Os presento mi primera historia ambientada en este maravilloso mundo de fantasía épica que es la Tierra Media.
Es mi proyecto más largo hasta el momento y al que le he dedicado muchísimas horas (y que nunca dejo de revisar y corregir xD). Espero que lo disfruteis.
Descargo: La Tierra Media y los personajes que conviven en ella pertenecen al gran profesor J.R.R Tolkien, quien nos brindó este precioso mundo de fantasía en el que a muchos nos gustaría perdernos. La línea argumental sigue las referencias del libro y parte de las películas, lo que no os suene de ninguna de ellas es producto de mi invención, así como los personajes originales (OC) que en ella aparecerán.
*~~~* CAPÍTULO 1: IRIEL *~~~~*
Gandalf sabía que Thorin no permitiría que una mujer se uniera a su Compañía. Ni siquiera cuando esa mujer hubiera demostrado su destreza en la lucha en numerosas aventuras, aunque hubiera rescatado tesoros de lugares inhóspitos burlando la seguridad de tantos guardias sin ser vista, aunque fuera tan astuta y sigilosa que muy pocos en la Tierra Media conocían su existencia.
No, él nunca la reconocería, a menos que viera sus hazañas con sus propios ojos.
Pero Gandalf tenía un plan y por ello viajó a aquellas salvajes laderas donde ella tenía su escondite. Tras un largo camino pronto divisó aquella abrupta entrada. Se trataba de una pequeña cueva en la ladera de la montaña, cuya entrada estaba parcialmente tapada por el agua de la cascada, que caía con fuerza sobre un lago cristalino. Una frondosa vegetación se extendía a ambos lados del imponente manantial, trepando por la montaña, lo que contribuía a ocultar todavía más la entrada a este extraño lugar. Ninguno de los visitantes que se adentraban de vez en cuando en estas tierras había sospechado jamás que pudiera haber alguien viviendo en ese refugio oculto. Afortunadamente, Gandalf sí lo sabía.
Al llegar a la entrada se detuvo para explorar sus alrededores. No parecía haber ninguna criatura por sus proximidades, exceptuando a los pequeños animalillos que vivían por esos parajes. Se volvió hacia la montaña y dio tres golpecitos sobre la roca con su bastón. Al no recibir ninguna respuesta elevó su bastón hacia la cascada y el agua empezó a apartarse de allí, dejando una pequeña abertura que le permitía pasar sin mojarse. Tras dejar la cascada a su espalda se adentró en la cueva. A pesar de encontrarse en un sitio tan oculto, la guarida estaba bien iluminada por la luz del día, que se filtraba a través de pequeños orificios estratégicamente cavados en las paredes de la montaña. El refugio estaba decorado con muebles construidos con madera y roca. En las paredes colgaban con orgullo algunos de los objetos conseguidos durante sus aventuras. Gandalf reconoció un pequeño frasco de cristal que él mismo le había regalado unos años antes como recompensa por su ayuda. Pieles de animales, cuernos, plantas de cristal, amuletos y mapas eran algunos de los objetos que decoraban las paredes y las estanterías cuidadosamente ordenadas. En uno de los recodos del fondo pudo ver los restos de una hoguera con las cenizas todavía encendidas. Definitivamente Iriel no se encontraba en casa, pero tampoco debía de andar muy lejos, así que decidió recostarse en uno de los sillones y esperarla fumando con su larga pipa.
El humo fue penetrando por todos los rincones de la cueva adoptando curiosas formas. El mago no tuvo que esperar mucho más tiempo porque una silueta se dibujó al otro lado de la cascada. La silueta permaneció unos segundos sin moverse, analizando el hecho de que alguien hubiera descubierto su guarida y se hubiera colado en ella.
Finalmente con una voz alegre dijo a través del agua:
—Reconocería esas figuras de humo en cualquier lugar, además el olor de tu hierba favorita te delata, no conozco a ninguna otra persona aficionada a esa hierba tan fuerte del Norte, amigo Gandalf. —Y apartando la cortina de agua con un improvisado paraguas hecho con hojas de roble, entró sin apenas mojarse.
