Retazos de Oscuridad

Por Lyraacuario

Capitulo 1

Una decisión

Es tan irónico como extraño en lo que la vida puede llegar a convertirse, una simple sinfonía compuesta de tres movimientos distintos: "muchas personas", "algunas personas" y "casi nadie".

Él comprendía bien la diferencia entre ellas, y aunque a menudo podían ser similares al punto de confundirse, había ciertas distancias, tan enormes como el océano que separa los continentes.

"Muchas Personas" eran los momentos en los que compartía junto al público, elevando el hilo de su voz para despertar los deseos más desesperados de los corazones, allí simplemente se trataba de hacer contacto con el mundo, la fama, las entrevistas, los periódicos. "Algunas Personas" eran los segundos, minutos o quizás horas, en los que compartía con sus amigos y familia, bebiendo un buen vino o dejando quemar su garganta con el vodka; así de sencillo era, sentarse en una mesa y compartir una simple cena.

Pero, "Casi nadie" era el movimiento más difícil de definir, el pelinegro acostumbraba a llamarlo –el contacto contigo mismo- porque así podía conversar con su alma, abandonar la rutina y los deberes u obligaciones del mundo. Para él, casi nadie era estar solo, perder el contacto con los demás, encerrarse en la cámara de su recuerdos; olvidándose que en el mundo había alguien más que el. Para Bill, estar sólo era mirar la luna por las noches donde la melodía mas endulzante eran los sollozos que escapan de su corazón.

Y fue, en aquella cámara de soledad, donde conversando con "casi nadie" que el joven vocalista tomo la decisión más difícil de su vida; si, aquel día bajo la luna llena, el joven pelinegro decidió morir.

-Morir. -

Un escalofrió recorrió la columna del joven, aquella palabra verdaderamente le daba miedo. Pero, aún más miedo le provocaba continuar su vida sin hallar salida al gran dilema que se estaba convirtiendo su existencia.

Debía morir, deseaba morir, si, por el bien de él y por el de su hermano.

Debía morir para no continuar lamentándose en silencio.

Entonces, un suave y lento suspiro escapó de sus labios, la habitación se sumergía en la penumbra, mas no en el silencio, pues los molestos ruidos de las ruedas de los carros en el suelo de la carretera, eran un murmullo bastante difícil de ignorar. Las rápidas y frías ráfagas de viento sacudían la cortina de color blanco haciendo un débil silbido, a quien distraído podría asustar.

El chico se movió un poco, clavando sus orbes en el techo que carecía de color. Para ese entonces ya había caído la noche en la ciudad de Berlín. Quizás eran las once o tal vez más tarde, verdaderamente al gemelo menor no le importaba. Estaba aburrido, cansado de esperar en las noches como un payaso de circo que ha olvidado sonreír.

Su cuerpo se viró al lado izquierdo, clavando sus pupilas en la ventana entreabierta donde el viento sacudía las cortinas, permitiendo una pequeña vista de las luces de los edificios y de la redonda luna que se posaba sola sobre el cielo. Sus ojos eran cubiertos por una capa de brillo, como quien quiere retener las lagrimas en silencio. Miraba fijo, sin pestañar siquiera, tan solo clavando su vista en aquel punto dejando escapar su vida entre los suspiros.

-Tom… Tomi.- susurro el chico.

Cerró sus ojos y se entregó al mutismo, de no decir nada, de no exclamar, pedir o regañar, simplemente aguardando como el fuego que va corriendo sobre la pólvora, lento, silencioso y como un fantasma, que nadie lo ve pero que cuando llega a la mecha, es solo una explosión de quien ha aguantado demasiado como un muerto.

Morir no era tan sencillo como él pensaba; llevaba cálculos, había que encajar las cosas para que nadie se diese cuenta de cuáles eran sus oscuros deseos. Y él, a pesar de estar sintiéndose mal, siempre quería que todo saliese perfecto.

