Acababa de sonar el timbre que indicaba el término de las clases, pero él no pareció darse cuenta de ello: dormía profundamente con la cabeza escondida entre los brazos. Ella se le acercó cuando el resto de los alumnos habían ya abandonado el salón de clases. Podía escuchar los suaves ronquidos del muchacho. Claramente estaba fatigado debido al partido del día anterior.

Ella cerró los ojos por un momento, recordando su notable actuación. El director Anzai había organizado un partido de práctica con un Instituto cercano cuyo fuerte eran las canastas de tres puntos. Les había hecho pasar un mal momento tomando la ventaja, pero él había conseguido revertir la situación con varios robos y contraataques rápidos, consiguiendo así la victoria de Shohoku.

Eres muy fuerte, pensó ella con una amplia sonrisa dibujada en su rostro. Viéndolo ahí, tan tranquila y apaciblemente dormido, era difícil imaginarse lo tenaz que era y la energía que poseía.

La chica miró la hora en su pequeño reloj de pulsera y se enderezó. Enseguida golpeó suavemente la cabeza del muchacho con un abanico de papel (sacado misteriosamente de la nada) y dijo con voz enérgica:

—Hey, Ryota. Se hace tarde, debemos ir a la práctica.

El cuerpo del chico se estremeció ligeramente, y entonces alzó perezosamente la cabeza.

—¿Eh? —murmuró aún dormido, comenzando a rascarse la cabeza. Recorrió con la mirada el salón de clases, notando en ese momento que se encontraban solos—. ¿Qué sucede, Ayako?

—Las clases ya terminaron, ¿hasta cuándo piensas dormir? —le regañó cariñosamente ella, arqueando una ceja.

—¡Es verdad! —exclamó él, poniéndose de pie de un salto. Como era de esperarse, ya había recuperado sus energías a lo largo de la clase y ahora se sentía como nuevo.

Ayako sonrió, llevándose el abanico al hombro. Ése es el espíritu, pensó satisfecha. Le encantaba ver a Ryota emanar tanta energía, tal como lo hacía en ese preciso momento. Comenzó a caminar.

—Oye, Ayako —la llamó Ryota. La chica se dio vuelta, encontrándose con los labios del moreno, que hicieron presión sobre los suyos.

—Ryota... —murmuró ella desconcertada, cuando él dio un pequeño paso hacia atrás.

El chico la miraba con seria expresión, mientras sus mejillas comenzaban a ponerse coloradas. Un tic en su ceja delató su nerviosismo. Cuando habló, su voz sonó más fuerte de lo normal.

—Ayako, ¡tú sabes que me gustas mucho!

Ryota estaba erguido frente a ella, y a cada segundo que pasaba se ponía más rojo y sudoroso. Ella lo miró por un momento, alzando las cejas en señal de sorpresa. Tenía frente a ella una persona brillante en el juego, pero definitivamente torpe en el amor.

—Ay, Ryota, ¡pero mira qué cosas dices! —exclamó Ayako repentinamente con una amplia sonrisa en su rostro, propinando frenéticos golpes en la cabeza del chico con su abanico de papel—. Debemos apurarnos o el capitán Akagi nos regañará.

—Ayako —murmuró él, tratando de cubrirse la cabeza con las manos. A la vista podía parecer una chica frágil y delicada, pero en cuanto el abanico aparecía en sus manos una fuerza descomunal se apoderaba de ella.

La chica sonrió animada, dirigiéndose a la salida del salón sin prestar atención a la mirada desconcertada de Ryota. Cuando llegó al umbral de la puerta, giró sobre sus talones y contempló al muchacho, que seguía inmóvil dirigiéndole una expectante mirada.

—Y quién sabe —dijo ella, dirigiéndole una mirada cómplice—. Tal vez continuemos con la plática luego del entrenamiento.

Ayako le guiñó el ojo con picardía y luego se marchó.

Ryota seguía rígido, mientras escuchaba los pasos de la chica alejándose del salón mientras comenzaba a tararear una canción. Podía oír su corazón latiendo a mil por hora. ¿Acaso...?

El basquetbolista levantó la mirada, mientras gruesas lágrimas de alegría comenzaban a brotar involuntariamente de sus ojos.

¿Acaso sus plegarias habían sido por fin escuchadas?