Drabble sobre una escena que imaginé cuando leí Tenemos que hablar de Kevin (We need to talk about Kevin). Escena improbable, no es más que una mini interpretación de todas las que se pueden hacer. Lo escribí hace seis o siete meses, pero no me convenció del todo y lo dejé estar. Hoy me dije, no está mal.
Aclaración, por si alguien me creía poderosa: No tengo ningún tipo de derecho sobre la novela ni la película ni sus personajes. Advertencias: Spoilers.
Mi idea nace del siguiente diálogo (está resumido):
—Era tu bien más preciado. ¿Por qué ibas a querer desprenderte de ella?
—Es casi como si…, bueno, como si estuviera constantemente mirándome. Empezaba a obsesionarme
—Celia te está mirando, Kevin. Y también tu padre. Todos los días.
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.*.*. Minuto tras minuto .*.*.
.*.*.
Cada vez que cierra los ojos es como volverlos a matar.
El ojo de Celia le mira. No entiende lo que ha pasado.
Le lleva mirando desde que se limpió las botas contra el césped, antes de ir a clase aquel jueves.
Ya pesaba en su pantalón, mientras escuchaba los gritos de sus presas chocando contra las paredes del gimnasio. Patéticos intentos de huir, señalados por los caminos de sangre que tanto tardaron en limpiar. Si cierra los ojos...
Escucha, la prótesis rebota a pocos milímetros del suelo, despacio.
Permaneció cerca de su cuerpo durante el interrogatorio policial, Kevin se llevaba la mano al bolsillo, para asegurarse de que seguía existiendo. Por eso podía mantener la sonrisa, su expresión calmada, pagado de sí mismo; el ojo le recordaba que había sido real. Que se había atrevido a cruzar la línea para descubrir que hasta esa barrera era una gran mentira, como todo lo que sostiene el mundo.
Se llena de polvo. Kevin sopla sobre él. Lo restriega contra su mono naranja, el que todavía no se ha acostumbrado a llevar.
Cierra los ojos.
Como volverlos a matar.
La desesperación de su madre por despertar, invariable desde aquel jueves. Kevin ya no encuentra en el rostro de Eva la ira ni la incredulidad. Mucho menos reconoce el miedo en ella. Solo, si se fija mucho, ve una ligera esperanza de despertar, aún existe.
El ojo rueda entre las piernas de Kevin. Le mira. Le mira todo el tiempo.
Su bien más preciado nunca ha dejado de oler a desatascador de cañerías.
Kevin lo pasea entre sus manos. Parece un juego, un turista con un souvenir. Pero ya no es divertido nunca más, si lo fue alguna vez, si durante al menos un jueves se creyó la mentira, si entonces su vida dejó de ser un insoportable minuto tras minuto.
