La serie Once Upon a Time, sus personajes, y demás mencionados aquí, no me pertenecen.
Muchas gracias por el prompt, Lunediose. Espero que lo disfrutes.
ADVERTENCIA: Hay contenido de violencia, no demasiado gráfico, pero si esto no es de su agrado por favor no lea.
PROMPT: 2da Temporada: Luego de la muerte de Cora, Emma, Henry y compañía con una de las habichuelas mágicas regresan al EF dejando a Regina en SB sin magia (con la muñequera o algo así), luego de un tiempo en el EF Emma se da cuenta de sus verdaderos sentimientos hacia Regina al igual que Henry y juntos deciden regresar a SB, encuentran a una Regina devastada, desconfiada e insegura de dejarles entrar nuevamente a su vida. Con happy ending por favor :) Te doy permiso de destrozar mi corazoncito, eso del Happy Ending es nomás mi intento de asegurar no terminar en lágrimas, creo :S
CUANDO DESPIERTE
Neal estaba muerto. El padre de mi hijo había muerto por culpa de Regina. Eso fue lo que mis padres me dijeron, y luego se lo repitieron a Henry.
Llegamos a esa vieja fábrica, Tamara se interpuso en nuestro camino, fue ella quien puso una bala en el pecho de Neal, y fui yo quien terminó con la vida de ella. Una bala por otra, una vida por otra.
Y sin embargo, la culpa seguía recayendo siempre en Regina.
Iba a matarnos a todos y llevarse a Henry. Era la Reina Malvada, y nada iba a cambiar eso. De no ser porque Greg se interpuso en su camino, ella habría logrado su propósito.
—Tenemos que irnos, Emma. No todo está perdido. Es el momento de volver a casa, y Regina debe quedarse atrás.
—Necesito saber que estará bien.
—¿Por qué te importa?
—Porque es una persona. La secuestraron, podría haber muerto. Ni siquiera sabemos si va a estar bien.
Dos días después, Regina despertó. Sus ojos se abrieron durante unos segundos y luego volvió a cerrarlos.
El Hada Azul no podía ayudarla. Gold no quería hacerlo. Y el brazalete en su muñeca le impedía ayudarse a sí misma. Todo lo que podíamos hacer era esperar en el hospital, sentados en su habitación, y vigilar que continuara con vida. A nadie parecía importarle lo que pasara con ella.
—Emma. Tenemos todo listo —dijo mi madre—. Tuvimos una reunión y hemos decidido quiénes irán en el primer viaje. Hay tanto por hacer allá y no podemos arriesgarnos llevando familias enteras sin saber a ciencia cierta cuál es la situación actual en el Bosque Encantado.
—No tengo problema en quedarme.
—Eso es imposible. Te necesitamos. Somos una familia, y debemos permanecer unidos. Piensa en Henry, acaba de perder a su padre por culpa de Regina.
Hablé con Henry. Fue la primera vez que me moví del lado de Regina. Él no quería verla, y yo no podía juzgarlo, mis sentimientos eran demasiado confusos, todo en lo que podía pensar era qué necesitaba saber por qué ella estaba tan dispuesta a matarnos a todos.
—Abrió los ojos. Whale dice que seguramente mañana estará por completo despierta, podremos saber cómo está.
—Está viva. La abuela dice que estará bien, ella es fuerte.
—Sí. Ella es fuerte.
—¿Iremos al bosque encantado?
—¿Quieres hacerlo?
—No quiero estar aquí cuando ella despierte.
No volví al hospital ese día. Ni al siguiente. A primera hora en la mañana, nuestra familia, acompañada de otras veinte personas, usamos una habichuela mágica para ir al Bosque Encantado. Nadie esperaba lo que encontramos allí.
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REGINA
La primera vez que desperté, una mujer, con el cabello rubio desordenado, estaba conmigo, sus ojos verdes me miraron, pero no dijo nada.
No sé cuánto tiempo pasó desde la última vez que la vi, pero yo estaba despierta y ella no estaba conmigo.
Todo me costaba demasiado. No podía hablar; incluso dolía mover mis dedos. Mi único consuelo fue sentir mi cabeza estallar en llamas y desvanecerme después de eso.
Había una enfermera, no puedo recordar su nombre, pero sé que me lo dijo. No era amable conmigo, y el médico que la acompañaba…
—Yo… —lo conozco, no podía decirlo, mi lengua se sentía pesada, pero me parecía muy familiar.
