sido sustituidas por otras. Una vez fueron reales, pero nunca lo eran cuando pensaba en ellas.
Decidió que hacía mucho calor. Sí, es por el calor que no soy capaz de dormir, pensó. La luz entró en la habitación del hotel y ella se sentó junto la ventana. Echó de menos la noche, las horas que debía haber dormido. Siguió sustituyendo minutos asomada. El sol continuó su curso por el cielo despejado.
Llovía. Tenía catorce años y Koushiro esperaba a Taichi en casa de los Yagami. Cuando ella apartaba la vista de sus deberes y se daba cuenta de que él le estaba mirando, se reía. Él enrojecía, lo que le daba más ganas de reír, porque le parecía demasiado divertido como un chico tan inteligente y dos años mayor que ella seguía sonrojándose como lo haría un niño pequeño.
─A veces no me explico como mi hermano y tú sois amigos.
Koushiro aclaró su garganta. Hikari repasó su frase, esperando haberla dicho con la misma dulzura que recordaba. Koushiro se encogió de hombros.
─Es que él siempre llega tarde ─se corrigió Hikari, recordando que, después de todo, ella y Miyako también eran amigas, pese a lo poco que tenían en común─. Y eso puede resultar molesto.
─Él llega tarde y yo espero, no es tan mala combinación ─opinó Koushiro haciendo sonreír a Hikari.
Hikari recordó la que consideraba la primera hora, porque aunque no fuese su primer encuentro ni pareciese demasiado importante, marcaba el principio de algo, o quizás un final disfrazado.
Esa hora había sustituido a otras sesenta y dos, y siempre daba pie a seguir sustituyendo. Hikari, una parte de ella, al menos, deseaba que Koushiro siguiese esperando.
Se lo imaginaba con dieciséis años, haciendo de profesor cuando fingía no entender los problemas de química. Sonriendo cuando le ayudaba a deshacerse de las galletas poco digestivas que preparaba mamá Yagami. Se acordaba de abrir su mente escuchando sus razonamientos, maravillada con que esas palabras tan sabias pudieran salir de alguien que parecía estar siempre en cualquier otro lugar, esperando.
Algo estallaba dentro de su estómago al acordarse del mejor cumplido que había recibido nunca. Uno sencillo, uno sincero.
─Me gusta hablar contigo.
Un cumplido que repetía cuando hacía mucho tiempo que no hablaban. Y cuando no lo hacía.
A veces Hikari se atrevía a contestarle.
─Y a mí.
A Hikari le extrañaba lo mucho que le costaba decirle eso, porque le gustaba poder decir lo que pensaba a la gente, siempre que fuese algo agradable.
Hikari no sabía qué dolía más. Si recordar la primera hora o la última.
Probablemente fuese la última, con la primera llegaba a sonreír.
─Mi nueva compañera de piso es española. Me dijo que nuestra canción siempre fue de desamor.
─Yo lo sabía ─dijo Koushiro. Hikari le creyó, él sabía todo.
─Supongo que sí, siempre lo supiste.
Koushiro quiso decirle algo, pero solo fue capaz de acariciarle la mano.
A Hikari le hubiese gustado que nunca dejase de hacerlo. En las horas que nunca existieron esa mano continuaba acariciándole, subía por el brazo, erizándole la piel y se detenía en su oreja. Se aproximaba hasta que sentía su aliento en el cuello, sin verle la cara. Así podía imaginarse su expresión, mordiéndose el labio, escuchando su garganta contraerse y sus corazones tocándose. Era posible. Si lo pensaba cerrando los ojos, la mano nunca se había despegado de su piel y en algún lugar del pequeño e insignificante planeta azul, Koushiro seguía esperando.
Cuando se daba cuenta de eso abría los ojos de golpe, nunca era capaz de saber qué pasaba después.
Podrían quedarse dormidos, como se habían quedado tantas veces en ese piso de estudiantes. Entrepiernados. Con las mejillas rozándose y sin palabras por medio. La estufa apagada y la ropa mojada, siempre llovía en los recuerdos de Hikari. Los exámenes en espera, la vida juntos, infinita.
Los te quiero naturales, rápidos o lentos. Los que costaban, los que se decían al verse, al despedirse, con la certeza de que siempre habría uno más.
