EL ELEGIDO

En noches como esta me apetece, simplemente, llorar. Sentir como las lágrimas inundan mis ojos y al parpadear notar como una explosión salina humedece mi rostro y recorre mis labios desde sus comisuras hacia el centro; parecido a una pequeña grieta abierta en un dique. Al principio es solo eso, una pequeña grieta, pero poco a poco se convierte en un profundo agujero que nunca logra cerrarse por completo y siempre quedan fugas.

Y es que necesito saber que, aunque la lucha continua, tú sigues estando a mi lado. Te apoyo y, ¿qué recibo a cambio? Soledad… Esa que me acompaña en noches como esta. Y volvemos al principio. Llorar no me calma. Ya no. Antes cuando aún me creía una niña, cuando aún tenía deseos por cumplir y esperanzas en que todo saldría bien, llorar ayudaba, aunque solo fuera una triste salida del mundo real, aunque fuese una niñería, me sentía mejor. O eso quería pensar.

Sin ti la fe ya no mueve montañas; las esperanzas son días, meses, que se agotan; árboles que no dan fruto. Nada.

¿Y mis sonrisas? ¿Por qué te las llevaste contigo? ¿No te bastaba con mi corazón? ¿No tenías suficiente con el ardor en mi pecho, ese dolor ausente que todavía noto donde ahora ya no queda nada?

Y eras tú el que salvaría al mundo, ese al que todos llaman "El Elegido", aquel que se cubriría de glorias y al que llamarían héroe. Y yo me lo creí. Ilusa de mí… Quien iba a decir que estaría lamentando el haber sido domadora de leones.

Rojo y dorado… Verde y plateado… Sobre ti no tienen diferencia.

Y tú te haces llamar el "Gran Harry Potter", "El niño que vivió". Pues sigue impartiendo justicia. Ya no queda nada que lamentar, porque ya no queda nada.

En noches como esta me apetece, simplemente, llorar…