Disclaimer: Servamp no me pertenece. Sus personajes son propiedad de Tanaka Strike.
Aclaraciones: Hanahaki Disease. Posibles faltas de ortografía o gramática. Demasiado OoC —no intencional—. Intento de Hurt & Comfort.
Note-one: Llevo (literalmente) años queriendo escribir algo sobre esta enfermedad con ellos dos. Y finalmente pude conseguir algo (tal vez) decente.
…
「Ambivalence」
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Probablemente esto comenzó hace unos días.
No.
Tal vez hace unas semanas. Hace muchas, muchas semanas atrás. Exactamente hace cinco meses. Porque ese día, durante esa agobiante mañana de diciembre, iniciaba ya el quinto mes. Y era sorprendente que hubiera soportado tanto. Porque el dolor de cada mañana era peor que el del día anterior —porque las raíces se comienzan a enterrar con más y más fuerza; se enredan en sus pulmones, en su corazón y en cada órgano de su cuerpo—. Y…
No puede respirar.
Sus fuerzas son insuficientes, pero intenta levantarse de la cama. Inmediatamente, su mano cubre su boca, y da ligeras respiraciones con la nariz. Pero es inútil. Se está ahogando.
Le duele la garganta y el pecho le arde —y arde como si tuviera fuego en los pulmones. Pero Misono bien sabe que no es el fuego lo que provoca todo ese dolor—. Son solo sentimientos, emociones que no puede suprimir.
Y duele, duele demasiado.
Pero aun así, lo soporta. Lo está soportando. Lleva cinco meses así, puede lidiar con eso. Con los sentimientos, con el dolor, con la falta de respiración y con lo que tiene atorado en la garganta. Porque él es más fuerte de lo que aparenta y puede lidiar con todo.
Abre la boca, sus dedos hacen una suave presión en su garganta y comienza a toser. Más y más fuerte, intentando desesperadamente sacar lo que tenía atorado en la tráquea. Y los pétalos de flores caen suavemente frente a él. Caen y caen y se deslizan sobre sus sábanas, manchando las mantas con la sangre que se ha quedado sobre los pétalos y sus dedos, haciendo un desastre en su habitación nuevamente esa mañana.
Los pétalos azules se acumulan en sus piernas, en su boca y en la comisura de sus labios, en el borde de su cama y ahora están por todo el suelo. Ni siquiera tiene tiempo para maldecir, porque apenas puede respirar. —Y los pétalos de flores se siguen acumulando dentro de él, esa mañana estaba siendo incluso peor que los otros días—.
De todas las enfermedades que pudieron afectarle, caer enfermo de amor era sin duda lo peor que pudo pasarle. Era irracional, completamente absurdo. La idea de que una flor naciera en sus pulmones —una flor que necesitaba de un ambiente y luz adecuada— a causa de un amor no correspondido sobrepasaba los límites de lo ilógico. Pero ahora era más consciente que nadie que los sentimientos— que el amor es capaz de matar a alguien.
Y ahora sabía que la irracional enfermedad del hanahaki era real.
Cada pétalo se lo recordaba. A cada hora, a cada instante que sentía que los pétalos se acumulaban en su garganta. Cada vez que debía apretar los labios para mantenerlos dentro de su boca, para que nadie más se diera cuenta de su pobre estado. Cada vez que sus pulmones ardían, y su corazón se oprimía por las raíces que se enredaban en su interior.
Todo porque estaba enamorado de alguien que no le correspondía.
Tan simple.
Tan (extrañamente) doloroso.
Y maldice la hora y el momento en que cayó enamorado de su mejor amigo —¿por qué, por qué, por qué? ¿Por qué justamente de él?—. Y se siente como un idiota —lo es— por darse cuenta solo al tener los pétalos atorados en la garganta. Al sentir la flor instalándose en sus pulmones, derribando todos sus muros y echando raíces dentro de su cuerpo.
Porque fue la enfermedad del hanahaki lo que le hizo ver sus verdaderos sentimientos por Sendagaya Tetsu.
Vaya tontería.
Cierra los ojos un momento, y aspira unos segundos recuperando el aire que echaba tanto en falta. Su garganta duele y está seca, pero el vaso de agua sobre su mesita de noche está vacío y no hay forma de que pueda aliviarse pronto. Finalmente, solo suelta un suspiro, mientras sus dedos limpian los restos de sangre que se mantenían sobre el borde de sus labios.
La cantidad de pétalos sobre su cama sería algo complicado de explicar si quería evadir la verdad. La primavera aún estaba lejos de iniciar, pero aún más complicado era intentar dar una explicación lógica a los pétalos de rosas azules que estaban en su habitación. Porque no existían, no de forma natural. Son imposibles.
Al igual que sus actuales sentimientos.
Misono sacudió la cabeza, intentando no darle demasiada importancia —estaba muriendo por culpa de un amor no correspondido, pero no tenía que tenerlo presente las veinticuatro horas del día. Así no era él—. Se levantó de la cama, con cuidado de no dejar caer demasiados pétalos al suelo y sacó una bolsa de debajo de la cama. Los pétalos que había vomitado el día y la noche anterior ahora se combinaban con los recientes de esa mañana, llenando poco a poco la transparente bolsa de plástico.
Los pétalos de las rosas azules se veían brillantes contra la escasa luz de su ventana. Una variedad de azules manchados con rojo. Era increíble como algo que se veía tan bonito y brillante estuviera matándolo en esos momentos.
La alarma de su móvil comenzó a sonar sobre la mesita al lado de su cama, recordándole que no era tiempo de ser compasivo consigo mismo ni mucho menos. Se apresuró en ocultar la bolsa debajo de su cama, esperando que las sirvientas no se fijaran demasiado durante la limpieza sobre las bolsas que mantenía ocultas —se hizo una rápida nota mental; debía tirar las bolsas de pétalos antes de que alguien se diera cuenta de que tenía hanahaki—.
Aspiró lentamente —disfrutando de la sensación de sus pulmones llenándose de aire, algo que no muchos apreciaban—, y apagó la alarma. El recordatorio de que debía encontrarse con Shirota y Sendagaya —el causante de su hanahaki— apareció en la pantalla del móvil. Aún quedaban dos horas para el encuentro, pero decidió que ya era tiempo de arreglarse.
La repentina ansiedad de ver de nuevo a sus amigos era suficiente para olvidarse de su enfermedad por unas horas. Incluso si en su garganta aún podía sentir los pétalos acumulándose y el sabor de la sangre sobre su boca. Solo esperaba que ningún pétalo desafortunado escapara de él durante la salida.
Porque al final, la parte más difícil de tener hanahaki, era que alguien más lo descubriera.
Misono no sabía cómo debería tratar a los demás si llegaban a enterarse de lo que sucedía con él.
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Es la fría brisa lo que le recuerda que aún están en invierno. Junto con los pesados pasos que dan las botas sobre la nieve en la lejanía, y el suave vaho que sale de su boca al soplar inútilmente el chocolate caliente sobre sus manos enguantadas. A Misono le duele la punta de la nariz, sus labios tiemblan por culpa del frío clima, y en vano, intenta buscar el calor del líquido caliente que compró hace no más de una cuadra. Sin embargo, siente las mejillas calientes y cosquillas en el estómago —y flores acumulándose en su garganta, las que vuelve a tragar un par de veces porque no es el momento de toser pétalos de rosas—.
Sendagaya está a su lado, hablando de algo a lo que sinceramente dejó de prestarle atención hace más de cinco minutos —Misono escucha su voz, pero no entiende de palabras—, solo ve el abrir y cerrar de su boca repetidas veces, mientras sus manos se entretienen haciendo un diminuto muñeco con la nieve acumulada fuera de la tienda de conveniencia en la que habían parado. Es un niño con la apariencia de un adulto divirtiéndose con figuras de nieve. Y aunque no le gustara admitirlo, a Misono se le hacía estúpidamente adorable verlo tan indeciso sobre que piedritas usar para los gestos del muñeco.
De verdad que Sendagaya le gustaba. Y a la vez, no podía evitar sentirse irritado por sus propios sentimientos —y era demasiado contradictorio para él mismo—. Porque por un lado, en su mente solo se repite un insistente «me gustas, me gustas, me gustas, date cuenta, maldición»; pero al final, solo puede morderse el interior de la mejilla y preguntarse «¿por qué?, ¿por qué?, ¿por qué él?»
Y ahora se le oprime el corazón. Las raíces parecen aferrarse a él con más fuerza cada vez que piensa o está cerca de Sendagaya. Y a pesar de que se le corta el habla junto a él y hay nerviosismo antes que coherencia, Misono cree que vale la pena quedarse a su lado solo un poquito más —porque está tontamente enamorado, y eso parece ser motivo suficiente—.
Así que intenta ahogar sus pensamientos y el dolor que causa la rosa dentro de su cuerpo con un poco de chocolate. Los pétalos que se acumulaban parecen bajar por su garganta, Misono traga con fuerza y el alivio le invade casi de inmediato.
—¿Estás bien, Chibi?
La voz de Tetsu parece volver a tomar sentido para él, y Misono tiene que hacer un esfuerzo para calmar los latidos de su pecho y las cosquillas de su estómago para mantener la compostura frente a Sendagaya Tetsu.
—Perfectamente.
Por suerte, Tetsu pareció convencerse casi de inmediato —y no tenía una verdadera razón para creer lo contrario de todos modos—. Sus manos sacudieron el resto de hielo que había quedado sobre sus guantes, dando por terminado su improvisado y pequeño muñeco de nieve. Cuando se levantó, Misono se apresuró a desviar la mirada. No quería tener que dar explicaciones sobre por qué lo estaba mirando. No ahora cuando sus excusas eran más penosas que de costumbre.
—El hermano mayor está tardando, ¿no?
—Ya sabes cómo es Shirota cuando se trata de ofertas —vagamente, señaló solo con sus ojos el cartelito frente a la entrada de la tienda. Sus dedos jugaron con ligereza sobre el vaso plástico de chocolate—. Pero si tienes prisas por ir a ver la película puedes ir a apresurarlo —carraspeó, sentía los pétalos volver a acumularse dentro de él—. Nos harías un favor a todos, Sendagaya.
El menor pareció pensárselo un instante. Ciertamente, la idea de ir a apresurarlo parecía ser un beneficio para todos. El castaño ya llevaba medía vida dentro de la tienda —no más de diez minutos en realidad— y Misono ya estaba empezando a impacientarse.
Porque no estaba seguro de cuanto más podría aguantar sin toser frente a Sendagaya.
Era difícil. Porque poco a poco los pétalos se acumularían en su garganta y no lo dejarían respirar. Entonces su única solución sería dejarlos salir frente a todos. Pero él no quería eso. No frente a Tetsu al menos. Ni siquiera sabía cómo podría llegar a reaccionar si supiera que tenía hanahaki —¿se sorprendería? ¿Lo seguiría tratando como a un amigo, o lo trataría como a un muerto viviente? Misono no se sentía con las ganas de averiguarlo—.
Apretó los labios. En momentos así, la idea de deshacerse de sus sentimientos parecía ser lo más conveniente…
Y su cuerpo da un salto al sentir una helada presión contra sus mejillas, un poco de chocolate se derrama de su vaso manchando con pequeñas gotitas el manto blanco a sus pies. Sendagaya sin embargo no se inmuta ante su reacción, y sigue presionando sus mejillas con sus guantes. La expresión tan neutra de su rostro hace que Misono se sienta alterado —repentinamente avergonzado—, y la graciosa antenita de su cabeza parece reaccionar ante su irritabilidad reciente.
—¿¡Qué demonios crees que estás haciendo, bastardo!? —Misono alza la voz, sin preocuparse en lo absoluto de llamar la atención de las personas que pasean por esa calle, con bolsas en mano y una mueca curiosa en su dirección.
—Parecía que tenías frío —respondió finalmente—. Esto te ayudará a entrar en calor, así que estas bien ahora ¿no?
