Disclaimer: Inuyasha le pertenece a Rumiko Takahashi.
Summary: Dos almas unidas por el destino. Eran de dos mundos completamente diferentes. Ella era una mujer que jamás un hombre imaginó encontrar, era libre pero sus ojos sólo reflejaban tristeza, soledad y dolor. Ella tenía al mar hasta que lo conoció a él, y él, sólo la tenía a ella.
Ningyo Hime
Prólogo
El cielo comenzaba a teñirse con tonos anaranjados y violetas mientras los últimos rayos del sol comenzaban a ocultarse. No muy lejos, el murmullo de las olas sonaban como una melancólica melodía y podía jurar que no sólo era una melodía, sino también un hermoso canto, un canto lleno de tristeza.
Cerró sus ojos con fuerza. Odiaba esa sensación que le despertaba el sonido del mar. Había perdido lo más valioso que tenía por culpa de aquellas hermosas aguas tan claras como el cristal más puro, y a pesar de todo, aún se estremecía al escuchar su hermoso murmullo. Aún albergaba en su interior aquel hermoso sueño, aquel donde se le permitía ser feliz al lado de su familia y al lado de ella.
Ella…
Apretó sus ojos con fuerza al escuchar el sonido de las olas que se resonaban en sus oídos cada vez con mayor fuerza, señal de que pronto llegaría al lugar de su destino.
Habían pasado seis largos años. Seis años de sufrimientos, dolor e inseguridad. Seis horribles años en los que día a día recordaba todo lo que había perdido y vivía aislado de todos, viviendo con su infinita soledad, su única compañera.
— Inuyasha ¿seguro que es por aquí?— Una profunda voz le hizo abrir sus ojos y regresar a la realidad.
Bueno, había vivido en infinita soledad hasta que lo conoció a él. Sus ojos se enfocaron en el camino y a lo lejos pudo reconocer aquella hermosa casa pintada de blanco, con amplios ventanales de cristal que permitían que la luz, tanto de la luna, como la del sol, se filtrara por ellos.
— Sí, estoy seguro Miroku— le dijo el muchacho desesperado. No debía haber vuelto. Aún no estaba preparado para enfrentarse al pasado. Lo sabía por aquella opresión en su pecho que no le permitía respirar.
— Y supongo que esa de allí es tu antigua casa— muchacho de ojos azules señaló con uno de sus dedos hacia la casa descuidada que se veía a lo lejos.
Inuyasha lo miró de reojo desde el asiento del copiloto. Efectivamente esa era su antigua casa.
— Así es Miroku— susurró mientras lo veía golpear el volante de su auto al ritmo de la canción que sonaba en el reproductor.
— ¡Oh! ¡Es hermosa!— la voz de una mujer se escuchó desde el asiento de atrás—. Está un poco descuidada, pero con un poco de limpieza y tal vez si se pintara quedaría como el mismo día en que la dejaste.
Inuyasha ignoró el comentario de su compañera Sango, la novia de Miroku. Sus ojos se posaron de nuevo en la casa y no emitió respuesta alguna ante el comentario de ella.
— Sango, querida— Los ojos azules de Miroku se posaron en el retrovisor del auto para poder ver a su novia. Los ojos marrones de Sango se fijaron también en el retrovisor y ambos sonrieron—. Sólo hemos venido a dejar a Inuyasha. Partiremos mañana temprano.
— Estoy segura de que a Inuyasha no le molestaría si nos quedamos algunos días con él, ¿No es así Inuyasha?— Sango asomó su rostro entre los dos asientos de adelante, buscando la aprobación del chico.
Inuyasha suspiró. ¿Por qué demonios le había pedido de favor a Miroku que lo llevara a su casa? Cerró sus ojos resignado. Era la misma pregunta que se había estado formulando para sí mismo desde que esa mañana que salieron del departamento que compartían los tres y en todas era la misma respuesta. Si no le hubiese pedido ese favor, jamás regresaría a aquel lugar.
— ¡Feh! pueden hacer lo que quieran— le respondió bajito, rogando que al día siguiente se marcharan antes de que sus ojos se abrieran después de haber intentado dormir.