En ese momento Gandalf se incorporó para verla mejor, hacía años que no se veían pero el mago recordaba bien a esta intrépida criatura. Iriel era hija de una mujer humana y un aventurero mediano que se había atrevido a instalarse en las tierras de los hombres. La mezcla de ambas razas había dado lugar a una joven de melena oscura y lisa, con unos ojos tan cristalinos que la mayoría de los que los habían visto no eran capaces de decidir si eran grises o azules, como el agua que fluía por la montaña. La fusión de la raza de los hombres y la de los medianos habían hecho que su estatura se asemejara a la de un enano, por supuesto sin ninguno de sus rasgos característicos ya que nadie de esta raza corría por sus venas.
Iriel vestía un pantalón oscuro de cuero con unas botas de piel hasta las rodillas. Un corpiño marrón se ajustaba a su figura hasta la altura del escote, dejando una sutil abertura en él. Debajo llevaba una camisa color lavanda que cubría completamente sus brazos. Una capa verde y desgastada se sujetaba alrededor de su cuello y caía hasta sus tobillos. Se había quitado la capucha al entrar. Gandalf observó su cinturón negro, en cuyos costados sobresalían un par de dagas junto a su arma favorita, la cual solía pasar desapercibida al estar cerrada con su misterioso mecanismo. A pesar de su inofensiva apariencia él era consciente de que se trataba de un arma ligera y letal, especialmente en las manos de Iriel. Ella misma la había bautizado con el nombre de Menfis: la Espiral Cortante.
Tras inspeccionarse el uno al otro durante unos segundos, Iriel corrió alegremente para abrazar al viejo mago.
—¿Qué os trae por estas tierras lejanas? —preguntó ella llena de curiosidad.
—He venido a proponerte una aventura.
—¿Aventuras? Hace tiempo que dejé la vida de cazarrecompensas. Este lugar tiene todo lo que necesito, lo siento Gandalf, no tengo intención de volver —le respondió mientras un toque de nostalgia se dibujaba en sus ojos.
—Estoy seguro de que cambiarás de opinión cuando escuches lo que he venido a ofrecerte.
Iriel le miró con gesto desconfiado, el mago sabía elegir muy bien sus palabras y casi siempre conseguía lo que se proponía.
—Sé que le prometiste a tus padres que dejarías esta vida que tantas preocupaciones les causó cuando cumplieras la mayoría de edad hobbit —comentó volviendo a sentarse en el sillón. Iriel asintió, hacía ya tres de años que había alcanzado los 33—. Pero me cuesta creer que tu corazón aventurero de verdad se haya rendido.
Iriel suspiró, el Istar tenía razón, como siempre.
Desde pequeña había devorado todos los libros que se encontraban a su alcance, empapándose de las grandes historias de la Tierra Media. Conocía una gran cantidad de leyendas y canciones, pero conocerlas no era suficiente, necesitaba vivirlas, en carne y hueso, no a través de pergaminos harapientos y caligrafías entintadas en negro azabache o cobalto crepuscular. Así creció, rodeada de libros, imaginando aventuras más con los ojos abiertos que en la nocturnidad de sus sueños. No es de extrañar que aquel espíritu aventurero acabase venciendo a la prudencia, cuya voz sonaba débil y susurrante cuando la emoción ferviente invadía su pecho y hacía brillar su mirada inocente y pura. Se escapó de casa apenas diez noches tras cumplir los dieciséis años, y no tardó en unirse a un grupo de cazadores que frecuentaban una de las tabernas cercanas. Fue una idea temeraria, y probablemente estúpida, tomada por una curiosa e idealista adolescente que ansiaba un futuro lejos del hogar y sus labores, pero también fue una de las decisiones más importantes de su vida, una que le hizo madurar más deprisa de lo que, de otro modo, el tiempo lo habría hecho sobre su cuerpo. A pesar de su corta edad, las circunstancias no la trataron con indulgencia. Aprendió a defenderse y a escapar de cualquier peligro. Poco a poco sus habilidades mejoraron y la convirtieron en una intrépida cazarrecompensas. Durante tres lustros aprendió a vivir intensamente cada minuto de su vida preguntándose si sería el último.
No fueron pocas las ocasiones en las que su vida estuvo expuesta a grave peligro, y ello le enseñó a no tenerle miedo a la muerte, sin embargo su familia no gozaba de dicho privilegio. Sus padres sufrían cada vez que ella partía, cada vez que los rumores sobre trifulcas y asesinatos versaban sobre lugares que ella había pisado, cada vez que una carta llegaba hasta sus manos, o mejor dicho, cada vez que no lo hacía.
