Disclaimer:Los personajes de Glee y de Harry Potter no me pertenecen.


Eran las diez y media de la mañana, del uno de septiembre. Ya había dejado las maletas en su sitio y buscado un vagón libre en el que sentarse. En media hora el tren dejaría la estación.

Empezaba otra vez el curso. Un nuevo curso. Un nuevo año. Una nueva vida. Y todo eso, en un colegio un poco especial, el colegio de magia y hechicería, Hogwarts.

Como había llegado allí se preguntaba, si hace un par de años estaba en Lima, Ohio, viviendo como el resto de, los ahora conocidos como, muggles. Ella siempre se había considerado especial, pero ser una maga no entraba dentro de sus posibles futuros. Siempre pensó que acabaría estudiando música o animación, en alguna universidad cercana. Aunque a quién quería engañar, este era mejor que los que había imaginado.

De pronto, una aguda voz, sonó a través de los altavoces, interrumpiendo su reflexión.

-A todos los alumnos con destino a Hogsmeade, el tren abandonará la estación en cinco minutos. -informó.

-Perfecto, nos vamos de King's Cross. -pensó, mientras apoyaba la cabeza contra la gigantesca cristalera. Había llegado demasiado pronto, porque aborrecía las aglomeraciones que se formaban con las prisas en el último momento, pero se estaba empezando a impacientar. Aunque, por otro lado, era gracioso, ver desde allí a los primerizos y jóvenes magos desorientados corriendo de un lado a otro por la estación.

Estaba tan abismada mirando lo que ocurría fuera, que no se percató que una joven se había adentrado en el vagón, sofocada y aún con el equipaje encima. Esta se paró en la puerta de su compartimento.

-Perdona, ¿me puedo sentar aqui? -preguntó. El resto del tren está ocupado.

Giró la cabeza sorprendida y la miró. Era una chica hermosa. Tenía una tez blanca, comparable a la de una muñeca de porcelana, con un color rojizo en las mejillas, debido seguramente al sofoco. Su pelo era rubio y largo, ondulado al final de sus hombros. Comparado con ella, era algo alta. Sus ojos azulados la miraban, fijamente, esperando una respuesta.

-Emmm, si...-masculló indiferente. Siéntate, donde quieras.

La rubia cogió la maleta y la posó sobre el asiento, sentándose al lado.

-Por cierto, me llamo Brittany. -dijo extendiendo la mano.

-Santana. -respondió, sin apartar la vista de la ventana.

La rubia bajó la mano y el silencio volvió a apropiarse del compartimento. Santana siguió mirando por la ventana, el paisaje era espectacular, era el sexto año que podía disfrutar de ese panorama, pero no se cansaba de hacerlo.

-¿Por qué no llevas el uniforme? -preguntó la rubia, rompiendo, así, su mutismo.

La miró de soslayo, segundos después, siguió mirando por la ventana. Santana no quería mostrarse sociable y sabía que si la contestaba, entablarían una conversación y era lo último que le apetecía hacer. No le caían bien las personas, nunca lo habían hecho, ni siquiera los muggles en su antigua vida.

-Tu tampoco lo llevas. -dijo desapaciblemente, ignorando la pregunta de la chica.

-Lo tengo en la maleta, no he tenido tiempo de ponermelo. -contestó sonriente, no importándole la brusca contestación de la morena.

Sabía que si preguntaba, la rubia cogería confianza, pero se aburría y tenía curiosidad.

-¿Por qué no has guardado el equipaje? -preguntó pasivamente, para no parecer una entrometida.

-No me daba tiempo, por poco me quedo en la estación. -respondió. Y no, por favor, otra vez no. -gimoteó.

Santana se giró, para observar los gestos de la rubia.

-Una vez llegue tarde, y el tren ya se había ido. Tuve que ir andando, llegue al quinto día. -explicó.

Santana se rió. La rubia la miró desconcertada, era la primera vez que la morena se mostraba algo abierta. La sonrió y siguió hablando.

-Se que Gandalf dijo que un mago nunca llega tarde, ni pronto, llega exactamente cuando se lo propone -dijo intentando imitarlo. Pero la profesora McGonagall, no pensó lo mismo.

La latina soltó una carcajada, se estaba imaginando la escena. No sabía por qué pero esa chica era especial, no era como el resto.