Puso una luz en mis ojos, examinó mis pies y mi cuello. Mi cabeza dolía otra vez, hacía difícil poder concentrarme en lo que ellos estaban diciendo. La enfermera pinchó mi mano, tenía algo conectado, y otras cosas que también estaban conectadas en mi pecho. Me sentía tan confusa, era como si pensar doliera, y mi cuerpo se sentía muy pesado… Cables, esa era la palabra. Había muchos cables.
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Mi nombre era Regina. Regina Mills.
—¿Cómo te sientes, Regina? —él era amable, pelirrojo, y no era la primera vez que lo veía—. Me dijeron que estabas mejor. Quieren enviarte a casa, pero me gustaría saber cómo te sientes.
—Bien.
—¿Te sientes bien?
—Quiero… —tenía que ordenar mis pensamientos primero para poder recordar la palabra que quería decir—, ir a casa.
—Creo que deberías quedarte unos días más.
—No.
No quería seguir allí. Era horrible. Nadie era amable conmigo, quizá eso significaba que no me gustaban los doctores y las enfermeras. Quería ir a casa, sabía que tenía una, aunque no lograba recordarla.
Tuve que esperar, no sé cuántos días, era confuso cada vez que me despertaba, casi como si lo hiciera por primera vez, pero los doctores insistían en que no podía quedarme más tiempo en el hospital.
—Es una silla de ruedas —simplemente lo sabía, me sentaron en ella y se sentía bien porque no tuve que esforzarme por recordarla.
—El cerebro es muy complicado. ¿Recuerdas mi nombre?
—No.
—Es Archie.
Archie. Archie. Su nombre es Archie, es pelirrojo, amable, le gusta preguntarme cómo estoy, y va a llevarme a casa, pero no a mi casa, hubo un problema y no puedo quedarme allí, así que iré a su casa.
—¿Somos novios?
—No. Solía ser tu doctor. Somos amigos.
Acomodó sus almohadas debajo de mi cabeza, y las mantas sobre mis piernas. Él iba a dejarme tener su cama, pero no era mi novio, éramos amigos.
—Necesitas descansar, mientras más lo hagas mejor te sentirás. Si te duele la cabeza solo tienes que decírmelo ¿ok? —Mi cabeza siempre duele, unas veces más que otras—. Conseguiré a alguien que nos ayude con tus ejercicios. Es muy importante que comencemos con tu rehabilitación, hará que todo deje de doler.
No conseguimos a nadie, vivíamos en un pueblo pequeño y no teníamos esa clase de personas, no recuerdo la palabra que él usó, pero siguió insistiendo hasta que una de sus amigas aceptó ayudarnos.
—No lo hago por ti. No somos amigas. Archie y yo hicimos un trato —fue lo que me dijo el primer día que la conocí, y no lo olvidé.
Ella me ayudó con mis ejercicios, los veíamos en una pantalla y luego los hacíamos. Archie consiguió muchos videos, siempre encontraba uno nuevo, y a ella le emocionaba probarlos mucho más que a mí. Después de tres días comencé a sentirme mucho mejor.
—¿Recuerdas lo que pasó?
—No somos amigas. No tengo que contestar.
—Tienes razón, no lo somos. Pero deberías ser más amable conmigo, mi abuela es quien prepara la comida que comes, y tú no eres nuestra persona favorita.
Ella no me agradaba, pero Archie decía que no teníamos más opciones, así que debía portarme bien. Solía tratarme como si fuera una niña. Era una mujer, me había visto en un espejo, y había visto mi licencia de conducir, tenía treinta y dos años. Su amiga decía que era muy extraño verme sin maquillaje y sin mi ropa habitual; siempre me pregunta si usaba magia para mantenerme joven; era una persona extraña.
—¿Por qué no le agrado? —le pregunté a Archie después de terminar nuestros ejercicios de memoria.
—No te preocupes por ella. Hoy fue su último día.
—¿Por qué?
—Han pasado dos semanas, nuestro trato terminó. Estás lista para usar las muletas.
—Prefiero la silla de ruedas.
—No. Necesitas usar las muletas porque de lo contrario todos los avances habrán sido en vano.
—Podré salir a la calle.
—Es pronto para eso. Lo hablaremos cuando dejes de necesitar las muletas.
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A Archie no le gustaba contarme nada sobre mí. Decía que era importante no interferir con mi memoria, que mi mente solo estaba enredada y debía ser muy paciente para lograr ponerla en orden. Los recuerdos eran muy confusos, y no me gustaba pensar demasiado en ellos, mi cabeza siempre dolía cuando lo hacía, pero al menos me ayudaron a entender por qué esa chica me preguntaba si usaba magia. Recordar se volvió cada vez más difícil, incluso las pequeñas cosas como que Archie solía ser un grillo.