—¡Estás helado! —alterado, Misono intenta alejarse. Pero apenas podía hacer mucho contra Sendagaya sin derramar algo más de chocolate. Y a pesar de sus palabras, siente la cara más caliente que hace unos segundos. Vaya tontería ponerse así solo por algo de cercanía—. ¡Estuviste jugando con la nieve! ¡No vayas poniendo tus manos sobre la demás gente! ¿¡Eres idiota!?
Por la forma en la que Tetsu retiró sus manos, haciendo una expresión como si le acabaran de revelar los secretos del universo, Misono se respondió por sí mismo. Sí. Era un idiota.
—Cierto —le dio la razón, Misono frunció las cejas un momento—. Entonces, ¿quieres mi bufanda?
—No.
—¿Seguro? —insistió, frente a él, el más bajo ni siquiera se atrevió a devolverle la mirada—. ¿Eso es un sí, verdad?
Boqueó por unos segundos, pero nada coherente salió de sus labios al sentir la tela de la bufanda ajena sobre su cuello, ni siquiera le permitió responder. Sendagaya ya se aseguraba de cubrir su nariz y sus mejillas. Misono se sintió repentinamente sofocado con el aroma de Tetsu que provenía de su bufanda, y nervioso por su cercanía, sintió que las mejillas ardían con demasiada fuerza.
Y la garganta se le contrajo. Su corazón comenzó a latir con demasiada fuerza y agradecía que el murmullo de la calle pudiera disimularlo un poco. Los pétalos de rosas volvieron a invadir cada rincón de su garganta mientras Tetsu parecía asentir satisfecho por su trabajo con la bufanda.
¿Por qué tenía que ser tan difícil?
—Hey, Chibi… —Sendagaya volvió a hablar, y a pesar de que era tan claro lo que decía, él apenas podía darle sentido a sus palabras. Pero se estaba quedando sin aire. Misono solo asintió un par de veces, sin siquiera dejar que terminara de hablar, no sabía lo que había dicho, lo que estaba a punto de decir, pero pareció extrañamente satisfecho de ver que estaba de acuerdo—. Bien, iré a preguntarle al hermano mayor entonces.
Misono tuvo que agradecer a cualquier deidad existente por hacer que Sendagaya se fuera de ahí. Porque no estaba seguro de cuánto más podría soportar. Lo vio entrar por la puerta automática de la tienda, y al verlo desaparecer entre los estantes, comenzó a correr.
Lo más rápido que su poca resistencia se lo permitía. Las botas se hundían en la nieve, dejando atrás el chocolate derramado frente a la tienda. Corrió y corrió hasta que sus piernas no le permitieron continuar. Apresurado, Misono tuvo que deshacer el nudo de la bufanda que con tanto empeño Sendagaya había hecho, y finalmente, comenzó a toser. Buscando deshacerse de lo que se acumulaba en su garganta y en sus vías respiratorias, desesperado por volver a respirar.
Los pétalos azules comenzaron a caer, uno por uno, cubriendo el blanco manto de la nieve con manchas rojas y azules. Podía sentir a las personas que comenzaban a rodearlo, sus miradas de lastima enfocadas solo en él —y a sus oídos llegaron los suaves balbuceos de las personas "siendo tan joven" "pobre chico"—. Solo por su enfermedad, por tener hanahaki, por las flores que representaban sus más sinceros sentimientos.
Y era demasiado difícil.
Fingir estar bien frente a la persona que le gustaba era difícil. Especialmente cuando esa persona era Sendagaya Tetsu. Quien era de pocas palabras y más acciones confusas, amable hasta la médula y un idiota como profesión. Era difícil cuando Sendagaya ni siquiera se daba cuenta de lo mucho que le gustaba. De cuanto dolía tenerlo cerca, o de lo mucho que significaban sus acciones para él.
Porque solo le había acomodado la bufanda, solo había intentado darle calor inútilmente con sus guantes helados. Pero Misono se siente más y más enamorado por esas tontas banalidades.
Y le duele.
Tetsu ni siquiera se daba cuenta de que lo estaba destruyendo —y esperaba que se mantuviera de esa forma—.
—¿¡Misono!?
Y mientras los pétalos se deslizan por sus dedos y la sangre cubre sus labios, la voz de Lily resuena con la angustia marcada en cada silaba. Estaba tan enfocado en Sendagaya, que había olvidado a la mariposa que siempre le seguía. Se siente culpable por preocupar a Lily, por ver en su rostro una genuina angustia y disculpas saliendo de sus labios. Porque Snow Lily lamenta no haberlo notado antes, por dejar a Misono solo con su enfermedad.
En sus ojos no hay señal de lastima, y tampoco hay demasiadas preguntas. No hay un por qué o un desde cuándo. Tampoco preguntas sobre quién era esa persona por la que sufría hanahaki.
Solo hay palmaditas en su espalda y flores en su garganta.
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A veces, Misono pensaba que si Sendagaya fuera… menos él, y tal vez fuera más cualquier otra persona, definitivamente no le gustaría tanto como le gusta ahora.
Porque aun cuando llevaba mucho tiempo sufriendo hanahaki por su causa, él no sabía la razón exacta por la que Tetsu le gustaba tanto. Incluso si intentaba pensar en ello —y lo había hecho durante mucho tiempo— encontraba más cosas que le irritaban de Sendagaya Tetsu antes de encontrar algo que pudiera gustarle de verdad de él. Dejando en primer lugar su estúpida diferencia de altura y continuando con su rostro casi inexpresivo, su cuerpo demasiado desarrollado pese a ser menor que él, sus comentarios sin sentido, su idiotez latente y nuevamente esos treinta y tres centímetros extras de altura.
Era irritante.
Pero en algún momento, aquello que le irritaba comenzó a gustarle.
¿Por qué? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Dónde?
Misono no podía responder esas preguntas por mucho que se esforzara. En algún momento, Sendagaya Tetsu se convirtió inesperadamente en un amigo importante para él —alguien que confiaba en él, alguien capaz de arriesgar su vida si se lo pedía—, y de la misma forma inesperada, sus sentimientos comenzaron a tomar una nueva forma. Porque era diferente a como se sentía cuando estaba con Shirota. Con el castaño no había manos sudadas y una voz temblorosa, no había largas pausas, ni vergüenza acumulada. No se sentía nervioso, no había cosquillas en la boca del estómago.
Con Tetsu se sentía diferente. Porque habían latidos acelerados, flores en su garganta y sangre sobre sus manos.
Porque le gustaba, y le gustaba tanto que dolía. Por su enfermedad. Porque el amor era una enfermedad que lo estaba destruyendo lentamente, hasta que un día, finalmente dejaría de respirar. Porque la rosa azul que Sendagaya plantó en él terminaría por ahogarlo finalmente.
Y pensó que estaría bien con eso.
—No le digas a mi padre.
Lily solo asiente, aunque no quiere hacerlo realmente. No quiere ver a Misono seguir sufriendo por la falta de aire, no quiere ver más pétalos deslizándose de su boca. Pero tampoco quiere perder la confianza de Misono. No de nuevo —ya le había mentido suficiente en esa vida—.
—Tampoco digas una palabra a Sendagaya.
El séptimo Servamp volvió a asentir, y el vehículo en el que iban se detuvo en ese instante frente al Shiranoba Hot Springs de la familia de Sendagaya. Escuchó a Misono soltar un bufido a su lado, antes de que tomará el pequeño e improvisado bolso —el que había ido a buscar a la mansión una hora atrás— y lo acomodara rápidamente sobre su espalda. Por supuesto. Lo que faltaba ahora era haberle prometido a Tetsu pasar una noche en el onsen, inconscientemente, durante la salida de esa tarde. No había forma de que pudiera cancelar. No con los pétalos acumulándose en su boca cada vez que escuchaba a Sendagaya hablar.
Y aunque el dolor era insoportable estando tan cerca de Tetsu, pensó que valía la pena.
Estar enamorado no era para nada saludable.
La puerta del hotel se abrió en el momento que salió del auto, Sendagaya lo recibió en la entrada con Hugh sobre sus hombros, y la garganta se le oprimió al verlo nuevamente ese día.
Incluso cuando no había una verdadera razón para que Tetsu le gustara de la forma en la que lo hacía…
—Justo a tiempo —le escuchó decir, Misono prefirió distraerse con las piedritas del suelo antes que volver a verlo a la cara. Los vergonzosos pétalos volvían a nacer dentro de él—. Terminé de acomodar los futones en la habitación.
—¡Hoy vamos a tener una fiesta de pijama! —anunció Hugh con verdadero entusiasmo—. ¿Verdad, Tetsu?
—Sí —el menor asintió, logrando que Hugh comenzara a parlotear nuevamente sobre sus planes para esa noche. Desde comer malvaviscos con chocolate, hasta comentar los estados amorosos de sus queridos sirvientes. Nadie le prestó demasiada atención—. El hermano mayor Mahiru no podrá venir, así que solo seremos nosotros cuatro. La habitación está…
—E-en realidad —interrumpió Misono, su voz sonó más aguda de lo que esperaba. Pero era inevitable si quería mantener los pétalos dentro de él—, me gustaría tener mi propia habitación esta vez, Sendagaya.
Tetsu parpadeó un momento, e incluso Hugh dejo la perorata para observarlo. Como si un extraño bicho le hubiera picado y por eso estuviera diciendo cosas extrañas ahora mismo. Lily era el único que entendía su petición —era el único que debía saberlo—. Compartir una habitación sería un problema para Misono quien no podía evitar toser pétalos durante la noche y toda la mañana.
Pero no es algo que pudiera explicarle al par orgullo.
—Oh… —una simple palabra escapó de Sendagaya entonces, el tono desilusionado era bastante palpable para los oídos de Misono.
—E-está bien, puedo pagar por ella.
—No, no hay problema —se apresuró en responder—. Pero, ¿sucede algo? Hemos dormido en la misma habitación antes, ¿no?
Antes. Cuando sus sentimientos por él eran solo la clase de cariño que tendrías por otro amigo. Cuando no había amor pero si una simple y sincera amistad. Un tiempo antes de que hubiera una rosa azul creciendo en sus pulmones y pétalos obstruyendo sus vías respiratorias.
—¿Estás enfermo, enano? —Hugh preguntó está vez.
—¿Es así, Chibi?
Misono apretó los labios. La forma en la que parecía estar preocupado por él le enterneció ridículamente. ¿Cómo podría no gustarle después de todo? —Estúpido Sendagaya Tetsu—.
—Sí… estoy enfermo —asintió finalmente, de esa forma, no debía indagar demasiado a lo que su enfermedad se refiere—. No es contagioso —aclaró de inmediato. Si el amor fuera contagioso sería un problema… sacudió la cabeza, antes de continuar—, pero es mejor tener precaución en estos casos.
—Es cierto —Sendagaya le dio la razón de inmediato—. Mi abuela siempre dice que es mejor prevenir que lamentar.
—Exactamente.
—Cambiaré el futón a un nuevo cuarto entonces —aseguró, y Misono sintió el alivio de inmediato al saber que no tendría que preocuparse demasiado al final. Incluso si llenaba la habitación de flores, Sendagaya no se daría cuenta—. Aun así jugaremos juntos, ¿verdad?
—¡Por supuesto! ¡No es como si estuviera aquí solo para verte la cara, bastardo!
Sendagaya soltó un ligero resoplido, uno similar a una suave risa que bien podría pasar desapercibida —una forma diferente de decir "Sí, tienes razón"—. Pero no pasó desapercibido para Misono. Él podía darse cuenta de tantos y pequeños ridículos detalles que venían del menor.
Misono sintió las raíces cortarle el aire un instante, y una mueca de dolor cruzó sus facciones por un milisegundo. Por suerte, Sendagaya le había dado la espalda en ese momento, por lo que no se había dado cuenta de lo mucho que realmente dolía tenerlo tan cerca.
Era mejor de esa forma.
Carraspeó con ligereza, y con su mano cubrió su boca para tapar los pocos pétalos manchados que decidieron escapar de su garganta. Misono los apretó con fuerza, antes de dejarlos caer frente al hotel y comenzar a avanzar. Él estaba bien.