— ¿Lo ves?— Sango apoyó su cabeza sobre el hombro de Miroku mientras sus brazos rodeaban el asiento y se posaban en el pecho del conductor—. Inuyasha nos permitirá quedarnos unos días— le susurró la chica al oído antes de depositar un beso en la mejilla de Miroku.
Inuyasha puso los ojos en blanco ante semejante acto de cariño. Odiaba cuando ambos se comportaban así. Odiaba todo lo referente al romanticismo, simplemente por el hecho de que él sabía perfectamente que al amor no existía.
— ¿Alguna vez has amado a alguien?— Recordó la pregunta que Miroku le hizo aquel día que él y Sango se habían hecho novios.
— El amor no existe— le había dicho él secamente frunciendo el ceño.
— Algún día recordarás esas palabras…
Sacudió su cabeza de un lado a otro varias veces ahuyentando aquel recuerdo. ¡Y vaya que recordaba las palabras de Miroku! Día a día esa frase se repetía desde aquel día. El amor no existía, sólo era una estúpida excusa para tener a alguien a tu lado y dejar de estar solo.
Parpadeó un par de veces y volvió a mirar la corta distancia que los separaba de la casa. Miroku dio la vuelta sobre la calle y el mar quedó a la vista de los tres.
— ¿Por qué no me dijiste que la casa está frente al mar?— le reprochó Sango mirando por el espejo derecho de atrás.
— ¿Era relevante?— le rezongó Inuyasha mirando el camino de palmeras del lado izquierdo.
— ¡Claro que sí!— chilló Sango emocionada—. Oh… es tan lindo.
Inuyasha soltó un bufido. Seis años atrás había pensado lo mismo de aquel espectáculo. Pero ahora no más. No estaba allí para ver el mar. Había regresado después de seis años para enfrentarse con el dolor y superar el día en que sus padres y su hermano lo abandonaron y lo dejaron solo.
Al llegar, aparcaron el auto, Miroku y Sango bajaron inmediatamente y caminaron hasta la entrada de la casa. Inuyasha los observó, por un lado tenía el impulso de volver a tomar las llaves y alejarse de ahí, pero por el otro no. Durante muchos años evitó regresar a la casa donde había crecido, ahora que estaba ahí, sentía que no podía respirar. Suspiró, la herida aún estaba abierta.
Sango hizo una mueca al ver que las jardineras del patio de enfrente estaban llenas de hierba y el césped había crecido lo suficiente como para hacerse pasar por una pequeña selva. La puerta de madera estaba llena de humedad y los ventanales estaban llenos de polvo.
— ¡Vaya sí que necesita arreglarla!— exclamó Miroku frente a la puerta. Sango le tomó la mano y lo condujo hacia un ventanal de vidrio para mirar el interior de la casa.
Inuyasha aprovechó ese momento para salir del auto y subir un camino de escalones rodeado por césped demasiado alto. Recordó que justo allí crecían los ramilletes de nardos blancos que florecían con frecuencia por los cuidados de su madre. Y ahora, al parecer aquellos se habían perdido entre el inmenso pasto creciente.
Al llegar hacia la entrada, buscó la antigua maceta en forma de rana en la que siempre escondían un juego de llaves de repuesto. Sus largos dedos se deslizaron entre la hierba de la jardinera derecha y palpó en busca de la figura. Hizo una mueca al tocar un insecto que se encontraba en la cabeza de la figura verde y al instante éste salió volando.
Inuyasha levantó la figura y allí encontró las llaves. Con mucho cuidado sacó su mano del montón de hierba y apretó en su mano el juego de llaves. Posó su mirada en ella y buscó la de la entrada. Su mano temblando se dirigió hacia el picaporte y con lentitud deslizó la llave por el cerrojo.
Sin embargo, no dio la vuelta a la llave, sino que la soltó, dejando las llaves pegadas y ambas manos se apoyaron en la puerta. Apoyó su frente en ella mientras respiraba con dificultad. Aún no estaba listo. Se lo decía el temblor de su cuerpo ante la idea de que al abrir esa puerta vería a su madre parada frente a ella con una cálida sonrisa de bienvenida.
