-¡Meeeee alegra que te quedes esta noche!- chilló emocionado un joven rubio, bastante alocado.
-Si… Pensé que seria entretenido visitar a mi hermano de vez en cuando.- kujimaru le miró incrédulo, sabia que estaba mintiendo.
-¿Te ofrezco helado, soda, jamón, comida, helado, lechuga, mostaza, helado…?-
-Estoy bien.- silenció de pronto para no molestar.
-Bueno en ese caso… ¿Quieres jugar? Tengo juegos de miedo, de acción, de aventuras, de…-
-¡Dije que estoy bien!- lanzó algo irritado, tal pareciera que el mayor es un pequeño niño.
-Muy bien… ¿Qué quieres hacer?- se aventó sobre su cama, rebotando a propósito un par de veces.
Si que era hiperactivo.
-Bueno, no se… solo… mirar el cielo, pensar en lo que hicimos hoy, recordar cosas…- su tono fue disminuyendo a medida que continuaba hablando.
-¡Vamos afuera entonces!- lo tomó de la muñeca y lo guío deprisa hasta el patio, una vez ahí, se alojaron sobre el césped.
Uno a un lado de otro, se disponían a disfrutar de la húmeda brisa nocturna. Mathew entrecerró los ojos de par en par, estaba realmente cansado y no precisamente de soportar a Alfred, estaba cansado de tenerlo en la mente todo el día, de soñar con él, de encelarse al verlo al lado de alguien, de escuchar su alegre voz y sonreír, de sonrojarse con cada abrazo amistoso; pero mas que nada. De ocultarlo.
Y no era algo que se le pasara al día siguiente, era diario.
Y durante 10 años, lo fue.
Se giró para verlo, estaba ahí, adormilado sobre el rocío del pasto; la luz de la luna brillaba sobre su rostro dejando visible su pálida piel y su encantadora sonrisa, era realmente atractivo cuando gritoneaba ni decía disparates.
Pero… ¿Cuándo empezó a sentir eso? ¿Cuándo empezó a verlo como más que un hermano? Tenía tantas cosas en la cabeza, y aun dentro de ellas no encontraba ni la menor idea de cómo despegar su vista de aquel joven rubio; en fin, tanto tiempo siendo ignorado por todos le dio a su vista una ligereza increíble. Podría observarlo toda la noche, y el aludido ni cuenta se daría.
Sin embargo, cuando reparo en la situación en la que estaba, descubrió que estaba a centímetros de los labios de su mayor.
Esos finos labios que deseó durante tantas noches y en ese momento, tenía delante de él.
Fríos.
Delicados.
Seductores.
Bueno, su cordura no pudo hacer mucho para controlarlo. Tragó saliva y cerró los ojos en un acto de valentía, los milímetros de duda lo volvieron loco al momento de romperlos, pues aunque sea unos sencillos roses y lamidas le bastaron para probar lo que tanto tiempo estuvo buscando, y creyéndose satisfecho, se detuvo.
Abrió los ojos de par en par, solo para encontrarse con el celeste destello enfrente suyo, Alfred no estaba dormido, solo había cerrado los ojos.
El carmesí invadió al canadiense por completo, lo dejo perplejo. ¿Ahora cual seria su escusa? ¿Qué le vio algo extraño en la boca y quiso quitárselo con la lengua? Antes de poder decir algo fue llevado nuevamente al beso pero esta ves uno incidental, y debidamente, mas profundo.
El contacto directo entre ambas lenguas fue celestial, sin contar el hecho de que dos brazos lo envolvieron protectoramente, en un estrecho abrazo que se leía como ¨no te detengas.¨ La intensidad cada vez aumentaba más, pero la conciencia del menor reaccionó en un instante, y le hiso separarse bruscamente.
-Esto no esta bien… yo no quise… perdón… yo…- un dedo se interpuso a tiempo antes de que terminara.
-Shhhh, solo fue un beso, nadie lo sabrá.- sonrió comprensivo y calmado, como si el momento los hubiera pausado.
-Es que tu no entiendes Alfred.- titubeó en sus palabras. –Para mi no fue solo un beso.- su voz, como su acepción, disminuyeron. –I-I love you…-
El silenció reinó en el jardín.