Siempre creyó que tenía tiempo, que era joven y que debía disfrutar de aquellos años, pudiendo retirarse en el momento que esa llama en su pecho apagara su ardiente deseo, dejando paso a cuestiones mundanas que, ahora, carecían de sentido ante sus ojos.
Sin embargo ése fue su mayor error. Subestimar algo que creía duradero, algo que tal vez no valoró lo suficiente por creer que era imposible perderlo.
Fue en uno de sus regresos cuando se topó cara a cara con la realidad, con la que el tiempo le había arrebatado. Sus padres habían contraído una letal enfermedad que los llevaría lejos de ella en pocas semanas. Atesoró cada segundo del que dispuso junto a ellos, y en su lecho de muerte, fiel a sus deseos, prometió abandonar aquella existencia temeraria al cumplir la mayoría de edad. Consideró que aquel sería un buen momento para madurar, olvidar en parte sus sueños irreales y empezar a preocuparse por obtener una vida pacífica y duradera.
El día de su trigésimo tercer cumpleaños sintió cómo una parte de ella moría por dentro junto al recuerdo de sus padres, pero mantuvo su promesa y se retiró a las montañas. Había prometido tener una vida tranquila y eso no iba a ocurrir entre las paredes de la ruidosa y ajetreada ciudad de su familia. Necesitaba tener cerca los bosques, los arroyos, el viento y las montañas. Encontró el lugar perfecto para pasar desapercibida detrás de una solitaria cascada y allí había trasladado todas sus pertenencias. Habían pasado ya tres tranquilos y aburridos años así, a pesar de que sentía que le faltaba algo, había empezado a acostumbrarse a esa vida y la sensación de que sus padres la estarían observando desde algún lugar con una sonrisa en el rostro era todo lo que necesitaba para seguir. Sin embargo ahora un viejo mago estaba a punto de encender esa chispa en su corazón que tanto le había costado apagar.
—Tus padres trabajaron duro para conseguir una vida tranquila y segura, ¡y por los Valar! No les culpo por desear lo mismo para ti. Sin embargo desde que te conocí supe que estabas destinada a algo más. —Las palabras de Gandalf se aproximaban a la parte más vulnerable de Iriel, hizo una pausa para tomar una última bocanada de su pipa—. Y tú también lo sabes. —De nuevo se detuvo para expulsar el humo que se elevó dibujando un gran círculo—. Si me sigues en esta aventura y tenemos éxito, nunca más tendrás que preocuparte por la promesa que les hiciste en la tumba, encontrarás una vida adecuada para ti sin faltar a tu palabra.
Iriel se mordió el labio y le dio la espalda al mago. No creía que pudiera existir un equilibrio entre sus deseos y los de sus padres. Tras un largo silencio de su boca salieron dos palabras, tampoco perdía nada por escucharle.
—Te escucho.
El mago mostró una pequeña sonrisa de triunfo.
—Estoy seguro de que aún recuerdas las historias que solías leer de pequeña. —El mago carraspeó antes de proseguir para proporcionar la solemnidad adecuada a la valiosa información que le iba a revelar—. Lejos, hacia el este, más allá de sierras y ríos se alza una solitaria montaña.
Iriel se acercó a Gandalf atraída por sus palabras mientras el mago desenrollaba un viejo mapa de su bolsillo y se lo enseñaba.
—Erebor —dijo Iriel conteniendo el aliento al recordar una de sus leyendas favoritas de su infancia.
—Los enanos están decididos a recuperar su tierra.
—Creía que un dragón había ocupado la Montaña Solitaria expulsando a todos los enanos y que desde entonces nadie había osado a acercarse de nuevo a ese lugar.
—Veo que recuerdas bien, Smaug lleva décadas guardando el majestuoso tesoro del reino de Erebor.
—Y después de tanto tiempo alejados de su hogar, ¿por qué quieren recuperarlo ahora?
—Los enanos han interpretado los presagios y dicen que es la hora: "Cuando las aves de Erebor quieran volver, el reino de la bestia llegará a su fin". Son varios los que han visto a los cuervos regresando a la montaña.
—Vaya una predicción, no creo que divisar unas cuantas aves en el horizonte signifique que el gran dragón haya caído.
