Un Paso Entre La Oscuridad y La Luz

Capítulo 1: Dolor Interno

El dolor lo consumía cada vez más. Estaba seguro que nada lo podía sanar, porque no era el dolor que causa una herida. Era peor. Era un intenso dolor en su alma. Algo que lo carcomía desde adentro. Algo que lo mataba de a poco.

Pero era también algo que le decía que era momento de dejar la sangre correr entre sus manos.

Era momento de matar...

Tragó saliva una vez más y apretó sus dientes al tiempo en que aspiraba todo el aire que le era posible. Cerró sus claros ojos y una lágrima se escurrió de ellos. Hacía mucho tiempo que no hacía eso.

Hacía mucho tiempo que había dejado de sentir. Pero en verdad nunca pudo evitarlo. Tanto dolor era inevitable. Tan solo no podía entender... lo seguían forzando a cometer crímenes en los que nunca había siquiera pensado.

Lo horrorizaba el recuerdo. Destruía los sueños que alguna vez fueron parte de la inocencia que había perdido. No hallaba en su memoria esos tiempos en los que era un niño asustado. No encontraba la forma de volver el tiempo atrás.

¿Por qué había escuchado a su padre? La ira lo llenaba por dentro, acompañando la soledad y los sueños rotos que ahora moraban por él.

El rubio cerró su puño izquierdo y lo golpeó contra la pared que estaba a su derecha, haciendo que este sangrara. Pero el dolor no era suficiente para calmar su sed de venganza... No; aun faltaba más...

No quería saber que era lo que faltaba. Pero lo sabía. Cada día su profesor le exigía más. Él no resistiría por mucho si seguían así. Él había jurado hecer todo esto y más. Había jurado su vida al Señor Oscuro. Es más, había jurado lealtad a su padre...

Pero nada de esto era correcto. Quizá sería el primer Malfoy en romper un juramento a Lord Voldemort, pero eso no importaba. Ahora todo lo que le interesaba era salir de ahí ¿Cuánto más lo seguirían humillando de ese modo tan cruel y ruin¿Cuánto más tendría que soportar los gritos y mandatos del traidor de Dumbledore...?

Un Malfoy, llorando porque fue traicionado junto a su mentor ¿quién lo iba a decir? Rió ante la idea y desordenó un poco su pelo. Su padre lo hubiera matado con solo pensar en…

La luz de luna que se colaba por la ventana era suciente para ver el cuarto en el que residía. Tan acostumbrado a lujos, ahora su figura yacía en un rincón de la habitación. El suelo era frío como mármol, aunque era de cerámicas; las sábanas de su cama eran de algodón, muy diferentes a la seda a la cual estaba acostumbrado; y aquel diminuto armario nunca le hubiera servido para guardar las cosas que tenía el suyo.

Cerró sus ojos, se recostó sobre la pared que tenía a sus espaldas y decidió no pensar en nada. Pasó una hora concentrado en la nada, ahora se sentía mejor. Abrió su ojos lentamente y dejó que sus pupilas se adaptaran a la casi nula luz. Parpadeó varias veces antes de notar que su mano seguía sangrando. Claro que el suelo estaba manchado con unas cuantas gotitas de sangre y la pared también, pero eso no le importaba.

Se levantó de un salto, ayudándose con su mano sana y fue directo a su valija. Revolvió con la derecha buscando algo con que vendar la mano lastimada. No encontraba nada. Esa maleta era un desastre. Por supuesto que no la había preparado él. Se la habían enviado de lo que quedaba de Hogwarts. Un mortífago, supuso, había recojido su ropa con un encantamiento.

—Pantalón, camisa blanca, camisa negra, corbata roja... perfecto —dijo Draco al encontrar un pañuelo blanco. No lo reconocía como suyo, a pesar de que era de seda— Debe ser de Pansy…

Secó las lágrimas casi secas de su cara, y envolvió su lastimadura en la delicada tela. Hizo un nudo con los extremos y cerró su puño. Cerró la valija de un golpe suave para no despertar al resto, y salió al salón principal.