Eso le hizo sonreír, pues era tan irónico como estúpido, como nadie se daba cuenta de lo que había tras aquella faceta, de quien sonríe sin ningún esfuerzo, sin ningún trazo de infelicidad en el cuadro que enmarcaba su vida, y es que, todo estaba tan perfectamente encajado, que nadie se había dado cuenta de que era la sonrisa de un demente.

Un demente con una mente enfermiza

Que sonríe con hipocresía

Maldiciendo la vida

Por hacerlo víctima de aquella gran mentira.

Bill suspiró.

Había decidido morir, pero nada era tan sencillo. Y él tomó la decisión de que si lo iba a hacer, lo haría de un modo que nadie le pudiese interrumpir.

Entonces, se sentó en la punta de la cama y clavó su mirada en la ventana.

¿Cortarse? Negó con la cabeza, cortase las venas implicaría sangre. A él, eso le daba aun más miedo, además de que existía la posibilidad de que alguien le encontrase y le salvase. Suspiró, pensando en una nueva idea.

¿Saltar? Eso era ultimo que haría en su vida, si saltaba de un edificio implicaría que en el golpe su rostro se desfiguraría. El era demasiado vanidoso para hacer semejante locura. Suspiró por tercera vez.

¿Pastillas? Hubo unos minutos de silencio. Quizás y era la solución más razonable, tenía contactos, podría conseguirlas fácilmente. O bien podría tomar muchas pastillas para dormir, él las tenía. Suspiró de nuevo, desviando su mirada en la mesa al lado de su cama.

Sin mucho esfuerzo, el vocalista estiró su mano, abriendo el primer cajón de la mesita de noche. Allí no había muchas cosas importantes, tan sólo uno que otro papel con algún dato que quizás ya había pasado al pasado. Entonces su mano se cerró en una pequeña caja de pastillas, sus ojos se abrieron con el extraño brillo, de quien vive pero está muerto.

-Supongo… que debe acabar. -dijo bajito, entonces, con los delgados haces de luz que se colaban por la ventana, pudo ver la caja de pastillas, era solo para dormir, pero habían suficientes como para dejar a un ser humano sumergido en el sueño eterno, en los brazos de Morfeo quien le entregaría a la muerte.

Sentía miedo mientras apretaba las pastillas contra su pecho.

Sí, había tomado una decisión, ya no había dudas sobre ello. Estaba cansado, a pesar de ser el camino que había elegido, su alma simplemente se estaba rindiendo, sólo quería dormir, descansar de las preocupaciones y dolores de la vida.

-Olvidar que te amo. –murmuró. -Y que nunca serás mío. -

Se acomodó en la cama con aire sereno, tan relajado que nadie notaria que había tomado la decisión más importante de su vida. Sí, el menor de los Kaulitz había tomado una decisión, lo había hecho tras pensarlo mucho tiempo, tras aquella entrevista, tras saber que no importa que tan fuerte fuesen sus sentimientos, no había salida en aquel enigma que se había convertido su vida.

Su amor, simplemente, aquella palabra le había destruido.

Se levantó en un movimiento rápido, caminando hacia la segunda mesa donde había una jarra con agua. Llenó un vaso despacio, escuchado el suave caer de las gotas, la secuencia de imágenes que se formaban en su cerebro: cuando alguien entrase en la habitación, le viese dormido, tocase su pulso, notase que no se sentía, que su piel estaba fría, que sus labios eran azules y que su piel morena ahora era más blanca que la nieve.

-Si… moriré, así como estos sentimientos… y no habrá nada, nada que me ate a este mundo. -miró a la puerta, como esperando a que el mayor entrase –es imposible, Bill- se dijo a sí mismo –él no vendrá, en estos momentos debe estar feliz, follándose a cualquier puta que se le atraviese. -

Caminó hacia la ventana, abrió la cortina y dejó que el viento se colase por sus cabellos.

Sintió frio.

-Estoy…- guardó silencio unos minutos, enfocándose por olvidarse todo, lo único que importaba en aquel momento era que todo iba a acabar, que no había nada, ni amor ni amigos, ni siquiera esperanza. – Tomi- le llamó.