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Me costó veinte días dejar de usar las muletas. Pongo y yo decidimos que estaba bien salir sin decirle nada a Archie.
Bajar las escaleras fue todo un reto, pero fue aún peor sostener la correa de Pongo.
Llevábamos unas cuantas cuadras lejos de casa cuando me empezó a costar respirar, casi no había podido fijarme en los lugares a mi alrededor, o en las pocas personas que nos encontramos al pasar. Un hombre caminó directo hacia mí y chocó mi hombro; perdí mi agarre en la correa de Pongo al caer al suelo, pero él no se fue de mi lado.
—¡Maldita bruja, no vuelvas a cruzarte en mi camino!
Pongo gruñó hasta que el tipo desapareció al final de la cuadra. No supe qué decir, tenía demasiados problemas al darme cuenta que no podía levantarme del piso.
—Espera. Puedo hacerlo —Pongo empujó su nariz contra mí, quizá intentaba ayudarme, a diferencia de las personas que pasaron a mi alrededor, en su mayoría burlándose.
Tuve que calmarme, respirar profundo, y tras varios intentos logré ponerme de pie. Contuve las lágrimas y la sensación de ansiedad lo mejor que pude. Al menos estaba de pie y Pongo no me había abandonado. Sujeté la correa con fuerza, porque comprendí que Archie parecía ser la única persona a la que le agradaba, y no podía darme el lujo de perderlo por dejar huir a su perro.
—¡Hey! ¡Tú! —Un hombre extraño gritó a lo lejos.
—Vamos… Pongo, vamos.
Estaba aterrada. Me sostuve de las paredes lo mejor que pude, caminando torpemente para alejarme de ese sujeto, pero no lo conseguí. Su mano sujetó mi abrigo por la espalda y me empujó contra la pared.
—He estado esperando por ti, maldita bruja. Lo que hizo ese tipo no es nada con lo que haremos contigo.
Empujó mi cabeza contra la pared. Toqué mi frente, creo que tenía sangre, me dolía muchísimo la cabeza, pero mis manos temblaban y mis ojos no lograban enfocarse del todo. No pude sostener la correa por más tiempo; Pongo no dejaba de ladrar y gruñir, y al girar un poco vi que era a ese hombre a quién le ladraba. No lo reconocí.
—Hace mucho que deberían haberte matado.
Él sacó un arma. Iba a dispararme.
Vi a la amiga de Archie, corriendo hacia mí, y de pronto era un lobo. Se lanzó sobre ese hombre y el arma cayó al piso.
—¡Regina! ¿Estás bien? ¿Estás bien? —Era una mujer otra vez.
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Archie curó mi frente y me dio un vaso de agua con unas gotas que me ayudaban cuando no podía dormir, me las dio porque me temblaban las manos y no podía dejar de llorar. No recuerdo cómo llegamos a casa. No sabía si estábamos en la sala o en la habitación. Una señora puso una manta sobre mis hombros y me dijo que tenía que calmarme, que respirara profundo.
—Eres una Reina ¿recuerdas? Las Reinas Malvadas no lloran así. Cálmate niña. No ha pasado nada.
Debo haberme quedado dormida, o quizá cerré los ojos solo por unos segundos. Todo volvía a ser confuso. Escuché gritos, y el ladrido de Pongo.
—¡Entrégala, grillo! ¡Esa perra debe ser quemada en la hoguera!
Mi corazón estaba latiendo muy rápido otra vez. Sostuve mi mano, tirando de la pulsera que llevaba en mi muñeca y que a pesar de todos mis intentos no podía quitármela.
Soy la Reina Malvada. Yo los traje a Storybrooke. Yo… la maldición está rota.
—Debemos salir de aquí —dijo Ruby, corriendo hacia mí—. Ponte los zapatos.
—No. No voy a ir.
Retrocedí, alejándome de ella. No iba a dejar que me maten.
—No tenemos tiempo, la gente va a animarse y salir a hacer una barbacoa. Es más seguro si te quedas con nosotras. Nadie va a enfrentarse a mi abuela.
Tuve que ir con ellas.
Archie y Pongo vinieron con nosotras. Archie se quedó en el sofá y a mí me dieron la habitación de Ruby. No me opuse, solo quería acostarme y dormir. Pongo se quedó conmigo, a los pies de la cama.
El dolor de cabeza fue mucho más fuerte en la mañana; y por primera vez, cuando desperté, pude recordar el sueño que tuve.
