Los cascos del caballo chocaban contra es suelo incansablemente, el viento le daba en la cara, y el paisaje se desdibujaba a su alrededor. Gandalf el Gris galopaba hacia Isengard a toda velocidad, pues necesitaba hablar con Saruman sobre lo que acababa de comprobar tras su última visita a la Comarca.
En realidad hacía tiempo que lo sospechaba, pero ahora no cabía duda: el anillo que Bilbo le había dejado en herencia a su sobrino Frodo, era el mismo que muchos años atrás, Sauron había forjado en los Montes del Destino.
Pronto la gran torre apareció ante su vista, y en la entrada pudo divisar al gran mago blanco, aguardando para recibirlo.
Gandalf descendió de su montura y, tras un breve saludo, comenzó a explicarle al hechicero lo qué había averiguado.
Su interlocutor permaneció un momento en silencio, asimilando la insólita información, antes de dirigirse de nuevo hacia Gandalf
—¿Estás seguro de eso? —preguntó Saruman por fin
—Sin duda alguna, todos estos largos años ha estado en la Comarca, delante de mis narices.
—Y no tuviste ojos para verlo. Tu pasión por la hierba de los medianos sin duda ha enturbiado tu mente —se burló Saruman
—Aún hay tiempo, el suficiente para combatir a Sauron si actuamos con presteza.
—¿Cómo? ¿Cuánto tiempo crees que tenemos? Sauron ha recuperado gran parte de su fuerza perdida. Confinado en su fortaleza el señor de Mordor, lo ve todo. Está atrayendo todo el mal hacia él, muy pronto habrá reclutado un ejército suficiente para atacar la Tierra Media.
—Y tú lo sabes… ¿cómo?
—Lo he visto —sentenció Saruman.
A continuación, condujo a Gandalf al interior de la torre, guiándolo a través de las majestuosas salas, hasta hacerlo pasar a la biblioteca, donde una pequeña esfera situada sobre un pedestal de piedra, acaparó toda la atención del visitante.
—¡Un palantir! —exclamó— Es un arma peligrosa
—¿Por qué hemos de temer usarlo? —replicó Saruman en tono cadencioso
—No sabemos quién más podría estar mirando —Gandalf comenzaba a inquietarse con la actitud de su amigo y compañero.
El mago blanco se aproximó al palantir
—La hora está más avanzada de lo que piensas, las tropas de Sauron han emprendido ya la marcha. Los nueve han partido de Minas Morgull.
—¿Los nueve? —intervino Gandalf, con un deje de sorpresa
—Vestidos de jinetes negros, pronto alcanzarán la Comarca —continuó hablando Saruman— encontrarán el anillo y destruirán a su portador —Una sonrisa perniciosa se dibujó en su rostro
Las palabras del istar penetraron como cuchillas afiladas en los oídos del gris
—¡No! —un grito escapó irremediablemente de su garganta.
Se dirigió hacia la salida de la torre, dispuesto a alejarse cuanto antes de ese loco, que hasta hace poco había tomado por amigo. Sin embargo, con un gesto de Saruman, todas las puertas se cerraron, negándole cualquier posibilidad de huida.
—No creerás en serio que un hobbit puede torcer la voluntad de Sauron —se burló el mago blanco— nadie puede hacerlo. Contra el poder de Mordor nadie puede vencer. Debemos unirnos a él, Gandalf, sería lo más sabio, amigo mío.
—Dime, amigo, ¿cuándo abandonó Saruman el sabio, la razón por la locura? —El gris alzó su vara para atacar a su antiguo compañero. Debía abandonar esa torre y dar la noticia de la traición del mago blanco
Ambos se enzarzaron en un aciago duelo mágico, del que Saruman logró salir vencedor, dejando a Gandalf completamente acorralado.
—Te he dado la oportunidad de ayudarme libremente —el mago blanco se acercó a Gandalf apuntándole con su vara—, pero tú has elegido la senda del dolor. Esta vez no hay victoria posible, el anillo no es la única arma con la que cuenta el señor oscuro.
—¿Cómo?, ¿qué significa eso Saruman?