-No me gusta. la cara de confusión de la rubia, volvió a hablar. El uniforme. -especificó. Por eso no lo llevo puesto, prefiero ponermelo cuando estemos llegando.

-Me parece bien, yo tambien me lo pondré luego. Por cierto, ¿de qué casa eres? -curioseó. No, espera, déjame adivinar. -la interrumpió. La morena volvió a reír y asintió. Tienes cara de estar en...Ravenclaw.

-¿Por qué piensas eso? -preguntó extrañada la morena.

-No lo se, una corazonada, además tienes cara de inteligente. -se rió.

-Soy de Slytherin.

-Vaya...pensaba que había acertado. -dijo apenada. La profesora Trelawney decía que era una de sus mejores alumnas.

-¿En adivinación? ¿En serio? Esa mujer está desequilibrada.

-No digas eso.

-Bueno... Déjame probar a mi. Soy una experta en adivinación. -dijo sarcástica. Cerró los ojos, y empezó a simular que convulsionaba. Ya lo veo, mi ojo interior ve más allá de...

-Hufflepuff. -dijo riéndose.

-¿Por qué lo has dicho? Quería adivinarlo. -protestó.

De repente, una señora mayor con un carrito, se paró en el umbral de la puerta.

-¿Quereis algo chicas? -preguntó.

Santana negó con la cabeza.

-Si, por favor. Dame una caja de grageas. -dijo, la rubia mientras se rebuscaba los bolsillos, en busca de la cartera, pero no apareció. Lo siento, no tengo dinero. -se disculpó.

-No pasa nada. -contestó la mujer.

Estaba a punto de irse, cuando Santana se levantó y le entregó un par de galeones. La señora le entregó la caja con una sonrisa, y siguió su camino, empujando el carrito por el pasillo.

-Toma. -le lanzó las grageas.

-Gracias. -dijo efusivamente, levantándose y abrazando a la morena, quien todavía estaba de pie. La fuerza y precipitación de la rubia las hizo caer sobre el asiento. La morena se sorprendió al encontrarse la cara de la chica tan cerca.

-Emmm...de na..nada. -balbuceó nerviosa, apartándose.

Brittany se enderezó y se sentó otra vez en su asiento.

-¿Quieres una? -le ofreció, mientras abría la caja.

-No, gracias. -contestó sonrojada, por el incidente anterior. Había entrado en la distancia íntima, demasiado cerca.

Por qué lo había hecho, por qué le había comprado aquello a esa chica que acababa de conocer, era Santana Lopez, ella nunca hacía nada por los demás, no era simpática, ni agradable, ni afectuosa, y mucho menos generosa, esas palabras no estaban es su diccionario. Sin embargo, lo hizo.

-A Lord Tubbington le gustan las de sabor a salchicha. Yo prefiero las de algodón de azúcar. -dijo.

-¿Quién es Lord Tubbington? -preguntó extrañada.

-Mi gato. Lo quería traer, pero estoy mosqueada con él, porque volvió a fumar.

-¿Lo dice en serio? -se preguntó Santana.

Un aviso, emitido por los altavoces, las interrumpió.

-A todos los estudiantes veteranos, el tren está a punto de estacionar. -anunció.

-Oh mierda, ¿ya estamos llegando? -exclamó Santana. Aún no me he puesto el uniforme. Voy a por la maleta. Ahora vuelvo.

-Es verdad. -dijo la otra chica, abriendo la maleta y sacando la ropa.

Santana salió apresurada del compartimento, en busca del equipaje. Cuando regresó, se encontró con una rubia semidesnuda.

¿Que haces? -profirió desde el umbral de la puerta. Te puede ver cualquiera.

Sacó rápidamente la varita.

-Nox. -pronunció a la vez que realizaba un leve contoneo con ella. La oscuridad se adueñó del compartimiento. Mejor así, ¿no crees?

-Santana. -se quejó. Ahora no veo, además no me gusta la oscuridad.

-¿Quieres que te ayude? -se ofreció adentrándose en el compartimento.

¿Ayudar? ¿Esas palabras habían salido de su boca? No se lo creía.

-Gracias. ¿Me puedes ayudar con las medias?

Santana se acercó a la rubia lentamente, tanteando las paredes. Aunque veía perfectamente, sus ojos casi se habían acostumbrado a la oscuridad. Pudo vislumbrar el desnudo dorso de la chica. Colocó sus manos en su cadera para acomodar las medias. La rubia se estremeció.