—Tengo un hijo ¿no es así?
—¿Qué recuerdas? —preguntó Archie.
—No creo que importe.
No limpié las lágrimas de mis mejillas. Lloré, por Daniel, por mis padres, por el niño que recordaba odiándome y no queriendo ser mi hijo.
Muchas personas vinieron por mí al final del día, decidieron encerrarme en una habitación en el hospital… en psiquiatría.
—No quiero ir allí, Archie. Ayúdame, por favor.
—Voy a ayudarte, Regina. Lo prometo.
—Por favor…
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Grité lo más fuerte que pude. Intenté luchar, pero ellos me sujetaron y me llevaron hasta la habitación donde pasaría el resto de mi vida. Probé mi propia sangre cuando golpearon mi rostro, no pude evitar que me dieran una segunda cachetada; mis piernas no eran lo suficientemente estables para sostenerme, y ese doctor, el hombre que me hizo creer que podía revivir a Daniel, me agarró del cabello obligándome a mirarlo.
—Ese estúpido grillo no va a sacarte de aquí. Nadie lo hará. Tu propio hijo prefirió irse porque te detesta. Voy a encargarme personalmente que tu vida sea un infierno.
Me empujó contra el suelo y pateó mi estómago. Me hubiese gustado dejar de respirar en ese momento, pero no lo hice. Una enfermera me arrancó la arropa, y se fue dejándome en ropa interior, se llevó hasta mis medias, y yo me quedé tirada en el suelo, completamente segura de que nunca saldría de allí.
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EMMA
Henry galopaba mejor que yo. Su yegua de color marrón iba varios metros por delante de mí, pero los dos seguíamos siendo muy torpes aún. Solo debíamos resistir un poco más y lo lograríamos. El sol acaba de salir, indicando que nuestro tiempo se agotaba.
—¡Es aquí, Emma! ¡Es aquí!
Tropecé al bajarme del caballo, pero eso no me importó, saqué la brújula dorada que llevaba en mi chaqueta. Henry corrió hacia mí, ayudándome a ponerme de pie.
—Date prisa, ma.
—Lo tengo, chico. Lo tengo.
Saqué la habichuela mágica que había robado la noche anterior. Henry y yo sonreímos, habíamos pensado que nunca lo lograríamos, pero iríamos a casa, volveríamos a ver a Regina.
—No me sueltes la mano ¿ok?
—No lo haré.
—Y piensa en casa.
—En mamá. Voy a pensar en ella todo el tiempo.
Lancé la habichuela mágica al Lago Nostos. Un remolino se formó en el agua, abriendo nuestro portal; ni Henry ni yo dudamos en saltar.
Haber ido al Bosque Encantado fue un error, lo supimos desde el momento en que llegamos. El lugar estaba devastado, repleto de ogros; pequeños pueblos estaban habitados mayormente por delincuentes, ninguno de ellos quería rendirse a los pies de sus antiguos reyes. Debíamos cuidar cada paso que dábamos, y cazar nuestra propia comida. Henry y yo creímos que eso los haría desistir, no era un buen lugar para nadie, lo sensato habría sido volver de inmediato, pero no fue así. Mis padres habían planeado ese viaje a la perfección, desde el mismo día en que la maldición se había roto.
Henry se emocionó al ver a las hadas restaurar el castillo en el que viviríamos, fue una verdadera función de fuegos artificiales, una nube de magia y todo estaba como nuevo. Restaurarían el Bosque Encantado un paso a la vez, y su reinado continuaría.
—No vamos a regresar, Emma. Este es nuestro hogar.
Eso fue lo que mis padres me dijeron, y nada los haría cambiar de opinión. Se habían convertido en personas totalmente diferentes para mí, con una agenda que yo no estaba dispuesta a cumplir. Desde el inicio todo estuvo destinado a fracasar.
Me llevó un día completo explorando el castillo, pero descubrí la que había sido la habitación de Regina, lo supe porque cuando pedí quedarme allí, mis padres se opusieron.
¿Por qué quería quedarme en su habitación? ¿Por qué pensaba cada segundo de cada día solo en ella?
¿Cómo había sido capaz de dejarla atrás?
Ella estaba bien, era la mujer más fuerte que conocía. Era lo que me repetía cada noche, y cada mañana; saberlo se convirtió en mi secreta motivación para aprender magia.
—¿Emma?
—¿Sí?
—Regina… ella… ella está bien ¿cierto?
—Sí, chico. Tú mamá está bien.
—¿Puedo dormir contigo esta noche? Todavía no me acostumbro al castillo.