Estaba bien, estaba bien.
Podía soportarlo.
Solo era una noche con Sendagaya Tetsu —con su mejor amigo, con su persona importante, con el chico que le gustaba—. Solo quería pasar tiempo con él…
Y tal vez, luego pensaría seriamente sobre deshacerse de sus sentimientos. De esa forma podrían seguir juntos —y ya no dolería tanto—. Era lo mejor para todos.
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Sin embargo, la idea de simplemente dejar sus sentimientos de lado era aterradora. Esa era la primera vez que se enamoraba de alguien, ¿cómo podría tirar tanto a la basura? Llevaba cinco meses de esa forma, cinco meses de observar en silencio y apreciar pequeños momentos con Sendagaya Tetsu. Soportando y soportando. Con latidos acelerados y sin poder respirar adecuadamente.
Y aun así —a pesar de todo— era un sentimiento que le hacía sonreír.
Porque era menos preocupaciones banales y más Tetsu en su cabeza, porque los recuerdos se ven más divertidos y las sensaciones mucho más vividas. Estar con Sendagaya era como flotar en nubes de azúcar y espinas clavándose en sus órganos.
Era cálido y doloroso. Hermoso y angustiante al mismo tiempo.
Así era la magia del amor no correspondido.
Misono se levantó del futón en el que intentaba dormir esa noche, sus pies descalzos se fueron deslizando paso a paso sobre el tatami. Su mano izquierda presionaba inútilmente sobre su pecho, intentando calmar el fuego que se extendía en forma de pétalos obstruyendo su tráquea. Su única mano libre se encargó de deslizar la puerta de su habitación provisional.
La madera del suelo del pasillo estaba fría, sin embargo, a Misono no le importó. Intentó que sus pisadas no fueran muy ruidosas, lo que menos quería era despertar a alguien en el hotel que impidiera que fuera a vomitar los pétalos de su garganta. El pasillo estaba oscuro, y solo los ronquidos del niño del orgullo llegaban hasta sus oídos desde la habitación continua—Hugh debía estar durmiendo a gusto luego de darle la paliza de su vida en el juego de cartas—, por otro lado, Sendagaya no parecía ser del tipo que roncaba demasiado al dormir —no lo escuchaba. Y tampoco es que quisiera hacerlo. Le gustaba, pero no para llegar a escucharlo dormir—.
Sacudió la cabeza, antes de apresurarse hacia el cuarto de lavado.
Cuando llegó, la puerta crujió suavemente, una alarma se encendió en Misono al pensar que alguien pudo despertar por el ruido provocado —pero la idea quedó descartada cuando, un minuto más tarde, no había señal de algo moviéndose en la oscuridad de los pasillos—. Encendió la luz, y se derrumbó antes de poder llegar más lejos.
Porque dolía y quemaba al mismo tiempo. Sus pulmones necesitaban aire con demasiada urgencia. La parte de sentirse ahogado era algo a lo que Misono no podría acostumbrarse pese a tener hanahaki.
Los pétalos comenzaron a caer frente a él en brillantes tonalidades de azul y rojo. El gusto metálico de la sangre corría por su garganta y se deslizaba por sus labios, manchando de rojo y saliva los mosaicos de aquel baño. Luego debía buscar una forma de deshacerse de sus pétalos.
Misono tosió con más fuerza, incluso si de esa forma dañaba sus cuerdas vocales y desgarrara completamente su garganta. Era un mal necesario. Pero llegaría el día en que ni siquiera toser le serviría. El día en que la rosa terminara por crecer y obstruir sus vías respiratorias sería su final.
Y apretó los dientes, los espasmos sacudieron su cuerpo ante el simple pensamiento. Incluso si sabía cuál era el final de todo, él…
No quería morir.
Pero sacrificar sus sentimientos por seguir respirando le parecía una manera cruel de continuar. El hanahaki era demasiado injusto con él.
Con todos.
Una enfermedad injusta y absurda que no debió existir desde el principio.
—¿Chibi?
Misono no respondió. No quiso hacerlo.
El mundo se detuvo para él cuando lo escuchó a sus espaldas. Pero no se atrevió a mirarlo, no podía hacerlo. No cuando en el suelo del baño él era un desastre de flores y manchas carmesí, no cuando era Sendagaya Tetsu quien estaba a sus espaldas —y Misono maldice mil veces por haber olvidado algo tan importante como el seguro de la puerta, por haber pensado que no había forma de que alguien le escuchara—. Comenzó a temblar. ¿Qué clase de expresión estaría haciendo ahora? Y cerró los ojos con fuerza. No quería verlo, no quería verlo en lo absoluto. Si Sendagaya lo veía con lastima en esos momentos, no podría soportarlo.
No de él. De todos menos él.
—Chi…
—¡Largo!
Tetsu abrió la boca para replicar, pero la volvió a cerrar. Nunca había escuchado a Misono gritar de esa forma antes —desesperado, con la voz tan seca que podía notar su dolor desde su lugar—. Estaba enojado, lastimado. Había soportado demasiado. Avanzó nuevamente, quería confortarlo de alguna manera, buscar la forma de hacerlo sentir mejor. Pero Misono volvió a alzar la voz.
—¡Déjame solo!
Y el menor solo apretó los labios, antes de desaparecer tras la puerta. Y aunque Misono no escuchó sus pasos alejarse, ya había tenido suficiente con todo.
Sendagaya lo sabía.
Quería llorar, quería gritar, quería arrancarse los cabellos de su cabeza o simplemente desaparecer. No volver a despertar sonaba bien también.
De entre todas las personas existentes, ¿por qué él? —¿por qué? ¿por qué?—.
Se mordió el labio inferior, el nudo en la garganta era fácilmente reemplazado por los pétalos que se volvían a acumular dentro de él.
Era un verdadero desastre.
Y un agudo gimoteo escapó de entre sus labios, ese fue el único que Sendagaya pudo escuchar desde el otro lado de la puerta.
Pero el cuadro de Misono llorando en silencio entre las rosas azules no abandonó su cabeza.
En ningún momento.
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Al final, decidió que si Sendagaya Tetsu ya se había dado cuenta de que estaba muriendo por culpa del hanahaki, entonces no había nada que hacer al respecto. Llegar a esa conclusión le tomó al menos media hora, entre un llanto silencioso y pétalos deslizándose de su boca dentro de las cuatro paredes del lavado.
Cuando finalmente decidió salir —luego de asegurarse de limpiar el desastre del suelo y su propio rostro— agradeció que Sendagaya hubiera vuelto a su habitación. Porque no estaba seguro de poder verlo a la cara en esos momentos. Lo había visto en su peor momento, ¿cómo se supone debe enfrentarse a eso?
Sin embargo, lo pensó demasiado pronto. Porque había luz en su habitación y no necesitó ser un genio para darse cuenta de quien estaba esperando por él. Chasqueó los labios, como si no hubiera tenido suficiente con lo de antes. Ahora Sendagaya también se daría cuenta de las ojeras y el rojo de sus ojos, de lo mucho que le afectaba realmente el hanahaki y que su enfermedad no era tan simple como la hizo parecer al principio. Grandioso.
Le duele al tragar saliva, pero lo intenta, antes de deslizar la puerta. El aroma del té invade su olfato apenas entra a la habitación, solo entonces es consciente de lo mucho que se le antoja el líquido caliente para aliviar el dolor de su garganta. Y aunque Sendagaya está ahí, con la mirada perdida en el futón y con la bandeja frente a él, Misono no se atreve a mirarlo.
No todavía.
Sendagaya abre la boca un momento, pero la vuelve al cerrar al darse cuenta de que no está seguro de lo que quiere preguntar. Pero cuando Misono se sienta sobre sus rodillas frente a él, es que se hace una idea por dónde comenzar.
—¿Desde cuándo…?
No continuó. Parecía que todavía intentaba asimilar la idea, asimilar lo que había visto. Rosas azules deslizándose de los labios de su amigo. Hanahaki. Misono solo curvó los labios, mientras tomaba la taza de té humeante sobre la bandeja, intentó controlar el nerviosismo de sus manos, haciendo los temblores de sus dedos más disimulados. Pero era tan difícil como siempre.
La cercanía y latente preocupación de Tetsu no le ayudaban en lo absoluto.
—Hace unos meses.
Y le da un sorbo al líquido, sin preocuparse en soplar un poco. Su lengua quema y su garganta arde, pero se siente tan aliviado de quitarse el sabor de la sangre y disminuir las flores que se acumulaban dentro. Sendagaya solo aprieta sus manos, los puños arrugan la tela de su habitual yukata.
—¿Por qué?
Misono no supo que responder. ¿Por qué? No estaba seguro. Solo había sucedido. De forma tan natural…
Un día había despertado con hanahaki. Eso había sido todo. Un día se encontró a sí mismo pensando demasiado en él, y se dio cuenta de que algo malo sucedía. Cuando los pétalos comenzaron a brotar con más fuerza, supo que estaba irremediablemente enamorado.
Y esa era la causa de su hanahaki.
—Creo que ya sabes porque, Sendagaya —masculló, con una suavidad que solo podía atribuir a su lastimada garganta—. Yo… —y continuó, su tono de voz más bajo que antes apenas llegó a los oídos de Sendagaya—, no soy correspondido.
Y sus emociones terminarían por ahogarlo en forma de pétalos de rosas azules debido a eso. Pero estaba bien. No estaba molesto con Tetsu —nunca podría estarlo—. No era su culpa en lo absoluto. Solo era suya y nada más que suya. Por enamorarse de él de esa forma y por continuar adelante con sus sentimientos incluso si el dolor de su pecho era insoportable. Por continuar pese a que sabía que nunca sería correspondido. Porque es imposible… —y Misono debe disimular esa triste sonrisa que ha cruzado en sus facciones—.
—Eso es estúpido. El amor es estúpido —murmuró Tetsu, claramente sin argumentos. Eran sus emociones hablando antes de la racionalidad—. No lo entiendo —continuó, y chasqueó los labios—. ¿Cómo es posible que alguien no se enamore de ti?
Misono quiso reír ante lo irónico del comentario. Porque era justamente Sendagaya quien lo decía, con la expresión grave en su rostro y tono de voz. Y una parte de él quiso preguntarle también. «¿Por qué no soy yo?» ¿Por qué tenía que ser tan difícil?
—Supongo… —empezó, intentando que su voz no sonara tan terrible. Incluso si se sentía así o mucho peor—, que él no me ve de la misma manera.
Y era un tanto curioso hablar de Sendagaya frente a él mismo. Realmente, nunca pensó que se vería en esa situación. No le gustaba para nada.
—¿Él…? —Sendagaya frunció un poco el entrecejo, sus ojos estaban tan fijos sobre él que Misono temió que, por un instante, fuera capaz de leer sus propios sentimientos—. Es un chico entonces —y asintió para sí mismo—. ¿Lo conozco?
—Ni siquiera lo pienses.
—Pero…
Misono sacudió la cabeza. No, no, no.
No había forma de que pudiera decirle a Sendagaya sobre el causante de su enfermedad. Porque lo conocía, tal vez no demasiado, pero lo hacía. Tetsu era el tipo de persona demasiado amable que fingiría corresponderle solo para salvarlo. Él no podría vivir con eso. Si Tetsu se enamorara de él solo por compasión, entonces prefería que la flor que crecía dentro de él lo ahogara en ese instante.
No podría atar a Tetsu solo por sus sentimientos —por su enfermedad—.
Suficiente con que se hubiera enterado de su mal estado.
—Misono… —y el llamado tan suave le obliga a querer mirarlo, sus ojos brillan por el reflejo de la luz. Y le gusta. Ese azul es mucho más agradable que el azul de los pétalos que vomita—. Déjame salvarte esta vez…
Y Misono siente que su corazón golpea con fuerza —y es un constante bum, bum, bum dentro de su pecho—. Se acelera, y se oprime con las raíces. Los pétalos comienzan a surgir y Misono se apresura en dejar la taza de té sobre la bandeja.
Por favor, basta.