—Sí Gandalf, Sauron cuenta con otra arma incluso más poderosa que el anillo. Nadie puede evitar lo que se avecina, pues muy pocos conocen su verdadera naturaleza. Solo podemos rendirnos a su poder.
Con estas palabras Saruman lanzó a Gandalf por los aires, dejándolo inconsciente y atrapado en la cima de su torre.
Tras comprobar que su prisionero no podría escapar, el mago blanco se encaminó hacia el centro de la sala, donde estaba situado su preciado palantir, sin embargo, lo interrumpió el sonido producido por unos nudillos golpeando la madera de la puerta.
—Pasa, Yerkan —dijo, sin tan siquiera molestarse en girarse para comprobar la identidad de su visitante.
—Ya está todo dispuesto —informó un joven muchacho, al tiempo que se quitaba el yelmo, dejando que su pelo castaño claro se revolviera con el movimiento, a pesar de llevarlo bastante corto— El barco pronto llegará, y ya he enviado a varios hombres a recogerla.
—Excelente.
Yerkan miró a su alrededor, reparando en el estropicio provocado por la pelea que ambos magos acababan de disputar.
—Supongo que Gandalf ha estado aquí —dijo el muchacho— Deberías haber dejado que yo me encargara —una sonrisa fría se dibujó en su rostro.
Saruman observó a su aprendiz. Ya no era el niño que había acogido veinte años atrás. Se había convertido en un hombre aguerrido que no temía enfrentarse a cualquiera que se interpusiera en su camino, no había más que apreciar la fría luz que emanaban sus ojos grises.
—Tranquilo, Yerkan, por el momento es preferible que Gandalf siga ignorando tu existencia —miró al joven— Limitémonos a esperar que todo salga según lo planeado.
Habían pasado diez días desde que salieron de Rivendel. Los miembros de la comunidad del anillo se encontraban descansando en las lindes de un bosque donde habían montado un campamento provisional.
Sam y Frodo preparaban algo de comer, mientras Boromir intentaba enseñar a Merry y a Pippin algunas nociones sobre el manejo de la espada.
—Dos, uno, cinco. Bien —Boromir indicó a Pippin los movimientos con el arma
—Mueve los pies —avisó Aragorn observando la clase que el hombre de Gondor impartía a los medianos.
Pippin dio un paso en falso provocando que su maestro, sin querer le asestara un pequeño golpe.
—¡Lo siento!—El hombre se acercó a disculparse, siendo sorprendido por ambos hobbits, que se abalanzaron sobre él tirándolo al suelo y enzarzándose en una divertida pelea.
—Es suficiente, basta caballeros —Aragorn se aproximó para separar a los combatientes, pero los medianos lo derribaron a él también.
Mientras estos disfrutaban de su juego, Legolas se había apartado un poco del grupo, pues su agudo oído de elfo había captado el sonido de una multitud de pasos.
Acercándose a la zona de dónde provenía el ruido, pudo divisar como una partida de al menos veinte hombres de Mordor, avanzaba en su dirección.
—¡Gandalf! ¡Aragorn! —El elfo corrió a avisar a sus compañeros— Una cuadrilla de soldados del señor oscuro viene hacia aquí.
—¿Soldados de Sauron? ¿Qué harán tan lejos de Mordor? —preguntó Boromir
—No son demasiados, veinte como mucho, custodian un carruaje —respondió Legolas guiando a sus amigos a una zona desde donde podían divisar al enemigo y, a la vez permanecer fuera de su vista.
—¿Qué hacemos Gandalf? —preguntó Gimli—¿Atacamos?
—No sabemos quién o qué hay en el carruaje, puede ser peligroso —respondió el mago
—No podemos escondernos, en pocos minutos nos habrán alcanzado —aclaró Legolas
—Además ahora contamos con el factor sorpresa, ellos no saben que estamos aquí —añadió Aragorn— No podemos perder la oportunidad de desbaratar los planes de Sauron, sea lo que sea que va en ese carruaje, se ha tomado bastantes molestias para protegerlo.
