CAPITULO I
Reconocía la luna de plata bajo un atigrado de estrellas fugaces como una embarcación opalescente que acuatizaba el cielo. El arco que describía sobre su cabeza inauguraba un sin fin de bosques al umbral del azul rey, acunados por pendientes montañosas y desafiando a cualquiera que intentara cruzarlos en una noche bíblica, inmortalizada por almas que habían pactado millones de años con el corazón de los árboles. Los rayos lunares se vertían sobre los pisos de follaje forestal, efectuando un escondido paraíso encadenado al frío nórdico de la región. Mientras que los lobos en caza encumbraban los caminos y levantan cascotes de tierra en su asecho, elevando al cielo sus aullidos, la neblina densificaba el nivel del suelo y mitigaba los accesos a los sotobosques crepitosamente.
Aún con pocas horas de oscuridad, el aire había cambiado. La tranquilidad había sido desplazada y en el lúgubre azotar del viento un mal augurio invadió. El lenguaje de los elementos predijo un invisible manto de misticismo caer y cada aliento de vida huyó a su refugio, decretando un clima antinatural avecinante en todo Céfiro y el llamado de la naturaleza llegó a sus oídos, de la misma forma en que años atrás lo había hecho bajo un juramento. El umbral neblinoso que yacía frente a sus ojos se espejaba con los innumerables campamentos en su mente, cuando sólo era una niña traída desde otro mundo junto a sus dos mejores amigas y todas las noches se veían obligadas a errar sin saber si estarían vivas por la mañana. Pero mientras más experiencias vencían en aquellos linderos, su interior y su temple se forjaban hasta el punto de llegar a alternar su esencia como niñas con su nuevo fuego como guerreras mágicas.
Ahora sus ojos volvían a ser gobernados por una conocida luz crepuscular que despertó vivamente sus recuerdos después de diez años. Cada paso que dio lejos de ese mundo la había convertido en la mujer que era, envidiada hasta por las sirenas porque en su solo mirar reunía la ilusión azul que todo marinero mataría por tener. Su cuerpo ya estaba lejos de ser inmaduro y después de entrenarse en la esgrima durante su adolescencia había tonificado su figura como un fuerte olaje sin dejar de ser la lágrima más brillante del mar. Pero sabía que a pesar de todo estaba mal vestida para encontrarse en Céfiro.
-No puedo creerlo… Después de tantos años, he regresado. –
Avivó sus sentidos, mentalmente deseando que sus amigas se encuentren no muy lejos ya que después de 10 años no se imaginó que sería ella sola quien regresara por tercera vez y particularmente no era una situación que hubiera contemplado muchas veces en todos sus pensamientos.
-Bueno, al menos podré decirles que Céfiro regresó a ser el que era antes… pero no creo que pueda vivir para contarlo si estoy vagando sola por muchos días aquí… ¿no te parece, planeta poco serio? –objetó mientras se dedicaba a reconocer sin mucho éxito el perímetro.
Recorrió con las yemas de sus dedos las cortezas de los árboles en la penumbra, tratando de retener ese momento en su memoria. A sus 24 años, había olvidado como se sentía ya que había renunciado a esas vivencias con el correr de los años pero ahora no podía menos que atravesar un océano de fragmentos del pasado, y ahora se encontraba caminando sobre sus mismos pasos como si no hubiera pasado el tiempo.
Una profunda cascada brilló muy dentro del azul de sus ojos iguales a los de la guerrera mágica del agua cuando su piel resintió como una herida el aura oscura que germinaba del aire. Esto no podía ser Céfiro. Algo estaba mal y cada pieza del mosaico boscoso a su alrededor le gritaba que se aparte. Las láminas de luz de luna que bajaban por las laderas montañosas traían un moribundo mensaje que Marina no pudo reconocer al principio, pero cuando pudo responder con su propia aura leyó muerte y miedo en todo el cielo.
Empezó a correr apartándose del sendero sitiado, sin saber a donde dirigirse. Sus piernas se movían entre la vegetación, su velocidad a la par del temor por las insuperables auras de daño y maldad que nacían y buscaban cazarla. Debía esconderse antes de que sea tarde pero mientras más corría tenía el presentimiento que estaba solo atenuando lo inevitable. Finalmente, sus pies se rindieron llegando a una curva pedregosa y al chocarla su cuerpo perdió equilibrio precipitándose en un vacío sin fin.
