Disclaimer: Los personajes son, y siempre serán, de Stephanie Meyer

Este fic participa del Reto "Títulos de viñetas" del foro "Sol de medianoche".


El breve flash blanquizco de la cámara iluminó el rostro de Carlisle sesgando su vista por dos segundos y dejando su figura tenuemente grabada en la película.

Hay muchos balcones observándose entre sí desde la ventana de Esme. Palomas perezosas se detienen sobre los ventanales y espulgan sus plumas. Afuera hace calor, pero unas nubes oscuras y embarazadas amenazan con romper fuente sobre la ciudad.

El departamento de la fotógrafa inglesa de ojos claros estaba revestido por imágenes aquí y allí, retratos de personas a las cuales Carlisle no conocía.

Era extenso, muy vasto, pareciese que esos dos pisos de condominio no le eran suficientes para su arte. Lo usaba como un estudio, su casa era su estudio y aparentemente vivía sola. Se acostumbró a los amantes ocasionales, a posponer los embarazos y a pagar con su soledad el precio de la libertad.

Carlisle era un joven alto y particularmente agraciado. Aun así tenía lo que suele llamarse una planta de caballero y una hermosa cabeza… la cabeza de un hombre de letras, o un estudiante, o tal vez un filósofo escondido. Como de hecho era. A Esme le llamó la atención cuando le vio en el parque, y le invitó a su casa para sacarle unas fotos. Su perfil se dibujaba con una especie de suave vigor, sintiéndose así inspirada, pues, llevaba días sin sacar una fotografía para la exposición del año entrante.

—Bien, —ya desencorvada, llevó detrás de su oreja esos bucles rebeldes que se desganchaban de su moño—, voy a cambiar la película ¿te queda tiempo?

Él la observaba desde el banquillo con una mirada enigmática y sería, con la columna recta y el mentón apuntando hacia arriba.

—Hmmhmm.

Ella se dio la vuelta y Carlisle fue testigo de su silueta, era una muchacha bastante guapa sin lugar a dudas.

—¿Puedo fumar? —preguntó, levantándose de su banca y cogiendo su chaleco.

—Si te urge… —Esme regresó al trípode y abrió el compartimiento del rollo de su cámara.

—Realmente no.

—Entonces no —murmuró concentrada. El contador volvió automáticamente a cero. Colocó el rollo y extendió el film.

Derrotado, Carlisle dejó de nuevo la chaqueta en su sitio y se sentó en la banca, afincó sus pies en las barandillas y la contempló curvando los labios en una media sonrisa de curiosidad.

El rostro de ella parecía haber sido retocado aquí y allá por una mano delicada. Tenía una expresión peculiar, una mirada que no sabía cómo describir más que como una especie de inteligencia inocente, el juicio de un serafín distraído.

Atesoraba un toque sutil de amabilidad en el rostro ̶ si se puede agregar‒ esa amabilidad con la que se la hallaba mirando, flaqueza, mientras le comentaba con palabras puntuales lo mucho que le agradó su libro. Carlisle pareció sorprendido y alagado por aquella bella mujer. Esquivando un pormenor significativo; que no había sido publicado aún.

—Tu editor me envió el manuscrito y lo leí anoche… —sonrió Esme con sutileza y pudo acertar lo que en la mente del aquel hombre se manifestaba, exhibiendo socarronamente las perlas de su boca, y después de sustentar una tenue mirada con él; agregó un:— no pegué ojo hasta las cuatro. —Encajó el disparador portátil y le sacó otra foto a su fascinante expresión—¿Tú heroína es de alguien que conoces?

—Sí —Carlisle parpadeó— su nombre es Alice.

—¿Y qué opina de que le quites su vida?

—Sólo me la presta, —respondió el aludido, acomodándose en el puesto flamante— le dediqué el libro. Está feliz.

Los labios de ella, como unos finos pétalos de rosa, le ofrecieron una aguda sonrisa, muy leve. Él se sintió estudiado por la mirada de aquella inglesa, estudiado y desnudo, ella lo estaba mirando como nunca antes nadie lo había observado.

—¿Expones? —preguntó.

—A veces. Tengo una el año entrante.

Desde la banqueta, Carlisle trasladó su atención a las fotografías de las paredes, todas estaban repletas de imágenes.

—¿De retratos?

—Así es.

—¿De quiénes?

—Extraños.

Carlisle elevó una ceja.

—¿Y qué opinan tus extraños de que robes su vida?

—La tomo prestada —Respondió ella jocosamente. Acercábase así hacía él, acomodando el cuello de su camisa azul.

—¿Soy yo un extraño?

Y cuando retornó su puesto en el trípode, le sacó unas nuevas fotografías.

—No. Eres un trabajo. —Otro flash desconcertó al escritor— Y un encogido, yérguete.

Él obedecía su pragmática, disfrutando de una manera poco convencional, engañándose en algo irrebatible.

—¿Te pareció obsceno? —preguntó.

—¿El qué?

—El libro.

Ella detuvo su trabajo, rememorando el buen sazón de las páginas.

—Me pareció… certero.

—¿Respecto a qué? —observaba él al tiempo en que Esme aprovechaba la flaqueza en su rostro.

—Al sexo y… al pamue.

—¿En qué sentido?

—Tú lo escribiste.

—Y tú lo leíste… Hasta las cuatro —añadió Carlisle, arqueando las cejas.

—No las levantes, te hace petulante.

Éstas cayeron de nuevo a su procedencia y la sonrisa iluminó su rostro ladino.

—Pero te ha gustado. —Distinguió.

—Sí, pero puedo cambiar de idea… Levántate.

Y él obedeció una vez más, metiendo sus manos en los bolsillos del pantalón.

—¿Alguna crítica?

—No me convence el título.

—¿Y se te ocurre uno mejor?

Ella vaciló.

—¿Qué tal… el acuario?

—Te gustan los acuarios. —Observó él de nuevo.

—Los peces son terapéuticos —Se defendió la fotógrafa.

—¿Mucho tiempo en ellos?

—Cuando puedo.

—Para ligar con desconocidos.

—Para fotografiar ''a'' desconocidos.

Sin perder la pupila del otro, se observaron varios segundos, en un grato momento de intimidad y un oportuno vínculo. Él pudo garantizar un deseo, una vulnerabilidad compartida, ella vio su afán, y sintió que lo conocía de toda la vida.

—Ven aquí. —sentenció Carlisle.

Y ella se acercó, sí, sorprendiendo al hombre, se acercó.

—Eres muy hermosa.

Enmudecida, rozó el rostro del escritor con la yema de los dedos.

—No suelo besar a extraños. —inquirió.

—Yo tampoco.

Él puso las manos en sus cabellos, ella rodeo su espalda.

Presionaron, subyugaron, lamieron, mordieron.

Los labios de esa inglesa, catadores de besos, fueron su perdición…

Sólo por esa noche.