Cersei lo observó mientras se alejaba. La rabia y la impotencia reinaron en su rostro hasta que sus ojos empezaron a humedecerse. Sus facciones se suavizaron entonces. Aunque no lo quisiera reconocer su corazón estaba destrozado. Su desesperado intento para mantener a su hermano a su lado no había funcionado. ¿Cómo había podido Jaime pensar que ella sería capaz de matarlo? No lo era.

Cersei perdió la figura de su hermano, tras cruzar el umbral de la puerta. Hubiera querido llamarlo, gritar su nombre, correr tras él… pero su orgullo se lo impedía.

La mayor de los Lannister se dio la vuelta y no pudo evitar poner su mano derecho encima de sus labios para ocultar su mueca de dolor. Sus ojos se entrecerraron y empezó a sollozar. Acababa de perder a la única persona del mundo a la que había amado de verdad.

Tras aquel pensamiento, una corriente recorrió todo su cuerpo. Como si una pequeña serpiente se hubiera colado por sus venas. Esa corriente pronto llegó hasta sus ojos, de los que empezaron a brotar pequeños ríos de lágrimas.

La Montaña seguía ahí. Sin moverse. Ni siquiera había guardado su espada.

Cersei levantó la cabeza. Sus lágrimas se inclinaron hacia los lados de su rostro rodándole por las sienes hasta perderse en la raíz de su cabello. Tenía que subir a uno de los torreones para ver partir a Jaime.

Se dirigió hacia uno de los torreones más cercanos a la salida del castillo real. Recorrió a toda prisa los pasillos que la separaban de la escalinata que daba al mismo. Se apresuraba cada vez más para no perderse la marcha de su hermano hasta que empezó a correr.

La Montaña la seguía en silencio.

Cuando llegó, se apoyó en el pequeño muro que la separaba de la gran caída que tenía enfrente de ella. Trató de contener su respiración agitada y levantó la mirada. Entonces lo vio.

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Jaime se sentía profundamente decepcionado. Cersei había intentado manipularlo y lo había amenazado una vez más. Esta vez había coqueteado con la idea de poner fin a su vida. Pero no lo había hecho. Jaime no la hubiera creído capaz de hacerlo hasta ese preciso instante.

Mientras se alejaba de Cersei únicamente una imagen le rondaba la cabeza: la gélida mirada de su hermana cuando él le había preguntado si lo iba a matar. El rostro impasible de Cersei lo había enmudecido de tal manera que solo había encontrado tres palabras con las que expresar su decepción: No te creo.

No era a su hermana a la que acababa de ver sino al ser despiadado y enormemente egoísta en el cual se había convertido. "Siempre supe que eras el más estúpido de los Lannister" le había dicho Cersei. "El más estúpido por amarte", pensó Jaime. Su hermana siempre lo había tratado mal, siempre había tenido un carácter fuerte y, en muchas ocasiones, había sido injusta con él, pero sus palabras nunca le habían causado tanto daño.

"Siempre supe que eras el más estúpido de los Lannister". ¿Realmente ella pensaba eso de él? Entonces ¿por qué había estado tanto tiempo a su lado? ¿Acaso le había utilizado? Las miles de preguntas que rondaban por la mente de Jaime provocaron que se apresurara por dejar esas paredes. Por dejar atrás un castillo que ahora percibía como el de un enemigo.

Salió montado sobre su caballo a paso ligero, pero se detuvo para ponerse los guantes. Fue entonces cuando se dio cuenta de que había empezado a nevar. El invierno había llegado a Desembarco del Rey.

Jaime giró la cabeza para observar por última vez el castillo que había significado su vida durante los últimos veinte años. Al alzar su mirada vio a Cersei en el torreón. Estaba apoyada en el muro del castillo mirando hacia el suelo. Jaime era incapaz de apartar la mirada de ella.

"Tengo que marcharme, no puedo permanecer más tiempo aquí", pensó. Justo en el momento que creía que había reunido las fuerzas necesarias para apartar la mirada definitivamente, Cersei alzó la suya.

Sus ojos se encontraron.

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Jaime estaba inmóvil sobre su caballo, mirándola. Estaba a una distancia suficiente para apreciar la posición de su cuerpo, sin embargo, no podía apreciar el gesto de su rostro. Cersei no podía adivinar qué estaba sintiendo en ese momento Jaime.

Fue él quien apartó primero la mirada girando la cabeza en dirección contraria al castillo. Su caballo empezó a trotar alejándose cada vez más en dirección a la salida de la Fortaleza Roja.

Cersei notaba una opresión en el pecho que pocas veces antes había sentido. Respiraba con dificultad. "No. No. No.", pensó con desesperación. ¿Iba a ser aquella la última vez que vería a su hermano?

La reina se tragó su orgullo e inspirando por la nariz separó sus labios y se humedeció la boca, que había permanecido completamente seca desde que Jaime se había separado de ella. Un copo de nieve se posó en su labio inferior justo antes de pronunciar la palabra que había estado resonando en su mente.

- Jaime.

Había pronunciado el nombre de su hermano casi susurrando, temerosa y con la mirada baja. No era eso lo que pretendía. Lo que quería era llamar su atención. Miró decididamente a la figura lejana de su hermano y gritó, agarrándose con fuerza al muro e inclinándose hacia fuera:

- JAIME.

- ¡JAIME!

- ¡JAIME!

Su hermano no vaciló. Ni siquiera ralentizó su marcha. Simplemente siguió cabalgando hasta que Cersei ya no pudo verlo. Volvió a bajar la mirada y susurró:

- Te amo…

La reina giró su cabeza hacia un lado y luego hacia el otro cerrando los ojos de impotencia. Una lágrima le rodó por la mejilla. Cersei se esforzó en detener el llanto. Jaime tenía que haberla oído gritando su nombre, había gritado lo suficiente para vencer la distancia que había entre los dos.

"Si Jaime hubiera escuchado más a padre, sabría que estoy haciendo lo correcto", pensó Cersei. Pero no, su hermano siempre había estado más pendiente de luchar y convertirse en un caballero que venciera a todos los demás que de aprender a ser un buen gobernante, un buen estratega, como su padre.

Los copos de nieve empezaron a invadir el cabello y la Corona de Cersei sin que apenas lo notara. Sus manos estaban heladas.

La Montaña seguía ahí. Detrás de ella.

Cersei no podía dejar de pensar en su hijo, habría sido el único que hubiera podido conocer a su verdadero padre. Sin farsas ni mentiras constantes. Hubieran podido ser una familia de verdad. Sin embargo, tenía claro que después de ese día nunca iba a reconocer que su hijo era de Jaime. Él no se lo merecía.

Cersei apretó sus puños llena de rabia, notando el dolor que le provocaba la frialdad de sus manos. Su hermano era un maldito traidor. La había dejado sola cuando más lo necesitaba, embarazada y con múltiples enemigos en Poniente. Nunca se lo podría perdonar. Se juró a sí misma que, pasara lo que pasara, jamás se lo perdonaría.