Tan absorto estaba en sus pensamientos que no escuchó cuando Miroku y Sango le llamaban para que fuera a ver el interior de la habitación que al parecer era el gran salón. Y no fue hasta que Miroku apoyó su mano en su hombro que logró aspirar el aire puro de ese lugar y llenar con él sus pulmones.
— ¿Estás bien?— Miroku soltó su hombro y apoyó su mano en la cerradura. Inuyasha asintió mientras suspiraba y posaba su mano en la nuca y la otra la adentraba en el bolsillo de su pantalón.
Con mucha delicadeza Miroku le dio vuelta a la llave, no una, sino dos veces. Inuyasha sintió su corazón latir con fuerza al escuchar un pequeño "clic". Miroku sacó las llaves del cerrojo y empujó la puerta con sutileza.
Un largo chillido se escuchó mientras la puerta se abría e Inuyasha se sintió mareado al contemplar el pasillo solitario. Sin la calidez del que una vez había existido y sin su madre allí arreglando el ramo de flores que su padre le había enviado desde su oficina sobre la mesita.
Miroku se hizo a un lado cediéndole el paso a Inuyasha. Este miró a su amigo con desesperación y él trató de reconfortarlo con una sonrisa de apoyo. Inuyasha respiró hondo y entró vacilante por el pasillo.
— ¿Soy yo o tengo la sensación de que Inuyasha casi te suplicó que no le permitieras entrar con esa mirada?— le preguntó Sango mientras veía a su amigo dar la vuelta hacia la derecha, justo donde el pasillo terminaba.
Miroku la miró por el rabillo del ojo y su mano buscó la de la chica. Dio un suspiro mientras cerraba los ojos y al abrirlos dio un apretón a la mano de Sango.
— Creo que no eres tú— le susurró girándose a ella— Yo también lo sentí, pero ya es hora de que enfrente el pasado— dijo seriamente.
— Ha sufrido mucho ¿verdad?— preguntó Sango apoyando sus manos en el pecho de Miroku. Él le rodeó la cintura y la apretó a su cuerpo.
— Si, ha sufrido mucho más que cualquiera, incluso más que tú o yo— le dijo apoyando su mejilla en su cabeza.
Sango cerró sus ojos y apoyó su cabeza en el pecho de su novio. "Mucho más que ella misma" pensó apretando los ojos. Sintió celos de su propio novio en ese momento, ella nunca había logrado que Inuyasha le contara acerca de su pasado, incluso a veces pensaba que sólo la soportaba.
Y se sentía mal. Se sentía que su pecho se oprimía cuando la ignoraba. Porque a pesar de que él y ella viviesen en el mismo departamento y aunque eran amigos, nunca había logrado llegar a su corazón y convertirse en alguien de confianza. Para ella, los dos eran su única familia, y así como ambos eran indispensables para ella, también quería que ella fuera indispensable para ambos.
Miroku le dio un beso en la frente y ella subió su rostro hasta que pudo verlo a los ojos. Él recorrió su rostro con sus dedos y al llegar a sus ojos limpió las pequeñas lágrimas de ellos.
— Dale tiempo— le dijo él antes de bajar su rostro y posar un beso en los labios de la castaña.
Sango correspondió el beso y se apretó con fuerza hacia su cuerpo. Miroku por el contrario deslizó perezosamente sus manos por su espalda y comenzó a peinar las hebras castañas de Sango, consolándola.
-.-.-
Recorrió el gran salón lleno de muebles que por el momento se encontraban cubiertos por mantas blancas. Sus ojos dorados se posaron en un pequeño bar cuya barra estaba cubierta por polvo, al igual que las copas de cristal.
Sonrió un instante al recordar a su padre practicando sus habilidades de "bartender". En aquella ocasión habían terminado todas las copas rotas en el piso y su padre limpiándolo esperando a que su madre no se diera cuenta. Su madre lo notó inmediatamente al entrar al salón. Todas las copas que habían sido regalo de aniversario por parte de la abuela no estaban en su lugar.
