Y una vez más, Blood se descubrió admirando las encantadoras orejas de Elliot.

Era la hora del té, normal en la mansión del sombrerero; los gemelos molestaban a Elliot, mientras este comía sus preciados postres de zanahoria y de vez en cuando les devolvía las burlas a los más pequeños. Blood los miraba sin expresión en su cara, observando detenidamente los movimientos de las largas orejas que poseía Elliot.

Ya hace un tiempo que se sentía extrañamente atraído hacia las orejas del conejo, cada vez que tenía la oportunidad las observaba, se fijaba en cada movimiento que hacían o como dependiendo de las actitudes de Elliot se movían.

Cuando Elliot estaba feliz, se alzaban y hacían un movimiento sumamente tierno.

Si se sentía triste, se bajaban completamente con desanimo.

Cuando se avergonzaba, se bajaban pero a la mitad, junto con unas mejillas claramente sonrojadas.

Si alguna cosa lo dejaba desconcertado, una de sus orejas se doblaba en la punta y la otra permanecía erguida.

También si se sentía atacado, ambas se echaban hacia atrás horizontalmente.

Y así, Blood podría describirnos cada detalle de esas cosas esponjosas.

Sonrío de lado cuando noto que las orejas de Elliot se bajaban a la mitad y sus mejillas se coloreaban de un color rosa, por algún comentario de los gemelos.

-¡Ah! ¡Cállense de una buena vez!- ¡Oh! Ahora sus orejas se movían hacia atrás en signo de enojo.

Blood sonrió. El chico con las orejas previamente observadas por el sombrerero se retiro indignado hacia la mansión, dando un portazo al entrar. El sombrerero se levantó y con una mirada rápida les hizo entender a los gemelos que se fueran a cumplir su labor, estos acataron obedientemente. El dueño de la mansión camino hacia esta, entró y fue directo a la biblioteca. Sabia que Elliot se encontraría allí.

¡Bingo! Estaba sentado en un sillón cruzado de brazos con el ceño levemente fruncido. Blood se acerco por detrás y con delicadeza acaricio la oreja derecha de Elliot, este dio un pequeño salto y se giro sorprendido.

-¡Blood!- una de sus orejas se doblo en la punta. El sombrerero volvió a tomar la oreja derecha, acariciándola de arriba hacia abajo.

Soltó la oreja y tomo el mentón de Elliot, acercando sus labios para así encontrarse en un beso cálido, que poco a poco se fue transformando en uno pasional y delicioso, al parecer, no era la primera vez que se besaban. El conejo cerro los ojos lentamente mientras sus mejillas se tornaban de un color rojo y sus orejas se bajaban, aprovechando esto, Blood una vez más volvió a acariciar esas suaves orejas y por su parte, Elliot se estremecía ante tal contacto.

-Ordenaré que te sirvan un pastel de zanahoria ¿si? – dijo Blood cuando se separaron.

-S-si... ¡Gracias! – sus orejas comenzaron a moverse con animo. El sombrerero sonrió de lado.

Que perfectas eran las orejas de Elliot.