—Está bien —aceptó el mago
—¡Sí! Jajaja por fin algo de acción —Pippin corrió a por su espada, seguido de Merry, pero Gandalf los interrumpió
—Los hobbits os quedáis aquí.
—¿Cómo? —inquirió Merry con un deje desilusionado— Nosotros también queremos luchar.
—Lo siento no podemos arriesgarnos a que el enemigo os vea y descubra el anillo —argumentó el mago.
—Pero yo quería poner en práctica lo qué me ha enseñado Boromir —protestó Pippin
—Lo siento, no hay más que hablar, venga escondeos.
Aunque de mala gana, los hobbits volvieron al campamento para ocultarse, mientras Gandalf, Gimli, Boromir y Legolas se preparaban para tender una emboscada a sus enemigos.
Los soldados seguían su camino ajenos a cualquier peligro, cuando una flecha impactó directamente en el pecho de uno de ellos, acabando con su vida. Aunque esto sirvió para alertarlos, no pudieron evitar que otra tanda de saetas provocase la misma suerte en otros dos hombres. A continuación un elfo, un mago, un enano y dos hombres salían de entre los árboles para combatir contra los servidores de Sauron.
A pesar de la diferencia numérica, las hábiles estocadas de Boromir y Aragorn, las certeras flechas de Legolas y el incansable hacha de Gimli, pronto pusieron la contienda a su favor.
Quedaban pocos hombres en pie cuando el montaraz se dirigió hacia el carruaje, con el objetivo de descubrir qué ocultaba. Pero un par de soldados acometieron contra él, ocasionando que se tuviera que girar y en consecuencia, descuidara su espalda durante un instante que fue aprovechado por otro hombre para salir del interior del transporte e intentar atacarlo.
Sin embargo una flecha del elfo se dirigió hacia el soldado, causando que este perdiera su oportunidad al tener que esquivarla. Pese a que la saeta se perdió en el interior del vehículo, el soldado pronto fue alcanzado por una segunda.
Aragorn que ya se había deshecho de los otros dos sirvientes de Sauron, se asomó entonces al interior del carruaje, para quedarse realmente sorprendido con lo que encontró.
Una joven se hallaba inconsciente, tendida en el suelo del transporte. Tenía una grave herida de flecha en el hombro izquierdo y la sangre manaba copiosamente, comenzando a manchar su elegante vestido. Sin perder el tiempo, el montaraz la cogió en brazos y la sacó de ahí.
—¡Gandalf! —llamó.
Al mago le bastó una rápida mirada a su compañero para comprender la naturaleza de la urgencia que teñía su voz
—Llévala al campamento —gritó, mientras terminaba con el soldado con el cual se estaba enfrentando.
El montaraz corrió hacia donde estaban los hobbits, seguido de sus amigos quienes ya habían derrotado a todos los hombres que restaban.
Con delicadeza recostó a la muchacha en una manta y se dispuso a examinar la herida.
—No está muerta —informó—, pero la herida es grave, por poco no le ha atravesado el corazón —Aragorn examinaba la lesión rodeado de sus compañeros
—¿Ella era quién estaba dentro del carruaje? —preguntó Frodo, observando a la joven.
Poseía una extraña belleza, fuera de lo habitual. Tenía los ojos algo rasgados, pero no pudo saber de qué color eran, ya que la muchacha seguía inconsciente. Alrededor de su cabeza se dispersaba la larga melena, lisa y oscura, de un tono casi completamente negro, al que la luz del sol arrancaba algún reflejo rojizo. Su esbelta figura se encontraba envuelta en un refinado vestido de matices grises claros, manga larga, y una capa más oscura completando el atuendo. El discreto escote dejaba a la vista una piel considerablemente bronceada. No había visto nunca antes una joven así, definitivamente no podía ser de ningún lugar cercano.
—Así es.
—Es muy hermosa —comentó Pippin.
—¡Pippin! —lo reprendió Merry.
—¿Qué hacía una niña escoltada por hombres de Sauron? —las palabras de Boromir exteriorizaron lo qué estaba pasando por la mente de todos en esos momentos.