Al final su padre había terminado confesándolo todo cuando ella encontró algunos cristales en el piso.
Cerró sus ojos haciendo una mueca. Había tantos recuerdos en esa casa. Buenos y malos, pero al fin de cuentas más buenos. Sus padres habían vivido allí desde su boda y tanto él como su hermano mayor no habían conocido otro lugar al que llamar hogar.
Con un nudo en la garganta tomó las mantas que mantenían a los sofás y a las sillas ocultos y protegidos del polvo y las quitó de ellos. Una nube de polvo se formó en la habitación e Inuyasha tosió. Corrió hacia el ventanal y tras destrabar el seguro lo abrió.
Una brisa fresca llegó hasta su rostro y le obligó a cerrar sus ojos. Por primera vez, desde la muerte de su familia dejó de estar alerta y se encerró en su pequeño mundo, donde solo existía él, sus padres y su hermano.
Escuchó las olas golpear la costa y el sonido esa vez no le hizo sentir melancolía, soledad y el anhelo de tener a su familia aún completa, sino que esta vez le relajó. Ahora entendía la razón del porqué le gustaba tanto el mar cuando aún era un niño.
— ¡Vaya!— expresó Miroku entrando al salón—. Sí que hay polvo— dijo mientras con su mano hacía movimientos para ahuyentar la nube de polvo—. Es increíble que siendo un maldito chiquillo con una gran fortuna tengas tu casa así.
Inuyasha gruñó ante el inesperado comentario de su amigo, pero tal vez él tuviera razón. Después de todo la fortuna de su padre había pasado a sus manos automáticamente cuando cumplió la mayoría de edad y él ni siquiera había destinado un poco de ella para el mantenimiento de su casa.
— ¿Qué hace Sango?— preguntó al verla por el ventanal abriendo la cajuela del auto y sacando una gran maleta.
— Ehh, verás— Miroku se acercó a él y se apoyó en el umbral del ventanal mientras sus manos se adentraban en los bolsillos de su pantalón— Sango pensó que tal vez tu nos permitirías quedarnos unos días contigo.
Inuyasha miró a su amigo por el rabillo del ojo y después posó la mirada en la castaña que subía las escaleras con una gran sonrisa en el rostro y una gran maleta.
— Yo le dije que no, pero estaba tan ilusionada que creo que ni me escuchó e hizo las maletas para quedarnos— dijo Miroku sonriendo—. ¿No te molesta verdad?
— Supongo que un poco de compañía por un par de días no me vendría mal— dijo Inuyasha mirando a Sango intentando cargar la maleta—. ¡Así me ayudará a limpiar la casa! ¿No es así Sango?— le gritó a la chica de ojos marrón.
— ¡Oh! ¡Sí, Inuyasha!— dijo ella emocionada—. ¡Me encanta hacer limpieza!— gritó ella desde las escaleras.
Inuyasha sonrió al ver la alegría de su compañera de piso y después miró a Miroku quien lo veía un poco molesto.
— ¡Ohh! No me digas que tenías otros planes— le dijo burlonamente.
Miroku estrechó sus ojos y lo miró desafiante. La verdad era que si tenía otros planes. Quería el piso para que Sango y él pasaran al siguiente etapa. Y la verdad era que allí con Inuyasha ese siguiente paso se quedaría esperando por unos cuantos días más.
— ¡Chicos!— gritó Sango desde la entrada del salón— ¿Por qué no subimos a ver en qué estado se encuentran las habitaciones?— le preguntó mientras soltaba la gran maleta.
Inuyasha no contestó la pregunta y caminó hasta ella. Le rodeó con su brazo los hombros a Sango y la llevó hacia las escaleras que llevaban al segundo piso.
— Sango, ahora que lo pienso ¿por qué no mejor permanecen aquí por el resto de las vacaciones?— le preguntaba sonriendo ante la forma de echar abajo los planes de su amigo.
— Me temo que eso será imposible, Inuyasha— le rezongó Miroku subiendo tras ellos.