Si Sendagaya seguía diciendo esas cosas, entonces no podría evitar enamorarse un poco más de él. Y ya era suficiente dolor por esa noche. No quería más. Ya había soportado suficiente.
—No quiero perderte…
Y comienza a toser, cubriendo sus labios rápidamente para que no volviera a ver ningún vergonzoso pétalo salir de él. Si Sendagaya supiera de sus sentimientos, de lo mucho que lo estaba lastimando, entonces…
—Somos amigos después de todo.
Y nuevamente siente ganas de llorar. Si tan solo él pensara de la misma manera todo sería más sencillo.
Pero no. Tenía que arruinarlo con sus ridículos sentimientos. Tenía que caer enamorado por alguien que no podría verlo como algo más que un amigo. Solo un buen amigo. Y aunque él estaba bien con eso…
No dejaba de doler.
—Sí… somos amigos —Tetsu parece conforme con su respuesta.
Y Misono solo observa los pétalos azules sobre sus manos. La palabra imposible resuena en su cabeza, más fuerte que nunca.
.
La mañana siguiente es tan o más caótica que la anterior. Se siente más pesado que de costumbre —su cuerpo duele por dormir en un incómodo futón antes de su acostumbrada cama—, y las flores salen de su boca apenas se levanta. Las manchas rojas sobre el tatami y el futón serían algo por lo que tendría que disculparse más tarde con Sendagaya.
Carraspea, intentando sacar los últimos pétalos atorados en él, y sus manos se cierran en torno a la cantidad de flores que ha estado tosiendo durante toda la noche y parte de esa mañana, sobre el futón, apenas puede notar donde estaban sus frazadas.
Tal vez no debió haber aceptado ir al hotel de Sendagaya en primer lugar. De esa forma, él no se hubiera dado cuenta y él no estaría tan asustado ahora —porque la cantidad de flores esa mañana era alarmante, una clara señal de que su enfermedad estaba avanzando y sus sentimientos por Tetsu solo seguían creciendo—.
A este paso… ¿Cuánto tiempo le quedaba?
—Hey —y la voz en el umbral llama su atención. Por supuesto, Sendagaya debía estar ahí para ver su desastre matutino. A Misono lo asaltaron sentimientos contradictorios, estaba feliz de verlo, pero no en esos momentos. No recibiéndolo de esa forma—. ¿Estás bien? —Sendagaya chasqueó los labios, maldiciéndose mentalmente por la pregunta tan tonta que acababa de hacer. Lo estaba observando vomitar flores, ¿cómo eso era estar bien? —. Lo siento —musitó, Misono ni siquiera pareció darle importancia—. ¿Siempre es así?
Le tomó unos segundos darse cuenta de que hablaba de su alrededor. De la cantidad de pétalos y la sangre sobre sus labios. Pero no se atrevió a decirle que estaba equivocado y que, en realidad, estaba empeorando con cada día que pasaba. No quería ver la angustia en el rostro de Sendagaya. Así que negó con la cabeza, mientras mordía con disimulada insistencia el interior de su mejilla.
—No tienes de que preocuparte.
—¿Cómo puedo no preocuparme? Estás… —el menor masculló, ni siquiera se atrevía a terminar la frase. No era algo en lo que quisiera pensar honestamente.
Y Misono solo pudo curvar los labios, una vaga sonrisa que parecía indicarle que sabía lo que quería decir —y que no era necesario que se lo recordara—. El hanahaki lo estaba matando. Era consciente de eso.
Se levantó del futón, con cuidado de no esparcir demasiado los pétalos por la habitación. Ya se encargaría de limpiar todo después —y buscar la forma de limpiar la sangre que sin querer se había impregnado en el tatami—.
—Vamos a desayunar, Sendagaya.
Tetsu solo asintió, y aunque Misono claramente parecía evitar el tema, él no podía simplemente olvidarlo, fingir que nada había sucedido cuando claramente había algo ahora. No cuando la imagen de las rosas azules y Misono lo habían acompañado gran parte de la noche. Apenas había podido dormir, sus oídos alertas escuchaban los ronquidos de su pequeño Servamp junto a los resoplidos de lujuria, y del otro lado de la pared, sentía la tos de Misono y su respiración ahogada.
Y a pesar de la enfermedad que lo atormenta, Misono parecía ser el mismo de siempre. Frente a él, frente a todos. Llevaba meses fingiendo que todo estaba bien a pesar de la flor que crecía en su interior. Y él nunca se dio cuenta. En ningún momento. Hasta que lo observó vomitar los pétalos azules y derrumbarse en el lavado del hotel.
Si se hubiera dado cuenta antes entonces…
¿Entonces qué?
Sendagaya no estaba seguro. No había nada que pudiera hacer por Misono después de todo. No ahora. Mucho menos antes. Y aun así, se había llamado a sí mismo su amigo. Le había pedido que le dejara salvarlo. Pero, ¿cómo se salva a alguien con hanahaki?
Lo piensa un momento, son las vagas palabras de su madre lo que llega a su cabeza. Solo había dos formas de hacerlo —y aunque ninguna de las dos parece convencerlo del todo, decide intentarlo—.
En la mesa del desayuno Misono solo frunce sus cejas, porque la cantidad de comida es simplemente demasiada para alguien que era feliz con té y algunas galletas cada mañana. Pero ahora tiene sopa de miso, arroz y tamagoyaki servido en un plato, y aunque su estómago gruñe hambriento sabe que no es capaz de comer todo eso —y deberá disculparse con el padre de Tetsu por no comer toda su comida, es delicioso, pero es demasiado para él—. Y avergonzado, lo primero que toma es la taza de té verde para aliviar el dolor de su garganta.
—Dime, Chibi —Tetsu comienza a hablar rápidamente al sentarse frente a él. Sus dedos juegan con los palillos y los granos de arroz sobre el bol, Misono apenas le da su atención—. La persona que amas… ¿cómo es?
Y la tos del Alicein enciende una alarma en su cabeza, pero no hay flores saliendo de sus labios, ni dolor en su expresión. Solo algo de té derramado sobre sus labios y un adorable rojo en sus mejillas.
Adorable, uh…
—¿Q-qué? ¿P-por… por qué… preguntas?
—¿Curiosidad?
Misono frunce el entrecejo, Tetsu ni siquiera parecía seguro de por qué le preguntaba. Y aunque estaba en todo su derecho de negarse a responder, una parte de él quería hacerlo. Porque… no todos los días tenía la oportunidad de aliviar la opresión que causaban las raíces de su pecho, desahogarse un poco sobre sus propios sentimientos con la persona que los causaba…
No era algo que hubiera podido imaginar siquiera.
—B-bueno… él es… —Misono lo miró por un instante, recorriéndolo con la mirada rápidamente. Estaba frente a él, pero no estaba seguro por dónde empezar. Sendagaya era demasiadas cosas, no tenía razones para amarlo como también tenía demasiadas para hacerlo. Y tuvo que ignorar la voz que no dejaba de repetir en su cabeza: eres tú, eres tú, eres tú—. Es un idiota, pero… es buena persona. Sí, ¡eso! —y asintió repetidas veces, Sendagaya no tardo en imitarlo, animándole a continuar—. Él es… realmente considerado… también… u-un poco— demasiado amable, ¿tal vez? —se estaba poniendo nervioso, sacudió la cabeza un par de veces, sintió las mejillas arder por un momento—. A veces es irritante pero… m-me… me… g… gus… ¡gusta! De todas formas…
Me gusta, me gusta… Me gustas.
Y se sentía bien el poder decírselo, incluso si era indirectamente. De esa forma se sentía bien. Tetsu era lo suficientemente denso para no darse cuenta que estaba hablando de él y solo de él. Que sus sentimientos y el hanahaki eran solo por su causa, porque hacía que su mundo fuera un desastre de sentimientos y rosas azules.
—¿Es por él que tienes hanahaki? —Sendagaya preguntó lo obvio, como era costumbre. Misono ni siquiera se impacientó por eso.
Era una tontería que eso le gustara viniendo de él.
—Sí, es por eso que lo tengo, Sendagaya.
—¿No has pensado en la cirugía?
Misono masticó un poco de arroz, la pregunta le había sentado un poco mal viniendo especialmente de Sendagaya. Incluso cuando sabía que no lo hacía con malas intenciones, y solo era su preocupación hablando por él.
—Fue una opción al principio —es una opción todavía, quiso agregar, pero seguía sin estar absolutamente seguro—. Pero supongo… que no es tan fácil.
Nunca fue fácil. Nada de eso lo era. Vomitar flores al punto de desgarrarse la garganta no era tan sencillo como le hacían sonar.
—No me gusta.
El comentario inesperado de Sendagaya le obligó a levantar la mirada.
—¿Qué? —alzó una ceja, y lo observó jugar vagamente con los palillos dentro de su comida—. ¿Es el desayuno?
—La persona que amas —aclaró. Misono solo pudo apretar los labios en su lugar—. No me gusta —repitió—. Estás sufriendo por su culpa…
Esa persona no te merece.
Sin embargo, Tetsu se mantuvo en silencio. Porque no estaba seguro de si decirlo sería algo adecuado en esos momentos.
No, no era por eso. Era porque Misono realmente estaba enamorado incondicionalmente de esa persona. Lo amaba al punto de que no le molestaba fingir estar bien frente a los demás, ocultando su malestar, llevando su enfermedad hasta el final.
Y eso le molestaba.
.
Misono apenas puede escuchar el televisor esa tarde. La suave voz de quien narraba el documental se pierde con los gritos de Hugh y las risas de Lily fuera del hotel. Y a pesar de que parecen estar divirtiéndose entre bolas y muñecos de nieve, él no quiere moverse. Porque está realmente cómodo y calentito bajo el kotatsu, observando somnoliento las imágenes del fondo marino y escuchando vagas palabras sobre los tiburones martillo y el fondo marino.
Y a su lado, solo escucha el doblar de las hojas y pequeñas figuritas de origami acumularse sobre la mesa. Sendagaya permanecía a su lado sin soltar palabra, solo ofreciéndole su silenciosa compañía. Había preferido estar con él antes que divertirse con ambos Servamp, ver un aburrido documental sobre la vida marina antes de lanzar bolas de nieve a diestra y siniestra.
«No es lo mismo sin ti.»
Reprime un bufido, el estómago le cosquillea en esos momentos. Saber que Tetsu apreciaba su compañía solo lo llenaba de tontas esperanzas y flores en su garganta. Estar tan cerca de él solo conseguía que sus sentimientos crecieran y crecieran y se desbordaran, suavemente, en forma de pétalos de rosas. Y aunque era más que consciente de eso, no podía alejarse.
Porque le gustaba y le gustaba tanto su compañía. Incluso si no había palabras, ni miradas, ni roces, ni nada. Era suficiente con compartir el mismo espacio y el mismo tiempo. Y aunque su hanahaki no se curaría solo con eso, Misono estaba feliz.
No necesitaba ser correspondido después de todo.
Pero a modo de contradicción, los pétalos picaron en su garganta, obligándolo a toser con fuerza y expulsarlo antes de que no pudiera respirar. Sendagaya dejo de doblar el papel para acariciar su espalda, y se le oprimió el corazón al ver su gesto tan preocupado.
Se sintió como una mala persona.
Porque Sendagaya estaba angustiado por su culpa. Porque quería ayudar y no sabía cómo hacerlo; estaba preocupado por él y Misono no podía hacer nada para evitarlo.
Tal vez debería irse de ahí…
Tal vez debería hacerse la cirugía. Olvidarse de que alguna vez estuvo enamorado de Sendagaya Tetsu. Eso sería lo mejor.
Y sin embargo, no quería hacerlo.
Apretó los pétalos azules que habían quedado sobres sus manos, las manchas de sangre habían quedado impregnadas en sus palmas. Misono no tardó mucho tiempo en limpiarlas y aliviar el dolor de garganta con el poco de té que quedaba sobre su taza. Lo único bueno de que Tetsu supiera sobre su enfermedad, es que no debía estar corriendo al lavado todo el tiempo. De esa forma, no debía inventar vergonzosas excusas para ocultar su hanahaki.