-Guruclef… –fue su último pensamiento antes de cerrar sus ojos.
-Su ausencia en Céfiro ya empezaba a ser renombrada… Maestro. ¿Puedo preguntarle porque regresó después de tantos años?
-¿Acaso le vas a prohibir a un viejo volver a su propio planeta?
-Esto ya no es un planeta… Los tiempos de necesidad han dejado de Céfiro lo que es hoy. El solo hecho de pernoctar una noche en este lugar solo puede acarrear la muerte misma, por más que la legión supere los mil hombres.
-¿Piensas que no lo sé, Gil-Galad? Mis ojos han visto como los rayos del sol caen en el Gran Paso de Helcaraxë, La tierra del Hielo Crujiente, y rojo es lo único que la nieve refleja. Eso quiere decir que los baños de sangre ya comenzaron a suceder en Céfiro… Me temo que el principio del Fin de los Días se está acercando…
Las voces se escuchaban difuminadas y vagamente pudo advertirlas como el crepitar de una vela encendida, no estaba segura si el golpe había traído una contusión en su cabeza y estaba solamente imaginando cosas pero cuando su conciencia pudo dejar de tambalear entendió que no estaba sola. Abrió lentamente sus ojos, estaba mareada y las heridas de la caída empezaron a latigar su cuerpo desmayado pero corriendo con suerte había aterrizado en una cama de arena con sabor a mar. ¿Mar? El sonido de la espuma abrazando la orilla y las olas rompiendo en la lejanía era hermano de su mirada ahora eternamente azul y desorientada, el océano era como su sangre y sintió por un momento como las aguas volvían a habitar en su interior llamando a su alma mientras yacía recostada en el lecho marino. Extrañaba esa sensación.
Pudo finalmente levantar su cabeza de la arena cuando unas gotas salpicaron su rostro y las voces ahora se revelaron ante ella. La neblina marina hacía de sus cuerpos sólo sombras pero al leer vagamente sus auras comprendió que esta era la primera vez que tenía un encuentro con seres de Céfiro que nunca antes había visto.
-¿El Fin de los Días? –volvió una de las voces, la más jovial de las dos. –Pero… entonces… Eso quiere decir que Guruclef…
El corazón de Marina dio un salto al escuchar ese nombre y por unos segundos no sintió el tiempo pasar.
-Sí… –Afirmó el segundo, pena y languidez en su voz. –Guruclef… ha muerto.
-¡NOOOOOOOOOO!
Algo se rompió muy dentro de ella. Una tormenta gris se despertó en sus ojos inmensamente carentes y repentinamente se perdió en una inconsciencia liosa y obtusa, imposible de controlar, mientras por dentro sentía filos desgarrándola y ya no pudo detener más sus lágrimas. Cada parte de su ser se negaba a creerlo… ¿De qué había servido tanto sufrimiento junto a Lucy y Anais en el pasado? ¿De qué había servido convertirse en guerrera mágica y pasar por tanto? Sus rodillas ya casi no podían soportar su peso mientras lloraba, la noche avanzando sobre ella y por primera vez desde que estaba en Céfiro todo rastro de la guerrera que alguna vez fue la empezó a abandonar. Su rostro sólo pedía a gritos que la oscuridad la lleve.
Era su culpa. Si hubiera regresado antes a Céfiro, junto a Lucy y Anais, podría haber prevenido que esto pasara. Ellas eran guerreras mágicas, la destrucción había conquistado Céfiro en dos guerras y ellas pudieron revertirlo a último momento, entonces ¿por qué ahora no podía pasar lo mismo? Por qué no había estado cuando…
-¿Por qué…? ¿Por qué me dejaste? –susurró, su voz rendida ante el dolor.