— ¿Pero por qué?— preguntó el ojidorado inocentemente— Estoy seguro de que Sango quiere pasar las vacaciones en cualquier lugar que no sea el departamento.
— Ya he dicho que no— dijo firmemente Miroku. Inuyasha no iba a frustrar sus planes— Sólo pasaremos un par de días aquí mientras te ayudamos a arreglar la casa.
— ¿Tú que dices Sango?— Miró a Sango y ella bajó su rostro.
— Yo me quiero quedar, pero es mi novio y si él se quiere ir, entonces me tendré que ir con él.
Miroku sonrió y fijó sus ojos en el trasero de su novia. Inuyasha lo miró con el rabillo del ojo, en el rostro de su amigo se interpretaba lujuria.
— Oh, Sango pero yo soy tu amigo— le dijo él—. Además si tú quieres puedes quedarte conmigo. Si Miroku se quiere ir, que se vaya y ya— Inuyasha volvió a voltear y esta vez Miroku lo veía serio.
— ¿En serio Inuyasha?— Sango le abrazó —Muchas gracias—. Sango le soltó y le dio un beso en la mejilla antes de bajar algunos escalones y lanzarse a los brazos de su novio.
Miroku la estrechó en sus brazos y miró a Inuyasha desafiante. Él le correspondió de la misma forma y después sonrió. Había echado a perder los planes depravados de Miroku con la pequeña Sango.
-.-.-
— Buenas noches, Inuyasha.
Él miró hacia la entrada de su habitación y se encontró a Sango allí parada con su pijama puesta. Le sonrió. A ella le quería como si fuera su hermana menor aunque intentaba no mostrar afecto por ella.
— Buenas noches, Sango. Que duermas bien— le dijo él. Ella le sonrió y cuando estaba a punto de salir escuchó un suave "gracias".
Sango se detuvo y asomó su cabeza por la pequeña abertura de la puerta mientras lo veía sorprendida.
— ¿Qué?— le preguntó ella. Era la primera vez que Inuyasha le agradecía algo.
— Gracias por haberme ayudado a limpiar las recamaras— le dijo él sonriendo— Y por la cena.
Sango sonrió y asintió. Su cabeza desapareció de la abertura, pero de pronto la puerta se abrió un poco más y Sango se deslizó por allí. Caminó lentamente hacia el ventanal donde él se encontraba sentado.
Inuyasha la observó caminar a él vacilante. Cuando estuvo de frente, ella abrió su boca pero después la volvió a cerrar.
— ¿Necesitas algo?— le preguntó él al verla moverse con nerviosismo.
— Si yo… este— balbuceó ella. Inuyasha asintió y sus ojos dorados se posaron en los marrones de ella—. Solo quería decirte que yo también soy tu amiga y que cuando necesites hablar y el tonto de Miroku no esté o sean cosas que desees platicar con una chica, yo estaré allí para ti— le dijo al fin.
Él suspiró. Eso ya lo sabía era solo que Sango había sufrido tanto que no deseaba acongojarla con sus problemas también.
— Ten por seguro que lo haré— le dijo.
Sango soltó una pequeña carcajada y se acercó más a él. Sus labios tocaron la fría mejilla del ojidorado y después le dio un fuerte abrazo.
— Gracias, Inuyasha— le susurró antes de darse la vuelta y salir de la habitación.
Sin pensar en nada en específico, perdió su vista en la arena de la costa. La marea había crecido a comparación de aquella tarde. Sus ojos buscaron el reflejo de la luna en el mar danzante y suspiró al darse cuenta de que estaba de regreso en casa, dispuesto a enfrentarse a los fantasmas de su pasado.
Ese día cumplía veinte años, su pecho sintió oprimirse como en todos los cumpleaños que pasaba solo en la oscuridad de su habitación, pidiendo y deseando que los recuerdos de aquel día no llegasen a su mente y se apoderasen de su ser llenándolo de miedo.
Odiaba sentirse vulnerable, odiaba llorar y anhelar tener la familia que solía tener.
Odiaba estar solo.