—Son… rosas azules, ¿verdad?
Tetsu rompió con el silencio que había entre ellos, tomando uno de los pétalos que se había deslizado fuera de las manos de Misono. Era increíble como algo tan pequeño y delicado, de un color tan brillante y hermoso, podía dañar tan gravemente el pequeño cuerpo del más bajo. Misono se sacudió un momento, antes de responder.
—Lo son.
Y eran bastante adecuadas considerando su posición. Vomitar pétalos imposibles para un amor imposible. Incluso la parte metafórica de su enfermedad lograba causarle un nudo en el estómago.
—Siempre me han gustado las rosas azules, sabes…
Misono alzó la mirada entonces, desviando su atención del televisor para observar a Tetsu girar el pétalo entre sus dedos. Una sonrisa apenada cruza por su rostro por encontrar tan bonito algo que era tan doloroso para el otro.
A Sendagaya le gustan las rosas azules.
Y una parte de sí mismo, una parte soñadora que no quiere escuchar realmente, comienza a cuestionar el verdadero significado de la rosa azul que crece en sus pulmones, la que está drenando su vida y se alimenta de sus sentimientos. Porque una parte de él quiere creer que no es imposible después de todo.
Pero la parte racional de su cabeza vuelve a gritar con fuerzas. No debe dejarse llevar, no por sus sentimientos, mucho menos por las ideas de su cabeza.
—¿Es así?
—Hm… aunque —continuó, torciendo los labios con ligereza—, más que gustarme, supongo que las admiro.
—¿Las admiras?
—Sí, ya sabes —Sendagaya lo observó, y Misono tuvo que disimular el temblor y el nerviosismo de su cuerpo por hacer contacto visual. Reaccionar así solo por verse observado era ridículo—. Si brotara una flor que significa "imposible", sería un verdadero milagro, ¿verdad?
Lo sería.
Un milagro… uh.
Misono no quiere pensarlo demasiado —porque llenarse de ilusiones innecesarias solo lograban oprimirle el pecho—. Pero, si consideraba las palabras de Sendagaya…
Una rosa azul había brotado en él. Algo imposible era algo que se había vuelto normal de ver, una ilusión para los demás estaba al alcance de su mano. Un milagro había brotado dentro de él... tal vez el brillante color azul de los pétalos buscaban brindarle algo de esperanza.
Esperanza de que algo bueno —un milagro— pudiera ocurrir ante él.
Al final, solo sacudió la cabeza. Los pensamientos fueron rápidamente alejados de él y en su lugar, solo un bostezo dejo escapar de entre sus labios. Un solitario y vergonzoso pétalo escapo de él, obligándole a apretar los labios de inmediato. Intentó levantarse, pero en el kotatsu se sentía tan bien que no podía evitar querer permanecer ahí mucho tiempo más. Tal vez hasta la llegada de la primavera.
—Debería irme…
—Puedes quedarte —Sendagaya se apresuró a responder—. Son vacaciones de invierno, así que no hay problema, ¿verdad?
Pero sí que había un problema con eso. Porque estando tan cerca de Sendagaya era cada vez más difícil respirar —y hay fuego acumulándose en sus pulmones, manos y mejillas—, porque duele y duele, y tarde o temprano todo se desbordará. Pero es incapaz de decirle eso —que lo está lastimando—.
Así que suspira. Y su ceño tiembla suavemente antes de desviar la mirada.
—Bien —Tetsu sonríe a su lado. Una curvatura de sus labios apenas perceptible que Misono observa por el rabillo del ojo. Le gusta, de verdad le gusta—. Me quedaré… ¡s-solo por el kotatsu, bastardo!
—Claro.
Sendagaya no cuestiona sus excusas. Las acepta sin mayor problema, porque si él lo dice entonces es así, simplemente. Y agradece que sea de esa forma —que sea tan idiota, amable e ingenuo y tan simple de pensamiento—. Misono cierra los ojos, intentando tranquilizar los latidos de su corazón y el punzante dolor que lo recorría.
Algo le decía que el amor no debería ser de esa forma.
Antes de que se diera cuenta, su mundo se había volteado en un instante. Literalmente hablando. Porque su cabeza ahora reposa en algo suave y firme, y hay una mano sobre su cabello. Una mirada azul que lo observa desde arriba luego de obligarlo a caer sobre su regazo. Y el ardor de su rostro solo se duplica —en lugar de flores, siente que el corazón se le va salir por la garganta—.
Misono boquea, balbuceos incoherentes escapan de él y la expresión neutra de Tetsu no cambia en ningún momento.
Es irritante. De verdad.
—Puedes dormir si quieres —Tetsu respondió al final, encogiéndose de hombros—. Parecías tener sueño.
—Y-yo no… —y aprieta los labios, incapaz de negar lo que era tan obvio. No podía evitarlo. Eran noches sin dormir por miedo a no despertar, con miedo de que la flor creciera demasiado la mañana siguiente, lo suficiente para no dejarle respirar—. Hm… —un bufido escapa al final, avergonzado. Misono se gira para no tener que verlo a los ojos—. Una persona normal hubiera traído una almohada en su lugar, Sendagaya.
—¿Quieres que te traiga una?
Y maldice en voz baja, intentando ocultar el bochorno de sus mejillas. Él no quería una estúpida almohada —lo quería a él—. Se remueve un poquito, y aunque no se atreve a mirar a Tetsu, puede sentir su mirada sobre él, esperando una respuesta. Estaba dispuesto a dejar la calidez del kotatsu para buscar una almohada para su comodidad.
Los pétalos comienzan a acumularse nuevamente al pensar lo mucho que le gustaba.
—No… —musitó, tan bajito que Tetsu no fue capaz de escucharlo del todo—. E-e… está bien así —carraspeó al final, intentando que su voz no sonara tan avergonzada. Pero lo estaba. Completamente. Usar las piernas de Tetsu como una almohada provisional, descansar en su regazo, algo tan ridículo y banal como eso lo hacía tan feliz. Y dolía, maldición que dolía—. N-no me molesta… Um…
—Bien.
Sendagaya apagó el televisor, y las figuritas de origami quedaron en el olvido sobre la mesa. Misono no estaba seguro de si podría dormir después de todo. No con los acelerados latidos y las caricias de Sendagaya sobre su cabello —incluso si lo hacía para ayudarle a dormir, no estaba funcionando—.
Lo sintió jugar con sus cabellos. Enredando sus dedos y rozando la punta de sus orejas —y quemaba. Tanto o más que sus pulmones quedándose sin aire—. Se sentía bien, demasiado bien si ignoraba a las raíces que oprimían su pecho.
—Dime, Chibi —el mencionado apenas soltó un suave "hm" para hacerle saber que estaba siendo escuchado. Tetsu tardó unos segundos en continuar, las caricias sobre su cabeza se volvieron más pausadas—. ¿Cómo se siente amar a alguien?
Y Misono voltea, obligándolo a detenerse. Sus mejillas siguen rojas pero hay un ceño fruncido en sus facciones, sus labios torcidos le hacen notar que tal vez no fue una buena idea preguntarle.
—¿En serio me estás preguntando eso, bastardo?
Sí. Había sido completamente inadecuado.
«Debe doler mucho, uh.»
Incluso él podía darse cuenta. Por la forma en la que Misono soportaba y soportaba, hasta que al final, se derrumbaba entre pétalos azules y manchas de sangre.
Amar a esa persona debía dolerle demasiado. Sendagaya se mordió el labio inferior, sin intención de hacerlo realmente. La idea de que Misono siguiera sufriendo por culpa de alguien más no le gustaba para nada. Misono no debía soportar eso, no debería estar sufriendo. No por amor. Él debía tener un amor correspondido y ser feliz con la persona que amaba.
Y sintió una punzada en el pecho. La idea de Misono alejándose de su lado para ser feliz con alguien más no le terminó de agradar del todo. Eran amigos. Por supuesto que Misono era importante para él y quería que fuera feliz… pero a su vez no quería que alguien más lo alejara de él. No quería que fuera alguien más quien hiciera feliz a Misono…
Quería ser él.
No, ¿en qué estaba pensando? Sacudió la cabeza, no estaba entendiendo nada. Pensar nunca había sido su fuerte después de todo. Pero…
Sentía el cuerpo pesado. Y algo estaba doliendo dentro de su pecho.
Misono volvió a removerse, su cabeza apoyada suavemente sobre su regazo le llevó a continuar con las caricias sobre su cabello.
—Hey —y lo llamó nuevamente. Por su cabeza cruzaron mil preguntas que le gustaría que Misono respondiera. Él era realmente inteligente, tal vez podría hacerle entender porque su corazón se sentía de esa forma, porque latía acelerado y se oprimía de esa forma al imaginarlo con alguien más. Porque su cuerpo se sentía tan pesado y a la vez tan ligero, y sus manos cosquilleaban de esa forma. Sin embargo, ninguna de esas preguntas salió de él—. ¿Puedo preguntarte algo?
—¿Qué es está vez?
—¿Quién es la persona que amas?
Quería saberlo. Necesitaba saberlo.
¿Quién era esa persona que lograba que el orgulloso Misono cayera enamorado? Esa persona tan importante para Misono que lograba que fuera más terco de lo acostumbrado. ¿Quién era la causa de su hanahaki? ¿Quién era la persona que lo estaba haciendo sufrir entre pétalos de rosas azules?
¿Quién…?
—Por mucho que insistas no te diré quién es, Sendagaya —masculló finalmente, un poco de irritabilidad se mezclaba con sus palabras—. No necesitas saberlo.
—Pero quiero saberlo —insistió, Misono chasqueó los labios sobre su regazo—. Quiero ayudarte…
Incluso si no sabía cómo hacerlo.
—No puedes ayudarme —y nuevamente, el corazón se le oprimió. Misono sonaba demasiado seguro. Completamente convencido de que no había nada que él pudiera hacer para ayudarle con el hanahaki. Y eso no le gustaba—. Incluso si te lo dijera —continuó—, no puedes obligar a alguien a enamorarse.
—No es obligar —dijo, sonando bastante seguro de sí mismo—. Cuando esa persona vea lo asombroso que eres, estoy seguro de que te corresponderá.
Y aunque era su forma de intentar animarlo, solo escuchó una risita escapar del más bajito. Una risa angustiada y sarcástica en todo sentido. Sendagaya no lo entendía. ¿Por qué Misono sonaba tan lastimado?
Volvió a morderse el labio. Él de verdad no lo entendía.
¿Cómo alguien que era tan amado por Misono no era capaz de corresponder a sus sentimientos? Con lo asombroso que él era. Era bajito, pero era sencillo de cargar. Era increíblemente inteligente, y podías confiarle tu vida de ser necesario. Incluso si se molestaba fácilmente, sus reacciones eran adorables, y sus excusas tan penosas que era divertido de ver. Y aunque le gritaba todo el tiempo, y lo insultaba con frecuencia —aunque solo por su habitual nerviosismo—, era la clase de persona con la que no le molestaría pasar una gran parte de su día a día.
Misono era muchas cosas.
Y aun así…
—¿Se lo has dicho?
—¿Decir qué?
—Lo que sientes… —aclaró. Una parte de él quería esperar que esa fuera la fuente del problema. Quería creer que había una solución para todo eso—. Tal vez él sienta lo mismo que…
—Sendagaya —Misono le interrumpió, con los dientes apretados al decir su nombre lentamente—. Cállate —Tetsu torció los labios, tal vez había dicho algo inadecuado nuevamente—. Estoy intentando dormir…
Sin embargo, la voz de Misono no se escuchaba como si eso fuera realmente lo que sucedía. No es que estuviera intentando dormir, era que la conversación no le estaba gustando en lo absoluto. Simplemente no quería seguir escuchándolo, no cuando era él quien dejaba escapar esas palabras —no cuando le estaba pidiendo que le dijera lo que sentía de forma indirecta. Como si fuera capaz de hacer algo así, maldición—.
Sendagaya solo buscaba hacerlo sentir mejor.
—Dime —esta vez, fue Misono quien comenzó a hablar—, ¿por qué insistes con esto, Sendagaya?