-Dime. - Aquella voz resonó en la habitación.

Un escalofrió helado recorrió la columna del menor, haciendo que el vaso de vidrio se deslizase de su mano, cayendo sonoramente, dejando trozos de cristal dispersados por el suelo.

-To-Tom. -tartamudeó viéndole de frente, el mayor se acerco a él, preocupado.

-Hey, ¿estás bien? Pareciera que hubieses visto un fantasma. -miró el suelo. –No limpiaremos eso, para eso hay servicio al cuarto ¿no? -

-Yo… -el pelinegro estaba helado, estuvo tan concentrado en sus pensamientos que no se había dado cuenta de que el mayor había vuelto a su habitación, tampoco se había dado cuenta de que el mayor no estaba bebido y que estaba más cuerdo de lo que el quisiese -¿Qué… qué es lo que quieres? -preguntó, el chico de las rastras frunció el seño. Bill estaba raro.

-Me llamaste. –habló. - ¿Para qué decías mi nombre? -

-No… no te estaba llamando. - se defendió "estaba pensando en ti"

-Me llamaste. -replicó el mayor. –Dijiste Tomi, creí que no me habías sentido llegar, que estabas dormido….-

-No… es que… digo. –tartamudeó. –Te llamé porque te sentí llegar. –mintió. –Pero… ¿Qué haces aquí? -

El mayor frunció el ceño, de verdad que Bill era un enigma para él, entonces, desvió su mirada a la mano derecha del menor, tenía una caja de pastillas. Sintió un espasmo de frío atravesarle el cuerpo, no supo exactamente qué clase de sentimiento era el que le embargaba.

-Bi-Bill. -habló mirando las pastillas, el pelinegro se dio cuenta de su situación.

-No… no es…- se calmó, no debía perderse en los nervios. –No podía dormir. –contestó. –Iba a tomar una. -

No supo el por qué, pero el mayor no le creyó; no obstante, aunque su corazón le decía que era mentira, no había razones para dudar de las palabras de su hermano. Entonces, un comentario se escapó de sus labios.

-Estas raro, Bill. -el menor frunció el ceño. Tragó un poco de saliva, pero con actitud extrañamente serena, pasó al lado del mayor.

-Estoy bien. –cortó. –Solo quizás, no he dormido bien… es por ello que iba a tomar la pastilla, necesito dormir. -

-Lo sé, pero… -

-Creo que me daré un baño.-

-Bill. –nuevamente, el pelinegro no lo dejó hablar.

-Es extraño que hayas llegado temprano. –dijo. -Espero y sea que estas comenzando a tomar un poco más de responsabilidad de tus acciones. -

-No te metas conmigo. -advirtió.

-Sí, bueno, era un cumplido. -tomó una toalla y una muda de ropa. –Que descanses. -

-Espera… aún no hemos... -Pero el menor ya había entrado en la habitación de baño dejándole sólo, con la penumbra como compañía. Entonces, el otro dio un paso y piso un vidrio.

–No… se… -murmuró y miró las pastillas. -¿Por qué…. me siento… inseguro? -se preguntó, porque no comprendía nada; aunque tampoco es que fuese a quemar sus neuronas pensando en la respuesta.

–Que se vaya a la mierda. -y se quitó la camisa y el pantalón, quedando en bóxer. –Es tarde. -se acostó. –Idiota de Bill… ¿Qué le pasa? Como siempre intentando ser importante… -se quejó, molesto, él todavía había tenido la decencia de llegar temprano y no quedarse divirtiendo, y ahora, el pelinegro le respondía con semejante tontería.

-Idioteces. -murmuró y se dio vuelta en la cama.

Continuara…

Hallo, gracias a quienes leen, este fic va dedicado a una gran amiga, que aunque nos separe la distancia sabe que la quiero mucho!

Besos bonita, adoro tus fics y espero actualización pronto ¬¬