El viento golpeó su rostro con una brisa cálida, tanto como una caricia. Una caricia que se posó en sus labios y le hizo recordar aquel dulce sabor en su primer beso.
Kagome…
Cerró sus ojos, intentó recordar sus ojos castaños y si mirada llena de amor. Recordó su cabello negro sobre sus hombros y el aroma a sal que este despedía.
— ¿Dónde estás, Kagome?— susurró él manteniendo sus ojos cerrados.
Sólo una vez había visto a esa niña y había quedado enamorado de ella en esa única ocasión. Añorando el dulce sabor de sus labios abrió sus ojos y estos destellaron fríamente.
Se dijo así mismo que esa niña no existía. Era sólo una ilusión que le mantenía protegido. Ella era solo la excusa para no entregar su corazón. Para no perder lo único que le quedaba.
Aunque en su interior sabía perfectamente que ese corazón, a pesar de estar roto, ya no le pertenecía porque se lo había entregado a aquella hermosa ilusión, la de aquella niña que le había salvado justamente seis años atrás.
-.-.-
La luna brillaba con intensidad sobre el mar, matizando el agua con el mismo color que la luna poseía. Las olas golpeaban la arena con sutileza, mientras murmuraban un secreto, el cual llegó hasta los oídos de aquella mujer de ojos castaños que se escondía en las aguas cristalinas.
Cerró sus ojos escuchando el murmullo y sonrió. Su boca se abrió mientras sus ojos se posaban en el ventanal donde se encontraba un chico de cabellos negros que brillaban a la luz de la luna.
Una risa tonta salió de sus labios y sus ojos brillaron como cuando era una niña, como aquel día en que lo conoció.
Wake mo naku namida ga koboreta…
-Mis lágrimas se derraman sin ninguna razón...-
Inuyasha frunció el ceño al escuchar la dulce voz llena de melancolía, tristeza y dolor. Una voz que parecía conocida, lejanamente conocida.
Furi tsudzuku kanashimi wa masshiro na yuki ni kawaru
-La tristeza va cayendo, se convierte en nieve blanca y pura-
Zutto sora wo miageteta
-Tú siempre estás mirando el cielo-
Sus ojos se abrieron y su rostro se ladeó hacia el jardín en busca de la voz. Recorrió con su mirada cada rincón pero no halló nada, hasta que un fuerte brillo llamó su atención. Centró su vista en el mar y notó la silueta de una mujer, sus ojos se estrecharon intentando ver mejor, pero el fuerte resplandor no le dejaba. Una vez que el destello cesó, sus ojos se abrieron sorprendidos al ver a una joven de piel blanca como la nieve con la mitad de su cuerpo sumergido en el agua.
Ambas miradas se encontraron y un estremecimiento recorrió a ambos cuerpos. Él la miró desconcertado y ella le miró con ternura. La chica cerró sus ojos y se giró hacia el infinito mar. Comenzó a cantar de nuevo, primero en un susurró y después lo suficientemente alto como para que Inuyasha pudiese escuchar lo que esta decía.
Kono karada ga kieru mae ni ima negai ga todoku no nara…
-Si alcanzara mi deseo ahora, antes de que mi cuerpo desaparezca-
Inuyasha negó con su cabeza mientras el temor de que ella se alejara lo invadía por completo. Era ella, la chica que le había salvado de morir en los brazos del mar. Su única razón para vivir, porque en el fondo de su corazón, sabía perfectamente que era ella, la esperanza de volver a verla lo que le mantenía aún entre los vivos.
Decirle que permaneciera a su lado. Ese era su más grande sueño, el único que guardaba secretamente en el corazón. Pedirle, rogarle que le salvara de nuevo, esta vez no del mar, sino de su soledad.
Sus ojos miraron desesperados a la chica alejarse y su cuerpo sintió escalofríos al notar que el agua poco a poco cubría aquel cuerpo.