"Marina…"
"Marina… Ven al océano…"
Sus latidos se hicieron sentir inmediatamente y levantó su mentón brillante hacia la orilla. Su boca cayó abierta levemente mientras su mirada se ausentaba atemorizada al punto de que ya no sentía las lágrimas caer. Las dos personas conversando habían desaparecido en el filo de la noche y ahora se encontraba sola de nuevo. Pero alguien la estaba llamando…
Débilmente se puso de pie y caminó los pocos metros que la separaban del agua. No sabía bien porque pero cuando sus pies entraron al frío, la gravedad empezó a aprisionarla y supo que el trance quería más de ella, donde ya no había resistencia alguna que oponer. Sin embargo, no sentía miedo. Observó como sus brazos desaparecían en la negrura eterna como si cadenas la ataran y estaba segura de que no faltaría mucho para morir ahogada con el peso del mar sobre ella. Al respirar por última vez, en su cabeza miles de cantos la despidieron.
-Guerrera Mágica del Agua…
Marina luchó por despertarse y finalmente su cuerpo empezó a responderle, aunque no estaba segura de cómo eso podía pasar. Estaba viva. Su piel estaba mojada hasta la punta de sus pies y sentía cómo si hubiera estado sumergida por horas, pero no había peligro alguno. Flotaba relajada boca arriba en una isla de agua con una fina capa líquida que cubría sólo la mitad de su cuerpo. ¿Qué había pasado?
Sólo hasta ese momento recordó haber escuchado unos cantos antes de desmayarse y finalmente sus sentidos percibieron que el vaivén de la superficie chocaba con alguien más que ella. El agua empezó a desdibujar una figura a su lado y una mirada hermana a la suya la recibió, pero no podía ser posible. Era una mujer… pero era ella misma.
-Tranquila… No estás muerta. No podrías morir así ya que tú controlas el agua. –habló con una voz musical, la misma de los cantos que antes escuchó.
-¿Quién eres?... ¿Acaso eres…? –
-No… No soy tú, aunque somos parecidas. Las dos somos lo mismo. –explicó con una sonrisa.
Marina hizo una expresión de no entender aún. ¿Eran lo mismo? Fue entonces cuando un sobresalto la invadió y casi se hunde deliberadamente. Un fuerte movimiento de las aguas a su derecha atrapó su atención y detenidamente una hermosa cola de pez se reveló ante sus abiertos ojos.
-¿Eres… eres una sirena? –preguntó con cautela. La mujer asintió con su mirada espinosa. – ¿Me harás daño?
-No… tú eres como nosotras. Sólo aquellos que no son del dominio de Ceres deben temer. –afirmó, mirándola calculadamente. –Y aquellos que no temen… deben pagar un precio a cambio.
-¿De qué estas hablando? –preguntó extrañada Marina.
-Guerrera Mágica del Agua… Me presento ante tus ojos a través de un encargo especial de alguien. Esa persona no es quien para pedirnos algo a nosotras pero conoce bien de nuestra naturaleza y la tuya por sobre todas las cosas. Por lo mismo, pidió que te entregáramos esto…
La sirena elevó su mano de las aguas y en su palma aperlada apareció un objeto familiar. Un anillo alargado con una gema amatista engarzada que Marina había visto muchas veces en la mano de alguien… de Guruclef.
-Guruclef… –murmuró desconcertada. -¿Guruclef te envió a que me entregaras esto? ¿Por qué?
-Porque el tiempo para Céfiro se está acabando. Para él fue demasiado tarde… pero ustedes, las Guerreras Mágicas, tienen su fuerza y tienen su magia… pero lo que no todas poseen es protección. La Guerrera Mágica del Fuego recibió un medallón heredado de la Casa más Antigua de los Dúnedain, descendientes de los Señores de Andúnië, que la protege… La Guerrera Mágica del Viento recibió un llamador real perteneciente a la Estirpe de los Supremos Reyes Élficos… también es un símbolo de protección.
-Es cierto. Lucy y Anais tienen sus protecciones, gracias a Latis y a Paris. –recordó vagamente.
-Pero tú estabas desprotegida y este anillo evitará que mueras… Athrandir dijo que lo único que no debe pasar es que las Guerreras Mágicas mueran…
-¿Athrandir? ¿Hablas de Guruclef? ¿Dónde está Guruclef? Debes decírmelo, por favor…
Ella la observó profundamente. Un dejo de gravedad atravesó los ojos acuosos de la sirena antes de empezar a perderse detrás de una densa cortina de vapor grumoso que llevó a Marina a desesperarse.