Cerró la puerta con sumo cuidado. Caminaba suavemente por los pasillos tratando de escuchar cada sonido. No deseaba ser descubierto, solo deseaba ver el fuego consumirse en el hogar a leña.

Bajó las escaleras silencioso como un fantasma. Se sentó allí, en el lugar donde estuvo su profesor escuchando a Voldemort, mientras él escuchaba desde las escaleras tan silencioso como ahora.

Era cómodo, de un terciopelo verde esmeralda. Con un respaldo tan alto que ocultaba su figura por detrás. No pudo evitar hundirse.

El fuego aun estaba prendido. Siempre lo dejaban prendido. Draco tan solo bajaba a verlo dejar la madera hecha cenizas. El encanto solo duraba hasta las dos de la mañana... faltaba tan poco.

El no haber dormido en tres días, más el silencio, hicieron que dejase que el fuego lo atrapara. Estaba hipnotizado de un modo tan profundo, que no pudo mantener sus ojos abiertos por mucho mas tiempo.

Abrió sus ojos al oir un sonido a sus espaldas. Su corazón se aceleró, su respiracion se volvió agitada y empezó a sudar.

Lo que más temía era que lo que había oído fuera un susurro a sus espaldas...

—Draco

...Y eso era justo lo que iba a obtener.

Draco sacó su varita de la túnica y se levantó lentamente de su sillón. No quería saber que era lo que tenía a sus espaldas, haría lo suficiente para tardar el mayor tiempo posible antes de ver a la figura a la cara. Caminó un par de pasos rodeando el alto respaldo aterciopelado del sillón. A cada paso apretaba más fuerte su varita.

Terror, eso era lo que sentía. Podía ser Snape, algun mortio o el mismo Lord Voldemort. Bajó su mirada, y se encontró con el borde de una túnica negra. Podía ser cualquiera, inclusive otro aprendiz de brujo oscuro, como era él mismo.

Pero el rubio reconoció esa voz, que no quiso reconocer…

Temía mirar hacia arriba. Pero eso nunca lo detuvo, y a pesar del escalofrío que cruzó su columna vertebral como un rayo, así lo hizo. Cerró sus ojos, ajustó sus dientes hasta que le dolió la mandíbula y cuando volvió a ver, su corazón se paralizó.

Quien estaba parado frente a Draco Malfoy era esa cruel persona de cabello rubio y lacio al igual que él. Alto y distinguido, pero cruel. Era su padre. Era Lucius Malfoy.

Draco se quedó mudo y sin poder hacer nada, como si estuviera hechizado. En su inmovilidad pudo ver claramente que su padre le apuntaba con esa negra varita con mango de plata.

Lucius nunca lo había mirado de aquella forma. Draco entendía perfectamente la razón por la cual lo hacía. Entonces, la figura frente a él dijo algo que él nunca olvidaría:

—¡Traicion! Hacia El Señor Oscuro, hacia tu profesor, y peor aún: Hacia tu familia…

Y con unos ojos llenos de ira, su padre lanzó una maldicion… la maldicion. Esa que había acabado con tantas vidas. La peor de las Maldiciones Imperdonables. Esa que le estaban haciendo usar al rubio contra pequeños animales muggles y algunas criaturas mágicas.

—¡Adava Kevavdra!

El resplandor verde llenó la habitacion y Draco se sintió desfallecer de dolor contra el suelo. Su vida se escapaba y no podía hacer nada. El último suspiró se escapó de sus pálidos labios. El frió lo estremeció. Su miedo mas profundo se estaba desatando ante sus ojos. Aquel terror de ser descubierto como traidor ante su padre y el resto de los mortífagos era lo que lo podía delatar.

Su cabeza golpeó contra el suelo, pero él ya no sentía nada. La varita se escapó de su mano derecha ya que no podía sostenerla como antes. Sus ojos grises estaban abiertos con la expresion de terror. Ese era uno de los pocos sentimientos que había tenido durante su vida, y ahora sería el último…