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Realmente no sabía si había hecho bien. Mientras caminaba por la arena, sintió su calidez. Una expresión de satisfacción y felicidad se adueñó de su cuerpo, arrancándole una sonrisa. Cerró sus ojos y siguió sumergiéndose hasta perderse en el mar. Sintió que el agua se apodaba de cada uno de sus poros. De pronto un suave roce en su mejilla le hizo abrir sus parpados y se encontró aquella mirada dulce que le parecía tan familiar.
Los cabellos negros de la chica bailaban al compás de las ondas y su piel se teñía del color de los rayos de la luna. Miró sus ojos, y tuvo la sensación de un escalofrío recorrer su espalda.
La chica se aproximó a él y acarició su pecho. Ambos se veían fijamente a los ojos y se sonreían. Despacio, deslizó las manos hasta la espalda de él, recorriéndola de arriba abajo hasta que, a la altura de los omoplatos, se detuvieron y entonces le abrazó con fuerza acomodando su mejilla en el pecho de él para sentir los latidos de su corazón.
Inuyasha deslizó sus manos por la espalda de la chica hasta llegar a sus hombros, donde se quedaron dando ligeras caricias. Algunos momentos después, apartó el rostro de la chica de su pecho y sus manos se posaron en las mejillas de ella mientras sus miradas se volvían a encontrar.
Ella le sonrió y posó una de sus finas y pequeñas manos sobre la de él. Con lentitud, y sin dejar de sonreírle, ella entrelazó los dedos y guió su mano, alejándola de su rostro.
Sin soltar su mano, comenzó a caminar y él la siguió como si de un niño desamparado se tratara. No pudo evitar deslizar su mirada, recorriendo el cuerpo casi desnudo de esa mujer. Miró su esbelta figura, su espalda tersa, la pequeña cintura y las anchas caderas. Ella volteó a mirarlo, como si leyera sus pensamientos.
Cuando sus ojos se volvieron a encontrar, él pareció quedar hipnotizado.
Con la mitad de sus cuerpos estando fuera del agua, él la estrechó en sus brazos, apretándola a su cuerpo tan fuerte que ella sintió perder el aliento.
La chica mantenía su rostro escondido en el pecho de él mientras las manos de Inuyasha acariciaban su cabello como si fuera un bebe. Tomó el rostro de ella con sus manos y lo levantó para que sus miradas se encontraran de nuevo.
Inuyasha acercó su rostro al de ella y ella entrecerró sus ojos al sentir el aliento de él rozar sus labios. Despacio, rozó su nariz con los labios. Su mano se posó en su barbilla y la guió, acercando sus labios a los de ella
Él chico suspiró y llenó sus pulmones con el aroma de ella, haciendo que su corazón latiera con mucha más fuerza.
Mou ichido tsuyoku dakishimete…
-Abrázame fuerte una vez más...-
Escuchó la suave voz cantarle y no pudo resistirse más. Unió sus labios a los de ella con un dulce roce. Una leve caricia que conllevó a una descarga eléctrica que recorrió a ambos cuerpos.
Era igual que aquella vez, aquellos suaves y dulces labios le daban tímidas caricias. Deslizó su lengua por el labio inferior de ella y ella en respuesta suspiró. Él aprovechó ese momento para deslizar la lengua hasta la cavidad de ella, profundizando el beso.
Eran suaves roces, era un beso que profesaba la idea de permanecer juntos, uno al lado del otro, para amarse y sobrellevar lo que viniese.
Algunos minutos después, sus labios se separaron. La observó con el rostro sonrojado y el pecho tan agitado como el suyo, cuando ella abrió sus párpados sus ojos castaños parecieron reconfortar su corazón.
— Regresaste— susurró ella acariciando su mejilla. Inuyasha cerró sus ojos, disfrutando de la caricia.
— Regrese por ti— le susurró él al oído.
Ella se apretó a su cuerpo y apoyó su cabeza en el hombro de Inuyasha.
"Ima mo aishite iru"
-Incluso ahora, te amo…-
— Inuyasha— susurró cerrando sus ojos y acercando su rostro al de él.
— Kagome…
Continuará….
N/A: Ningyo Hime está de vuelta. Solo he hecho algunas correcciones rápidas. Espero les guste