-¡No te vayas! ¡Dime que pasó con Guruclef, por favor!
-Él dijo que este día llegaría. –murmuró antes de desaparecer de su vista.
Abrió violentamente sus ojos, sudando dentro de su edredón y admirándose en su propia cama King Size, donde su ruidosa respiración era lo único que calaba en la mañana. Sentándose en el colchón, pidió a su cabeza las imágenes recientes sin poder entender ni la mitad de lo que vio. Estaba en su habitación, donde hace 10 años amanecía bañada del más suntuoso mosaico de la ciudad de Tokio en sus ventanales, como siempre. Todo estaba igual y su vida le pertenecía a la empresaria que era ahora, no a la Marina de su sueño.
¿Pero entonces porque volvía a soñar con Céfiro? Últimamente estaba empezando a pensar en lo mucho que ella misma le recordaba a Lucy, o incluso a Anais. Su vida como guerrera mágica nunca la había suavizado como a sus amigas, pero de nuevo ella no había tenido a dos espadachines a sus pies como las dos. Pero eso jamás había sido una cuestión no saldada, no tenía porque guardarse viejas lamentaciones y gracias a eso podía decir que de las tres era la más superada en su nueva vida lejos de Céfiro.
Después de todo, al morir sus padres había heredado la mansión y la empresa de la familia donde se destacaba como C.E.O, cargo al que dedicaba sus días y noches. De hecho, cualquiera que la viera pensaría que su padre aún vivía pero reencarnado en el cuerpo de su hija, ya que no había horario en su agenda que no estuviera plagado de juntas directivas, o entre llamadas con el director general de operaciones, el de finanzas o el de información. Ahora había pasado a la cabeza, era dueña de la mitad de Japón y dormitaba en la antigua habitación master de sus padres en una de las mejores propiedades de la ciudad. Sus valores materiales habían escalado, incluso las revistas de corazón la ubicaban entre las personas más bellas de la nación, pero aún así ninguno de sus placeres podía ser compartido.
Suspiró, presa de la incomodidad, y decidió levantarse. No era un tópico que le gustara tocar pese a que era evidente, porque sería volver a la eterna discusión que llevaba más que nada con ella misma. No estaba celosa de Lucy y Anais, pero si las tres fueron parte en un principio de ir a Céfiro, ¿por qué solamente Lucy y Anais fueron parte de lo que el destino les tenía planeado después? Es decir, incluso Paris y Latis les habían obsequiado algo antes de partir y ella había llegado con las manos aburridamente vacías a Tokio.
-Dios… no puedo creer que diga esto pero la sirena de mi sueño tenía razón. –gruñó por lo bajo. –De las tres soy la única que no tiene nada.
"Guerrera Mágica del Agua… Me presento ante tus ojos a través de un encargo especial de alguien."
Sus pelos se pusieron de punta de recordarlo. ¿Sería real entonces? No, no podía ser posible. Porque si fuera real entonces eso significaría que lo que vio en su sueño también tendría que ser real y ella ya había olvidado todo lo que ocurrió hace 10 años.
"Este anillo evitará que mueras… Athrandir dijo que lo único que no debe pasar es que las Guerreras Mágicas mueran…"
Su cabeza regresó al lecho y parpadeó un par de veces. No perdía nada con fijarse. Despacio, caminó hasta el cabezal y con sus manos temblorosas retiró su almohada para caer hacia atrás en estado de shock. El mismo anillo de su sueño, el anillo de Guruclef, estaba brillando entre sus cobertores, como si siempre hubiera estado allí.
Marina se quedó de piedra, sin poder creer que lo estaba viendo con sus propios ojos. ¿Entonces, todo lo que soñó… en realidad había pasado?
Es mi primera historia de Magic Knight Rayearth. Por favor, disfrutenla y dejen reviews! Magic Knight Rayearth pertenece a CLAMP. Los nombres, personajes y referencias mencionados pertenecen a Tolkien.