-Tienes las manos congeladas.-sollozó.

-Lo siento. -se disculpó.

La verdad es que las manos eran lo único que tenía la morena frío, en ese momento. Aquella incómoda situación estaba causando estragos en ella, y su cuerpo le estaba jugando una mala pasada. Empezó a notar como el rubor se apoderaba de su cara, y del resto de su cuerpo, agradeció haber conjurado ese hechizo y estar a oscuras.

-Ya está. -dijo, separándose. Ahora, me voy a cambiar yo.

-¿Quieres que te ayude? -le preguntó.

-No, gracias, yo sola puedo. -contestó rápidamente.

En cuestión de segundos, ya se había cambiado. Volvió a sacar la varita.

-Lumox. -vocalizó.

La luz regresó a la sala. Ambas miraron a la otra de arriba abajo. La rubia llevaba una falda grisácea, un jersey del mismo color, y una corbata con los colores representativos de la casa, amarillo y negro. La túnica, también de los mismos colores, hacía juego con su cabello. Por otro lado, Santana vestía un pantalón gris, una camisa blanca, no muy bien abotonada por las prisas, y una túnica, colocada por encima. Sin embargo, a pesar de estar vestida, los ojos de la rubia la hacían sentir desnuda, sentía que podía ver más allá de su postura de chica mala, y eso la incomodaba. En esos instantes, el tren comenzaba a detenerse.

-Justo a tiempo. -pensó. Miró a la rubia, quien se acababa de sentar. Pudo notar como le había cambiado la cara, parecía afligida. ¿Qué ocurre Brittany? -preguntó.

-Que no quiero irme, me has caido muy bien. -sollozó.

-No pasa nada, Brittany, nos volveremos a ver. -dijo con un tono tierno y sosegado.

La cara de la rubia se recompuso. Se levantó y abrazó a la morena, quien ya se empezaba a acostumbrar a aquellos repentinos abrazos.

-¿Vienes conmigo en el carruaje? -le preguntó.

-Lo siento, ya había quedado con un compañero. Me matará si le abandonó en el último momento.

La rubia bajó la cabeza apenada, le había parecido una muy buena idea preguntarle si quería ir con ella hasta el castillo.

-Bueno, tenemos que bajar. -dijo la morena.

Cogieron sus cosas y salieron del compartimiento. Casi todas las personas ya habían abandonado el tren. Una vez fuera, la rubia volvió a abrazarla, esta vez, no se lo esperaba. Soltó sus maletas y le devolvió el abrazo, fundiéndose en un afectuoso y duradero abrazo.

-Tienes la camisa mal abotonada, San. -le susurró al oído.

La morena se enrojeció, no se había dado cuenta con las prisas.

-Emm, gracias. -farfulló mientras se arreglaba la ropa. Bueno, adiós.

-Hasta luego.

-¿La había llamado San? -se preguntaba. Solo su mejor amigo la llamaba así, aunque de la voz de la chica sonaba mucho mejor.

Recogió sus cosas del suelo, y se dirigió hacia los carruajes, allí un chico castaño la esperaba agitado.

-Llegas tarde. -le reprochó. La puntualidad no es lo tuyo.

-Yo también me alegro de verte, Noah. -dijo sarcástica. Además un mago, nunca llega tarde, ni pronto, llega cuando se lo propone. -repitió a la rubia.

-No me vengas con esas, eh. -le recrimino.

-Había mucha gente en el tren, lo siento. -se disculpó.

-Entonces, aquella rubia de allí, ¿no tiene nada que ver?-dijo con cierto tono burlesco. Tras la cara de confusión de la morena siguió hablando. San, os he visto abrazaros, hace un par de minutos.

-Ah. ¿Aquella chica? Solo es una conocida. -respondió.

-¿Solo una conocida? -se sorprendió. ¿Y desde cuando vas, tu, Santana Lopez, abrazando a conocidos?

Puck tenía razón, ¿desde cuando iba ella abrazando a personas que acababa de conocer?

-¿Me quieres dejar en paz, Puck? -dijo golpeándolo en el hombro. ¿Nos vamos? No querrás llegar tarde, ¿verdad? -preguntó, cambiando radicalmente de tema.

-Tienes razón, no quiero que Snape nos castigue el primer día.