—Nunca lo sabremos si no conseguimos sanar esa herida —dijo el mago, al tiempo que se sentaba al lado de su amigo para prestarle su ayuda.
—Es imposible Gandalf, no creo que sobreviva, ha perdido demasiada sangre —Aragorn seguía intentando detener la hemorragia
—Entonces tendremos que usar algo de magia —colocó ambas manos sobre el lugar donde estaba la herida y comenzó a murmurar un hechizo curativo, una suave luz surgió de ellas pero desapareció tan rápido como se había manifestado.
El rostro del mago adquirió una expresión de perplejidad
—¿Qué ocurre? —Aragorn se dio cuenta de que algo no iba bien
—No funciona —Gandalf volvió a intentarlo un par de veces más, obteniendo exactamente el mismo resultado—. No entiendo que pasa, es como si rechazara mi magia.
—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó el enano
—Solo podemos esperar y confiar en que sobreviva. Esta noche acamparemos aquí y mañana tomaremos una decisión —ordenó el mago.
Mientras los hobbits, Boromir y Gimli se preparaban para descansar, Aragorn terminaba de vendarle la herida a la joven con la ayuda de Gandalf.
—Fue mi flecha —Legolas se acercó a sus compañeros
—¿Cómo? —preguntó el montaraz
—Cuando le disparé al hombre que salió del carruaje, él esquivó la flecha, y esta acabó en el interior —explicó
—No debes sentirte culpable —Aragorn se acercó al elfo y le puso una mano en el hombro—, ha sido un accidente
El elfo respondió con una inclinación de cabeza.
—De todos modos, Aragorn, no podemos bajar la guardia —Legolas miró un momento a la joven, que seguía inconsciente—. No le deseo esto a ninguna doncella, pero por muy inocente que parezca ahora, no puede venir nada bueno de aquellos que apoyan a Sauron.
—Puede que sólo fuera una víctima, quizás todo esto se trataba de un secuestro —argumentó Aragorn, mirando a la joven. A sus ojos, no parecía una aliada del señor de Mordor.
—Dudo mucho que el señor oscuro se tome tantas molestias para secuestrar a una muchacha —respondió Legolas—¿Tú qué opinas Gandalf?
El mago miró a sus compañeros sopesando ambos argumentos, no creía que la chica fuera peligrosa, pero no podía ignorar lo extraño que había sido el hecho de que rechazara su magia. Pocas veces le había pasado eso, y aunque podría tratarse de una mera casualidad los instintos de un elfo rara vez fallaban.
—Solo sé que no saldremos de dudas hasta que podamos hablar con ella. Deberíamos descansar
—Está bien, yo haré la primera guardia —dijo el elfo.
Sus amigos aceptaron y se retiraron a dormir, mientras él se sentaba en una roca cercana, desde donde tenía una mayor visibilidad de la periferia. Se dispuso a revisar sus flechas, pero su mente pronto volvió a centrarse en la joven. Se sentía culpable, pues al fin y al cabo había sido él quién le había disparado, pero había algo en ella que no acababa de encajar, apenas había sido durante un segundo, pero cuando el mago trató de utilizar la magia, sintió una especie de vacío en su corazón, como si algo muy oscuro se cerniera sobre él. Sabía que los elfos eran más sensibles que cualquier otra especie a este tipo de presentimientos, pero quizá en este caso sus sentidos se equivocaban.
Un chasquido lo sacó de sus pensamientos, se levantó y se dirigió al lugar de donde provenía, para ver con sorpresa, como la chica, que minutos antes estaba al borde de la muerte, se dirigía corriendo hacia el interior de la arboleda.
—¡Gandalf! ¡Aragorn! —se apresuró a despertar a sus amigos
—¿Qué ocurre? —el mago se restregó los ojos, somnoliento.
—La joven ha huido hacia el bosque —informó el elfo
—¿Qué? ¿Cómo? ¡No es posible!
—Voy a buscarla. —Sin más dilación se adentró en la espesura mientras sus compañeros despertaban a los demás y se disponían a seguirle.
