Sólo habían pasado 7 meses desde que el mundo se había ido a la mierda, pero parecía una eternidad, en esos meses, todo había cambiado, ella había cambiado de una manera que antes no hubiese creído posible. Desde que el mundo se había ido a la mierda y los muertos andaban por las calles comiéndose a los vivos, sus planteamientos de la vida y sus principios habían cambiado mucho.

Encontrar un refugio en un mundo lleno de muertos andantes que te querían devorar era una tarea bastante difícil. Encontrar alimento, agua y que no te devorasen era casi un milagro.

¿Cómo había empezado todo? Lo cierto es que poco importaba, lo que ahora importaba era sobrevivir, para qué, por qué… bueno, eso tampoco importaba. Era mejor no pensar en el futuro.

Hacía tiempo que no se encontraba con nadie, y lo prefería. Si los muertos eran peligrosos, los vivos, también. O al menos los que se había encontrado. Por tanto prefería ir sola y evitar encuentros desagradables.

Había llegado al pueblecillo huyendo de un grupo de zombis, decidió buscar un sitio relativamente seguro y parar a descansar. Machete en mano, inspeccionó varias casas, buscando comida, agua, medicamentos, o cualquier cosa que le pudiese ser útil. Tenía que encontrar algo, hacía varios días que no comía y tenía un hambre atroz, pero las casas estaban vacías, no quedaba nada para comer.

La desesperación empezó a atenazarle el cuerpo. Había registrado todo, ¿cómo era posible que no quedase nada? No había nada que hacer, con las tripas rugiendo por el hambre, se encaminó hacia el río. Allí había visto una cabaña, bastante destartalada y alejada, quizá no la hubiesen saqueado del todo y quedase algo.

Cuando llegó a la cabaña, se quedó agazapada tras unos arbustos observando, escuchando. Poco a poco se acercó. No sacó el revólver que tenia colgado del cinturón porque sabía que en caso de encontrarse con un zombi sería inútil. Había descubierto que las balas no los mataban a no ser que se apuntase a la cabeza, pero entonces el ruido atraída a otros. A falta del arco que había perdido hacía unos días huyendo de un grupo de zombis, sacó de nuevo el machete y se acercó a la cabaña lo más sigilosamente que pudo.

Se disponía a ir por la puerta de detrás, donde había la cocina, cuando oyó un crujido detrás suyo. Al girarse vio a 3 zombis que se le acercaban gruñendo y con los brazos estirados hacia ella. Sin dudarlo, le atestó un machetazo en la cabeza al que tenía más cerca y el muerto andante cayó al suelo para no volverse a levantar. Sin pensárselo y como poseída por la rabia y el miedo, empezó a cercenar extremidades y dar machetazos hasta que no quedó ningún zombi en pie. Con las rodillas aun temblando por el miedo y cubierta de sangre y barro, entro en la cocina y empezó a buscar.

Parecía que alguien ya había registrado la cocina, las puertas de los armarios estaban abiertas y las estanterías vacías. Abrió la puerta de lo que parecía una pequeña despensa, pero lo único que había era una manta y una almohada mugrienta. Se quedó de pie, mirando esa manta pensando en que alguien no muy grande había usado ese armario de refugio. Un escalofrío le recorrió la columna vertebral al imaginarse quién podía haber sido... por el tamaño del armario... ¿quizá un niño? Y si era así.. ¿que habría sido de él?.

Giró la cabeza intentando apartar esos pensamientos y continuó con la búsqueda de algo de comer. Cuando ya estaba a punto de irse, frustrada y asqueada por no haber encontrado nada, y haberse expuesto a la muerte, por el rabillo del ojo le pareció ver algo debajo de la cocina.

- Por favor, que sea una lata- se dijo con esperanza y desespero.

Se agachó y con gran alegría y alivio encontró una lata de sardinas. Fuera empezaba a anochecer.

- Por hoy suficiente – se dijo mientras se sentaba en una silla de madera que había en la cocina y abría la lata dispuesta a disfrutar de aquel banquete, que aunque pobre y exiguo, al fin y al cabo, era un banquete y se lo había ganado.