La canción sin letra, solo ruido, sonando en aquel restaurante español de menú barato y cuadros coloridos. Esos cuadros siempre cambiaban de sitio en sus horas extra, y habían sustituido más de las que encontraba necesarias.
─Siempre ponen esta canción.
A Koushiro nunca le había gustado demasiado la música, no tenía nada en contra de ella, y hasta podía distinguir una melodía armoniosa de una que no lo era, pero seguía sin entender cómo la gente dedicaba horas enteras a escuchar canciones repetidamente, o cómo algunas personas incluso estudiaban durante diez años para dominar un instrumento, cuando las mismas notas podían ser reproducidas fácilmente por un programa informático. Inexplicable.
─Se podría decir que es nuestra canción ─dijo él, hubiese dicho cualquier cosa por hacerla feliz. Koushiro se sentía feliz cuando eso ocurría. Trataba de fijarse en sus ojos, porque él creía que Hikari sabía sonreír con ellos.
─Me gusta eso, nunca hemos hablado de música. Es raro.
─Pensaba que no te interesaba demasiado ─dijo Koushiro, reconociéndose alterado por el nuevo descubrimiento.
Hikari movía el pie debajo de la mesa al ritmo de la canción.
─No sé demasiado sobre eso ─reconoció ella─. Pero eso no quiere decir que no me guste.
Koushiro no podía entenderlo, creía que sí, pero no podía. Él necesitaba saberlo todo. Por eso mismo descubrió qué decía la canción antes solo ruido. O, más bien, creyó saberlo, porque Koushiro olvidó que uno también podía enamorarse gracias a canciones de desamor. Y que no todas las historias tristes lo eran realmente.
Ocultó su descubrimiento. Hikari era demasiado feliz inventándose la letra. Por momentos hasta parecía la misma chica con las que se había reencontrado dos años atrás, en su primer día como universitaria.
─¿Qué pasa? ─preguntó ella. Su brazo agarraba cuatro libretas, pero Koushiro encontró descortés aconsejarle comprar una mochila.
─¿Por qué me preguntas eso? ─Koushiro necesitaba preguntarlo todo.
─Parece que te estuvieses riendo de mí ─dijo ella entre risas también.
─No es eso. Es que no me esperaba que quisieses ser maestra.
─¿Por?
─Pensé que no querías tener hijos. Una vez me lo dijiste.
─No te dije eso. Te dije que prefería ser tía Hikari. Pero mi hermano dice que hasta haya paz en el Digimundo no quiere tener descendencia. Es muy radical.
Algunos meses después, Koushiro le diría a Hikari que tenían un gran problema. Él era hijo único. Si seguían juntos probablemente Hikari nunca iba a ser tía.
─Supongo que no se puede tener todo ─opinó encogiéndose de hombros─. Pero seré responsable de la educación de muchos niños. Las acciones pequeñas pueden hacer mucho, quien sabe.
Aquella frase había ocupado muy pocas horas, a Hikari no le gustaba nada recordar que no había continuado con su vocación. Ya no sabía por qué no lo había hecho.
Llovía ¿no? Algo así. Tenía veintiún años y la necesidad de huir de esa ciudad. Era su primera semana de prácticas y no quería continuar con ello. Se había equivocado, no era buena enseñando. Lo mejor para todos sería que no enseñase nunca. Así que se matriculó en un curso para ser asistente de vuelo, y por fin pudo huir, dejando a Koushiro, esperando.
Desde entonces el pasado no había hecho nada más que mejorar.
.***.
A quién le interese: La canción insinuada es "La chica de ayer". En este fic aparece porque un día antes de aceptar el reto estuvimos unos amigos y yo en un restaurante español y la pusieron. Entonces, uno de nosotros, asiático, dijo que escuchó esa canción en un restaurante español de su país. No sé si el pobre estaría confundido o no, de cualquier modo, aquí está y todo es posible en esta vida.
P.D: Creo que la canción no va de amor, ni de desamor sino de la idealización del pasado, pero eso que cada uno lo juzgue.
HikariCaelum: No sé si te convenció o no, cualquier cosa dime, no tengo problema.
Siguiente capítulo (y probablemente último): Del chico de siempre.