—Supongo… que no puedo creer que haya alguien que no te corresponda, Chibi.
Eso era todo.
Y le dolía que fuera de esa forma.
.
Sendagaya despertó con el murmullo lejano de las voces en la habitación. Era la voz de Hugh, sonando suave y con tonos serios que solo había escuchado en casos importantes. Ese debía ser uno también. Pero se sentía tan desorientado que apenas lograba captar una que otra palabra sin ningún tipo de coherencia. ¿En qué momento se había quedado dormido? No lo sabía con certeza, se supone que de entre los dos, era Misono quien más sueño tenía —pero apenas recordó que él tampoco había podido dormir bien esa noche—.
Escuchó el suspiro del maestro lujuria, y ahora que estaba un poco más despierto, podía escuchar mejor las palabras que los dos Servamp intercambiaban.
—No creo que Misono aguante mucho más —Lily musitó, su voz angustiada hacía eco en sus oídos y en las paredes del cuarto—. Si no se hace pronto la cirugía…
Ah.
Estaban hablando del hanahaki de Misono. Tetsu volvió a cerrar los ojos. Intentando procesar lo dicho por Snow Lily. Y ser consciente de lo que significaba todo eso no le gustó para nada.
A Misono no le quedaba mucho tiempo.
Eso significaba que lo perdería. Que la rosa azul que a él tanto le gustaba se lo arrebataría de un momento a otro. Misono un día dejaría de respirar, y ya no habría tartamudeos incoherentes, risas altaneras, ni bastardos en sus días.
Misono no estaría.
—No podemos hacer nada —y Hugh suspira a su lado, con notoria resignación—. Si él no se da cuenta de que lo ama también la cirugía es lo único que puede hacer…
Las palabras de Hugh le obligaron a levantarse. Ni siquiera se molestó en preocuparse por el susto que le había dado al Servamp de la lujuria con su repentino despertar, incluso si lo había llevado a derramar algo de café sobre la mesa debido a la sorpresa.
—Hugh —Tetsu empezó, su ceño se frunció suavemente al ver que el viejo niño le escuchaba con atención—. ¿Sabes quién es? —Orgullo alzó una ceja, y él carraspeó suavemente antes de explicarse—. La persona que Chibi ama…
Y ahora hay silencio y miradas intercambiadas. Lily sonríe apenado, mientras termina de limpiar las salpicaduras de café con un pequeño paño, sus labios permanecen cerrados, su única esperanza era Hugh. Sin embargo, el resoplido que da mientras se cruza de brazos le hace entender sin necesidad de palabras.
—Lo siento, Tetsu —y chasquea los labios, sinceramente apenado—. Pero no me corresponde a mí decirte.
—¿Cómo lo supiste?
—Bueno… un verdadero vampiro se da cuenta de esas cosas.
Por supuesto. Hugh era increíblemente listo. Él se daba cuenta de esas cosas. No como él, quien ni siquiera podía hacerse una clara imagen de la persona por la que Misono estaba sufriendo.
La persona que no merecía a Misono…
Y ahora que lo notaba.
—¿Dónde está Misono?
Porque ya no estaba durmiendo en su regazo. Y no había forma de que se hubiera ido a casa sin el Servamp de la lujuria. Por otro lado, no lo había sentido al levantarse.
—Dijo que iría al lavado… ya lleva un rato.
Y por la expresión que Lily había hecho, se hacía una idea de lo que necesitaba hacer. Los pétalos azules en su garganta no lo debían dejar respirar, y probablemente, se fue de ahí con la urgencia de aire y sin querer despertarlo.
Misono era considerado incluso cuando el dolor debía ser insoportable.
—Iré a buscarlo.
Y sus pasos se apresuraron al pasillo. Fuera del kotatsu, incluso la tela del tatami se sentía frío ante sus pies. Pero Sendagaya no le dio importancia. Solo continuó avanzando, haciendo crujir un poco la vieja madera por sus pisadas, y agradeció que la mayoría de clientes estaban demasiado enfocados en la televisión o en sus conversaciones para darle importancia al ruido de los pasillos.
Cuando dio la vuelta, Misono estaba ahí.
Derrumbado entre sus propios pétalos.
Y el corazón de Tetsu se congeló, el aire desapareció de sus pulmones. Por un momento, quiso creer que seguía dormido. Que Misono estaba resoplando en su regazo y estaba bien. Que no había hanahaki y definitivamente él no estaba sufriendo por alguien más. Quería creer que eso no estaba sucediendo.
Pero era real —porque el repentino dolor de su corazón así se lo hizo ver—.
Llegó a su lado lo más rápido que pudo, las alarmas encendidas en su cabeza. Y sus pies aplastaron los suaves pétalos de azul brillante y se mancharon con los coágulos de sangre que Misono se vio forzado a escupir, la cantidad era preocupante, estaba peor que antes. Sus manos temblaron mientras levantaba el pequeño cuerpo, su piel se veía más pálida de lo acostumbrado y de sus labios aún podía observar unos cuantos pétalos atrapados. Pero…
Estaba respirando. Lo estaba. Un suave sube y baja de su pecho que lo calmó al instante.
Y el corazón de Tetsu pudo latir nuevamente.
Misono era tan ligero que no le dio problemas levantarlo, y entre sus brazos, él se veía más frágil de lo que parecía habitualmente —incluso si para Sendagaya, Misono era todo lo contrario a frágil—. Su cabeza se ladeó con ligereza hasta chocar contra su cuerpo, y al ver sus facciones tan delicadas, Sendagaya temió que no volviera a abrir los ojos.
Él simplemente no quería eso. No perder a Misono.
Es una tontería, pero en esos momentos realmente sintió que odiaba a la persona que Misono amaba. Si no fuera por él, entonces Misono no estaría sufriendo hanahaki. Si no fuera por él, Misono no estaría muriendo. Si esa persona no existiera, no estaría perdiéndolo en esos momentos.
Odiaba eso.
Que Misono se hubiera entregado totalmente al amor que sentía por esa persona. Que soportara tanto por alguien que no le correspondía. Si tan solo se hubiera enamorado de alguien más, de alguien que le correspondiera y pudiera hacerlo feliz. Alguien que no le hiciera pasar por esa enfermedad tan injusta y dolorosa.
Si tan solo Misono se hubiera enamorado de alguien más…
Si tan solo…
Si tan solo fuera él.
«¿Por qué no soy yo?»
La pregunta se repite en su cabeza, sus manos se aferran al pequeño cuerpo que sostiene. Quiere ser él. Un sentimiento tan simple como ese. Quiere ser la persona que haga feliz a Misono, permanecer y caminar a su lado. Quiere ser la persona que haga latir su corazón y ser el único en ver sus sonrisas y avergonzadas reacciones. Quiere ser el que tome sus manos y lo haga sonreír.
A veces simplemente le sorprendía lo mucho que amaba a Misono.
Y se detiene, siente que el corazón le va a explotar.
Él… ¿amaba a Misono?
Sí, por supuesto. Ya no debía ser una sorpresa. Después de todo lo que habían pasado desde el verano que se conocieron, todo el tiempo que habían pasado juntos, Sendagaya se había enamorado de él. De sus palabras, de su inteligencia, de su personalidad y de sus facetas, Misono era grandioso incluso con sus defectos.
Pero solo él lo sabía —solo él era verdaderamente consciente de cuanto le gustaba Misono—.
Sin embargo, ser consciente de sus sentimientos no le ayudaba para nada. Porque eran los sentimientos de Misono los que importaban ahora.
Sus sentimientos por alguien más. Un alguien que no le correspondía como Misono merecía. Un desconocido que se había ganado el resentimiento de Tetsu solo por hacer sufrir a Misono de esa forma.
Un alguien que Tetsu odiaba por el simple hecho de no ser él.
«¿Por qué no soy yo?»
Porque si fuera él, todo sería más fácil. Ya no habría una rosa azul creciendo en el cuerpo de Misono, ya no habría pétalos y sangre ensuciando sus manos. Ya no tendría tanto miedo de perderlo.
Si fuera él, entonces no le dolería tanto el corazón.
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Misono durmió el resto de la hora enredado entre las frazadas del cálido futón. Las ventanas permanecían cerradas, pero aún podía entrar un poco de la escasa luz que había fuera, iluminando apenas un poco del tatami de la habitación. Sendagaya permaneció a su lado todo ese tiempo, incapaz de moverse hacia otra parte o de distraer su mente con algo más. Tal vez fuera por el nudo en el estómago que sentía, aquel sentimiento angustiante que lo obligaba a permanecer a su lado todo el tiempo.
Tenía miedo de que, si se levantaba, Misono comenzara a ahogarse. Que los pétalos no dejaran de brotar de sus labios y la sangre escapara al mismo tiempo, manchando la pálida piel de sus manos. Tenía miedo de que si se iba, esta vez lo perdería para siempre.
Su corazón se oprimió ante el simple pensamiento. Sus dedos corrieron los mechones del cabello del más bajo, apreciando mejor las facciones infantiles de su rostro. Misono era mayor que él, y aun así, sintió que era su deber protegerlo. Quería protegerlo. Especialmente de ese amor no correspondido que tanto daño le estaba haciendo.
El Alicein se removió, sus manos rápidamente fueron a cubrir su boca en el momento que se levantó, tan abruptamente que incluso Tetsu se asustó por el repentino movimiento. El silencio de la habitación fue reemplazado con la desesperada tos que Misono dejaba escapar, sus aspiraciones profundas dejaban notar la urgencia de aire. Y él solo podía observar el caer de los pétalos, el azul deslizándose suavemente entre las frazadas y la sangre combinándose con la saliva sobre los labios de Misono.
Y a pesar de que él solo era un observador, se le hizo horrible. Se le revolvía el estómago de solo ver el dolor en las facciones de Misono.
¿Por qué estaba soportando tanto? ¿Quién era esa persona a la que se negaba renunciar?
¿Por qué no podía ser él?
Cuando Misono finalmente pudo respirar con normalidad, se dio cuenta de que Sendagaya estaba a su lado. Pero no dijo nada. No había mucho que decir en realidad. No había una razón para explicarse ante Tetsu cuando él no decía nada. Así que solo resopló, con suavidad, intentando relamer con disimulo la sangre que había quedado sobre sus labios.
—Hey.
Y antes de que pudiera responder ante el llamado, Sendagaya lo estaba sosteniendo del rostro. Era increíble cómo pese a haber despertado con mal humor, ahora parecía tan nervioso, con sus labios balbuceando incoherencias con voz aguda y el rubor en sus mejillas. Misono tenía reacciones adorables, ¿era de esa misma forma con la persona que él amaba? Tal vez nunca lo sabría. Porque Misono se negaba a decirle.
Tetsu acercó la toalla que siempre mantenía alrededor de su cuello, en situaciones como está, agradecía siempre tener una a mano. Y Misono apretó los labios al ser consciente de lo que intentaba hacer.
—Tienes un poco de sangre —explicó Sendagaya, antes de presionar suavemente en la comisura de sus labios—. Yo me encargo.
Misono ni siquiera se atrevió a mirarlo. Estaba tan abochornado como él mismo en esos momentos. Ser consciente por primera vez de la cercanía entre él y Misono le estaba afectando al corazón —sus latidos estaban más acelerados que cuando terminaba de hacer sus ejercicios—. Y aunque no pudiera notarse a simple vista, sus manos temblaban al presionar la piel. Era la primera vez que podía notar cuan suave era Misono, su piel pálida podía ser fácilmente comparable a las muñecas de porcelana.
Limpió un poco de los restos que se habían deslizado por su mentón, el rastro que había quedado bajo sus labios fue fácilmente removido, las manchas carmesí ahora solo permanecían en su toalla. Cuando terminó, tardó unos segundos en separarse.
Y su corazón volvió a agitarse al darse cuenta nuevamente de lo mucho que le gustaba.