—Claro que sí.
Los dos nos adueñamos de la antigua habitación de Regina, no sabíamos por qué, pero nos hacía sentir mucho mejor estar allí, nos hacía sentir menos solos.
—¿Emma?
—¿Sí?
—Creo que quiero volver a casa.
—Yo también.
Me había enamorado de ella, de la mujer que me sacaba de quicio y sabía atraerme como una abeja a una rara flor, en algún momento entre todas nuestras peleas, y me había dado cuenta demasiado tarde. No podía llorar delante de Henry, no cuando tenía que calmarlo y consolarlo hasta que dejara de llorar. Solo nos bastó unos días para darnos cuenta que habíamos cometido un grave error, y no sabíamos cómo remediarlo.
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La casa estaba vacía, fue el primer lugar dónde la buscamos y ella no estaba ahí. El jardín estaba descuidado y la casa llena de polvo. Tuvimos que correr hasta el restaurante de la abuela, necesitábamos respuestas, y Ruby estuvo dispuesta a dárnoslas.
—Hace tres meses la encerraron en el hospital. Ni siquiera hemos podida verla.
Mi mundo se desmoronó. Yo había hecho eso. La dejé, indefensa, sin ni siquiera asegurarme que estaría bien.
—Emma. Ella no era la misma. Los daños que Greg le causó, apenas se estaba recuperando.
Sin importar lo mucho que Henry suplicó por ir conmigo, tuvo que entender que no podía hacerlo. Lo dejé con Ruby y me dirigí al hospital, no sin antes recoger mi arma. Todo aquél que se interpuso en mi camino terminó en el suelo. No sabía usar muy bien mi magia, pero entre eso, mis puños y mi arma apuntando a sus cabezas, tenía suficiente ventaja, y mi título de salvador parecía seguir funcionando. Esa fue la parte fácil.
Lo difícil fue abrir la puerta de esa habitación en el sótano del hospital y volver a ver a Regina.
Era como un pequeño animalito herido, arrimada en un rincón, cubriéndose el rostro con los brazos. Estaba sucia, vistiendo una bata de hospital rota. Delgada, con moretones visibles en sus brazos y piernas, y comenzó a temblar cuando me acerqué.
—Regina… soy yo… Emma.
—¡No me toques! —apartó mi mano lejos de ella.
—Voy a sacarte de aquí ¿ok?
—No.
—No te haré daño, lo prometo —las lágrimas resbalaron por mis mejillas—. Nadie más volverá a hacerte daño. Nunca más.
Ella no se movió, siguió escondiendo su rostro de mí, pero podía escuchar gente acercándose, teníamos que salir cuanto antes.
—Sé que me fui… y lo siento. No me va a alcanzar la vida para compensártelo, pero tengo que sacarte de aquí. Déjame sacarte de aquí, por favor.
Bajó las manos y pude ver sus ojos otra vez, su rostro estaba sucio, y tenía un gran moretón en la mejilla.
—Eres tú.
—Sí. Soy yo… —sonreí entre lágrimas.
—La mujer que vi cuando desperté. Eres real.
Ella no sabía quién era yo.
Ignoré mi corazón rompiéndose, y me conformé con aceptar la poca confianza que ella estaba dándome.
Me quité la chaqueta y se la puse. Ella tomó mi mano y me dejó ayudarla a levantarse, no podía mantenerse en pie por sí sola. La sostuve tomándola de la cintura, casi cargándola un poco para poder avanzar más rápido; se sentía tan pequeña en mis brazos. Nadie hizo nada por detenernos, se quedaron estáticos viéndonos marchar. Regina nunca levantó la cabeza, se arrimó a mí, apretando la tela de mi camiseta, permitiéndose llorar únicamente cuando estuvimos fuera del hospital.
Archie, Ruby, la abuela, y Henry, estaban esperándonos fuera. Henry corrió hacia nosotros, envolviéndonos en un abrazo.
Sus manos me soltaron, sus ojos no se fijaron en mí o en Henry. Fue a Archie a quien abrazó, fue en sus brazos donde lloró desconsoladamente; él había sido la única persona que la había ayudado.
—Gracias —dijo cuando logró calmarse lo suficiente, sin ninguna sonrisa, sin el brillo en sus ojos que tanto extrañé.
La llevamos a su casa, la abuela la ayudó a bañarse, y cuando tuvo su pijama puesta no tardó en quedarse dormida. Henry y yo, no nos apartamos de su lado, porque cuando ella despertara íbamos a estar allí para demostrarle que la amábamos.