—Es posible, pero los enanos están convencidos de que sería un gran error dejar escapar esta oportunidad. El heredero de Durin está decidido a recuperar su trono y ha reunido a otros doce enanos dispuestos a dar su vida por esta empresa.
—¿Sólo son trece? ¿Trece enanos para luchar contra un dragón? ¿Esa es toda la ayuda de la que disponen?
—Bueno también cuentan con la sabiduría de este viejo mago y con la habilidad de un intrépido hobbit que yo mismo les recomendé. —Y guiñándole un ojo a Iriel añadió—. Y ahora espero que cuenten con las habilidades de un segundo mediano.
A Iriel le molestó ese comentario sobre ella, los únicos rasgos hobbit que tenía eran sus puntiagudas orejas y su pequeña estatura.
—Yo sólo soy medio hobbit.
El mago sonrió.
—Eso es más que suficiente para moverte con destreza sin ser vista, además estoy seguro de que el dragón no conseguirá reconocer el olor de ninguno de los dos, lo que dará ventaja al grupo de los enanos.
—¿Quién es el otro hobbit? —preguntó mientras seguía analizando el mapa.
—El señor Bilbo Bolsón. —Iriel hizo un gesto de indiferencia para indicar que no le sonaba de nada ese nombre—. Oh, no creo que lo conozcas, él vive en la Comarca, muy alejado de cualquiera de tus parientes. Es un hobbit con bastante sentido común y con una personalidad hogareña, pero la sangre Tuk también corre por sus venas. Sí, este pequeño aún tiene que demostrar todo lo que vale, estoy seguro de que ni él mismo lo sabe todavía —murmuró en voz alta aunque parecía que estaba hablando con sus propios pensamientos.
—¿Y los trece enanos?
—Veamos, tenemos a Óin, Glóin, Dwalin, Balin, Ori, Nori, Dori, Bifur, Bofur, Bombur… —Iriel ya se había hecho un lío de nombres en la cabeza y se arrepintió de haberle preguntado—. Los más jóvenes Kíli y Fíli y por último el líder de la Compañía: Thorin Escudo de Roble.
—¿Ese es el heredero de Durin? El… "Rey Bajo la Montaña" —dijo tratando de recordar los relatos de esta ciudad olvidada.
—Así es. Thorin ha sufrido el exilio de su pueblo y ha trabajado duro para darles un nuevo hogar en las Montañas Azules. Es un guerrero valiente que ha vivido la caída de su linaje, como descendiente directo del antiguo rey ahora carga con la gran responsabilidad de recuperar lo que les fue arrebatado. Estoy seguro de será un gran rey y que no cometerá los errores de su abuelo.
Iriel conocía algunos rumores que decían que el viejo rey Thrór había sido consumido por la codicia de su propio tesoro y que esto había atraído la avaricia del dragón condenando la ciudad de Erebor. No conocía mucho más acerca del resto de la familia, pero sabía que los enanos habían pasado por grandes penurias desde entonces.
Iriel suspiró. Tal vez estaba cometiendo una imprudencia, tal vez estuviera a punto de embarcarse en una locura sin sentido, tal vez aceptar aquella propuesta se convertiría el mayor error de su vida. O tal vez no. Poco importaba lo que dictara su cordura, las palabras del mago habían avivado la llama dormida de su interior, y ahora, sería difícil volver a ignorarla.
La idea de protagonizar una aventura épica de tamaña importancia, junto a gentes de alto linaje también despertó un cosquilleo en su interior. No acostumbraba a inmiscuirse en asuntos de estado, sus misiones pertenecían a gente de otra calaña, de dudoso renombre, de moral laxa. Aunque nunca había cometido actos delictivos ni había perjudicado a inocentes, sus misiones no involucraban regentes ni ejércitos de ningún reino. Lo cierto era que la idea de compartir una misión de incógnito con un rey exiliado y un grupo de exsoldados ahondó en su interior provocando una electrizante e incontrolable excitación.
El rostro de sus padres se materializó en sus recuerdos, y durante un instante aquella visión congeló aquella emoción que había devuelto la sonrisa a sus labios. Miró al mago, y en sus ojos encontró un refugio que hacía tiempo había perdido.
—Algo me dice que tu cometido en esta historia no es cosa del azar. No te pediría esto si no fuera consciente de todas las consecuencias, pero realmente creo que tu sitio no está detrás de esta cascada —repitió el mago. No era el único que pensaba de aquel modo, aunque lo había intentado con todas sus fuerzas, sabía que aquel lugar no era el suyo.