Se separó de él, se sentía repentinamente apenado por toda la situación. Y Misono al verse finalmente libre, solo bajo la mirada —apretando disimuladamente los pétalos y frazadas con sus manos—. Por un momento, ninguno dijo nada. Pero Tetsu no podía decir que estaban en silencio al escuchar sus ruidosos latidos.
—Me gustas.
Y tan rápido la última silaba abandonó sus labios, Tetsu volvió apretar los labios. Tal vez estaba siendo egoísta, tal vez quería serlo. Tal vez si le decía a Misono como se sentía realmente él abandonara sus sentimientos por esa persona imposible y le diera una oportunidad. Incluso si sonaba cruel, él podría hacerle ver que valdría la pena. Que él podría corresponderle adecuadamente. Que ya no habría dolor, ni sentimientos angustiantes.
Que él podía hacerlo feliz.
—¿Qué? —Misono preguntó finalmente, la suavidad en su voz disimulaba su temblor. Lo observó sacudir la cabeza, como si hubiera estado distraído y definitivamente no escuchó lo que había dicho, y acertando su sospecha, el Alicein volvió a preguntar—. L-lo siento… no te escuché, ¿qué fue lo que…?
—Dije que me gustas —repitió, un poco más insistente que antes—. Me gustas, Misono.
Y el rostro del más bajo volvió al brillante rojo, su boca se abrió y cerró un par de veces, sin saber cómo responder. Pero al final, solo curvó los labios. Una sonrisa cansada y lastimada que no pudo disimular.
—Quieres decir, que te gusto… como un amigo, ¿verdad?
Tetsu se mordió el labio inferior. Incluso si eso era lo que Misono quería escuchar no podría mentirle. Sacudió la cabeza, y observó la clara mueca que Misono había hecho al momento de negar.
—Quiero decir… que estoy enamorado de ti, Chibi.
Y lo siguiente que supo, es que había una almohada contra su cara. Sendagaya se vio obligado a cerrar los ojos al sentir los golpes. Y algo en su corazón dolió por un instante. Porque no esperaba que habrían golpes al declarar sus sentimientos. Pensó en muchas otras cosas… menos en eso.
Todo menos eso.
—¡Bastardo! ¡No te burles de mí!
Y lo almohada volvió a golpearlo, pero esta vez, Tetsu la quito suavemente de sus manos. Y volvió abrir los ojos. El cuerpo de Misono estaba temblando demasiado y su ceño permanecía fruncido sobre su rostro.
Y las lágrimas que comenzaron a asomarse por los ojos del más bajo le causaron un nudo más fuerte en el estómago.
¿Por qué estaba llorando…?
Eso no era lo que Tetsu quería. Él quería verlo sonreír, quería ver su rostro avergonzado mientras balbuceaba algún insulto hacia él. Prefería ser llamado un idiota por declararse en esa situación, pero no quería verlo llorar.
No soportaba ver al fuerte de Misono quebrarse de esa forma.
—¿Cuál es tú maldito problema, bastardo? —y masculló entre dientes, aguantando las lágrimas que amenazaban con escapar—. Esto no es divertido.
—Chibi…
—¿Lily te lo dijo? —la pregunta lo dejo fuera de lugar por un instante. El Servamp de la lujuria, ¿debió decirle algo? —. Es por eso que estás aquí, ¿verdad? —y Misono chasqueó los labios, tenía ganas de golpearlo de nuevo—. Sendagaya —¿por qué? ¿por qué? ¿por qué? —. No necesito tú compasión.
Misono se apresuró a limpiar la humedad de sus ojos, antes de que algo fuera a derramarse por sus mejillas. Y el corazón de Tetsu golpeó y golpeó, tan fuerte, que era demasiado doloroso para él.
—No es eso —insistió, incluso si no entendía lo que Misono quería decir con todo eso—. Yo…
—No necesito que me salves —la voz de Misono se quebró por un instante, pero Tetsu no se movió. No era capaz de dejarlo cuando aún no terminaba de decir lo que quería—. No de esta forma —continuó, y ya no pudo soportarlo. Un gimoteo escapó de sus labios, y a pesar de que apretó los labios para no dejar escapar ningún ruido, las lágrimas que se derramaban eran demasiado evidentes—. A pesar de lo mucho que me gustas… esto no es…
El cuerpo de Tetsu se congeló cuando sus palabras llegaron a sus oídos. La voz lastimada y quebradiza de Misono solo pudo darle a esa declaración el efecto devastador que merecía.
Misono lo amaba. Lo amaba a él. No era alguien más. No había nadie más. Solo él.
Él, él y él.
Y a pesar de que Misono le correspondía, él no podía sentirse del todo feliz. Porque Misono lo amaba. Lo amaba tanto que había soportado el hanahaki durante días, semanas y meses. Había soportado en silencio el dolor de las raíces oprimiendo su pecho, y los pétalos acumulándose en la garganta. Lo amaba tanto que incluso si no podía respirar, se aferraba a sus sentimientos por él.
Solo por él.
—¿Por qué…?
¿Por qué soportaste tanto? ¿Por qué nunca dijiste nada? ¿Por qué…?
—¿Por qué otra cosa iba a ser? ¡Porque me gustas! —hay flores deslizándose por sus labios, hay lagrimas sobre sus ojos. A Tetsu se le oprime el corazón al ver cuánto amor podía haber en alguien. Se siente conmovido. Se siente realmente culpable—. Me gustas tanto que duele…
Duele, duele.
No tienes idea de cuánto.
Después de todo ese tiempo, era Sendagaya quien no lo merecía.
Porque era su culpa que Misono perdiera así la compostura, era la razón de sus lágrimas y la rosa azul en sus pulmones. Era quien le hacía sufrir por la falta de aire. Era su culpa que lo estuviera perdiendo, la razón por la que Misono estaba muriendo frente a sus ojos.
Y no se había dado cuenta de eso hasta que lo vio vomitar flores hace solo un día.
Era de lo peor.
Un verdadero idiota.
—Es mi culpa —y su voz intenta disminuir la frustración que siente en cada parte de él. El silencioso llanto de Misono, sus espasmos y suaves gemidos no le ayudan a calmarse—. Sufriste mucho por mi culpa… lo siento.
Y aunque Misono quiere gritar, nada sale de sus labios. No puede decirle que no es su culpa en realidad, que no tiene nada de que disculparse. Que lo dejara solo, simplemente, y todo estaría bien entre ellos.
Pero Tetsu no podía pensar en dejarlo solo en ningún momento.
Y lo siente acercarse, un escalofrío recorre su espina dorsal al sentir los brazos de Tetsu rodear su tembloroso cuerpo. Y a pesar de que es Sendagaya quien lo estaba lastimando, se siente seguro en sus brazos.
Hay palmaditas en su espalda, y caricias en su cabello, Tetsu no perdió el tiempo para acomodarlo y dejarlo llorar sobre su pecho. Se sentía bien sentir la calidez y el aroma de las termas venir de su cercanía. Los latidos acelerados del cuerpo de Tetsu resonaban en sus oídos y se grababan en su memoria —¿por qué latía tan rápido? Tal vez… si tan solo…—.
—No es compasión —y Sendagaya interrumpe sus pensamientos y los hipidos que escapan de sus labios inconscientes—. De verdad me gustas —a Misono le causa cosquillas escucharlo, sus oídos cosquillean por la declaración que se repite en su cabeza—. Estoy seguro de que es eso —y suspira suavemente sobre su cabello—. También estoy enamorado de ti, Chibi.
Misono quiere creerle.
Pero después de todo…
Los pétalos se siguen deslizando desde sus labios.
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Se suponía que la enfermedad del hanahaki tenía dos sencillas formas de curarse. La más segura y recomendada era la cirugía. Remover la flor y los sentimientos antes de que crecieran al punto de ser peligrosos para el cuerpo, la cirugía debía ser la primera opción para alguien que estaba sufriendo de hanahaki. La segunda, era que el amor de la persona enamorada fuera correspondido —y lo hacían sonar bastante sencillo…—, de esa forma, la flor desaparecería sin dejar efectos secundarios.
Se supone que debía ser así.
Se supone y sin embargo…
Misono sigue vomitando pétalos de flores.
Porque surgen en su garganta y se acumulan al punto de no dejarle respirar, y las flores caen y caen, con la sangre manchando el tatami, sus labios y el azul de los pétalos. Porque su corazón se está oprimiendo con demasiada fuerza y él no puede hacer nada para aliviar su dolor.
Porque incluso si Sendagaya estaba seguro que lo amaba, Misono no quería creerle —y esa era la razón por la que el hanahaki seguía aferrándose a él, drenando el resto de su vida—. Y desde que se detuvo su llanto hace menos de una hora, Misono no había dejado de toser.
¿Por qué? ¿Por qué…?
—Porque eres capaz de hacer lo que sea para salvarme.
Y aunque sabe que tiene razón, no es eso. No era de esa forma. Misono no tenía la razón esta vez.
Lo amaba sinceramente. Le gustaba tanto que el corazón le dolía por lo rápido que palpitaba, la garganta se le secaba y a pesar del nerviosismo, quería permanecer a su lado. Ahora. Siempre. Incluso si era la persona que lo había hecho sufrir todo ese tiempo, la causa de que no pudiera respirar y tuviera que lastimarse la garganta, quería estar cerca de él. Quería buscar una forma de ayudarlo, quería que Misono confiara en él esta vez, que confiara en sus sentimientos.
Que le creyera cuando le decía que le gustaba.
Pero no sabía cómo hacerlo.
Y por la forma en la que los pétalos seguían saliendo de Misono, no tenía mucho tiempo para pensarlo.
—¿Por qué no me crees? —preguntó finalmente, sus manos dieron suaves palmaditas en la espalda de Misono para intentar aliviarlo—. No estaba mintiendo hace un rato…
—Porque es imposible.
Tetsu no lo entiende, ¿qué parte de eso era imposible?
Le gustaba. Todo en él le gustaba. Estaba seguro de eso. Literalmente podría pensar en mil y una razones por las que Misono le gustaba tanto como lo hacía, marcando incluso defectos que a él le parecían adorables y graciosos. No había otra persona que le hiciera pensar de esa forma. No había absolutamente nadie con quien se sintiera así.
¿Por qué tenía que ser tan terco? No llegarían a ninguna parte si Misono seguía pensando que era imposible que él estuviera enamorado.
Pero no pudo decir nada.
Misono comenzó a dar respiraciones profundas, pero algo impedía que el oxígeno llegara a sus pulmones. Algo le estaba bloqueando la tráquea, y su pecho quemaba demasiado por la urgencia de aire.
La flor, los pétalos.
El hanahaki.
Se sintió sofocado, se estaba ahogando con la rosa azul dentro de su cuerpo. Está vez era en serio. Sus dedos rasguñaron su garganta por la urgencia de aire, pero era inútil. Y el pánico que sintió en todo su cuerpo disparó los latidos de su corazón, las raíces comenzaron a oprimir cada uno de sus órganos.
No podía respirar. No podía respirar. No podía respirar.
Y las lágrimas comenzaron a acumularse desesperadas. No quería morir. No todavía. No de esa forma. No quería que Tetsu lo viera así, no quería que lo último que sus ojos vieran fueran los pétalos azules y la afligida expresión de Sendagaya, no quería ese rostro asustado, no esa voz desesperada.
Diablos…
¿Qué tan cruel podía ser el hanahaki con él?
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Sendagaya estaba realmente asustado. No, más bien, estaba aterrorizado. Incluso si no era bueno para demostrarlo, su expresión afligida combinaba con los temblores de sus piernas y de sus manos. Su corazón se oprimió nuevamente, la imagen de Misono ahogándose entre sus propios pétalos no abandonaban su cabeza. Había sido una suerte que el Servamp de la lujuria hubiera llegado a manejar la situación porque…
Él no pudo hacer nada.
El miedo de perderlo en esos momentos lo había dejado completamente inmóvil. Paralizado de los pies a la cabeza.
—Está bien, Tetsu, no fue tú culpa.
Pero no puede darle la razón al Servamp del orgullo. No esta vez. Porque era su culpa de que hubieran terminado en esa situación. Si tan solo se hubiera dado cuenta de que Misono le gustaba tanto como lo hacía, él se habría curado del hanahaki hace mucho tiempo. Si él no fuera tan lento para notar las cosas, se habría dado cuenta de su enfermedad y habrían podido hacer algo a tiempo. Si tan solo…
Si tan solo no hubiera sido él.
Y sacudió la cabeza, espantando el pensamiento que comenzaba a invadir cada parte de él.
Hugh suspiró a su lado, mientras intentaba calmarlo con palmaditas en la espalda. Era lo único que podía hacer por su eve sin necesidad de palabras. No había otra forma de animar a Tetsu, pero al menos quería hacerle saber que no estaba solo. Que podían lamentarse juntos incluso si la situación era diferente para cada uno.
En el silencio de la habitación donde habían sido desplazados, Lily apareció luego de unos minutos, cerrando la puerta tras de sí y con la preocupación en cada parte de su rostro.
—Misono dijo que no a la cirugía —y el anunció le hizo apretar los labios. Hugh pudo escuchar el claro chasquear de los labios de su eve a su lado—. Incluso si lo hacía, no habría llegado a tiempo…
Porque la flor había crecido demasiado rápido. Y aunque Lily no lo expresaba en voz alta, Tetsu sabía que era por su culpa. Porque si no hubieran pasado tanto tiempo juntos entonces los sentimientos de Misono no habrían crecido más de la cuenta en tan poco tiempo.
Y él estaría bien ahora.
—Es mi culpa.
—No lo es —se apresuró a decir el niño del orgullo, dándole una palmadita más fuerte—. El enano lo decidió por su cuenta, Tetsu.
Ciertamente, Misono era quien había tomado la decisión.
Pero si para empezar él no estuviera ahí nada de eso habría pasado.
Y pensar que todo sería mejor para ellos si no se hubieran conocido fue realmente doloroso para él. Porque incluso en una situación así, Tetsu no podía pensar que hubiera estado mejor sin conocer a Misono.
—¿Puedo verlo?
—Ahora mismo está durmiendo —Lily suspiró al final, antes de negar suavemente con la cabeza—. Pero puedes verlo, no hay problema.
El eve de orgullo asintió, y rápidamente se puso de pie. Abandonando a los dos Servamp en la habitación al lado de la suya. Misono volvía a estar dormido sobre el futón, su expresión tranquila era completamente ajena al pánico que le había invadido horas atrás. Y no puede evitar observar los pétalos acumulados arriba de su cabeza, una pequeña montaña que Lily habría ordenado antes de dejar a Misono durmiendo con tranquilidad.
Tetsu se sentó a su lado, no estaba seguro del que decir ahora que Misono estaba durmiendo. Y en realidad, no había pensado en que debía decir algo.
Solo quería verlo.
Quería asegurarse de que estaba bien, de que respiraba, que estaba vivo y podría verlo abrir los ojos de nuevo. Que podrían volver a hablar como siempre de cosas serias y tonterías varias, asegurarse de que Misono despertara y pudiera volver a ver sus reacciones adorables, su voz nerviosa tartamudeando insultos incoherentes hacia su persona.
Extrañaba a ese Misono. El que actuaba con naturalidad y no le ocultaba su hanahaki. El que se burlaba de él por sus idioteces y luego buscaba la forma de corregirlo, de apoyarlo a su manera.
—Lo siento, Chibi.
Y a pesar de que se había disculpado bastante, no podía dejar de hacerlo. Porque era un idiota que solo ahora se daba cuenta de lo mucho que le gustaba.
Y era un idiota que era consciente también de lo mucho que Misono lo amaba.
Tal vez los dos eran unos idiotas.
Por eso era tan difícil.
—Eres realmente fuerte, sabes —musitó. Incluso si Misono no lo escuchaba era algo que quería decir—. A pesar de que estabas sufriendo por mi culpa, fingías estar bien —lo siento por eso también, quiso decir. Pero solo reprimió un suave suspiro—. Yo no soy tan fuerte.
Incluso si lo parecía, él no podría ser tan fuerte como Misono. No soportaría tanto. Misono soportó sus sentimientos unilaterales durante meses, con la flor del hanahaki haciendo estragos dentro de él. Mientras que él solo se había dado cuenta de sus sentimientos, y los soltó buscando una oportunidad desesperada. Pensando que sería lo mejor para los dos.
Porque no soportaba la idea de Misono estando enamorado de alguien más.
Porque egoístamente quiere ser él.
—Yo no soy tan fuerte —repitió, su voz sonaba más baja a medida que las silabas salían de sus labios—. Incluso ahora, no sé qué hacer si no estás… —y se mordió el labio, la sola idea de perderlo hizo doler su corazón—. Misono, dime qué es lo que debo hacer…
Porque él no es un pensador. Nunca lo ha sido. Por eso confía en Misono. Porque él siempre sabía qué hacer, lo que debía hacer. Si Misono no estaba, entonces qué…
—Idiota.
Un murmuro abochornado interrumpe sus palabras, Tetsu se da cuenta de los ojos que lo observan apenas, cubriendo la mayor parte de su rostro con las frazadas del futón. Misono aprieta los labios, con la vergüenza acumulada en las mejillas.
—Solo… tienes que seguir siendo tú, Sendagaya bastardo.
—¿Estabas despierto?
—Um…
Y Misono intenta cubrirse más y más al asentir. Tetsu parece un tanto sorprendido, pero apenas lo deja ver en su expresión.
—L-Lily me dijo… que te escuchara —Misono se removió bajo las mantas, sin estar seguro del todo en continuar. Lily daba consejos difíciles de seguir. "Solo escúchalo" le había dicho, pero era más difícil de lo que pensó que sería—. Por eso… —y bufó suavemente, Sendagaya pudo escuchar como aclaraba ligeramente la garganta, aún parecía dolerle—. Sendagaya… escucha. Quiero que seas honesto conmigo.
—Siempre soy honesto contigo —señaló, y Misono solo pudo aguantar un avergonzado resoplido.
—Sí, pero… de nuevo.
Nervioso, Misono apenas podía intentar hablar con coherencia. Eso enterneció un poco a Tetsu, escucharlo de esa forma luego de escuchar su llanto fue una especie de alivio para su corazón.
Con suavidad, Tetsu intentó llamar su atención al quitarle las frazadas del rostro, y aunque Misono se negó al principio, tuvo que ceder ante la insistencia de Sendagaya. Aun así, no se atrevía a verlo a los ojos. La vergüenza le consumía al ver su rostro de nuevo. Era el rostro de la persona que había dicho su nombre de forma desesperada hace un momento, alguien quien, tontamente, le había pedido desesperado que no muriera —cómo si Misono pudiera decidir en esos momentos—.
Era el rostro de la persona que le gustaba y decía corresponderle.
Le temblaron los labios, él de verdad no podía lidiar con eso —incluso el hanahaki era más sencillo de tratar para él—.
—Misono —y hay una voz apenada llamando su nombre, la seguridad es mezclada fácilmente con el nerviosismo—. Me gustas, Misono.
Y sus labios dibujan una sonrisa apenada, una que no puede cubrir porque Sendagaya no le deja subir las frazadas. Hay temblor en sus labios, sus mejillas queman y su corazón da un vuelco, late acelerado dando ruidosos golpes dentro su pecho. Pero…
Ya no hay dolor.
Y Misono ni siquiera se da cuenta en esos momentos.
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La puerta automática se cerró a sus espaldas, y el frío viento que soplaba lo recibió en el exterior, obligándole a soltar claras maldiciones por haber perdido su bufanda hace unos días. Pero aun así, no dejaría que eso afectara a su buen humor de esa mañana. Hundió sus manos en los bolsillos de su abrigo, intentando buscar algo de calor en ellos, mientras comenzaba alejarse de la entrada del hospital. La sonrisa que se había instalado en su rostro era algo difícil de disimular en este punto.
—Hey.
Misono se sobresaltó al sentir a alguien dándole una palmadita en la espalda para llamar su atención, tanta confianza no podía ser buena. Incluso si se trataba de Sendagaya Tetsu quien había decidido sorprenderlo —y antes de preguntarse qué hacía él ahí, apenas recuerda que habían quedado luego del hospital. Por supuesto, tonto de él por haber olvidado eso—.
—¿Todo bien? —preguntó, y a pesar de que su rostro no decía mucho, se escuchaba algo preocupado—. ¿Qué dijo el doctor?
—Él dijo… —y apretó los labios, conteniendo la sonrisa que amenazaba en dibujarse—, que estaba bien. Ya no hay rastros de hanahaki…
Estaba curado, después de todos esos meses soportando y soportando.
Ya no había una rosa azul en su sistema, ya no había pétalos obstruyendo su garganta. Ahora podía despertar con normalidad, y respirar a gusto, ya no había pétalos que ocultar bajo la cama. Y la mejor parte, es que estar con Sendagaya ya no era doloroso, ahora solo quedaban los latidos acelerados y el montón de sensaciones que le recordaban que, de hecho, le gustaba, tal vez demasiado.
Y se siente feliz, sinceramente —porque ser correspondido finalmente le da esa clase de sentimiento—.
—Entonces es un buen momento.
Eso llama su atención. Sendagaya saca un pequeño sobre de su bolsillo que no tarda en extender. A Misono le emociona un poco la idea de ver que incluso le ha traído un regalo, a pesar de que él no tenía nada para darle. Se muerde un poco el labio inferior, antes de tomar el regalo que el más alto le entregaba, el nervioso temblor de sus manos podía ser fácilmente atribuido al frío clima y a la falta de sus guantes.
Cuando abrió el pequeño sobre, sus dedos de inmediato intentaron sacar lo que llevaba dentro.
—¿Un collar?
—Lo vi de camino al hospital —explicó rápidamente—. Me recordó a ti.
El ceño de Misono tiembla ligeramente, antes de volver su atención al collar que Tetsu le estaba regalando. Incluso si regalar un collar era el tipo de cosas que harías para una novia —y no para un chico que, de hecho, era mayor que él—, a Misono no le molestaba realmente. Podía usarlo, con eso bastaba.
El problema era otro.
—¿Y qué te hizo pensar que una rosa azul sería adecuada? —Misono musitó entre dientes, balanceando el pequeño pendiente de la rosa azul del collar obsequiado. Honestamente, en qué demonios estaría pensando Tetsu al pensar que eso estaría bien. Soltó un resoplido, antes de replicar—. ¡Literalmente, casi muero por una, bastardo!
—Ah…
Tetsu parpadeó un momento, su mirada varió entre el pendiente y el indignado rostro de Misono. Llevó una mano tras su nuca, revolviendo sus cabellos en un gesto inconsciente.
—Ahora que lo dices si es un poco inadecuado —al menos viéndolo de ese modo, y torció los labios antes de continuar—. Pero es mejor tener una rosa fuera que dentro, ¿verdad?
Misono resopló exasperado. Ni siquiera tenía sentido discutir con él. A propósito o no, Sendagaya lo superaba con ese tipo de respuestas la mayor parte del tiempo.
—Eres un idiota, ¿lo sabías?
Volvió a observar la rosa, el azul tan brillante solo revivía memorias de su olvidada enfermedad —y pensó que, tal vez, ese era el mejor tipo de recordatorio que podía tener antes que una cicatriz en su cuerpo—. Tetsu se acercó a él para ayudarle con el collar, porque al final estaba bien si lo aceptaba, era el primer regalo que el otro le hacía y sería un desperdicio no usarlo.
—Lo sé —Sendagaya respondió finalmente, encogiéndose de hombros—. Pero te gusto, ¿verdad?
Misono apretó los labios, con el bochorno acumulándose en las mejillas.
—Sí…
No había forma de que no le gustara. Maldición.
Tetsu pareció satisfecho con su respuesta y terminó de acomodar el collar sobre su cuello, parecía bastante a gusto con el resultado al ver el brillante pendiente resaltar sobre sus ropas.
Y al tener el pendiente de la rosa azul entre sus manos, Misono pensó que no estaba tan mal después de todo.
Porque era el recordatorio de que un milagro le había sucedido.
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