¿Realmente debía seguir debatiéndolo, engañándose a sí misma sobre la respuesta cuando estaba claro que su corazón había tomado la decisión desde el primer momento?
—Está bien, Gandalf, me has convencido —respondió al fin—. Acepto acompañarte hasta la Montaña Solitaria, nunca he presenciado un dragón y sería una buena historia que contar —dijo sonriente, disimulando lo evidente de sus pensamientos, pues cualquiera sabía que aquella travesía tenía todas las de acabar convirtiéndose en una misión suicida, y acariciando su singular arma que tantas veces le había salvado la vida, concluyó—. Confío en que Menfis pueda servirnos de ayuda.
El mago la miró satisfecho, su instinto le había augurado que la chica aceptaría, y si no, confiaba en que su labia acabase por hacer el resto.
Iriel oteó el paisaje que podía verse a través de la cascada. Pensó de nuevo en su decisión. Probablemente fuera la última oportunidad que se le presentase. Las aves no deben desperdiciar las corrientes de aire que las eleven hacia su destino, las casualidades no siempre están marcadas por el azar, simplemente son el modo inocente que el destino tiene de presentarse ante nuestros ojos.
—¿Cuándo partimos?
—El tiempo apremia y cuanto antes nos pongamos en camino mejor. Sin embargo existe un pequeño problema que aún no te he contado.
Pretendían enfrentarse a un dragón que había incinerado ejércitos enteros con su aliento contando únicamente con la ayuda de trece enanos, un hobbit y un mago. No creía que ningún otro problema que el mago hubiera olvidado mencionar pudiera empeorar aún más la situación, pero escuchó atentamente.
—Thorin se juega mucho en esta misión por lo que es un poco desconfiado con la gente que no conoce. Además es bastante testarudo en algunos aspectos… —Gandalf no sabía muy bien cómo abordar la situación—. Se me ha ocurrido un plan para que te ganes poco a poco su confianza.
Iriel escuchó atentamente lo que el mago le estaba proponiendo. Cuando el mago hubo finalizado Iriel no pudo disimular sus pensamientos con una mezcla entre sorpresa y desagrado. El mago insistió en que era la mejor solución y la dejó reflexionando mientras iba a buscar su caballo.
Aunque no terminaba de gustarle la propuesta era cierto que una parte de su interior le decía que podría ser extraña y divertida. El mago le proponía algo que ella nunca había hecho. Un reto. Sí, a ella le encantaban los retos. Mientras Gandalf regresaba se dispuso a prepararse para la aventura. Metió su ropa más ligera en una bolsa de cuero junto a algunos objetos personales. También envolvió varios alimentos y cantimploras en otra mochila junto a algunas hierbas medicinales que podrían serle útiles más adelante. Estaba terminando de guardar sus cosas cuando el mago volvió a golpear la roca con su bastón para indicar que ya estaba listo. Iriel salió cargando su equipaje. Al ver al mago le dedicó una sonrisa pícara.
—Está bien, Gandalf, puedo intentarlo aunque no te prometo nada. Supongo que resultará divertido.
El mago descendió por la ladera hasta llegar a su caballo que estaba cargado con todos sus enseres.
—Supongo que podremos conseguir otra montura para ti en algún pueblo cercano.
—Oh no, no te preocupes por eso, todavía conservo a mi fiel caballo. —Y tras terminar la frase acercó un par de dedos a sus labios para emitir un potente silbido. Poco después apareció galopando entre los árboles un pequeño caballo plateado. Sus largas crines hacían juego con los ojos de Iriel. Era más pequeño que el caballo sobre el que montaba Gandalf pero más grande que un poni. Este leal compañero había acompañado a Iriel durante los últimos cinco años, cabalgando tan veloz como la brisa de la mañana. Tras saludar a su caballo Iriel comenzó a cargar sus cosas en él. Entonces Gandalf desató un cofre del lomo de su montura y se lo mostró a su nueva compañera de viaje. Iriel miró el contenido, parecía que Gandalf se había encargado de conseguir todo lo necesario.
—Ya nos hemos entretenido bastante. Es hora de empezar esta aventura.
Y tras haberle dado uso al contenido del cofre, Iriel subió a su montura plateada y cabalgó con Gandalf hacia su nuevo destino.
